jueves, 20 de diciembre de 2012

La ciudad dormida.


Totalmente estresado y al borde del colapso nervioso logró huir el macaco Rhesus, conocido como Abu de las instalaciones del laboratorio B.E.P.G. luego de que un incendio hiciera caer la rama de un árbol sobre los cristales de su patio de juego. El mono, totalmente asustado y desorientado debido al siniestro, además de su ya deplorable condición mental, atacó violentamente a uno de los bomberos que intentó ayudarlo, provocándole heridas de mordedura en una de sus manos y rasguños en el rostro, antes de perderse en el parque contiguo a las instalaciones. El hombre fue trasladado al hospital y Abu es buscado intensamente.

A la mañana siguiente, los primeros rayos solares de un día despejado, iluminaban la habitación del hospital donde Ángel Alegría se recuperaba de las heridas en su mano y rostro, no había lesiones de gravedad según el médico de turno, pero lo mantendrían en observación, debido a que los ataques de animales frecuentemente son fuente de contagio de enfermedades. Tanto para el paciente como para el personal del hospital, era un misterio la presencia de policías profundamente interesados en su caso, a pesar de que no había presentado ninguna complicación en su diagnostico, y la única incomodidad sufrida además de las molestias propias de las heridas, fue que no pudo conciliar el sueño aquella noche, nada de que preocuparse si consideramos el estado de tensión al que había sido sometido tras el ataque, seguramente algunos medicamentos habían prolongado la segregación de adrenalina provocando insomnio temporal.

Todo aquel día, y la noche que le siguió, el bombero continuó en inevitable vigilia lo que alertó a su trasnochada enfermera, la cual tampoco había pegado los ojos durante su turno nocturno, a pesar de haberlo intentado, esta antes de retirarse dejó constancia en su informe de aquello. El médico no encontró anomalías en su estado derivadas de las heridas y recetó suaves soporíferos para tratar el insomnio.

Luego de su tercera noche sin dormir, Ángel Alegría padecía todos los estragos del cansancio severo, nula concentración, estrés mental, mal humor. Numeroso personal del hospital comenzó a acusar síntomas similares que no solo alertó a los médicos si no también a la policía, quienes, mediante una orden arbitraria emitida directamente del gobierno, pusieron el establecimiento en cuarentena, sin dar mayores explicaciones del por qué, sin embargo, con el correr de los días, los casos de insomnio tanto dentro como fuera del hospital se multiplicaron de forma alarmante, obligando a las autoridades a improvisar establecimientos para aislar a todos los que acusaran problemas para dormir, transformándose estos en encierros para verdaderos zombis babosos y conflictivos que a cada momento se volvían más difíciles de controlar.

En las afueras del hospital, un grupo de mujeres se reunió para atraer a las personas que sin parar llegaban a tratarse, asegurando que mediante sencillas sesiones de hipnosis, podrían solucionar el insomnio de forma rápida y saludable, tras la cancelación de un precio razonable acorde a las circunstancias. Su negocio se derrumbó cuando dos de las integrantes del grupo debieron internarse en los locales de cuarentena luego de tres noches sin poder dormir.

Al cabo de nueve días fue encontrado el cadáver de Abu a doce kilómetros del laboratorio de donde huyó, su traslado a este fue inmediato. Esa misma tarde Ángel Alegría y otros trece pacientes, eran los primeros en ser sometidos a un coma inducido, debido a que su organismo ya no soportaba la falta de sueño por medios naturales, este procedimiento no solucionaba el problema, pero al menos retardaría la aparición de daños permanentes en sus organismos.

La presión de los medios de comunicación, así como también del resto de la población obliga a las autoridades a reconocer que la epidemia de insomnio es producida por un virus alterado genéticamente de forma accidental, durante experimentos científicos de estudio. Se trabaja incesantemente en el antídoto el cual está cerca debido a la aparición de Abu, el primer infectado, el cual contiene la lectura genética del virus en su forma primaria. La verdad de que dicho virus estaba siendo desarrollado como arma bacteriológica para provocar el colapso masivo de tropas enemigas no es admitida nunca.

Tras tres semanas de epidemia y con el 50% de los infectados en estado de coma inducido, el gobierno presenta su primer antídoto desarrollado a partir del virus que originalmente infectó a Abu, el cual falla estrepitosamente debido a que el grueso de la población presenta una infección causada por una variedad nueva y mejorada del virus ya llamado, “Insomnus”.

Finalmente el ejército interviene para evitar que nadie entre o salga de la ciudad, mientras la cura tarda en aparecer. Los científicos trabajan sin cesar en un nuevo antídoto que detenga el constante contagio de nuevos individuos.

Dos meses después del primer contagio la ciudad entera duerme completamente aislada del resto del país, solo científicos, médicos y personal del ejército vagan por sus solitarias calles, el contagio se ha detenido pero el virus Insomnus sigue evadiendo los nuevos intentos de antídoto. Los contagiados sufren en silencio la falta de descanso y las labores propias del sueño que el coma inducido no puede proporcionar.  

Extraoficialmente, ya hay tres países interesados en adquirir cepas del nuevo virus Insomnus para fines bélicos…


León Faras.

martes, 4 de diciembre de 2012

Relato Erótico. Tres.


Domingo.

Plan B. (2/2)

Algunos minutos después, el agua deliciosamente tibia de la tina casi llega a su límite cuando entras en ella, te acomodas entre mis piernas dándome la espalda, te recuestas sobre mí y yo te abrazo, puedo escuchar que en el equipo de música comienza a cantar Alannah Myles, Black velvet, “Terciopelo negro”, eso despierta mi imaginación, entonces cojo la botella del shampoo, vierto una generosa porción en mi mano y me entrego a acariciar tu negra cabellera en un acto que será tan grato para ti, como para mí.

Enciendes un cigarrillo para los dos y te vuelves a relajar apoyando la cabeza en mi hombro, donde mis labios se entretienen con el lóbulo de tu oreja. Nuestros cuerpos se reconocen desnudos, en horas de contacto planeado sin que haya ningún velo artificial de por medio, conectándose a través de la piel, de las yemas de los dedos, de los labios, empleando el tacto como si no hubiesen más sentidos, sintiendo como propias las palpitaciones en el cuerpo del otro, la piel erizada, la respiración. Un ejercicio practicado tantas veces hasta eliminar toda extrañeza de tu contacto, hasta mimetizar el sentido de lo ajeno y el límite de tu cuerpo y el mío y donde el proceso previo, tan imprescindible a veces, se vuelve una relación sexual en si misma, que reemplaza la conexión carnal por un contacto minucioso e ininterrumpido, prolongado y excitante, donde la desnudez de uno desaparece en la piel del otro.

Mi hombro cede hacia atrás haciendo resbalar tu cabeza por mi brazo para tener tu boca al alcance de mi boca, donde aquellos besos que se presentan, se desarrollan sosegados como caricias que guardan plena consciencia de su humedad y calor, precediendo el contacto de la lengua al de los labios que se atrapan y se liberan en suave y prolongada contienda que no tiene premura en terminar, mientras los dedos se deslizan sigilosos, lubricados con el agua de la bañera, por tu cuello y tu hombro, quitando del camino tu cabello empapado que se pega a la piel. Me es fácil alcanzar tu mentón y cuello que ofreces con comodidad para que lo bese sin la desesperación de otras veces, si no con la calma de quien disfruta de cada paso que da, yendo y viniendo, volviendo a tu boca, donde tus labios y tu lengua aguardan siempre dispuestos, sintiendo tu pierna que se desliza por la mía sabiendo que no solo las manos están hechas para acariciar. No necesito buscar tu seno para alcanzarlo, mi mano se posa con suavidad en él, descartando el ímpetu de veces anteriores y que ahora parece tan inadecuado, para acariciarlo casi con timidez, pero procurando recorrerlo todo, como un ciego que depende de sus manos para ver, sin ignorar sus límites y alrededores, no tardan mis labios en acompañar a mis dedos, besando tu pezón y su contorno con marcada ternura, sin la ansiedad acostumbrada, yemas y labios se ayudan y complementan, haciendo cortas pausas que vuelven más minuciosa la labor. Tus manos sujetan mi cara y me llevan con suavidad de vuelta a tus labios, mientras te acomodas para quedar frente a frente, descansando tu peso sobre mis piernas en el reducido espacio que ofrece la tina, pero que es suficiente para los dos, el agua se sacude superando los bordes sin que ninguno lo note o le de importancia. Tu cadera retrocede levemente cuando tus labios comienzan a recorrer mi mentón y mi cuello, mis hombros y mi pecho, terminando su recorrido de vuelta en mi boca, luego el espacio entre los dos se reduce bruscamente alterando la pasividad del agua, mis brazos se cruzan en tu cintura asiéndote con fuerza y nuestros sexos ya despiertos entran en contacto comenzando un juego de fricción lubricados por el agua jabonosa. Mis manos recorren tu espalda ya sin el control del principio, manteniéndote pegada a mí mientras los besos se vuelven poco a poco más enérgicos, más anhelados y anhelantes.

Tus caricias son ahora más bruscas e intensas, yo te aprieto a mí pero lo que nos mantiene juntos es el incesante roce. El agua se sacude violentamente cuando busco salir de bajo tuyo, cuando nos retorcemos sin despegarnos demasiado para cambiar de juego, intercambiando posiciones, el aire escasea en los pulmones y la respiración se agita, apoyado en los azulejos que empotran la bañera te elevo tomado de tu cintura sacando gran parte de tu cuerpo fuera del agua, los débiles soportes de la cortina crujen al tratar de soportar el peso de ambos, pasados a llevar en un ciego acomodamiento de torpes manotazos que rápidamente se deshacen de los embases y botellas que estorbaban en el lugar que te acomodas, donde una toalla aparece casi mágicamente, como si siempre hubiese estado ahí, quedas a conveniente altura sobre mí que sigo en el fondo de la tina. Sobre mis rodillas y entre tus piernas, tus pechos quedan a la altura de mi boca, recupero la calma perdida para besarlos, su zona intermedia, tu estómago, tus muslos, advierto que tomas una suave bocanada de aire cuando poso mis labios en la sensible parte superior de tu entrepierna. Tal vez aún no lo adviertas, pero pronto notarás que esa no es solo una parada, que mis intenciones son quedarme ahí hasta el final, sobre todo cuando mis brazos se deslizan bajo tus piernas elevándolas ligeramente y obligándote a inclinarte hacia atrás.

