XXXVII.
Laura
salió de su casa y apoyando una mano en la barandilla, elevó todo su cuerpo
sobre esta y se dejó caer al vacío desde el tercer piso, cayendo con gracia y
sutileza y posándose en el piso con una suave reverencia, como si estuviera
ante un público maravillado con su desarrollada habilidad para dejarse caer
desde alturas considerables, luego de eso empezó a andar, tarareando la melodía
de una canción vieja que se le vino a la mente esa mañana, aunque no pudo
recordar el nombre del artista, cosa que podía ser muy molesto, porque no tenía
forma de averiguarlo y a veces las dudas más fútiles podían ser las más
persistentes. No encontró cerca ninguna bicicleta liberada para hurtar con su
impunidad natural de muerta, lo que la llevó a considerar otras posibilidades:
un automóvil, era más rápido y podía llegar más lejos antes de que el amanecer
la llevara de vuelta a su cuarto, tal vez podría correr por las carreteras del
mundo persiguiendo a la noche sin que el alba nunca la alcanzara. Se preguntó
si eso sería posible, luego se preguntó si en su calidad de muerta tendría
gasolina infinita o tendría que detenerse a cargar, luego desechó todas esas disparatadas
ocurrencias, lo de correr incesantemente por las carreteras como una fugitiva
del amanecer no iba con su personalidad, además qué gracia había si no podría
detenerse nunca para disfrutar de algún lugar, al menos esa idea le había
servido para olvidarse de la cancioncita esa y de su dichoso artista. Echó a
caminar hacía donde los pies la llevaran, se detuvo frente a un escaparate, el
cual estaba a contraluz por lo que no generaba reflejo a esa hora de la mañana,
y se quedó mirando una guitarra puesta allí, eso era algo que le había quedado
pendiente en la vida, siempre tuvo la intención de aprender aunque fuera lo más
básico, pero sin embargo nunca lo hizo, nunca tuvo una guitarra y nunca
aprendió ni siquiera su afinación, solo por postergarlo una y otra vez, ahora
no tenía quién le enseñase. Se acordó fugazmente de Ángelo, él tocaba bien la
guitarra, y hasta componía sus propias canciones, aunque a ella no le llamaba
mucho la atención el toque melancólico-depresivo que les imprimía. Siguió
caminando, alejándose del centro hasta llegar a un barrio de casas con varios
años encima, pero que en su tiempo habían sido hermosas y bien cotizadas. Laura
había generado una nueva costumbre con el paso del tiempo y su experiencia
adquirida, ahora siempre contaba con un pequeño espejo en el bolsillo, para
echar un vistazo a la realidad cuando quisiera. Efectivamente, eran casas
grandes y bonitas con un amplio terreno, suficiente para aparcar dos autos uno
al lado del otro. Solo fue un vistazo rápido para no tentar a su atemorizante
persecutor, pero inmediatamente algo capturó su atención, en la calle circulaba
gente, pasaban algunos vehículos en ese momento, incluso pudo ver un par de
perros avanzando apurados y juntos, como si tuvieran cosas importantes que
hacer, y en medio de todo, e ignorado por todos, un cabezón gato color ceniza,
sentado en plena acera a la sombra de un árbol con aspecto ridículo por un feo
podado. Laura, parada de espalda, escondió el espejo entre sus manos y se giró
lentamente, el paisaje era desértico y sin vida, como siempre, salvo por el
gato, sin embargo, algo muy raro pasaba con ese animal. No era el primero que
veía, de hecho, y por alguna razón que se le escapaba, gatos eran los únicos
seres vivos que había visto desde su muerte, y oído, sobre todo sus
desagradables sonatas de apareo durante algunas noches, que aún le provocaban
grima, pero este era el único que parecía verla a ella, sentado allí,
impasible, la miraba como si también ella fuera la única forma de vida en el
mundo, Laura estaba atónita, hasta el punto de no estar muy segura de querer
fiarse, como si en cualquier momento ese bicho pudiera convertirse en quién
sabe qué cosa aterradora y atacarla o darle un susto de muerte, sin embargo,
había algo mucho más llamativo con ese gato que Laura no podía ignorar y que
finalmente la obligó a acercarse, temerosa pero demasiado impresionada, y era
que el gato permanecía sentado a la sombra de un árbol que ahora era
inexistente. No había árbol, pero su sombra seguía amparando al ceniciento felino
que parecía consciente de los privilegios que tenía, la muchacha en cambio,
apenas podía cerrar la boca para contener la baba, aquella era la primera
sombra de algo vivo que veía desde el día de su muerte, y era la única sombra
que podía ver en toda la calle. Laura se acuclilló frente a él, sin duda el
gato la miraba a ella a través de esas enigmáticas pupilas verticales que
parecían saber más de lo que deberían. No era un gato callejero, este tenía
collar y éste tenía un nombre escrito, Urano, era un nombre muy apropiado… para
un planeta, pensó Laura, “Pensaremos en un apodo, si es que nos volvemos a ver”
En ese momento, la chica quiso acercar la punta de su dedo a la cabeza del
animal, con la intención de una leve caricia, más de comprobación que de
afecto, pero antes del contacto el gato se paró y se fue, sin embargo, solo
unos pocos metros más allá se detuvo a mirarla, Laura se puso de pie, miró al
gato con suspicacia, luego a todo su alrededor, y luego otra vez al felino,
¿Acaso ese bicho quería que lo siguiera? La chica soltó una sonrisa chueca,
como el que detecta cuando le quieren jugar una broma, echó a andar con
naturalidad forzada y en el acto el gato reanudó su camino para volver a
detenerse algunos metros más allá, Laura también se detuvo, y ya no sonreía. No,
ella no estaba siguiendo a un gato, porque lo normal era lo contrario, ella
solo seguía su camino y aquel era un animal paranoico que cada dos por tres se
volteaba a mirarla. Al llegar a una esquina el gato dobló y se detuvo a esperarla,
Laura caminó decidida a seguir de largo pero un débil maullido del animal la
detuvo en seco. Aquello ya era demasiado, ese gato sí quería que le siguiera y
eso no era nada normal, y sinceramente, no sabía si fiarse o no, pero después
de largos segundos de indecisión, aceptó el juego del gato, “¡…pero más te vale
que no me salgas con algo feo!” Le advirtió, aunque el animal no le hizo ni
pizca de caso, “Este día había empezado genial…” Se lamentó la muchacha,
mientras echaba a andar resignada.
