martes, 28 de diciembre de 2021

Humanimales.

 XXII.



Tanco fue el primero en dormirse, tenía el cuerpo adolorido y no solo por el buen golpe que recibió, sino también por la extensa e intensa jornada que le había tocado. Cuando despertó sentía ganas de orinar, el sol aún no salía y todos seguían durmiendo pues nadie debía preocuparse de montar guardia en un sitio como ese. Se acercó al borde de la plataforma, de inmediato sintió un ligero aroma en el ambiente, un olor conocido que por lo general transmite seguridad en vez de peligro, pero su sentimiento cambió cuando comprobó que la fogata estaba completamente fría hace horas y que el olor a humo no venía de allí. El sol aún no salía y por más que trató, no consiguió ver nada más que las siluetas de los árboles recortadas en un fondo oscuro en el que el amanecer apenas se insinuaba. Su olfato no lo engañaba, aunque su visibilidad estaba limitada por el propio árbol que los albergaba, entonces, decidió trepar hasta la copa de este y desde allí escudriñar los alrededores como el vigía de un barco que busca desesperadamente tierra, pero ese no era el elemento que buscaba Tanco, sino otro mucho más brillante que no tardó en destacarse en el negro horizonte. El fuego se veía como un tajo de luz en la oscuridad. Su grito despertó a todos, incluso a la pequeña Brú, que se enderezó como impulsada por un resorte, despistada y con una intensa comezón en la nariz, mientras los otros aún trataban de identificar de dónde había salido ese grito, “¡Hay que largarse de aquí ahora mismo!” Ordenó Límber, apenas comprendió lo que sucedía, mientras recogía todos sus bultos, “¡Pero no pueden irse! ¡Este es mi hogar! ¡Tenemos que hacer algo!” Se interpuso Maru, francamente angustiado, “¡Esto es un bosque!” Exclamó Límber impaciente, señalando lo obvio, “Y eso de allá es fuego, y lo que hay que hacer cuando ambos se unen, es huir mientras puedas” Tanco llegaba en ese momento, “Oye viejo, él tiene razón ¡No hay nada que hacer aquí! Podemos enfrentar carnófagos hambrientos, gigantes de Bulvar enloquecidos ¡pero no podemos luchar contra un jodido incendio!” Maru le puso su dedo acusador frente a su ancha nariz de diminutas y separadas fosas, “Me lo debes” Le reprochó, por haberle salvado la vida y Tanco comprendía eso perfectamente. Asintió con los labios apretados, “Esta bien…” Aceptó, “Haremos lo que tú digas, pero tú y yo. Ellos se van” Concluyó, señalando a sus compañeros. Mica intentó protestar, pero Tanco le recordó que lo primero era poner a salvo a la pequeña Brú, “Creo que deberían preparar una balsa” Sugirió convencido de que el Zolga era la ruta de escape más segura, Límber estaba de acuerdo con irse, aunque no exactamente por vía fluvial, “¡Es una locura! ¿Qué rayos piensan hacer quedándose aquí?” Tanco iba a explicarle que no podía negarse y que luego los alcanzaría como siempre, pero el extenso y lejano aullido de Yuba interrumpió a todos en lo que fuera que estuvieran pensando. El sol despuntaba en ese momento. “Hay algo que podemos hacer” Afirmó Maru, y su plan podía funcionar, si lograban ejecutarlo antes de que el fuego se volviera incontrolable, lo bueno, era que en las encajonadas colinas de Mirra, el viento no era un factor predominante y eso les daba algo más de tiempo. La cascada que habían visto al llegar, tenía un nacimiento mucho más arriba, brotando de algún afluente subterráneo de remoto origen y en su tiempo, los pobladores de las colinas de Mirra construyeron innumerables canaletas de madera destinadas a proveer de agua los campamentos de leñadores que constantemente se movían de un lado a otro, por lo tanto, la idea era usar las canaletas para dirigir el agua del afluente hacia donde estaba el incendio, “…Y todo eso bajo el constante asedio de estúpidos carnófagos y ese gigante enloquecido que ahora nos odia más que antes” Concluyó Límber, poco convencido. Y agregó con forzada mala gana, “Yo los acompaño” Luego pretendió sugerir que Mica podría quedarse en ese sitio seguro junto con la pequeña Brú, pero la respuesta de la chica fue concluyente, “Ni hablar.”