Mi lengua entra al juntar mis labios y vuelve a salir cuando estos se separan, repitiéndolo una y otra vez y solo variando muy levemente el lugar donde se posa mis húmedas caricias, pronto tu respiración se hace más sonora, sin despegarme puedo verte que cierras los ojos, ambos centramos toda nuestra atención y sentidos en mi boca y tu sexo. Las reacciones automáticas de tu cuerpo llevan una de tus manos a mi pelo, sujetándolo con firmeza pero sin brusquedad cuando  alargo mis caricias, cubriendo tus bordes de arriba abajo en toda su extensión, terminándolas en besos intencionalmente cargados y prolongados que hacen que tus piernas se junten instintivamente, pero que con poco esfuerzo vuelves a relajar. Mis manos se sujetan firmemente a tus caderas para que mi lengua ejerza presión, la que se mueve de lado a lado ayudada por toda mi cabeza que se sacude entre tus piernas, para luego bajar y subir, pasando a llevar tus pliegues entre mis labios que se cierran suavemente, dejándolos escurrir entre ellos, y repitiendo la operación en ambos lados. Tus gemidos brotan junto con la humedad de tu interior que constantemente reemplazo por la de mi lengua y mis labios, insistiendo en mi recorrido ascendente que siempre termina en tu punto más sensible, donde permanezco alternando entre el roce de mi lengua y el cierre arrastrado y húmedo de mis labios. Tus piernas me aprietan instintivamente mientras tu cadera, a la cual me aferro, intenta retroceder cuando el primer orgasmo se anuncia, te sacudes hacia adelante forzando tu respiración la que termina en gemidos cada vez más seguidos e intensos que te obligan a sujetarte de mi cabeza en un arrebato de involuntaria desesperación, mientras palabras contenidas no alcanzan a salir ahogadas en tu garganta, hasta que finalmente curvas tu espalda rindiéndote a un orgasmo que ya no puedes contener y que yo me encargo de prolongar manteniendo mi boca pegada a tu entrepierna y en constante movimiento.

Me separo sin alejarme para permitirte una leve recuperación, hasta que tus músculos se relajan y tu respiración casi se normaliza. Luego vuelvo a comenzar a besarte con ternura, volviendo a reemplazar toda la humedad que ha emanado de tu interior por la de mi boca, para continuar buscando otro de tus orgasmos que por esta vez son mi único objetivo.


León Faras.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Contemplación.


Casi medio día y el cielo amenazaba con soltar de una vez toda el agua que le debía a la tierra por meses sedienta, pero por el momento, aquello no era más que una promesa. La plaza lucía con poca gente, únicamente aquellos que necesariamente pasaban por allí rumbo a otros lugares más elementales, salvo por dos hombres que habían usado uno de los bancos para sentarse a contemplar la ciudad y su gente, solo contemplarla.

Parecían jóvenes, pero no lo eran ni remotamente, uno de ellos vestía con una elegancia soberbia, el otro era mucho más informal, para ambos aquel era un atuendo circunstancial. Eran amigos, casi hermanos, a pesar de sus diferencias aparentes ninguno tenía más que el otro, ni era mejor ni peor, en el sentido más estricto del concepto, en muchos aspectos eran idénticos, excepto por que uno de ellos era un ángel y el otro un demonio. Sabiendo esto se podría creer que uno era pura bondad y el otro solamente maldad, pero las cosas no eran así y no es que ellos fueran una excepción, las cosas nunca han sido así. De hecho, siempre les ha parecido un poco graciosa, un poco superficial esa idea del común de la gente, siendo que pensándolo solo un poco saltaba a la vista lo absurdo que sonaba la existencia de la bondad absoluta o de la maldad pura, aquello no era más que una caricatura, una percepción infantil dentro de un mundo pintado de dos colores, sin tonos ni contrastes.

Para alguien como ellos, que conocían las reales consecuencias de los actos, que sabían que cualquier suceso no se limitaba solo al tiempo que tardaba en suceder, si no que trascendía, a veces en forma infinita en innumerables efectos y que además, eran a su vez consecuencia de otros sucesos indeterminables, entonces el pretender hacer solo el bien o solo el mal era una epifanía, ¿Cómo le explicaban al asesino que con su acto estaba librando a alguien de un sufrimiento tan grande y doloroso que preferiría estar muerto a padecerlo?, por ejemplo, o ¿Cómo le explicaban a aquella noble dama, que con ese alimento que repartió, en más de una ocasión gatilló enfermedades como cáncer o diabetes, sin querer, por supuesto, en el cuerpo de aquellos que pretendía ayudar?...Como explicar que aquella vez que creíste hacer un daño en realidad fue un favor imposible de ver en ese momento…obrar de buena o mala manera era algo meramente sugestivo, algo en lo que solamente intervenía la intención del acto, los sentimientos del momento, pero que no significaba necesariamente hacer el bien o el mal, muchos casos habían de quienes cometían hechos atroces con la idea de estar haciendo un bien a sus víctimas. Para seres como ellos, ningún acto podía calificarse de bueno o malo, y las intenciones, casi nunca coincidían con los efectos.

¿Hombres santos?... ¿Posesiones demoniacas?... meros roces de la humanidad con las altas esferas, coqueteos entre dos mundos. Ni en el paraíso ni en el infierno hay almas humanas, pues todas estas personas están en embrión para alcanzar cualquiera de esos lugares, el hombre más bueno y el hombre más malo, solo son resultados directos de su medio, Ellos saben que el hombre más malvado al iniciar su vida en un ambiente favorable, será una persona completamente distinta, entonces como considerar malo a alguien hecho así. No hay castigos ni premios, ni obras que los merezcan, menos si creen que se trata de cosas materiales, cuantas veces habían oído a personas decir que habían sido premiados por la divinidad al recibir un contrato millonario, o que habían sido castigados por la misma cuando lo perdieron todo, no, nada de eso, lo material no es bueno ni malo, solo es humano.

El ángel y el demonio no luchaban entre si, no había razón alguna para eso, pertenecían a dos mundos que se complementaban en armonía como la luz y la sombra, no estaban ahí para interferir de ninguna manera con las personas, solo las contemplaban, y eso les resultaba agradable, sobre todo verlos correr huyendo de las primeras gotas de lluvia.


León Faras.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Entrevista con un loco.


La crónica de esta semana.
El caso de Leonardo Montes.

A las nueve y treinta de la mañana llegué al Hospital Siquiátrico San Benito de nuestra ciudad, según me habían contado, había un paciente allí cuyo caso era bastante peculiar, en apariencia parecía un tipo completamente cuerdo, coherente al hablar y hasta inteligente, quise saber entonces porque estaba interno, según su doctora, la siquiatra Emilia Gallardo, una mujer atractiva y cordial, quien reconocía un gran interés profesional en el caso de Leonardo Montes, estaba ahí porque era incapaz de percibir la realidad como cualquiera, no mostraba interés por desarrollar ninguna labor ni por obtener nada en particular, no aplicaba las normas más elementales de seguridad, no reconocía nada como necesario o útil, no mostraba ni interés ni rechazo por las personas y tenía un uso limitado de sus sentimientos, en resumen, Leonardo Montes era incapaz de vivir por su cuenta, porque para él, no habían retos ni motivaciones válidas que le empujaran en su día a día, es decir, no había nada que quisiera hacer o tener, incluyendo lo más básico. Temí que se trataría de un tipo con una depresión severa, abarrotado de medicamentos que lo mantendrían permanentemente en ese estado de falso éxtasis que buscan los drogadictos, y que sería muy difícil de entrevistar, pero lo que me encontré fue completamente diferente, me encontré con un mundo, que me sorprendió por su relativa e inquietante existencia.

Leonardo Montes es un hombre delgado, muy delgado, su cabeza rapada deja ver una frente amplia, según su ficha, tiene 37 años, si se rasurara la barba podrían parecer menos. Aquella mañana lo encontré sentado en el suelo en un rincón de su habitación, nunca usa la cama ni ninguno de los pocos muebles de los que dispone, es un tipo amable y de hablar pausado que parece no importarle la visita de un extraño como yo, me recibe y se dispone a escuchar mis preguntas, como un profesional acostumbrado a aclarar todas las dudas sobre su especialidad.

Lo primero que creí que debía preguntarle, fue en qué mataba todo ese tiempo libre en el hospital, tal como ya me habían advertido me confirmó que no hacía nada, físicamente, porque todo lo material era frágil y vano, puedes buscar hacer algo hermoso, pero la hermosura no existe, puedes buscar hacer algo grande, pero la grandeza tampoco existe, todo se limita a tus propios conceptos y percepción, por lo que no tiene sentido hacer algo que tú mismo estás limitando permanentemente. Pero, continué, podrías buscar hacer algo que simplemente te guste, solo por sentirte bien haciendo aquello, él frunció el ceño y miró al piso, como meditando su respuesta, sin levantar la vista me respondió que si necesitaba hacer algo para ser feliz, entonces estaba buscando la felicidad en el lugar equivocado, adelante, me dijo, puedes probar con todas las actividades inventadas por el hombre, ni tu felicidad ni tu bienestar estarán ahí. Te equivocas, le dije con seguridad, muchas personas se dedican a actividades que los reconforta, que llenan sus vidas, y son felices haciéndolas, pero su felicidad y bienestar dependen de aquello, me dijo casi en un tono de lástima, son dependientes de sus actividades tal como aquel que es feliz manejando su auto deportivo, también hay quienes son felices golpeando a los demás, o insultando a cierto tipo de personas, ¿crees que eso es correcto?, me dirás que para unos sí y para otros no, y yo te diré que si no es el camino para unos, tampoco será el camino para los otros. Y que hay de los que buscan el bienestar de otros, insistí, también se puede hacer cosas que hagan feliz a los demás y sentirte bien con eso, su respuesta me descolocó momentáneamente, me dijo, solo hay dos formas de hacer feliz a los demás, dándoles todo lo que necesitan o librarlos de sus necesidades, ambas imposibles, porque para las personas, la necesidad es algo inagotable, es un camino que mientras más avanzas, más largo se hace, esa no es la forma. Pero yo no hablo necesariamente de cosas materiales, dije creyendo afirmar mi posición, puedes hacer feliz a alguien con un gesto, una palabra, un… yo tampoco he hablado de cosas materiales, me interrumpió con suavidad al verme titubear, si alguien pierde a un ser querido, tú no podrás devolvérselo ni tampoco hacer que deje de sentir su pérdida. Eso era algo que estaba claro, y le hice saber que aquello era completamente natural, él suspiró, la muerte también lo es, me dijo, si crees que la muerte es algo malo, entonces deberías sentir lo mismo por todas las muertes de cualquiera criatura, si no, entonces es dependencia y egoísmo, y eso sí es completamente natural en las personas.

