Domingo.
Plan B. (2/2)
Algunos
minutos después, el agua deliciosamente tibia de la tina casi llega a su límite
cuando entras en ella, te acomodas entre mis piernas dándome la espalda, te
recuestas sobre mí y yo te abrazo, puedo escuchar que en el equipo de música
comienza a cantar Alannah Myles, Black velvet, “Terciopelo negro”, eso
despierta mi imaginación, entonces cojo la botella del shampoo, vierto una
generosa porción en mi mano y me entrego a acariciar tu negra cabellera en un
acto que será tan grato para ti, como para mí.
Enciendes un
cigarrillo para los dos y te vuelves a relajar apoyando la cabeza en mi hombro,
donde mis labios se entretienen con el lóbulo de tu oreja. Nuestros cuerpos se
reconocen desnudos, en horas de contacto planeado sin que haya ningún velo
artificial de por medio, conectándose a través de la piel, de las yemas de los
dedos, de los labios, empleando el tacto como si no hubiesen más sentidos,
sintiendo como propias las palpitaciones en el cuerpo del otro, la piel
erizada, la respiración. Un ejercicio practicado tantas veces hasta eliminar
toda extrañeza de tu contacto, hasta mimetizar el sentido de lo ajeno y el
límite de tu cuerpo y el mío y donde el proceso previo, tan imprescindible a
veces, se vuelve una relación sexual en si misma, que reemplaza la conexión
carnal por un contacto minucioso e ininterrumpido, prolongado y excitante,
donde la desnudez de uno desaparece en la piel del otro.
Mi hombro
cede hacia atrás haciendo resbalar tu cabeza por mi brazo para tener tu boca al
alcance de mi boca, donde aquellos besos que se presentan, se desarrollan sosegados
como caricias que guardan plena consciencia de su humedad y calor, precediendo
el contacto de la lengua al de los labios que se atrapan y se liberan en suave
y prolongada contienda que no tiene premura en terminar, mientras los dedos se
deslizan sigilosos, lubricados con el agua de la bañera, por tu cuello y tu
hombro, quitando del camino tu cabello empapado que se pega a la piel. Me es
fácil alcanzar tu mentón y cuello que ofreces con comodidad para que lo bese
sin la desesperación de otras veces, si no con la calma de quien disfruta de
cada paso que da, yendo y viniendo, volviendo a tu boca, donde tus labios y tu
lengua aguardan siempre dispuestos, sintiendo tu pierna que se desliza por la
mía sabiendo que no solo las manos están hechas para acariciar. No necesito
buscar tu seno para alcanzarlo, mi mano se posa con suavidad en él, descartando
el ímpetu de veces anteriores y que ahora parece tan inadecuado, para
acariciarlo casi con timidez, pero procurando recorrerlo todo, como un ciego
que depende de sus manos para ver, sin ignorar sus límites y alrededores, no
tardan mis labios en acompañar a mis dedos, besando tu pezón y su contorno con
marcada ternura, sin la ansiedad acostumbrada, yemas y labios se ayudan y
complementan, haciendo cortas pausas que vuelven más minuciosa la labor. Tus
manos sujetan mi cara y me llevan con suavidad de vuelta a tus labios, mientras
te acomodas para quedar frente a frente, descansando tu peso sobre mis piernas
en el reducido espacio que ofrece la tina, pero que es suficiente para los dos,
el agua se sacude superando los bordes sin que ninguno lo note o le de
importancia. Tu cadera retrocede levemente cuando tus labios comienzan a
recorrer mi mentón y mi cuello, mis hombros y mi pecho, terminando su recorrido
de vuelta en mi boca, luego el espacio entre los dos se reduce bruscamente
alterando la pasividad del agua, mis brazos se cruzan en tu cintura asiéndote
con fuerza y nuestros sexos ya despiertos entran en contacto comenzando un
juego de fricción lubricados por el agua jabonosa. Mis manos recorren tu espalda
ya sin el control del principio, manteniéndote pegada a mí mientras los besos
se vuelven poco a poco más enérgicos, más anhelados y anhelantes.
