miércoles, 1 de diciembre de 2021

Humanimales.

 

XX.



Tanco salió de la cabaña detrás de Maru, pero cuando se volteó para asegurarse de que su compañero salía con el carro seguido de Mica, se dio cuenta de que Maru había desaparecido, en dos segundos se había evaporado, incluso lo buscó arriba, en las copas de los árboles, pero no pudo ver ni rastros de él. En ese momento, la mitad de la cabaña colapsaba por la lluvia de golpes y Yuba veía furioso como se escapaban sus presas. Límber era el más vulnerable en ese momento, porque su huida con el carro sería la más lenta y torpe y la pequeña Brú estaba demasiado aterrada para salir de ahí. El gigante los persiguió a ellos precisamente, amenazándolos con su vara en alto, Tanco los observaba, tal vez podían internarse en una zona del bosque en la que al gran Yuba le costaría moverse, pero este tenía más recursos que solo su tamaño, porque en ese momento sacó de su cinturón una honda que de inmediato preparó y comenzó a hacer girar para lazarles una pedrada que de pura suerte se estrelló contra un árbol, pero que dejó al incursor congelado hasta las orejas tras este. El gigante se le aproximó dando zancadas, Tanco estaba expectante, esperando a que su compañero huyera del peligro, para correr a esconderse él también. Yuba ya estiraba su gran mano sobre aquel, listo para atraparlo, pero en el último momento debió retirarla con una detonación y algo de ardor en los dedos, similar al de quien coge por accidente algo demasiado caliente, Mica acababa de gastar su único tiro de escopeta y les daba a ambos la oportunidad de seguir huyendo, sin embargo, y Tanco lo sabía, Yuba no los dejaría ir fácilmente, y a aquellos ya no les quedaba nada de munición. Esperó, solo salvarían la vida si lograban ocultarse, pero sería muy difícil si el gigante de Búlvar no les quitaba el ojo de encima. Límber corría a todo lo que podía, zigzagueando entre los árboles con el carro para evitar más pedradas y seguido de cerca por Mica, que corría con su arco preparado, aunque sabía muy bien que poca cosa podría hacer con él contra un piel-dura. Corrían sin mirar atrás, pero podían oír el estruendo que hacía el gigante tras ellos, hasta que en frente, vieron que Tanco se dirigía en perpendicular y a toda velocidad hacia ellos, anunciándoles con señas y gestos que siguieran su huida mientras él se ocultaba tras un árbol para sorprender al gigante. Sabía que no podía matarlo con su escopeta ni aunque le quedaran una docena de tiros, pero con uno solo podía fastidiarlo lo suficiente como para que dejara de perseguir a sus compañeros y lo siguiera a él, quien tenía más posibilidades de escapar solo. Apenas Yuba pasó por su lado, Tanco salió tras él y le disparó directo en el culo, una zona sensible incluso para la impenetrable piel del gigante, cuya infinidad de marcas y cicatrices evidenciaba lo mucho que era capaz de resistir. Quiso reírse con burla y aire triunfal, pero su plan había resultado mejor de lo que esperaba y el gran Yuba se había volteado y amenazaba con destrozarle todos los huesos con su vara.



Límber trataba desesperadamente de recobrar el aliento escondido tras un árbol con una escalera, mientras Mica se aseguraba de que la pequeña Brú estuviera bien. La niña se asomó por debajo de su manta, donde se sentía segura a pesar de todo lo que debía sacudirse su escondite, y desde allí le estiró a la chica una caja, una caja de la que Mica ya no se acordaba, pero que esta tomó con curiosidad: era la caja que Yagras de Yacú les regaló a cambio de devolverles su brújula y nadie la había abierto aún. Cuando Mica lo hizo, se llevó una sorpresa que de inmediato compartió con Límber.



Tanco comprendió que debía correr, y emprendió la huida tan rápido como pudo, pero eligiendo tan mal su ruta de escape, que el gigante de Búlvar lo alcanzó con pocas zancadas y lo pateó, arrojándolo al suelo en mitad del claro de la aldea, Tanco se puso de pie de inmediato, con soberbia, pero apenas lo hizo el dolor lo obligó reclinarse sobre un costado acusando al menos una fractura, con torpeza comenzó a recargar su escopeta con su último tiro, retrocediendo inútilmente; con uno de sus tobillos adoloridos y con el gigante jadeando frente a él, con gesto satisfecho de haberse desquitado y con su vara preparada para acabar con el trabajo, entonces Tanco escuchó un disparo que no era el suyo, al tiempo que Yuba se agarraba la cabeza y se volteaba, rugiendo molesto. Era Límber quien le apuntaba con su rifle y quien le había disparado a la nuca, pero al gigante le pareció que aquel era un problema secundario y que debía encargarse del que tenía enfrente primero. Tanco no tuvo tiempo de nada, vio al gigante voltearse y en el mismo movimiento, preparar su vara para darle el golpe de gracia, pero en ese momento, un fuerte empellón lo arrojó al suelo. Maru había regresado de quién sabe dónde y atravesando el mango de su hacha con sus poderosos brazos, contenía el terrible golpe del gigante, no sin salir volando un par de metros, aunque saliendo relativamente ileso de aquella osadía digna de presumir en cualquier taberna. Límber volvía a disparar a la cabeza de Yuba y Mica se le unía con su escopeta corta causándole escozor en las rodillas, logrando la atención del gigante para que Maru sacara a Tanco de allí. Lo arrastró casi sin esfuerzo a una suave pendiente en el bosque donde tenía uno de sus numerosos escondites, un agujero cubierto con una tapa, perfectamente disimulada por la abundante hojarasca, en el que él mismo había permanecido oculto poco antes, y del que pudo ver todo lo que sucedía “Descansa un poco, muchacho” Le dijo el viejo, antes de correr hasta un punto del claro en el que se desembarazó de todas sus cosas y comenzó a encender una pequeña fogata, mientras el gran Yuba correteaba a Límber y Mica, quienes se escabullían entre los árboles con agilidad y más soltura sin tener que tirar del carro. Tanco lo veía todo desde su escondite y no entendía bien qué rayos estaba sucediendo. En tanto, Maru seleccionaba algunas de sus flechas, metía sus puntas en una botella de un líquido que había comprado hace un tiempo a un comerciante forastero, y las ensartaba en el suelo frente a él, cuando tuvo varias de ellas listas, comenzó a encenderlas en la fogata y a lanzarlas contra el gigante de Búlvar. Algo que muy pocos habían visto hacer antes, pero que resultó muy efectivo, porque un par de flechas encendidas, clavadas a su espalda, eran capaces de enloquecer a cualquiera, sintiendo el ardor de la quemadura, pero sin poder alcanzar su fuente para aliviarla. El gran Yuba se retiró, dando gruñidos y desesperados manotazos al aire, frustrado y asustado por el dolor que sentía y del que no podía deshacerse.


León Faras.

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