A estas alturas Leonardo Montes ya me parecía una especie de monje filósofo o algo así, pero de loco no tenía mucho, según él, su estancia en el hospital era una decisión propia, porque para él no había un lugar mejor que cualquier otro, quise argumentar que había en el mundo lugares realmente bellos, pero recordé que ya me había dicho que la belleza para él no existía, por lo que me limité a comentarle que en mi opinión, cualquier lugar podía ser mejor que un hospital siquiátrico, me dijo que qué tenían los otros lugares que los hacían mejores que este, me quedé pensando por unos segundos, viniendo de cualquier otra persona, aquella era una pregunta tan obvia como absurda, pero en ese momento no se me hizo fácil responder, le dije que podía ser un lugar sin paredes, por ejemplo, me dijo que no había en el mundo un solo lugar sin paredes, aquí están cerca, en otros lugares estarán más lejos, pero tarde o temprano te limitarán entrar o salir, puedes irte al medio del desierto, donde no verás ninguna pared y no por eso dejan de limitarte, si eres libre, entonces no importa donde estés, si no lo eres, entonces no importa donde estés. Debo reconocer que me pareció absurdo su comentario en un primer momento, porque para mí era lógico que el encierro te privaba de libertad, pero entonces él me dijo, la libertad es una ilusión, un sentimiento como la pena o la alegría que no tienen ninguna relación con el lugar donde estés, solo se limita a decidir, y si estoy aquí por mi decisión, entonces estas paredes protegen mi libertad, y no al revés como dices.

Era irrefutable que la única libertad es aquella que te permite ejercer tu voluntad. Me di cuenta que aunque su mundo parecía reducido a un espacio de nueve metros cuadrados, en realidad era enorme, era un hombre que parecía haberse liberado de todas las necesidades, incluso, y hasta cierto punto, de las más básicas, porque apenas comía y solo bebía agua, dormía en el suelo y una manta era todo lo que lo protegía del frío.

Me fui del hospital siquiátrico de San Benito pensando en aquellas cosas que según yo anhelaba en mi vida, en aquellas que me parecían imprescindibles, y preguntándome hasta qué punto podría ser feliz con ellas o sin ellas…preguntándome, si algún día me sentiría realmente satisfecho.


León Faras.

lunes, 29 de octubre de 2012

Y Dios creó a la mujer.

Y Dios creó a la mujer...

Y en ese día sexto, de inmediato nació junto con la mujer el machismo, porque desde el principio de los tiempos le impuso con quien debía vivir el resto de su vida, en ninguna parte dice que le preguntaron a Eva si quería a Adán y es imposible que haya sido el único hombre sobre la tierra… ya sabes, por aquello de que cuando Caín es expulsado encuentra más gente en su camino que no eran familiares suyos. El machismo y todas sus nefastas consecuencias cuando es llevado tan solo un poquito al extremo, es de origen religioso. Apenas es creada, la mujer arrastra al hombre hacia el padre de todos los pecados, bajo engaño de la serpiente, esta última, otra damnificada del Génesis, y como consecuencia la raza humana completa es expulsada del jardín del Edén, en ese mismo momento nace la más apropiada excusa, el motivo más justificado para poner desde ahí en adelante, a la mujer uno o dos peldaños más abajo del hombre, peldaños enormes por lo demás, porque hasta estos momentos, recién está logrando subirlos, y cualquiera sabe que estando arriba, es solo cuestión de tiempo pisar al que está abajo, y así se hizo, una y otra vez. 

Lo primero, fue asumir la incapacidad de la mujer para tomar cualquier tipo de liderazgo negándosele incluso la participación en cualquier toma de decisiones importantes, después de lo del dichoso árbol, las decisiones importantes debían ser tomadas por hombres en lugar de la mujer, incluso (y especialmente) las que le atañían directamente. Esto llevó a que incluso el adjetivo “primogénito” no tuviera originalmente su equivalente femenino, puesto que una hija no servía como heredera, solo para ser vendida como esposa, y era vendida porque literalmente era entregada al mejor postor, la belleza, virtud e incluso la virginidad de una hija era lo que ahora llamaríamos “valores agregados” a la hora de buscarle un marido, y aquello debía ser lo antes posible, es decir siendo apenas unas niñas que tenían su primera menstruación, para delegar la carga que significaba su crianza y obtener los mejores beneficios de ella, sus futuros maridos no siempre serán tampoco ni jóvenes ni apuestos, ni siquiera se les aseguraba un buen trato, la mujer era calificada como objeto, que de ser pertenencia de su padre pasaba a ser pertenencia de su esposo sin que tuviera la menor injerencia en tal decisión. La mujer, su belleza, su atractivo intrínseco, por tanto, también pasaban a ser un objeto, muy valioso si que quiere, pero un objeto, célebre es la frase de Teresa, hija de Bermudo II de León quien entregó a su propia hija al harén de Almanzor para mantener la paz “La paz de los pueblos debe descansar en las lanzas de sus guerreros, y no en el coño de sus mujeres”, sin embargo, Teresa era más útil como obsequio que como mujer. 

Luego, se tomó como clara y obvia, la conexión directa de la mujer con las fuerzas oscuras y demoniacas, ella ya había sido seducida por el diablo una vez y de seguro volvería a serlo, lo cual era tremendamente peligroso para el hombre, siempre propenso a caer en los artilugios seductores femeninos. Esta creencia, nacida en el Génesis, convirtió a la mujer en instrumento del demonio para llevar al hombre por el mal camino, es decir, la mujer ni siquiera era importante en el valor de su alma, era más útil siendo utilizada para capturar almas de varones, que al parecer valían más en los mercados del infierno. Esto resultaba perfecto para exculpar al hombre de casi cualquier atrocidad cometida en contra o por una mujer, pues la responsable sin duda alguna debía ser ella, quien siempre estaba atenta a las órdenes de Lucifer y cuyas maniobras de seducción, eran sencillamente ineluctables. Dicho vínculo de la mujer con el príncipe de las tinieblas, mantenía a esta bajo permanente sospecha, la mujer por tanto, fue obligada, incluso por la fuerza, obligación que nunca fue puesta sobre el hombre, nunca, a ser dechado de pureza, recato, virtud y santidad, como único medio para asegurar su buen camino, puesto que el más leve desliz, aún aquellos que nada tenían que ver con su voluntad, eran inmediatamente asumidos como maniobras demoniacas sin otro objeto que enchuecar la siempre recta vía de los varones. Innumerables han sido las mujeres que murieron sometidas a las más horrendas torturas y vejámenes asegurando su inocencia en las violaciones y vejaciones de las que habían sido víctima. Esto sin contar la abrumadora cantidad de mujeres martirizadas y asesinadas por la Santa Inquisición, bajo absurdo y nunca comprobado, acto de hechicería. 

El placer sexual en la mujer fue brutalmente condenado para evitar que la mujer tuviera siquiera la capacidad de buscarlo, la chocante y atroz práctica de la circuncisión femenina entre otras prácticas no menos crueles, fueron difundidas como medios tan válidos como necesarios para mantener a la fuerza la frágil virtud de la mujer. El hombre en cambio, no padeció ni la sombra de aquello, la circuncisión masculina es un mero trámite al lado de la sufrida por las mujeres, y en muchas culturas, el hombre satisfacía sus deseos sexuales con otros hombres de forma totalmente natural y aceptada, dejando a la mujer solo para la reproducción. Algo así como que Dios le había entregado a la mujer el placer sexual como un obsequio que la mujer era incapaz de utilizar correctamente y que por lo tanto el hombre estaba obligado a arrebatárselo para salvar su alma, un alma que por cierto, permanentemente estaba al borde del abismo. 

Dirás que todo esto es oscurantismo, ignorancia medieval o historia pasada de moda, pero su nauseabunda estela, y los coletazos de este patrón universal aún nos golpean a cada momento, mientras los príncipes azules, falsos y decadentes, todavía contaminan sus tiernas mentes, haciendo más fácil el cumplimiento de la voluntad de Dios. 

León Faras.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Filosofía drástica y trasnochada.

