domingo, 6 de diciembre de 2015

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

XXI.

Cuando el general Rodas llegó, Siandro y Zaida observaban cómo los primeros focos de incendio aparecían en la ciudad, “Están quemando la ciudad con nuestras propias antorchas, tal vez no debiste dejárselas servidas” dijo el joven monarca de Cízarin con un tono de reproche, la vieja ni lo miró para responderle, “¿Crees que el ejército invasor se hubiese confiado y adentrado en una ciudad a oscuras?...” y luego alzando la voz agregó “¿Alguna novedad general?” pero al dirigirle la mirada, su expresión cambió por completo, “¿Qué es esto, general?” Rodas y sus hombres traían prisionero a Darco, el enorme soldado de Rimos con la mirada bizca y el cuerpo aun cubierto de flechas, “Pensé que le interesaría ver esto, mi señora” dijo Rodas, al tiempo que retiraba una nueva saeta del cuerpo del prisionero, y la monstruosa cicatrización se volvía a repetir, Siandro hizo una mueca de asco e incredulidad, mientras Zaida respiraba hondo antes de responder, “Entonces es cierto…” La mujer ya había recibido un par de informes de boca de algunos soldados, que hablaban de una antinatural habilidad del enemigo para recuperarse rápidamente de heridas, ciertamente mortales, pero al verlo, todo cambiaba repentinamente, las palabras se volvían hechos, y las decisiones debían ser tomadas de acuerdo a estos. Darco fue llevado a una celda mientras Zaida se quedaba meditando unos segundos, “General Rodas, vamos a quemar los puentes, excepto el principal, de esa manera centraremos nuestras fuerzas y controlaremos su avance.” “¿Los caballos mueren… o es que también las bestias poseen esta extraña habilidad?” preguntó Siandro, quien oía atentamente desde donde estaba parado “Los caballos sí mueren mí señor” respondió Rodas de inmediato, Zaida le dio una mirada de aprobación al joven monarca, “Bien pensado, su alteza…” dijo, y agregó dirigiéndose a Rodas “...atacaremos a hombres y bestias por igual… aunque después de ver esto, no sé si sea lo más correcto hablar de… hombres”

Una vez que el general se retiró, Zaida llamó a uno de sus soldados que poseía un cuerno “Da la señal” le dijo y este se retiró, luego ordenó a su grupo que montara, una vez que los puentes ardieran, deberían centrar sus fuerzas en el principal, Siandro y su guardia personal permanecieron donde estaban, tras la mirada de la vieja, este respondió “Ya te dije que no correré tras ellos, si me quieren, que vengan por mí…” Zaida hizo una pequeña reverencia desde su caballo y ordenó el avance de sus hombres, poco convencida aun, de las supuestas habilidades para luchar de las que presumía su nieto y rey.