El
lugar al que llegaron era un desastre, un pequeño oasis de porquería y fealdad
en medio de esa villa de casas bien cuidadas y calles limpias, una casa aislada
del resto como un apestado, encerrada con latas de zinc deterioradas por los
años y coronada con un cartel que al parecer hacía rato que nadie leía: “Se
vende.” El interior era peor. No fue difícil entrar para la muchacha por una
abertura que los vecinos habían reparado hasta el hartazgo y siempre alguien
volvía a romper para meterse. El amplio patio estaba lleno de maleza muerta y
todo tipo de basura desperdigada sin orden ni forma, de la pintura original de
la casa, quedaba más bien poco, así como de todo lo demás que pudo ser
arrancado o destrozado, como las puertas, las ventanas o los aparatos sanitarios.
El techo parecía haber sido atravesado en buena parte por un meteorito, uno muy
curioso que había dejado las vigas enteras, y arrasado con todo lo demás. Laura
no podía sentir ningún olor aún, pero ese lugar podía verse que apestaba, con
la basura equitativamente distribuida por toda la casa, y los excrementos y
manchas de incontables orines estratégicamente colocados en las esquinas,
también había mucha pintura aerosol en los muros aprovechada en consignas de
protesta, mensajes obscenos o simplemente las ilegibles firmas de quienes
habían pasado por allí. El sitio daba mala espina y Laura lo sentía, explorando
el lugar como si fuese el refugio de un horrible monstruo, y para colmo, el
dichoso gato que la había llevado hasta allí la había dejado sola. Se asomó a
lo que quedaba de un antiguo dormitorio, pero no dio ni un paso más hacia
dentro. Bajo la ventana había tres cruces pintadas de blanco en la pared,
flores resecas y restos consumidos de velas en el suelo y el tiempo, también
podía verse un biberón muy viejo y un cascabel de juguete roto, Laura
retrocedió, al fondo del pasillo el gato la esperaba en la sala, esta no se diferenciaba
mucho del resto, salvo por un sofá corroído rescatado de algún vertedero y un
televisor antiguo de catorce pulgadas y deslucido color blanco, acomodado sobre
dos neumáticos viejos, que inexplicablemente estaba encendido. Aquello debía de
ser una más de esas cosas raras de muertos, porque, aunque el televisor
estuviera bueno, era del todo imposible que esa casa tuviera electricidad,
probablemente ni siquiera los cables. Urano estaba junto al televisor,
mirándola a ella con cara de sabelotodo, mientras el aparato definía una imagen
sin sonido, que era el interior de un autobús. La imagen se veía granulosa y
pobre de color, casi como un sueño o un lejano recuerdo, en ella, la
tranquilidad del vehículo se veía interrumpida por un violento empellón
recibido desde afuera y que no dejó a nadie ileso. Laura reconocía ese sitio y
también la situación, y pronto no tuvo dudas, porque pudo verse a sí misma
tirada en el piso del autobús, tenía una expresión de dolor pero estaba
consciente, y con los ojos abiertos. La imagen se acerca hacia ella, ella mira
la imagen como pidiendo ayuda, pero la imagen se desvía hacia el suelo donde
hay un arma, el arma es recogida y casi en el mismo movimiento es dirigida
hacia ella y disparada, luego se puede ver cómo el líquido de un diminuto
recipiente es vaciado en el interior de su boca. Laura no recordaba nada de
eso, ni tampoco el rostro de aquella persona que al parecer le había disparado.
El televisor estaba apagado y el gato ya se había ido.
León Faras.