“Todo es una ilusión”, decía un maestro budista de un viejo libro que leí hace poco, y quiero creerle, porque a veces me siento atado, cargado como una mula que lleva media tonelada de basura a ninguna parte en particular, aplastado por la insignificancia de ser una efímera partícula de algo tan grande que ni siquiera puedo ver o dimensionar sin que pueda llegar a ser una parte importante o gravitante dentro de lo que quiera que sea aquello, solo, envuelto en ese individualismo irrompible que significa saber que eres uno y nunca podrás alcanzar algo más que eso, de que una multitud no necesariamente es compañía, y de que la compañía misma es tan frágil como los sentimientos que genera, aun cuando ese sentimiento parezca inmenso. Cuanto de lo poco que tengo y de lo poco que sé, que me he esmerado en saber me es realmente útil, muchas veces uno se topa con la perturbadora idea de que lo importante es insignificante y luego esa misma idea se da vuelta, que lo pequeño y simple es lo que realmente importa, pero nada de eso es completamente correcto, porque todo depende de que lado del río estés, todo es relativo, ¿no?, la tierra es enorme hasta que ves el real tamaño del sol, y este es una vulgar brasa si lo comparas con Antares, lo mismo con mis problemas, mis sueños, mis necesidades… es una estupidez, pero cada vez que quiero darme el gusto de sentir que no estoy bien en algún sentido, me asalta esa gastada y manoseada frase de que ”hay quienes están mucho peor”, ok, lo entiendo, pero luego miras a un lado y te das cuenta que tú eres el único buitre parado aún en el solitario árbol mientras los demás se pelean por el mejor trozo de la carroña, y los que “están peor”…bueno sabes que existen, aunque ninguno de esos buitres lleva un cartel en la cabeza que te lo indique, engullir es la única norma, como patéticos agujeros negros incapaces de tragar más de lo que sus estómagos resisten y obligados a acumular, para no caer en la categoría de los que “no tiene ni donde caerse muertos”, dirás que eso solo se remite a la condición de lo material, de lo tangible, pero podemos ir más allá, si quieres, podemos pensar que nuestro más grande y puro sentimiento no es más que una egoísta necesidad, quien se atreve a pensar que el amor más grande, como el que se le da a un hijo, por ejemplo, es un sentimiento biológico y evolutivamente IMPUESTO para proteger y así asegurar la continuidad de la especie, pura química orgánica, casi suena a pecado, pero muchas especies no lo tienen, y la técnica es simplemente procrear más de lo que el ambiente es capaz de destruir, las tortugas marinas por ejemplo, perdón por lo frío que voy a decir, pero, uno amaría igual a sus hijos si simplemente en vez de tener unos pocos a lo largo de nuestra vida, estuviésemos capacitados para tener miles, la madre naturaleza no siempre comparte ni comprende nuestros sentimientos e inexorablemente estamos unidos a ella, ahhh… el amor, el amor, a veces pienso que no es más que la constante lucha contra ese intrínseco sentimiento de soledad propio de cada uno de nosotros, porque, para qué amamos si no es para sentirnos amados, quien no ama deseando, anhelando que lo amado nos ame, podemos hablar de amor desinteresado, pero hasta que punto ese amor desinteresado es realmente por decisión propia, y no es lo que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida, basta con enterarse de que muchas, muchísimas personas son incapaces de amar de la misma manera porque su vida ha sido carente de enseñanzas en ese aspecto, y entonces lo que amas no es más que lo que te han enseñado a amar. Si te enteraras de que aquel ideal soñado, esa perfección personificada depositaria de todos los buenos sentimientos de los que te sientes capas de entregar no es más que el residuo de años acumulando ideas, parámetros, seca y fría información; si te enteraras que tus parangones de belleza, de conducta, de riqueza (incluso si no los tienes) son información acumulada desde tu más tierna infancia; si te enteraras que los sentimientos son solo una respuesta de tu cerebro hacia lo que, según le han enseñado, es bienvenido o mal venido, entonces, los sentimientos carecen de valor, por eso, y ahora lo veo, las religiones pregonan amar incluso aquello que desprecias o que te desprecia, porque si no, es como no amar nada. Me gustaría que alguien me dijera, así, a ciencia cierta, cuantas de las certezas a las que me aferro son naturales y cuantas artificiales, entiéndase, fabricadas por el hombre, por ejemplo, quien tiene la certeza de que la maldad es maldad y la bondad es bondad si desconoce los resultados de estas, quien tiene la certeza de que los sueños se cumplen si la mayoría son olvidados, de que aquello último que compré o que compraste realmente lo necesitabas, de que tengo que ir al trabajo todos los días, de que tengo que comer balanceado o dejar de fumar, de que una vida sana te hará vivir más o mejor, de que si engordas eres menos atractivo para quien sea que deba encontrarte atractivo, de que el total de las enfermedades son reales, de que estamos destruyendo el planeta, de que somos libres, de que somos pobres o ricos, de que lo que ves, es lo que es. Una vez oí una historia sobre un pollo que salía temprano en la mañana a recorrer el campo y una vaca…bueno…lo cagaba. Pero el pollo sintió que ya no tenía frío, que estaba cómodo y abrigado ahí, dentro de la bosta, pero luego vino un cernícalo, jote, halcón o algo así, y lo sacó de donde estaba para comérselo… bueno, la moraleja es que no siempre el que te caga te hace un daño y no siempre el que te saca de la mierda es para ayudarte…esto solo me confunde más… a que atenerse entonces, si Dios debe sonreírse al enterarse de mis necesidades absurdas y patéticas, y no menos de mis problemas y aflicciones, eso si Dios existe, cosa que no voy a cuestionar, no por temor, si no por ignorancia hacia el real concepto de lo que es Dios por sobre el que me han dibujado…el viejo pascuero o papá Noel o como lo llamen, todos sabemos que no existe, pero cualquiera puede serlo para uno o dos niños en navidad, Dios es lo mismo, pero todos los días. Me atengo a la ignorancia, mi ignorancia es mi única certeza, es lo único que tengo y estudio y aprendo solo para verla con mayor claridad, para dimensionarla sin nunca lograr hacerlo del todo, eso me lleva al punto, paradójico por cierto, de que, mientras más ignorante me siento, por ende mejor soy, hasta el paroxismo, o sea un iluminado, no me miren así, seguramente Buda, Cristo o Mahoma eran completamente ignorantes. 


 León Faras.

jueves, 18 de octubre de 2012

Para Dulcinea.

Pocos han de ser los enemigos
que en tu nombre he de doblegar 
si tu exquisita belleza ha de igualar 
las hazañas que tu servidor ha pretendido 

A todos ellos postraré a tus pies 
derrotados y sometidos a tu escrutinio 
arrepentidos y humildes como un niño 
cuya travesura no volverá a cometer. 

He oído de torvos gigantes 
cuya sola existencia ofende tu beldad 
atrevidos, se jactan de su maldad 
serán polvo bajo los cascos de Rocinante 

Lucharé hasta gastar mi último aliento 
solo para enaltecer tu inmaculado nombre 
y que ningún impertinente en sombre 
tu rutilancia, ineluctable como el viento. 


 León Faras.

miércoles, 3 de octubre de 2012

La Bibliotecaria. Un cuento Steampunk. Final.


Diana guió a la pareja entre las instalaciones hasta una enorme cortina de metal formada de placas articuladas. Mientras caminaba, fue aclarando sus dudas sobre el cómo lograría volar ese armatoste si no contaba con ninguna turbina ni hélice de ningún tipo que lo propulsara, además las alas que le había puesto eran desproporcionadamente enormes y torpes, y su estructura llena de articulaciones, arruinaban cualquier intento de estabilidad en el aire. Diana presionó un botón y la cortina comenzó a correr hacia un extremo, tanto la Bibliotecaria como Marcus se quedaron con la boca abierta durante varios segundos. Un hermoso y enorme dragón de metal con un imponente cuello de cisne curvado en una “S” perfecta, yacía sentado sobre una plataforma montada sobre rieles, sus alas recogidas, cubrían su cuerpo en gran parte, el cual estaba rematado en una larga cola de látigo con punta de flecha. Poseía tres cabinas de controles, una en la grupa del animal, desde donde se manejaban las fuentes de energía y las presiones que movían toda la estructura, ahí fue instalada la Bibliotecaria. La segunda se encontraba en la cruz del dragón, cerca de donde comenzaba el cuello y en la cual estaban los controles de maniobra y velocidad, donde se instaló Diana, y la tercera estaba en la cabeza, en la que su operario se encargaría de los dos cañones de repetición rápida y del poderoso cañón central, que disparaba gas inflamado encapsulado bajo presión en burbujas de sutilísimo metal líquido. Luego de atarse el cinturón que la aseguraba a su asiento y ajustarse las gafas de aviador, la Bibliotecaria comenzó a poner en marcha las calderas internas del dragón, que pondrían en movimiento toda la estructura además de comenzar a calentar y distribuir el Vitrón por las venas del animal artificial. Al alcance de su mano se encontraban los controles de la plataforma bajo ellos, los activó y una aguja comenzó a acusar el aumento de presión en el mecanismo que lanzaría al dragón de metal por la gran abertura en frente hacia el vacio de los acantilados, “posición de despegue” gritó la Bibliotecaria y bajo los comandos de Diana, la criatura mecánica se agazapó, estirando su cuello como una lanza y despegando ligeramente las alas del cuerpo, prestas a desplegarse. En ese momento, una sirena comenzó a sonar estridente por sobre el ruido de los motores que funcionaban a esa hora, las luces, parpadeantes en un principio, comenzaron a iluminar todo el hangar. Un guardia, al otro lado de las instalaciones notó la cortina abierta y tras estas, vio los movimientos del dragón, un despegue no autorizado estaba en proceso y en poco tiempo, los gritos y los pasos apresurados se multiplicaron. Hombres armados llegaban de todas partes, “¡vámonos de aquí!” gritaba Marcus comenzando a ponerse nervioso por la agitación que habían causado, pero aún no podían, la temperatura del Vitrón era insuficiente, y el aparato que los expulsaría fuera no alcanzaba la fuerza necesaria, caerían inexorablemente como una roca si se apresuraban.

            Guardias armados comenzaron a acercarse lentamente y con sus rifles dispuestos, dando órdenes, Diana lentamente sacó sus manos de los controles y las mostró, mientras Marcus sonreía nervioso susurrando un “¿Qué estamos esperando?”, solo la Bibliotecaria se mantenía inmutable, el manómetro de la plataforma ya tenía energía comprimida suficiente, pero la temperatura del Vitrón demoraba en cubrir una extensión enorme como el cuerpo de Zafiro. Un guardia se acercó hasta casi apuntarle a quemarropa, “salga de ahí señora…” sus palabras sonaron con escasa convicción, la Bibliotecaria sonrió con inocencia, mordiéndose el labio inferior, “No me dispararás, ¿o sí?, ¿acaso no sabes que no puedo moverme?...” El guardia dudó, el Vitrón alcanzó su máxima expansión y la Bibliotecaria accionó la plataforma. Un grito desde el otro lado apenas se oyó por sobre el rugir que produjo la explosiva descompresión, “¡¡deténganlos!!” Belisario acababa de llegar, cuando toda la estructura, con el dragón encima fue impulsada hacia delante en un impresionante chasquido, como una catapulta, lanzando al colosal aparato al vacio, mientras decenas de inútiles disparos se perdieron en el espacio. El armatoste fue arrojado con la gracia de un clavadista, perdiendo altura a medida que avanzaba, Marcus apenas se recuperó del golpe que le produjo la inercia, comenzó a gritar al ver el suelo ante él acercándose a una velocidad vertiginosa, mientras Diana, concentrada en sus instrumentos, aguardó el momento indicado para accionar los pedales aferrada a los controles, las enormes alas se desplegaron en un solo movimiento y el dragón de metal describió una gran curva, elevándose en un planeo largo y majestuoso, incluso Marcus respiro con alivio y hasta disfrutó del vuelo, pero sólo por unos momentos.