Los hombres de Rimos pronto se dieron cuenta de que mantener el grupo unido en la ciudad sería imposible a menos que pudieran regresar al camino principal, pero ya estaban tan divididos que aquella idea quedaba descartada, las calles se angostaban y se dividían sin cesar como ramas de un árbol, disgregando al ejército cada vez más que sencillamente no cabía en ellas, al rey Nivardo entonces no le quedó más remedio que cambiar la batalla a “De hombre a hombre” por donde un ejército no puede pasar, un hombre sí puede y además hacerlo rápido, si el grupo no podía mantenerse unido, entonces se separaría por completo, cogió una antorcha del camino y la lanzó a un establo cercano el cual se encendió rápidamente “¡Sepárense, quemen todo, arrasen con todo! ¡No olviden que son inmortales! ¡Los inmortales de Rimos!” El rey avanzó al galope por las callejuelas vacías seguido de un grupo cada vez más pequeño de hombres, el caos a lo lejos se oía cómo comenzaba a propagarse junto con el fuego, luego Nivardo se detuvo, un grueso brazo del río Jazza les cortaba el paso, Ranta se bajó de un salto, aun compartía el caballo de Vanter, desenvainó su espada y escudriñó el lugar, la rivera del río era angosta para los caballos, el puente más cercano estaba a varios metros y en llamas, con seguridad, los hombres de Cízarin estaban prendiendo fuego a sus propios puentes para cortarles el paso, deberían regresar para buscar otra forma de pasar, ayudado de una antorcha que uno de los hombres traía, buscó otro camino, otra callejuela oscura, a un par de metros en el interior de una de estas, encontró una cuerda tensada a veinte centímetros del suelo, demasiado obvia para un hombre pero efectiva para un tropel de jinetes, y más allá, una porción del camino cubierta con una delgada tela oscura, “Un foso…” pensó Ranta, dio un paso con cuidado de no tocar la cuerda tensada para echarle un ojo a la trampa, pero al hacerlo, sintió la resistencia de algo finísimo bajo su pie que inmediatamente se cortó, Ranta comprendió que había mordido el anzuelo, desesperado, levantó la antorcha pero no vio nada, entonces se volteó, “Oh mier…” su grosería quedó inconclusa, un tronco liberado lo golpeó en el pecho como un puño gigante y lo arrojó al medio de la trampa. No importa cuánto se conozca sobre el funcionamiento de esa trampa, siempre te sorprende y siempre por detrás.

Cuándo sus compañeros se acercaron a verle, lo encontraron tendido de espalda sobre el piso, varias puntas de madera se asomaban saliendo de su cuerpo, además de una alojada en la base de su cráneo que le mantenía la cabeza ligeramente levantada, aquella trampa no era un foso, apenas un bajo excavado en el camino para que las cortas y agudas puntas de madera quedaran disimuladas a ras de suelo. Pero Ranta estaba vivo. Sus ojos, muy abiertos, se mantenían fijos en un punto indeterminado, su boca se movía sin parar, como haciendo un gran esfuerzo por hablar, o tal vez, presa de un temblor incontenible, también sus miembros se movían, aunque eran movimientos estériles sin ninguna intención de conseguir algo. Los soldados lo miraban como quien ve a una presa, que luego de ser cazada, ha quedado en demasiado mal estado para ser comida, Vanter le dio una palmada en el brazo a un compañero para que le ayudara a sacarlo de ahí, “Vamos, es un inmortal también, ¿no?” entre los dos lo tomaron y no sin un esfuerzo considerable lo sacaron de ahí, como era de esperarse, sus heridas se taparon de inmediato y comenzaron a enraizarse, lo pusieron de pie y lo sujetaron hasta que pudo sostenerse por sí solo, pero Ranta ya no era el mismo, era un completo idiota, un idiota que en su primer intento por caminar se golpeó contra una pared y luego echó a andar de nuevo contra las púas de donde lo habían sacado, aquello ponía en serias dudas el beneficio de la inmortalidad para esos hombres, pues volvían a sentirse vulnerables, eran inmortales, no cabía duda, pero el estado de Ranta, para muchos era peor que la muerte, era una muerte en vida. Nivardo, que observaba aun desde su caballo, notó ese peligroso sentimiento en sus soldados y les ordenó montar, “¡Déjenlo ya! la herida en su cabeza fue demasiado profunda. Tenemos un reino que tomar.” El rey echó a correr hasta encontrar un nuevo camino por el que fue seguido por sus hombres, una chiquilla que corría aterrada apenas alcanzó a pegarse a la pared para que el tropel de jinetes pasara sin tocarla. En un nuevo giro, el grupo quedó frente al otero de Cízarin, sobre el cual se veía claramente un gran fuego que ardía, “Una almenara…” dijo el rey, y agregó “…están llamando refuerzos, pero ¿A quiénes?”En ese momento una lluvia de flechas les cayó desde los tejados, la elección del camino había sido mala, no tenían salida y si se quedaban ahí iban a ser acribillados, entonces le dieron de golpes a una puerta hasta que esta cedió, el primer hombre en entrar recibió un golpe en la cabeza que lo aturdió de inmediato, los otros ingresaron sin problemas, en el interior, una mujer enorme montaba guardia con un garrote “Tráenos agua mujer, tengo sed” dijo un soldado, otro que hacía buen esfuerzo por alcanzarse una flecha en su omóplato agregó “O vino sería mejor, si tienes” otro soldado echaba un ojo por las rendijas de la ventana y otro veía con incredulidad como su rey había resultado herido y sangraba de la parte frontal del hombro. El que había recibido el golpe en la cabeza, ya se ponía de pie, sobándose enérgicamente. Pronto todos notaron que su rey no era un inmortal como ellos, “Señor, usted no bebió de la fuente, ¿verdad?” “No…” respondió este con severidad “…era mi hijo quien debía estar aquí…” Un buen ruido de jinetes se oyó aproximarse y los hombres decidieron refugiarse en la parte alta de la casa. En ese lugar se escondía un buen número solo de mujeres, armadas con palos y utensilios de cocina principalmente, Nivardo de pronto reparó en una de ellas “Tú… yo te conozco… tú eres la criada que atiende a la mujer de mi hijo, ¿Qué demonios estás haciendo aquí?” Para Nila encontrarse al rey de Rimos también era una sorpresa, ella no sabía nada de lo ocurrido con Ovardo.