Solo llevaron sus armas y su munición, todo lo demás se quedó en el refugio. Siguieron por un sendero de troncos idéntico al que usaron para llegar, que los dejaba en una pequeña plataforma provista de una escalera para bajar. Antes de hacerlo, se aseguraron de que no hubieran carnófagos merodeando cerca. Muchas de esas canaletas estaban instaladas y comenzando a podrirse bajo la hojarasca y muchas otras estaban apiladas en distintos puntos del bosque donde serían utilizadas por primera vez, pero el verdadero problema era llegar con el agua desde el afluente hasta el fuego, a través de una colina cubierta de tupido bosque. Tanco y Límber trotaban con cinco o seis canaletas al hombro entre los dos, mientras Maru cargaba esa mima cantidad él solo; Mica, por su parte, husmeaba los alrededores con su escopeta cargada en el cinto, su arco listo en las manos y la pequeña Brú atada a su espalda, sin embargo, muy pocos carnófagos logró ver y casi siempre aislados y solitarios que no representaban mucho peligro, aun así, la postura de las canaletas resultó en un desastre, porque debían modificar la dirección constantemente para lograr la pendiente deseada o solamente para sortear los árboles rocas o troncos que se interponían constantemente, describiendo una curva enorme y absurda que parecía no llegar nunca a su destino. Les llevó toda la mañana y buena parte de la tarde darse cuenta de que la idea no era viable en la práctica, al menos no en tan poco tiempo y con tan pocas manos disponibles, o mejor dicho, eso les llevó a los muchachos convencer al viejo de que no podían hacerlo, Maru reaccionó frustrado pero lo aceptó, todos estaban demasiado agotados y hambrientos y no habían avanzado ni la mitad de lo que pretendían, en ese momento llegaba Mica, “Oigan, tienen que ver esto” Les dijo con algo de consternación en el rostro. Avanzaron unos docientos metros entre los árboles hasta donde el bosque se extinguía súbitamente y una gran roca cortaba el terreno dejando un despeñadero de considerable altura, bajo este se podía ver el nacimiento de la gorda oruga de humo que se alzaba hasta los cielos como la erupción de un volcán, y en su base, los focos de fuego reptando entre los árboles y escalando sobre estos, pero de alguna manera, el fuego no se estaba esparciendo, sino que estaba siendo cercado por un anillo de bosque carbonizado que se anchaba cada vez más, restringiendo el avance del incendio y obligándolo a devorarse a sí mismo, “Esto es antinatural…” Murmuró Maru, “No…” replicó Mica, y añadió, “Eso lo es” Señalando algo que de no ser señalado, fácilmente pasaría inadvertido, Maru estiró el cuello en esa dirección aguzando la vista, mientras Límber, movido por la curiosidad, sacaba su binocular roto para ver mejor. Allí estaban, una pareja de diminutos carnófagos, debido a la distancia, tiraban tierra hacia atrás con ambas manos por entre sus piernas con incansable determinación, extinguiendo los ya débiles intentos del fuego por expandirse fuera del cerco, y no eran los únicos, si se observaba con cuidado, podían verse varios más haciendo la misma labor en el perímetro del anillo calcinado, “¿Cómo diablos aprendieron a hacer eso?” se preguntó Límber, cediendo su binocular a su compañero, este tuvo que quitarse el sudor de los ojos antes de mirar, “Pensé que el fuego los aterrorizaba” Comentó este y de inmediato fue ratificado por su compañero, “Lo hacía.” “No hay que olvidar que descienden de los antiguos humanos, como nosotros, algo de su inteligencia aún habita en ellos” Sentencio Maru, ignorante de cuánta razón tenía en realidad, Mica se restregó la nariz con energía antes de comentar, “Según Yagras de Yacú, los carnófagos son mucho más inteligentes de lo que parecen”


León Faras.


lunes, 13 de diciembre de 2021

Humanimales.

 

XXI.