            Tres impactos de bala recibió Zafiro en el cuello, uno logró perforar el metal y otro rebotó muy cerca de Diana. Una de las naves Saeta ya le había dado alcance soltando una ráfaga sobre ellos, antes de recoger sus alas hacia atrás como una polilla y elevarse, a gran velocidad por sobre la cabeza de Marcus, dos Saetas más se acercaban muy abiertas, una por cada lado. “El cañón principal es demasiado poderoso, usa los de repetición”, Marcus oyó la voz de la Bibliotecaria casi en su oído, se escuchaba cavernosa pero con claridad, tardó unos segundos en percatarse de la bocina que tenía junto a su cabeza, un tubo de bronce que conectaba los tres controles que gobernaban a Zafiro, “¡te escuché, te escuché!”, respondió con emoción, incrustando sus ojos en los visores que tenia enfrente a través de los cuales veía el horizonte cortado por dos líneas en cruz. Diana describía en el cielo amplios círculos subiendo y bajando en piruetas para esquivar los insistentes ataques de las Saetas que los acosaban, como esos perros salvajes que cazan grandes presas en las sabanas africanas. A veces tenía éxito. En sus movimientos logró ponerse tras una saeta por escasos segundos que Marcus aprovechó para soltarle una ráfaga que le partió la aleta de cola y le alcanzó la turbina, la máquina dañada perdió el control y cayó girando sobre si misma, pasando a llevar la proa de una barcaza anclada a la fortaleza. La explosión fue presenciada de cerca por Belisario desde el puente, “alisten la artillería”, si las Saetas no eran efectivas, los obligaría a acercarse al alcance de los poderosos cañones de la fortaleza. La Bibliotecaria observó como el poder del primer par de calderas del dragón disminuía, y comenzó a usar el segundo, después de esas, solo le quedaría la reserva. En un vuelo recto, Zafiro podía cubrir grandes distancias sin problema, pero con todas las maniobras que estaban obligados a hacer, la energía se agotaba rápidamente. Las dos Saetas que quedaban atacaban alternadas por ambos flancos, cruzándose de un lado a otro, como pequeñas aves que defienden su nido de una mayor, acertando en sus disparos con alarmante efectividad, que Diana hacía lo posible por evitar. Marcus tenía menos suerte, con unos blancos tan pequeños como rápidos. La suerte los acompañó cuando el dragón se elevaba y en un movimiento brusco, Diana lo volvió en picada hacia el piso tratando de esquivar los disparos que le propinaban desde atrás, el ala de Zafiro impactó de lleno sobre la Saeta que volaba paralela al dragón, enviándola al suelo en línea recta, la explosión de esta última fue generosamente celebrada por la tripulación del armatoste.

            -El resto de las Saetas están listas, señor, ¿las enviamos?- informó un guardia a Belisario que contemplaba el combate aéreo en la boca del hangar.

            -No- respondió inmutable –ordena a las barcazas que suelten bombas sobre la ciudad, los haremos regresar.

            El guardia pareció no comprender la orden.
            -¿Señor…?

            -Ya me oíste –con la mirada de Belisario, el guardia comprendió que no habrían más explicaciones.

            La drástica orden fue transmitida por señales de luces a las barcazas, las cuales solicitaron repetición y confirmación de la orden antes de ejecutarla. Aún incrédulos, los comandantes la pusieron en marcha.

            La solitaria Saeta dio un amplio giro y volvió a la fortaleza, Diana le siguió. Reparó en las barcazas que se desenganchaban y avanzaban lentamente, “será fácil huir de esas”, pensó, y se aprontó a dar la vuelta cuando la primera bomba cayó sobre la periferia de la ciudad, “¿¡qué rayos fue eso!?”. Los tres tripulantes de Zafiro contemplaron como una porción de la ciudad era totalmente destruida por una explosión absurda, parecía un error, un accidente, pero solo pasaron unos segundos hasta que otra bomba cayó, de parte de una segunda barcaza próxima a la anterior, “¿pero que se supone que están haciendo?”, chilló la muchacha enfadada, “¡Maldito seas! Somos nosotros o la ciudad”, sentenció la Bibliotecaria, comprendiendo el abyecto plan de Belisario. Una tercera bomba fue lanzada y el terror y el caos se desataron entre la población de Ruguen.

            No había forma de que las barcazas aerostáticas esquivaran el ataque de Zafiro, eran demasiado vulnerables. Un vuelo alto, un amplio rodeo, y se encaminaron hacia la barcaza más próxima, la primera en bombardear la ciudad. Su comandante debe haber pasado un buen susto, al ver ese amenazante armatoste de metal acercándose rápidamente a su nave de madera. Marcus con los ojos pegados al visor y los pulgares en el gatillo del cañón principal, aguardando solo asegurar el objetivo. Un golpe violento sacudió a Zafiro y a toda su tripulación, desestabilizándolo por momentos, parecía como si hubiesen chocado con algo. Demasiado tarde para salir de la trampa. Un enorme y humeante cañón se asomaba por una escotilla circular y giratoria a un extremo de la boca del hangar, el impacto había dañado seriamente las costillas de la criatura mecánica que lo había soportado a duras penas. Otro cañón les esperaba en el otro extremo. La Bibliotecaria alarmada, notó como descendía la presión del Vitrón, ya no había forma de huir, en solo minutos el peso los haría caer como roca, Diana intentó con poco éxito elevarse mientras insistentes ráfagas de metralla golpeaban la barriga de Zafiro, “Hay que salir, hay que salir, ¡¡hay que salir de aquí!!”, la Bibliotecaria llevó su voz en aumento hasta terminar en un grito desesperado, que Diana oyó sin necesidad del comunicador, mientras Marcus, sin usar el visor para apuntar, simplemente comenzó a soltar bolas de fuego contra la fortaleza. Una hizo desaparecer el globo que sostenía a una de las barcazas, la que se estrelló contra el suelo inexorablemente, otra se coló en la boca del hangar provocando una gran explosión entre los artefactos ahí acumulados, otras más chocaron contra las paredes de la fortaleza salpicando material candente en todas direcciones. Diana accionó la palanca junto a su asiento y este salió expulsado de Zafiro por una catapulta, un tubo adherido al respaldo, infló en cuestión de segundos un globo de helio que contuvo su caída, la Bibliotecaria le siguió no sin antes insistir en sus gritos. Marcus vio la fortaleza encima y se apresuró a huir, pero un violento choque lo aturdió a medias. El segundo cañón golpeaba de lleno a Zafiro descuajándole una de sus alas y haciéndolo girar completamente sobre si mismo.

La Bibliotecaria vio impresionada mientras descendía suavemente, como el dragón penetraba por la boca del hangar cayendo con todo su peso dentro de la fortaleza, provocando una explosión ingente, que se vio aflorar por todas las grietas y recovecos del edificio. Mientras Diana, alejada unos metros gritaba “¡Don Aurelio!, ¡no lo veo!, ¡no veo a don Aurelio!”.

Marcus despertó aún sintiendo como las llamas deshacían su cuerpo en un último segundo de vida, pero el calor y el dolor solo estaban en su recuerdo, pronto notó que ya no estaba sobre Zafiro, si no, atado a la silla en el palacio de Leonor y bajo la asombrosa máquina del profesor Pigmalión. Había regresado a su cuerpo, maduro y mutilado. Frente a él, la Bibliotecaria y Diana le observaban, recién conociendo al hombre que había suplantado a Aurelio. Un poco más atrás divisó a su mujer y a su hijo, ambos se veían sanos y salvos, mientras Leonor sonreía encantadoramente, “Buen trabajo Marcus, buen trabajo”.

Fin.

León Faras.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Gladiador.


Oigo a la multitud enardecida 
clamando por mi sudor y mi sangre, 
que les pertenece como tuyo 
será el aliento de mi expiración. 

El sabor de la arena del último sol, 
será aliciente de mi recuerdo perenne 
que te transportará junto a mi 
entre los pliegues de mi alma. 

Estoy por debajo de las bestias 
solo soy dueño de mi dolor 
mi única decisión ha sido amarte 
y también mi única posesión. 

Miedo y desesperanza en el aire 
la muerte al final del callejón 
sonríe y acoge como una madre 
de la cual todos somos hijos. 

Cuando los dioses prometan libertad 
mi promesa seguirá vigente. 
La saliva se espesa, la sangre golpea. 
Ave Cesar, los que van a morir te saludan. 


 León Faras.

martes, 25 de septiembre de 2012

La Bibliotecaria. Un cuento Steampunk.

Parte 3.

Marcus descendió por una escalera de mano, hasta una habitación menos amplia que el salón superior, oscura casi en su totalidad. En frente de él una cama, amplia y ordenada y junto a ella un biombo, detrás del cual se apreciaba una fuerte luminosidad. Un murmullo como de un motor pequeño sonó y el biombo comenzó a recogerse, tras él apareció una mujer bastante joven sentada tras un escritorio con una poderosa lámpara eléctrica sobre él. 

-Vaya, Leonor hizo un muy buen trabajo contigo. Estoy impresionada. La chica no era dueña de una gran belleza, pero era encantadora, además su sonrisa y el sonido de su voz eran muy agradables. 

-¿Dónde está la Bibliotecaria? y ¿quién eres tú?- para Marcus, por lo poco que sabía era imposible que esa muchacha fuera la Bibliotecaria. 