Solo dos hombres se encargaban de llevar a Darco atado de manos a una celda, solo dos hombres, para un soldado enorme, experimentado, hábil luchador y además inmortal. Un codazo brutal en el rostro de uno de sus custodios arrojó a este al suelo sangrando de la nariz, el otro desenvainó su espada pero Darco la tomó con ambas manos por el filo, ni una gota de sangre brotó de estas, luego le descargó un rodillazo en el vientre y lo remató con un golpe certero con la cacha de su misma espada en la nuca. Segundos después, Darco estaba libre y armado y los dos hombres que lo llevaban, muertos.



León Faras.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Simbiosis. Una visita al Psiquiátrico.

VI.

Ulises entró al café de Octavio con una mueca de auténtica incredulidad en los labios, “¿Cómo ha sucedido tan rápido? Mírate, no te borrarían la sonrisa del rostro ni con una bofetada, igual que Bernarda” “¿En serio?” respondió Octavio y su sonrisa se volvió más amplia y más boba, “¿Ustedes le ayudaron, verdad?” continuó Ulises dirigiéndose a Alamiro que sostenía su vaso de vino blanco y a Diógenes que sacada un cigarrillo, “Lo hizo él solo” respondió este último antes de acercar la llama a su boca, “Yo estoy igual de admirado que tú…” dijo Alamiro secando su vaso de un trago, y luego de apretar los dientes y exhalar el aire producto del alcohol ingerido, agregó, “…y me alegro mucho por nuestro amigo” “Pues no es que no me alegre la felicidad tuya, hombre…” replicó Ulises aun sin entender qué pasaba “…pero es que aún no me dices qué es lo que has hecho para que ambos anden ilusionados y flotando en los aires, como un par de chiquillos que parecen enamorarse por primera vez” Octavio respondió rascándose la cabeza “Pues solo le he preguntado si quería… si podía, cenar conmigo esta noche, aquí, en la cafetería…” “¿Y qué más?” pregunto Ulises aun insatisfecho, ante la atenta mirada de Alamiro y Diógenes que seguían la conversación expectantes y en silencio “Nada más… me ha dicho que sí y hemos quedado a las ocho”; “¿Solo eso?” insistió Ulises, “Sí, solo eso” respondió Octavio que en ese momento sentía todo el peso que sentiría un muchacho enfrentándose a su suegro por primera vez, a pesar, de que su suegro también era su amigo desde hace ya varios años, “Yo creo que esa cita ya la estaban esperando ambos desde que se conocieron, y solo faltaba que uno de los dos actuara, para que todo se diera así de fácil…” remató Diógenes observando su cigarrillo como si le hablara a este, y ante el silencio de los demás, agregó, “…exactamente igual me sucedió a mí con mi primera mujer” “¿Dijiste a las ocho?” preguntó Ulises más satisfecho, y ante la afirmación del camarero agregó “Pues será mejor que vayamos cerrando este lugar y preparándolo todo, hay que limpiar y ordenar para que des la mejor impresión” “Yo voy a conseguir un traje con mi suegro que es más o menos de la misma talla…” dijo Alamiro diligente, pero Diógenes lo detuvo, “Pero si tu suegro tiene tantos años que seguro su ropa ya se cae a pedazos. Lo que tú quieres es salir huyendo” “Pero miren al burro hablando de orejas…” replicó Alamiro al tiempo que Ulises ponía orden “Ustedes dos van a dejar todo limpio aquí, yo con Octavio nos encargaremos de lo que falte para la cena. El traje lo veremos luego”