Hasta que alguien te pateó el trasero” Bromeó Límber cuando su compañero llegó a su lado, Tanco caminaba apretándose una costilla con la mano y cojeando levemente de un pie, “Debiste ver cómo volaste, ¡Fue asombroso!” Agregó Mica, divertida, “Si alguien te va a dar una paliza, más vale que sea un tipo grande o mejor no se lo cuentas a nadie…” Replicó Tanco con una mueca de dolor, luego le dio un puño suave en el recio hombro de Maru para agradecerle por salvarle la vida, este lo miró con un gesto grave que luego volvió hacia el horizonte, “No debí haber hecho eso…” Señaló preocupado, pero antes de explicarse, vio con espanto cómo la pequeña Brú descendía de un árbol por una de sus escaleras, “Por todos los dioses, ¿qué le pasó a esa niña en la cara!” Dijo, agachándose incluso para verla más de cerca, con la expresión en el rostro de quién ve algo realmente desagradable y que la pequeña respondió con un suave tirón a su barba plateada, Maru la olisqueó desconfiado y luego se enderezó, “Deberían conseguirle una máscara o algo, o tarde o temprano esta niña hará que la maten” Concluyó, luego se dio la vuelta y se fue hacia la aldea. Pronto regresarían los carnófagos y más valía ponerse a salvo. Tanco se dirigió a sus compañeros antes de iniciar la marcha, “¿Por qué dijo que no debió salvarme la vida?” Preguntó en voz baja, pero solo obtuvo hombros encogidos por respuesta.



Se dirigieron hacia la cabaña con mirador a la que pensaban ir al principio, Límber le explicaba a Tanco que el regalo de Yagras había sido precisamente munición y de cómo lo habían descubierto en el momento más oportuno, “¿Cómo es que no la vimos antes?” Se preguntó Tanco, intrigado. En ese momento, Maru se detuvo de improviso y se giró hacia ellos, “Espera un momento… ¡Tú eres la nieta de Kim!” Exclamó, admirado de sí mismo, Mica se paró sorprendida, no sabía si enfadarse o alegrarse, “¡Debiste decirme que eras la nieta de Kim!” Le reprochó el viejo, apretujándola con sus poderosos brazos, “¿Ahora sí que te acuerdas de mí?” Preguntó la muchacha, contenta, pero fingiéndose ofendida, el viejo la miraba emocionado, sin poder creer lo que veía, como si el hecho de que una niña creciera, fuera algo asombroso “¡Recuerdo a la nieta de Kim, pero ella era poco más que una larva cuando se fue de aquí!” “Pues la larva creció” Replicó Mica, con sus enormes ojos bien abiertos. Después de unos segundos, cuando reanudaron la marcha, Maru añadió, “¿Y qué es del viejo Kim? supongo que…” La muchacha le confirmó lo que ya se suponía, “…el que muere en el Zolga, se queda en el Zolga, y sus restos viajan al gran océano de agua”



La cabaña nueva estaba en mucho mejores condiciones que la anterior, incluyendo sus puertas y ventanas, que sí proveían de algo de seguridad contra los carnófagos. En el mirador que tenía encima, Maru se tomó un buen rato en escudriñar los alrededores, tanto que atrajo la curiosidad de los muchachos, “Cuando yo era muy joven…” Comenzó Maru, “…hubo aquí uno de los incendios más grandes que se hayan visto en Mirra o en cualquier otro lugar. Eran aterradoras murallas de fuego avanzando por todos lados, como un ejército imparable, contra el que no se puede hacer nada, ¿entiendes?” Y luego de unos segundos añadió, “No debí usar esas flechas de fuego” Se lamentó. Desde allí, podían tomar un precario sendero construido con troncos atados a los árboles a modo de puente, hasta el refugio seguro del que Maru habló, pero para llegar allí debían abandonar el carro, así es que Límber se ató a la pequeña Brú como un bulto a la espalda y subió la escalera detrás de Maru. Mientras este cruzaba de un lado a otro dando confiadas zancadas, el resto veía y oía con espanto como los troncos parecían ceder con cada paso y crujir como huesos viejos con cada gramo extra de peso sobre ellos y todo aquello a una respetable altura, parecía un tramo infinito, pero en realidad no era tan largo y pronto llegaron a la zona segura. Se trataba de una plataforma bastante amplia construida sobre los árboles y entre estos, rodeada de toscas barandillas y parcialmente cubierta de techo, además de lo que cubría el propio follaje de los árboles, como una gran casa del árbol sin terminar. Había sido construida por los últimos habitantes de los bosques de Mirra cuando los carnófagos los invadieron, pero de estos solo quedaba Maru y para este, el sitio estaba bien como estaba. Contaba con un receptáculo hecho de barro y piedra en el centro, como el nido de algún ave prehistórica, para encender fuego en él, sobre el cual, colgaban numerosas ratas despellejadas y atadas de sus colas, que se conservaban gracias al humo que absorbían. De las ramas de los árboles colgaban numerosos sacos atados que contenían provisiones, desde raíces o algunos frutos secos, hasta huesos de carnófago que Maru utilizaba para fabricar puntas de flechas. También podían encontrarse numerosos utensilios y herramientas abandonadas por sus antiguos dueños. Era un lugar perfecto para comer algo y descansar como se debía, y para compartir una de las botellas de licor de flores que les quedaba. Maru lo recibió fascinado, “Ese Bardú es un inescrupuloso sinvergüenza, pero fabrica uno de los mejores licores de flores que haya probado”