-Ya sabes quien soy, y yo sé quien no eres tú. Tú no eres Aurelio, él jamás tocaría esa escalera con sus manos ni aunque su vida dependiera de ello 

-Una chiquilla como tú no puede ser la Bibliotecaria, no juegues conmigo y dime donde está ella.

-Bueno, no se me permiten envejecer, eso no es decisión mía, pero no te engañes con mi apariencia, yo soy la Bibliotecaria. Yo le di a Leonor la información necesaria para que construyera esa máquina que te trajo hasta aquí. 

 Para la edad que se supone debía tener, se veía bastante joven, pensó el hombre, eso haría más fácil su trabajo, sólo debía deshacerse del guardia de allá afuera. Marcus comenzó a recorrer el cuarto con la vista en busca de cualquier cosa que le sirviera, cuando el ronco ronroneo de un motor que se ponía en marcha le llamó la atención. La muchacha salía de detrás del escritorio sentada en una aparatosa silla, como un cajón enorme de metal sobre gruesas ruedas, donde estaba empotrada. Se movía lento y pesado, con gruesos y dientudos engranajes haciendo un gran esfuerzo por avanzar un par de metros. Esa cosa debía de pesar una tonelada, al parecer lo de sus piernas era cierto. La muchacha tomó un bolso de cuero y comenzó a llenarlo de cosas, luego se acercó a su cama y cogió de sobre ella una especie de juguete, un conejo de brillante metal, “tú vienes conmigo”, murmuró y con un ligero movimiento el animal mecánico se agarró con sus patas al tirante del bolso de su dueña, acto seguido se detuvo frente a Marcus con mirada expectante. 

-Ya estoy lista, ¿nos vamos?- le dijo. 

El hombre la miró confundido, parecía como que tenía todo perfectamente planeado. 

-No es tan fácil- respondió algo contrariado por el exceso de soltura de la mujer- hay un guardia allá afuera y… 

-Ah, no te preocupes por Tadeo- la mujer lo interrumpió -lo conozco bien, yo me encargo de él, solo ayúdame a subir esa escalera. 

Marcus le obedeció, parecía segura de lo que decía y si podía deshacerse del guardia sería un obstáculo menos para él. Así que la ayudó a subir hasta dejarla sentada en la superficie. Inmediatamente Tadeo se acercó preocupado de ver a aquella mujer fuera de su habitación. La Bibliotecaria le sonrió y comenzó a darle todo tipo de excusas y explicaciones en tono suave y ameno que el guardia escuchaba sin convencerse, mientras tanto, a Marcus se le ocurrió una idea, se dirigió a la cama y luego de desarmarla sacó las sábanas y comenzó a rasgarlas mientras ponía atención a lo que sucedía arriba, “ay Tadeo por favor deja ya de preocuparte, mira…” la mujer parecía desplegar todo su encanto hablando con su carcelero hasta que un sonido muy parecido a un disparo terminó con la conversación seguido de un golpe de un cuerpo cayendo al piso, “mierda” dijo Marcus y de dos zancadas se asomó a la superficie sacando la cabeza por la compuerta. 

La Bibliotecaria estaba ahí sentada en el mismo lugar donde la había dejado, en su mano sostenía un revólver de un diseño desproporcionado, con una nuez enorme y un cañón ridículamente corto y grueso del que salía un delgado hilo de humo. Tadeo yacía en el suelo. 

A Marcus casi se le salían los ojos. 

-¿Qué has hecho?, ¿lo mataste?, ¿de dónde sacaste esa arma? La mujer le dirigió una mirada cargada de dulce picardía. 

-¿Esto?, bueno, a veces ayudo a los muchachos y ellos me devuelven el favor de distintas formas, ah, pero jamás mataría a Tadeo, él es un buen hombre, solo duerme, es que… es algo testarudo. Ahora tíralo dentro y larguémonos de aquí. 

Luego de unos minutos, Marcus hacía descender atada por debajo de los brazos con una cuerda hecha de las sábanas a la Bibliotecaria hasta la pasarela por donde él había llegado. Una vez abajo, y pese a las protestas de ella, se la ató a la espalda “Esto es humillante” dijo la mujer, pero él no le hizo gran caso, y se puso en marcha lo más rápido que podía por las delgadas pasarelas de metal, amortiguando las pisadas. De pronto se detuvo de golpe, un guardia estaba parado algunos metros sobre ellos en un pequeño balcón, Marcus se apegó a la pared curvada, y avanzó lento, aprovechando las sombras que aún proporcionaba la noche, logró alejarse pero en frente de ellos apareció otro que recién salía. 

-Agáchate, tengo una idea- le susurró la Bibliotecaria. 

Marcus, sin comprender qué sentido tenía la orden que le daba, obedeció con desconfianza. 

-No le dispares, o el tipo de allá arriba nos descubre y… 

La mujer lo hizo callar con un gesto y se desprendió de su bolso el conejo de metal, le hizo girar una pequeña llave en un costado y lo dejó en el suelo, apuntando al guardia en frente de ella y lo soltó. La mascota mecánica comenzó a avanzar con pasos rígidos que desbordaban ternura al igual que el resto de su anatomía, el guardia no tardó en reparar en él e intrigado lo tomo del suelo, observó con curiosa atención el largo bostezo que el conejo comenzó a dar hasta que una nube azulada salió del hocico del juguete, el guardia lo soltó pero el gas le produjo un mareo incontenible que lo obligó a sentarse y de ahí no se movió más. El conejo en cambio luego de un par de botes sobre el piso de metal se perdió en la oscuridad de la caída. 

Marcus miró a su compañera con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido, “sí que estaba preparada”, pensó. 

 Los hangares estaban cerca, seguro encontrarían alguna máquina para la huída. El amplio lugar estaba pobremente iluminado cuando Marcus y la Bibliotecaria llegaron, un par de enormes barcazas sin sus globos se encontraban varadas allí. Colgados con cadenas del techo, varias piezas enormes, motores y calderas se mantenían a la espera de ser utilizados, también algunos de los nuevos vehículos aéreos con alas desplegables y poderosas turbinas que se estaban construyendo, las rápidas Saetas, su agilidad era gracias al nuevo adelanto que la Bibliotecaria les había incorporado, el Vitrón, una sustancia distribuida desde la caldera a todo el resto del vehículo, y que al ser calentada anula hasta en un sesenta por ciento la ley de gravedad, haciendo posible el raudo vuelo de los pesados aparatos. En ese momento se escucharon unos rápidos y sonoros pasos sobre los pasillos de metal, que en aquel lugar abovedado, parecían rebotar en todas partes y venir de todos lados. Incapaces de identificar a tiempo la dirección, una puerta se abrió a sus espaldas y una silueta apareció sobre ellos. 

 -Señor Aurelio, ¿qué está haciendo aquí?- Diana estaba parada a un par de metros de altura en un pequeño balcón de metal al que había salido, junto a ella una escalera llegaba casi a los pies de Marcus. Completamente vestida con su tenida de trabajo habitual, era difícil saber si llevaba mucho rato levantada o aún no se había acostado. Traía en su mano el conejo de la Bibliotecaria. 

-¡Diana!- La Bibliotecaria le sonrió con naturalidad, aún atada a la espalda de Marcus- Dime, ¿dónde tienes a Zafiro, está terminado? 

La muchacha no entendía nada, le costó trabajo salir de su asombro y más aún, identificar a esa mujer. 

-¿Zafiro?, sí…pero… ¿por qué me preguntan a mi?, yo solo… 

-¿Por qué?- la mujer le interrumpió –pero si tú eres la mejor mecánica de aquí, yo misma pedí personalmente que te dieran los planos de Zafiro. 

Diana comenzó a entender de a poco, era cierto, le habían dicho que la Bibliotecaria había solicitado que la construcción del armatoste, como la muchacha le llamaba, se la confiaran a ella, pero no podía creer que aquella mujer, graciosamente cargada como bulto a la espalda de un Aurelio completamente sudado y con manchas de hollín en el rostro, fuera la persona que más admiraba. 

-¿Bibliotecaria…? 

-Bueno, este no es mi mejor aspecto pero naturalmente soy yo. 

-¡Lo sabía!- casi gritó Diana de emoción –cuando esto cayó junto a mi ventana, sabía que eras tú…- dijo refiriéndose al conejo de metal. 

-¿Pues les molesta si dejamos esta plática para después?- Marcus interrumpió las presentaciones con acidez y agregó –me gustaría que nos larguemos de aquí tan pronto como podamos. 

-¿Largarse, a donde?- Diana parecía profundamente decepcionada –no puedes irte, si yo vine hasta aquí por ti… 

-De hecho- dijo la Bibliotecaria -pensaba en pedirte que nos acompañaras. 

-¿¡Qué!?- Marcus debió hacer un gran esfuerzo para voltearse a ver a la mujer que llevaba en su espalda. 

-Pues yo no puedo manejar a Zafiro- dijo la mujer señalándose sus inexistentes piernas –y tú no tienes idea de cómo hacerlo- agregó. 

-Yo lo haré- dijo Diana con decisión –es por aquí.


León Faras.

jueves, 20 de septiembre de 2012

La Bibliotecaria. Un cuento Steampunk.


Parte 2.

Marcus despertó y respiró hondo, un perfume agradable le hizo alargar esa inhalación lo más posible, lo cubrían sábanas impecablemente blancas de una tela tan suave que le fue imposible identificar. A su lado descubrió la hermosa y blanca espalda de una mujer joven, con negros y largos rizos que se desparramaban adheridos a su piel y a las telas sobre las que dormía. Estaba sorprendido, pero se sorprendió aún más al reparar en que el brazo izquierdo que había perdido hace más de quince años estaba ahí, completo y perfectamente funcional. Como si despertara después de una borrachera, Marcus intentó recordar lo sucedido antes de dormirse en aquel lugar. Recordó una celda, en la que estaba junto a su mujer y su hijo pequeño, también que lo ataron con correas de cuero a una silla, recordó a Leonor que le decía que le necesitaba por los más de treinta años que había servido guardando la fortaleza. Luego apareció en su memoria la Bibliotecaria, una mujer a la que no había visto nunca, pero que al igual que el resto del mundo, conocía y sabía lo que hacía, era a ella a quien debía ayudar, eso le había dicho Leonor, si lo hacía bien, sería generosamente recompensado, si le traicionaba, no volvería a ver a su familia. Él protestó, diciendo que para un viejo mutilado, la labor que le pedía era imposible, pero la hermosa mujer solo le respondió que eso no sería problema. Lo último que recordaba era que Leonor, con una sonrisa encantadora, le decía: “no me hagas ir a buscarte”. 