Sin padres que se encargaran de él, Alberto había sido entregado a su tía Berta, la hermana mayor de su madre, una mujer flaca y solterona con el carácter agrio que forja la frustración auto impuesta, una mujer religiosa que condenaba los sueños como si fueran pecados de soberbia y avaricia, una mujer orgullosa de seguir y predicar la versión más rígida y castrante de la fe, una mujer que miraba el buen humor y la risa como libertinaje y al llanto como incompetencia. Una mujer con la que Alberto, no duró mucho tiempo. El niño prefirió ampliamente huir a quedarse en el ambiente sólido, aseado y vacío de la casa de su tía, esta tampoco jamás lo buscó, totalmente convencida de que eran las autoridades las encargadas de traerlo de vuelta y no ella, aunque sabía perfectamente dónde el niño estaría. Alberto regresó a la casucha donde vivía con su madre, entró por una ventana y se quedó allí algunos días hasta que una vecina lo encontró y con la ayuda de otros vecinos lo ayudaron, lo asearon y lo alimentaron. Más temprano que tarde, Alberto volvió a ser el niño que era, inteligente y despierto, se adueñó del barrio rápidamente, comía un día aquí y el otro allá, aunque indefectiblemente siempre dormía en su casa, solo, mirando la mancha seca de sangre en el piso hasta que se le cerraban los ojos. Durante el día, el chico cumplía los mandatos de una vecina y luego se encargaba de cuidar a los pequeños de otra, lo mandaban a comprar todo tipo de cosas o incluso a dejar recados de jóvenes enamorados, nunca decía que no aunque estuviera a mitad de un juego con los otros niños, nunca decía que no, excepto, cuando Diana quería enseñarle a leer. Diana era una joven que vivía en el barrio, tenía un problema de obesidad controlado a medias aunque su real apetito era por los libros y la lectura. Alberto no podía negar ni ocultar la enorme curiosidad que le provocaban las historias que Diana le leía, viajes en barco que alcanzaban tierras lejanas y antiguas, seres fantásticos que llevaban a cabo hazañas sobrehumanas, pequeños trozos de tierra en medio del océano donde cohabitaban la riqueza y el peligro mortal, todo era tan interesante y nuevo que el muchacho ponía todo su interés en lo que oía, pero cuando la joven le ofrecía enseñarle para que pudiera leer lo que quisiera y cuando quisiera, el niño se negaba como a un perro viejo que quieren meter al agua para darle su primer baño, pues decía que jamás podría hacerlo, que él no era inteligente como ella y que con solo ver una página de un libro, se daba cuenta de lo extremadamente difícil que era y solo pensar en el resto de las páginas, se le hacía una tarea imposible. De escribir, ni hablar.