¿En serio creen que es una niña humana pura?” Preguntó Maru, con media rata ahumada entre sus mandíbulas, “Bueno, existe una posibilidad de…” Comenzó Mica, pero el viejo la interrumpió apenas pudo tragar el bocado que masticaba, “¿Es que alguno de ustedes ha visto uno alguna vez? ¿Alguien en todo el mundo sabe cómo un humano puro debe verse?” Tanto Límber como Tanco masticaban su comida en silencio sin intenciones de intervenir, pero Mica estaba animada, “Mi abuelo decía que había humanos puros más allá del océano de arena, ¡dijo que los vio una vez!” “¡Cadáveres!” Replicó Maru al instante, “Cadáveres fue lo que vio, conservados como ratas secas por la sal y el sol del desierto. Yo también los vi, eran como carnófagos momificados con ropa, y si te dijo que le hablaron, lo siento chica, pero solo se estaba pavoneando contigo, el viejo Kim lo hacía tanto como cualquiera” Mica comprendía que ella era una niña, y que quizá su abuelo solo quería contarle una buena historia, pero aún así quedaba un cabo suelto, “El punto es que, si no podemos decir que es humana pura porque nadie ha visto uno nunca, tampoco podemos decir que no lo es, por el mismo motivo.”


León Faras.



miércoles, 1 de diciembre de 2021

Humanimales.

 

XX.



Tanco salió de la cabaña detrás de Maru, pero cuando se volteó para asegurarse de que su compañero salía con el carro seguido de Mica, se dio cuenta de que Maru había desaparecido, en dos segundos se había evaporado, incluso lo buscó arriba, en las copas de los árboles, pero no pudo ver ni rastros de él. En ese momento, la mitad de la cabaña colapsaba por la lluvia de golpes y Yuba veía furioso como se escapaban sus presas. Límber era el más vulnerable en ese momento, porque su huida con el carro sería la más lenta y torpe y la pequeña Brú estaba demasiado aterrada para salir de ahí. El gigante los persiguió a ellos precisamente, amenazándolos con su vara en alto, Tanco los observaba, tal vez podían internarse en una zona del bosque en la que al gran Yuba le costaría moverse, pero este tenía más recursos que solo su tamaño, porque en ese momento sacó de su cinturón una honda que de inmediato preparó y comenzó a hacer girar para lazarles una pedrada que de pura suerte se estrelló contra un árbol, pero que dejó al incursor congelado hasta las orejas tras este. El gigante se le aproximó dando zancadas, Tanco estaba expectante, esperando a que su compañero huyera del peligro, para correr a esconderse él también. Yuba ya estiraba su gran mano sobre aquel, listo para atraparlo, pero en el último momento debió retirarla con una detonación y algo de ardor en los dedos, similar al de quien coge por accidente algo demasiado caliente, Mica acababa de gastar su único tiro de escopeta y les daba a ambos la oportunidad de seguir huyendo, sin embargo, y Tanco lo sabía, Yuba no los dejaría ir fácilmente, y a aquellos ya no les quedaba nada de munición. Esperó, solo salvarían la vida si lograban ocultarse, pero sería muy difícil si el gigante de Búlvar no les quitaba el ojo de encima. Límber corría a todo lo que podía, zigzagueando entre los árboles con el carro para evitar más pedradas y seguido de cerca por Mica, que corría con su arco preparado, aunque sabía muy bien que poca cosa podría hacer con él contra un piel-dura. Corrían sin mirar atrás, pero podían oír el estruendo que hacía el gigante tras ellos, hasta que en frente, vieron que Tanco se dirigía en perpendicular y a toda velocidad hacia ellos, anunciándoles con señas y gestos que siguieran su huida mientras él se ocultaba tras un árbol para sorprender al gigante. Sabía que no podía matarlo con su escopeta ni aunque le quedaran una docena de tiros, pero con uno solo podía fastidiarlo lo suficiente como para que dejara de perseguir a sus compañeros y lo siguiera a él, quien tenía más posibilidades de escapar solo. Apenas Yuba pasó por su lado, Tanco salió tras él y le disparó directo en el culo, una zona sensible incluso para la impenetrable piel del gigante, cuya infinidad de marcas y cicatrices evidenciaba lo mucho que era capaz de resistir. Quiso reírse con burla y aire triunfal, pero su plan había resultado mejor de lo que esperaba y el gran Yuba se había volteado y amenazaba con destrozarle todos los huesos con su vara.