Se miró las manos, eran tan pulcras y suaves que parecían las de una mujer, y no cualquier mujer. No sabía donde estaba, ni por qué su cuerpo lucía tan diferente, observó en la pared de en frente un lujoso reloj ricamente ornamentado con un par de finos engranajes a la vista, marcaba las tres y cuarto, supuso que de la madrugada, estaba desnudo, su vista dio con un hermoso espejo sobre una cómoda arrimada a la pared al otro lado de su compañera, con un leve movimiento pudo observar el reflejo del rostro de esta, era nada menos que Lucila, la hija de Belisario, señor de Ruguen. Él también se observó en el espejo, aunque solo fue para confirmar que ocupaba el cuerpo de Aurelio, el esposo de Lucila, ¿cómo había llegado ahí?, y ¿cómo era posible que estuviera en el cuerpo de otro hombre?, no comprendía nada. Marcus se levantó con cuidado de no despertar a la mujer, se vistió con la pulcra y delicada ropa de Aurelio y se alistó a salir, le llamó la atención la colección de guantes que aquel tipo coleccionada en una parte principal de la cómoda. A la derecha vio un balcón que daba a los acantilados y a la ciudad, se quedó varios segundos admirando la hermosa vista que ofrecía una barcaza aerostática que flotaba anclada a la fortaleza varios metros por debajo de él, la luna la rodeaba con su luz, adquiriendo un toque casi fantasmal, de blanca claridad y profundas sombras, donde resaltaban pequeños puntos luminosos amarillentos de luz artificial, como expectantes ojos de una criatura fantástica. Marcus salió del dormitorio. Estaba en la parte más alta de la fortaleza, la habitación de la Bibliotecaria estaba en el otro extremo, el que daba a los bosques. Sabía que había un ascensor en el fondo del corredor, pero ese era un artefacto que él, como guardia, jamás había utilizado, para él eran mucho más familiares las escaleras de mano de metal, que se conectaban con los angostos pasillos protegidos por barandas, adheridos a las paredes y que recorrían toda la periferia de la fortaleza entrando y saliendo de ella, subiendo y bajando, uniendo los numerosos puestos de guardia, con todo el resto de las instalaciones. Uno de esos puestos de guardia era la escotilla de entrada al cuarto donde estaba la Bibliotecaria, una compuerta redonda ubicada en el suelo. El hecho de que la entrada fuese vertical era algo que Marcus no había comprendido, hasta que se enteró de que aquella mujer no tenía piernas. En eso pensaba cuando se detuvo de golpe, volvió la vista atrás y vio una de las portezuelas de los conductos por donde era lanzada la ropa sucia a la lavandería, las recordaba bien, su mujer trabajaba ahí cuando se conocieron, y la lavandería era un buen lugar para desplazarse hacia la habitación de la Bibliotecaria, poca luminosidad y mucho donde ocultarse. Marcus se introdujo en aquel conducto, la pendiente era pronunciada pero graduó su descenso apoyando firmemente los pies en el techo. Una vez abajo Marcus se movió rápido y sigiloso por el angosto pasillo de rejilla que atravesaba todo el lugar por entre los enormes contenedores equipados con ingeniosos mecanismos conectados a poderosos motores, que hacían el trabajo de varias personas rápidamente, hasta llegar a un corte abrupto al final de los lavaderos, en frente continuaba otro corredor el cual tenía salida a una pasarela de metal que recorría la fortaleza por fuera, y que terminaba justo debajo de la habitación de la Bibliotecaria, sin dudarlo, utilizó los tubos de hierro pegados al muro para llegar al otro lado, no sin la desconfianza que le producían sus pulidas manos, recorrió la pasarela en un par de minutos hasta una escalerilla que subió rápidamente hasta su objetivo. El lugar era un salón anular bastante amplio, con enormes ventanales en la porción de la pared que daba al exterior, en el centro del piso un gran anillo de metal brillante y dentro de este, orillado hacia un extremo, la escotilla, redonda, abombada y con una manivela. Marcus se aproximó para hacerla girar cuando oyó que le hablaron a sus espaldas. 

-¿Señor?...- un guardia estaba de pie en la entrada, parecía muy sorprendido y tenía bastantes razones para estarlo, él veía a un Aurelio sudado, con la camisa arrugada y sucia con polvo, abriendo la compuerta de la Bibliotecaria a las cuatro de la madrugada. Una imagen totalmente opuesta a la que el verdadero Aurelio representaba, un hombre obsesionado con la pulcritud, renuente a cualquier tipo de ejercicio o trabajo físico y con nulo interés por nada que no fuera su apariencia y sus vanas obligaciones. Marcus reconoció a aquel guardia. 

-Escucha Tadeo- el guardia se sorprendió aún más si cabía, de que lo llamara por su nombre -tengo que ver a la Bibliotecaria, es muy importante. 

-Señor, usted sabe que eso no es posible sin una orden verbal del señor Belisario. 

-Sí, lo sé pero- Marcus improvisaba –tengo un problema grave, necesito su ayuda. 

-Pues solo tiene que hablar con el señor Belisario para que lo autorice. 

-No puedo hablar con él, porque se trata de algo “delicado”- esta última palabra Marcus la pronunció con especial deferencia y alternando su mirada entre el guardia y su propia entrepierna, hasta que consiguió que la vista del guardia cayera ahí para mostrarle su mano con el dedo índice curvado hacia abajo, como un garfio. Entonces el guardia comprendió todo y todo lo que le había parecido absurdo e irregular tuvo sentido de pronto. El señor Aurelio tenía problemas en su intimidad y eso lo explicaba todo. 

-Ya veo señor, créame que ahora le comprendo, no se preocupe, seguramente ella podrá ayudarle, es una gran conocedora- Tadeo se mostraba ahora muy diligente, dirigiéndose él mismo a la escotilla para abrirla. 

-Eso espero Tadeo, eso espero…- respondió Marcus, simulando mucha gravedad en sus palabras pero con una enorme sonrisa interior.


León Faras.

sábado, 15 de septiembre de 2012

La Bibliotecaria. Un cuento Steampunk.

Parte 1.

El pesado tren atravesaba la pálida y descolorida ciudad de Ruguen rompiendo la neblina del atardecer con su único y poderoso foco delantero, no era como los otros elegantes y ornamentados trenes de pasajeros que mesclaban con habilidad la belleza de la madera barnizada con los relucientes metales bruñidos y la calidez del cuero, no, este más parecía una enorme y bulliciosa oruga de hierro que se arrastraba a gran velocidad dejando tras de si un espeso nubarrón de humo negro que llenaba de hollín los árboles que flanqueaban el camino. Se detuvo entre chillidos y resoplidos bajo uno de los enormes hangares de la fortaleza de Ruguen en la cima de la colina que dominaba toda la ciudad y cuya gran boca daba a los acantilados, donde un par de barcazas aerostáticas levitaban, suavemente mecidas por la brisa. Los trabajadores ya entregados al relajo a esa hora, se desperezaron para descargar los materiales que acababan de llegar, las conversaciones fuertes y las risas se multiplicaron rápidamente. Un hombre de mediana edad con una hoja en la mano, verificaba que los objetos que entraban a bodega concordaran con el pedido que se había hecho, a su lado se detuvo una muchacha con varios rollos de papel bajo el brazo y otro abierto en las manos, tenía un pañuelo atado en la cabeza, pesados anteojos de metal sujetos por un cintillo y un buzo idéntico al de los otros obreros pero con ridículas ataduras y dobleces para ajustarlo a su menuda figura. Heredera de una larga generación de mecánicos ferroviarios, Diana se había hecho un espacio en ese rudo mundo de calderas y engranajes a fuerza de trabajo e inteligencia, además de los conocimientos acumulados desde su niñez, trabajando sin pudores junto a los hombres de su familia. 

-¿Cómo se supone que haré volar este armatoste?- dijo con algo de preocupación la muchacha, sin despegar la vista del papel abierto en sus manos. 

-Tú solo básate a los planos- respondió el hombre con relajo –si vuela o no, es problema de la Bibliotecaria.

-Lo sé, pero esta cosa es como pretender ponerle alas a un…- Diana comenzó a mirar a su rededor en busca del ejemplo más apropiado- ¡…a una locomotora!- concluyó, con los ojos muy abiertos y las cejas levantadas. 

-En lo que a mi respecta, las alas son para los pájaros- replicó el hombre mientras hacía un tic en su hoja- pero no seré yo quien vaya a discutir con esa mujer. 

-Ni yo- replicó la muchacha enchuecando la boca en una especie de sonrisa- es solo que me gustaría que por una vez, ella viniera aquí para que me explicara un par de cosas… 

-Olvídalo, es demasiado valiosa como para que la saquen de ese agujero. -Sí, es solo que yo vine aquí por ella, Tobi, esperando aprender algo de todas las cosas maravillosas que ella conoce- contestó Diana con algo de frustración, al tiempo que se retiraba de vuelta a sus labores. 

-¡Tobías!, ¡mi nombre es Tobías!- protestó el hombre con un disgusto espontáneo, pero la muchacha ya no le podía oír. 

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La ciudad en su mayoría se adormecía, dando por terminada la jornada, excepto en el bello y antiguo palacio de piedra del Río, donde el abundante humo que brotaba de sus chimeneas, anunciaba que la actividad de su industria estaba aún muy activa. 