Ahora estaban allí, Estela le había pedido a Alberto que la llevara a su casa para conocerla y el muchacho accedió sin trabas, pues ambos ya se aceptaban como hermanos y la curiosidad por conocerse más, era mutua. Para Estela, la casucha dónde vivía Alberto no era muy diferente del lugar dónde ella vivió con sus padres, al igual que el barrio y los vecinos, eso los hacía empatizar y los unía como si hubiesen compartido la misma infancia, con situaciones similares y en escenarios parecidos, por lo tanto, podían comprenderse fácil y libremente. Se sentaron fuera de la casa bajo la fresca sombra de un pimiento a planear lo que sería su viaje al psiquiátrico y compartir algunos dulces que Estela había guardado, de vez en cuando algún vecino pasaba por ahí saludando al muchacho y a su joven acompañante antes de seguir su camino. Todos los vecinos saludaban al muchacho. En ese momento Diana pasó por allí y se detuvo a saludar, como era de esperarse, traía un libro bajo el brazo, “¿No me vas a presentar a tu amiga?” “Ella es Estela…” dijo el muchacho levemente incómodo por tener que presentar a alguien, cosa que nunca antes le había tocado hacer, y agregó “…ella no es mi amiga, es mi hermana” Aquello último, llenó de un inesperado orgullo a Estela lo mismo que de sorpresa a Diana “No sabía que tuvieras una hermana…” Estela replicó con una sonrisa satisfecha “Pues nosotros tampoco, hace muy poco tiempo nos dimos cuenta de que su papá y el mío, son el mismo…” “Vaya…” dijo Diana, “…pues ha sido una bonita coincidencia que se encontraran y se conocieran” “Es cierto” contestó Estela. “¿Traes un libro nuevo?” preguntó Alberto, “No, no es un libro nuevo, lo leí hace mucho pero hoy casi se me abalanzó encima en la biblioteca para que me lo trajera” respondió Diana alegremente, “¿Y de qué se trata?” preguntó Estela curiosa, “Es de dos niños que un día se encuentran y siendo de padres diferentes, son iguales como gemelos, solo que uno es inmensamente rico y el otro pobre como las ratas, y deciden intercambiar puestos…” “¿Y por qué alguien con mucha plata quisiera tomar el lugar de otro sin nada?” preguntó Alberto encontrando el argumento de la historia de lo más absurdo, “Porque el rico vivía atrapado en su palacio lleno de restricciones y el pobre era libre de ir y venir donde quisiera, como nosotros…” respondió Estela ante la grata sorpresa de Diana “¿Lo has leído?” preguntó, y Estela asintió con la cabeza “Sí, tuve una profesora hace tiempo que me prestaba sus libros a veces… ¿Tú lo has leído Alberto?” En ese momento, y ante la inseguridad del chico para responder, se encontró este con que ya no tendría que soportar a una persona insistiéndole con que debía aprender, sino que ahora serían dos, pues Estela también se empeñaría en que lo hiciera, por lo que no le quedó más remedio que ceder, “Bueno, bueno, pero antes debemos solucionar lo de nuestro viaje y después veremos eso de leer… ¿Sí?”, “¿Qué viaje?” preguntó Diana interesada y Estela le contó lo de la visita a la madre de Alberto y de que ella quería acompañarle, pero que no le darían autorización a menos que algún adulto pudiera acompañarlos y por eso no habían podido ir todavía “¿Y si yo los acompañara?” dijo la joven, lo que iluminó el rostro de los muchachos “¿Lo harías?” respondió Alberto ilusionado “¡Claro! pero…” respondió Diana, desvaneciendo poco a poco la sonrisa del muchacho y acentuando la de Estela “…tendrás que comprometerte a que pondrás todo de tu parte para aprender a leer y escribir” “¡¿Y a escribir también?!” replicó el muchacho alarmado, pero Estela lo tranquilizó, “No te preocupes Alberto, si ambas cosas se aprenden juntas y al mismo tiempo. Yo te ayudaré.”




León Faras.