Límber trataba desesperadamente de recobrar el aliento escondido tras un árbol con una escalera, mientras Mica se aseguraba de que la pequeña Brú estuviera bien. La niña se asomó por debajo de su manta, donde se sentía segura a pesar de todo lo que debía sacudirse su escondite, y desde allí le estiró a la chica una caja, una caja de la que Mica ya no se acordaba, pero que esta tomó con curiosidad: era la caja que Yagras de Yacú les regaló a cambio de devolverles su brújula y nadie la había abierto aún. Cuando Mica lo hizo, se llevó una sorpresa que de inmediato compartió con Límber.



Tanco comprendió que debía correr, y emprendió la huida tan rápido como pudo, pero eligiendo tan mal su ruta de escape, que el gigante de Búlvar lo alcanzó con pocas zancadas y lo pateó, arrojándolo al suelo en mitad del claro de la aldea, Tanco se puso de pie de inmediato, con soberbia, pero apenas lo hizo el dolor lo obligó reclinarse sobre un costado acusando al menos una fractura, con torpeza comenzó a recargar su escopeta con su último tiro, retrocediendo inútilmente; con uno de sus tobillos adoloridos y con el gigante jadeando frente a él, con gesto satisfecho de haberse desquitado y con su vara preparada para acabar con el trabajo, entonces Tanco escuchó un disparo que no era el suyo, al tiempo que Yuba se agarraba la cabeza y se volteaba, rugiendo molesto. Era Límber quien le apuntaba con su rifle y quien le había disparado a la nuca, pero al gigante le pareció que aquel era un problema secundario y que debía encargarse del que tenía enfrente primero. Tanco no tuvo tiempo de nada, vio al gigante voltearse y en el mismo movimiento, preparar su vara para darle el golpe de gracia, pero en ese momento, un fuerte empellón lo arrojó al suelo. Maru había regresado de quién sabe dónde y atravesando el mango de su hacha con sus poderosos brazos, contenía el terrible golpe del gigante, no sin salir volando un par de metros, aunque saliendo relativamente ileso de aquella osadía digna de presumir en cualquier taberna. Límber volvía a disparar a la cabeza de Yuba y Mica se le unía con su escopeta corta causándole escozor en las rodillas, logrando la atención del gigante para que Maru sacara a Tanco de allí. Lo arrastró casi sin esfuerzo a una suave pendiente en el bosque donde tenía uno de sus numerosos escondites, un agujero cubierto con una tapa, perfectamente disimulada por la abundante hojarasca, en el que él mismo había permanecido oculto poco antes, y del que pudo ver todo lo que sucedía “Descansa un poco, muchacho” Le dijo el viejo, antes de correr hasta un punto del claro en el que se desembarazó de todas sus cosas y comenzó a encender una pequeña fogata, mientras el gran Yuba correteaba a Límber y Mica, quienes se escabullían entre los árboles con agilidad y más soltura sin tener que tirar del carro. Tanco lo veía todo desde su escondite y no entendía bien qué rayos estaba sucediendo. En tanto, Maru seleccionaba algunas de sus flechas, metía sus puntas en una botella de un líquido que había comprado hace un tiempo a un comerciante forastero, y las ensartaba en el suelo frente a él, cuando tuvo varias de ellas listas, comenzó a encenderlas en la fogata y a lanzarlas contra el gigante de Búlvar. Algo que muy pocos habían visto hacer antes, pero que resultó muy efectivo, porque un par de flechas encendidas, clavadas a su espalda, eran capaces de enloquecer a cualquiera, sintiendo el ardor de la quemadura, pero sin poder alcanzar su fuente para aliviarla. El gran Yuba se retiró, dando gruñidos y desesperados manotazos al aire, frustrado y asustado por el dolor que sentía y del que no podía deshacerse.


León Faras.