Leonor se acomodó en el asiento destinado para ella, una de sus hermosas y bien formadas piernas emergió de los abultados pliegues de su vestido rojo al cruzarla por encima de la otra. Su sonrisa era sutil, pero satisfecha, mientras observaba el cuerpo inerte de uno de sus oficiales atado con numerosas correas de cuero a la silla de madera debajo de la temible estructura que el Profesor Pigmalión llama orgullosamente, su “obra maestra”. Un prisionero está parado frente a Leonor, a pesar de su aspecto deplorable, su postura es orgullosa y su mirada, desafiante. La mujer le hace un gesto con la cabeza para indicarle que actúe, el cautivo se inclina levemente pero con profundo respeto, luego se dirige hasta un rincón alejado donde le espera un guardia armado con un lustroso y elegante rifle de repetición, que entona a la perfección con las piezas de metal que protegen las partes vulnerables de su cuerpo. 

-No falles- le ordenó el prisionero en tono severo al guardia tras él, quien levanta su arma y le apunta a quemarropa, directo a la nuca. 

-No, señor- respondió el soldado con respeto, justo antes de volarle la cabeza. 

La máquina del profesor Pigmalión, era un disco de metal de unos tres metros de diámetro, que había descendido deslizándose suavemente por una espiral cilíndrica, como un tornillo. Al ir girando, provocaba el movimiento de una serie de engranajes externos, de variados tamaños y grosores, los cuales a su vez, multiplicaban aquel movimiento, transmitiéndoselo a una enorme rueda dentada por ambos lados en su base, la cual lo transfería al mecanismo interior, que estaba encargado de hacer emerger por la parte baja del curioso aparato, cuatro tubos de un bronce brillante rematados en una esfera de grueso cristal cada uno, además de numerosos cables y mangueras que completaban el dispositivo. Una vez terminado el descenso, la máquina se detenía a escasa altura sobre el individuo atado a la silla y con las cuatro esferas en rededor, cada una de estas, en las cuales podría caber un hombre acuclillado, parecían llenas en su interior de un denso humo gris azulado, una extraña bruma en constante y pausado movimiento circular, ocupando todo el espacio, aprisionada, como si apenas cupiera dentro. 

El Profesor Pigmalión, notoriamente emocionado aún por la efectividad de su máquina en la primera fase de su función, comenzó a girar manivelas, las calderas trabajaban conteniendo pequeños infiernos en sus barrigas, las válvulas escupían con premura el exceso de presión en los conductos y contenedores, los manómetros con sus agujas histéricas ascendían anunciando el momento para que la energía por fin fuese liberada y la maquinaria se pusiese en marcha nuevamente con un suave murmullo de metales lubricados, tomando velocidad paulatinamente, haciendo girar en forma independiente del resto del aparato a los cuatro Entes capturados en las esferas de cristal, alrededor del cuerpo exánime del oficial. 

Reni y Yacco, llamados “los mellizos”, deben estar separados, pero nunca está uno sin que esté el otro, atrapa uno y los tendrás a los dos, abundantes en los ambientes donde la crueldad se ha expandido, habitantes de los residuos del sufrimiento, son capaces de extraer el alma de un cuerpo y perderla, dejando la carne con vida pero en flemático deceso, sin gobierno. Sizi, la conductora, la maga, siempre hibernando en el interior de la tierra, buscando la energía en el centro de esta, en la oscuridad más fría, densa y absoluta, tiene la capacidad de trasladar cualquier cosa inmaterial de un lugar a otro, incluso otros Entes. Por último, Rúia, la más escasa y difícil de encontrar, puede estar en cualquier parte, indiferente, independiente, exógena, inquieta, solo ella puede instaurar correctamente un alma dentro de un cuerpo, conectar todas sus fuentes restaurando la unión de la carne y el espíritu tal y como la conocemos. 

El oficial despertó de golpe, como si viniera saliendo de una pesadilla, pero su sueño había sido real, había ocupado el cuerpo de otro hombre durante unos minutos y había experimentado la muerte de ese cuerpo para regresar al propio. La rotación de los Entes a su alrededor fue amainando al tiempo que él volvía a la realidad, se observó las manos y su cuerpo atado, sonrió, su corazón estaba acelerado. La máquina se detuvo y varias manos le liberaron de las correas que le ataban a la silla. La prueba había sido un éxito y se reflejaba en el júbilo que mostraba el profesor y en la sonrisa satisfecha de Leonor, el paso siguiente era en serio. 

-Traigan a Marcus- ordenó Leonor –pero antes saquen ese cuerpo y limpien eso, no queremos que nuestro invitado se asuste innecesariamente- agregó, refiriéndose al cadáver con la cabeza destrozada. 


 León Faras.

lunes, 10 de septiembre de 2012

No quería que me miraras.

No quería que me miraras,
no quería dejar semillas de duda
en la fértil tierra de tu corazón.
Creí que una multitud sería suficiente,
no pensé que la suave brisa de tus ojos
derrotara tan fácilmente el torbellino
de distracciones entre tú y yo.
Una mariposa atravesando una tormenta
sin más armas que su grácil instinto.
¿Qué erudito puede decirme,
qué clase de brújula atávica me delató?
Pensé en mirarte por última vez
antes de que sacrificaras mis últimas palabras
pensé en retener tu recuerdo ausente
 y probar por última vez tu silueta.
Ahora tu futuro se aleja sin ti
y deberemos fabricar uno nuevo…

León Faras.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La Prisionera y la Reina. Capítulo uno.

VIII.

El místico atravesó la ciénaga a toda velocidad y en línea recta con la criatura a cuestas, sin preocuparse por los escasos senderos disponibles de tierra sólida o por los cadáveres que sin cesar encontraba a su paso, solo corrió hasta dejar atrás cualquier perseguidor que pudiera tener y alcanzar los frondosos bosques, una vez adentrándose en ellos estaría totalmente a salvo. 

En el palacio, Rávaro se regocijaba en su victoria ante el cadáver de su hermano, su primera decepción por sus planes se había convertido ahora en un profundo orgullo de si mismo, ni siquiera la desaparición de la criatura lograba opacarle la felicidad que lo llenaba de pies a cabeza, ese gran obstáculo que le impedía sobresalir del profundo y sucio agujero que era su existencia por fin ya no estaba, y ahora tenía el camino despejado para alcanzar la posición que había esperado siempre. El trono estaba desocupado, y era él el próximo que se sentaría ahí. Algunos de los residentes ya lo aceptaban con el simple propósito de seguir llevando la vida fácil que llevaban o porque les parecía un mamarracho mucho más fácil de eliminar que el semi-demonio, pero para otros era realmente indigno del poder que pretendía, demasiado endeble y susceptible y según la voz de una mujer que había presenciado toda la escena con gran interés, estaba condenado a durar poco en el poder, su vida pendía, porque había tomado como amante a una mujer maldita. Rávaro buscó con la vista a esa mujer entre los residentes y reconoció en ella a su hermana, la expósita, la bastarda, la prostituta. Lorna era, por derecho y después de Rávaro, quien debía tomar el poder del semi-demonio, y tenía planes para lograrlo, pero Rávaro no estaba dispuesto a ceder aquello por lo que tanto había esperado y la hubiese mandado a matar en el acto de no ser porque eran demasiados los que no estaban de acuerdo con que él gobernara esas tierras, sin embargo, ordenó a sus guardias que la apresaran y la encerraran en la más fría, húmeda y solitaria de las celdas para ver quien de los dos moría primero. Lorna se dejó conducir caminando con arrogancia y orgullo, sin demostrar ninguna pizca de debilidad a su despreciable hermano, sobreviviría, el tiempo en esa celda era mucho menos de lo que aquel esperpento esperaba, pues ella ya había mandado a sus hombres a deshacerse de la mujer maldita, y aunque eran solo dos, contaban con el apoyo de varios guardias que odiaban a su amo. 

En ese mismo momento los dos hombres de Lorna llegaban al pequeño y tosco castillo de Rávaro, Serna los esperaba ahí para acompañarlos hasta la sala de torturas donde se encontraba la mujer maldita, este les había indicado una pequeña puerta por donde ingresarían y el lugar donde estaría aguardándolos. El guardia desde su posición vio cuando la puerta se abrió, pero dentro de lo oscuro del ambiente le pareció que solo un hombre había entrado por ella, tal vez no era quien él esperaba, se quedó en la penumbra hasta que la silueta llegó junto a él, era uno de los hombres de Lorna pero según lo acordado debían ser dos, el hombre excusó a su compañero con una poco convincente historia sobre un caballo nervioso y una pierna rota, Serna no parecía muy convencido, entonces el guardia notó que el puñal que cargaba el hombre tenía restos de sangre fresca, como si hubiese sido limpiado rápido y mal, por obra de la providencia, recordó algunas vagas descripciones sobre aquel que había prevenido a Rávaro a cerca de la maldición que pesaba sobre él, otro amante de la mujer maldita, el parentesco era evidente, Serna se llevó la mano a su espada con sospecha lo que el hombre interpretó como una señal de que había sido descubierto, se lanzó sobre el guardia golpeándolo contra la pared, luego lo tiró al piso y se tiró sobre él con la punta de su puñal apuntándole al pecho, el guardia lo contuvo con ambas manos para evitar que lo atravesara pero el hombre era más grande y también más fuerte, con todo su peso y la fuerza de sus brazos, lentamente comenzó a ganar milímetros, hasta que Serna ya no pudo luchar más. La mujer maldita estaría segura mientras siguiera ahí, y con ella, él también. 

Mientras tanto el místico por fin detenía su carrera dentro de los frondosos bosques, bajó con cuidado el bulto que cargaba y se sentó exhausto, aún no sabía qué haría con la criatura, podía devolverla a su lugar de origen, pero eso incluía atravesar la tierra de las bestias, rodearlas era descabellado. Lo segundo era conservarla con ayuda de la cofradía, en caso de que decidieran utilizarla de nuevo, pero aquello era tan arriesgado como lo anterior. Sintió un suave roce en su hombro, distraído en sus pensamientos y aturdido por el cansancio dirigió una imprudente mirada que se estrelló directamente con los ojos de la curiosa criatura, el místico comprendió de inmediato lo que aquello significaba, su rostro demostró un sereno desconsuelo, ninguno de sus mejores trucos podían ayudarlo ahora, si se separaba de la criatura moriría inexorablemente. El místico apoyó la cabeza en el árbol con forzosa resignación mientras la criatura se acurrucaba tiernamente a su lado. Aquella torpeza le costaría cara.

Fin del capítulo uno.


León Faras.