Tus caricias
son ahora más bruscas e intensas, yo te aprieto a mí pero lo que nos mantiene
juntos es el incesante roce. El agua se sacude violentamente cuando busco salir
de bajo tuyo, cuando nos retorcemos sin despegarnos demasiado para cambiar de
juego, intercambiando posiciones, el aire escasea en los pulmones y la
respiración se agita, apoyado en los azulejos que empotran la bañera te elevo
tomado de tu cintura sacando gran parte de tu cuerpo fuera del agua, los
débiles soportes de la cortina crujen al tratar de soportar el peso de ambos, pasados
a llevar en un ciego acomodamiento de torpes manotazos que rápidamente se
deshacen de los embases y botellas que estorbaban en el lugar que te acomodas,
donde una toalla aparece casi mágicamente, como si siempre hubiese estado ahí,
quedas a conveniente altura sobre mí que sigo en el fondo de la tina. Sobre mis
rodillas y entre tus piernas, tus pechos quedan a la altura de mi boca, recupero
la calma perdida para besarlos, su zona intermedia, tu estómago, tus muslos,
advierto que tomas una suave bocanada de aire cuando poso mis labios en la
sensible parte superior de tu entrepierna. Tal vez aún no lo adviertas, pero
pronto notarás que esa no es solo una parada, que mis intenciones son quedarme
ahí hasta el final, sobre todo cuando mis brazos se deslizan bajo tus piernas elevándolas
ligeramente y obligándote a inclinarte hacia atrás.
Mi lengua
entra al juntar mis labios y vuelve a salir cuando estos se separan, repitiéndolo
una y otra vez y solo variando muy levemente el lugar donde se posa mis húmedas
caricias, pronto tu respiración se hace más sonora, sin despegarme puedo verte
que cierras los ojos, ambos centramos toda nuestra atención y sentidos en mi
boca y tu sexo. Las reacciones automáticas de tu cuerpo llevan una de tus manos
a mi pelo, sujetándolo con firmeza pero sin brusquedad cuando alargo mis caricias, cubriendo tus bordes de
arriba abajo en toda su extensión, terminándolas en besos intencionalmente
cargados y prolongados que hacen que tus piernas se junten instintivamente, pero
que con poco esfuerzo vuelves a relajar. Mis manos se sujetan firmemente a tus
caderas para que mi lengua ejerza presión, la que se mueve de lado a lado
ayudada por toda mi cabeza que se sacude entre tus piernas, para luego bajar y
subir, pasando a llevar tus pliegues entre mis labios que se cierran
suavemente, dejándolos escurrir entre ellos, y repitiendo la operación en ambos
lados. Tus gemidos brotan junto con la humedad de tu interior que
constantemente reemplazo por la de mi lengua y mis labios, insistiendo en mi
recorrido ascendente que siempre termina en tu punto más sensible, donde
permanezco alternando entre el roce de mi lengua y el cierre arrastrado y
húmedo de mis labios. Tus piernas me aprietan instintivamente mientras tu
cadera, a la cual me aferro, intenta retroceder cuando el primer orgasmo se
anuncia, te sacudes hacia adelante forzando tu respiración la que termina en
gemidos cada vez más seguidos e intensos que te obligan a sujetarte de mi
cabeza en un arrebato de involuntaria desesperación, mientras palabras
contenidas no alcanzan a salir ahogadas en tu garganta, hasta que finalmente
curvas tu espalda rindiéndote a un orgasmo que ya no puedes contener y que yo
me encargo de prolongar manteniendo mi boca pegada a tu entrepierna y en
constante movimiento.
Me separo
sin alejarme para permitirte una leve recuperación, hasta que tus músculos se
relajan y tu respiración casi se normaliza. Luego vuelvo a comenzar a besarte con
ternura, volviendo a reemplazar toda la humedad que ha emanado de tu interior
por la de mi boca, para continuar buscando otro de tus orgasmos que por esta
vez son mi único objetivo.
León Faras.
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