sábado, 26 de marzo de 2022

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

 XLIII.



Nazli no puede creerlo ni aun viéndolo, desde el tejado donde está ve como el cuerpo de Éger se convierte en una antorcha humana que escupe y llora fuego, abrasándose de una sola vez hasta caer completamente consumido por las llamas. También ve a sus amigos huyendo de una lluvia de flechas encendidas preparadas por el general Fagnar para defender el palacio, una vez que supo de la desafortunada debilidad de los inmortales rimorianos. Rino pone su escudo ante las flechas y se protege tras él, mientras Trancas corre a todo lo que da su generosa anatomía, con la intensión de alcanzar el canal más cercano a unos cien metros y corre con suerte, porque las flechas prefieren llegar tarde o pasarle por el lado, al contrario del flaco Lerman que es alcanzado en una pierna casi antes de empezar su carrera y su fibroso cuerpo se abrasa rápidamente. Cuando termina la primera oleada, Rino se libera de su escudo, cubierto de flechas encendidas, y corre, ve a Trancas alcanzar el canal y desaparecer en él; Nazli piensa que también lo conseguirá, pero la segunda oleada de flechas le alcanza sin misericordia y el joven guerrero muere arrastrándose por el suelo a tan solo veinte centímetros de alcanzar el agua. Gánula ha desaparecido, astuto, se ha escabullido entre los callejones mucho antes de que les lanzaran fuego encima. Todo parece indicar que la batalla ha terminado, Zaida ordena registrar la ciudad por completo, quemar todo rimoriano que encuentren, vivo o muerto, y averiguar, dentro de lo posible, quién estaba al mando, porque al parecer nadie tiene ni idea de quién dirigía el ataque enemigo.



Emmer despierta de pronto, ya amanece y la lluvia amaina, está un poco mareado pero por lo demás se siente bien, lo cual es mucho decir, luego de la paliza que le dieron cuando fue capturado y que él mismo propició para que Nila y los demás huyeran. Una paliza digna de varias contusiones y más de un hueso roto. Está atado a un árbol, aún en el cruce donde fue arrestado y con el torso desnudo. El capitán Dagar y sus hombres desayunan una liebre asada y un pellejo de vino, “¿Saben lo del príncipe Ovardo?” Pregunta el prisionero, su cara es como la de alguien que se despierta con una terrible resaca. Dagar lo mira largo rato antes de asentir, “Yo mismo, y algunos de estos hombres, tuvimos que ir por él al bosque muerto…” Su voz está más apaciguada, ha sido una noche tranquila, pero larga y está cansado, “…Dime una cosa, ¿qué rayos es eso?” Pregunta el oficial, señalando con el cuchillo con el que troza la liebre, el vientre del prisionero, donde el capitán Albedo le clavó su espada, también está la herida de bala, aunque ese concepto sea algo innovador todavía para la época. Emmer se mira las feas cicatrices en su cuerpo que no ha tenido tiempo de examinar todavía, “Es la marca de una espada que me atravesó anoche…” Los soldados están admirados, saben de los inmortales, pero no pueden imaginar cómo funciona tal cosa, “¿En batalla?” Pregunta uno y el prisionero asiente, aunque no fue exactamente así. Emmer les cuenta sobre el desorden y la confusión que se formó apenas entraron en Cízarin, “Esa maldita ciudad llena de callejones, estrechos y oscuros como madrigueras de ratas, nos desperdigó en grupos cada vez más pequeños sin nadie al mando de nadie” Los soldados están interesados, Dagar también, “¿Y el rey Nivardo?” Pregunta el capitán, Emmer los mira con desilusión, “Desorientado y perdido en los callejones, como todos, con esa condenada lluvia extinguiendo cada maldita lumbre del camino, acabó muerto por una herida en el cuello que le hizo un niño asustado con una horqueta…” Los soldados no pueden creerlo, viniendo de un hombre que fue atravesado por una espada y sigue respirando como si nada, “El rey no bebió de la fuente… no sé por qué no lo hizo” Les aclara el prisionero. Los hombres se miran entre sí, incrédulos, Emmer se ha preocupado de omitir que Cízarin los esperaba bien preparada y bajo aviso. Dagar mira el cielo, es una hermosa mañana, “Muy bien, señores, es hora de irnos…” Anuncia, para luego dirigirse hacia el prisionero con el cuchillo en la mano, “…pero antes debemos terminar el trabajo…” El capitán se arrodilla frente a Emmer y posa la punta de su cuchillo en su pecho, “Hijo, ya conoces la costumbre” Y con rapidez y mano firme, le entierra por completo el cuchillo en el corazón, cuando lo retira, se queda viendo, como se ve algo que al mismo tiempo es repugnante pero interesantísimo, la morbosa cicatrización en el pecho del condenado, luego se pone de pie y exclama apuntando a sus hombres con su cuchillo empapado en sangre negra y grumosa, “Todos aquí son testigos de que este hombre fue capturado en acto de deserción; que recibió la paliza como castigo; que fue ajusticiado con un puñal en el corazón y que su cuerpo fue abandonado como alimento para las alimañas, negándosele así el privilegio de la cremación, según dicta la costumbre.” Una vez dicho esto, cortó la cuerda de las muñecas del prisionero, “En lo que a mí respecta, hijo, tú estás muerto, y espero no volver a verte nunca más” Concluyó. Una vez que Emmer huyó, y mientras los hombres preparaban todo para irse, Cuci mencionó, emocionado aún por lo que había visto, “Con soldados así, es imposible que perdamos cualquier batalla” Dagar lo miró como a un impertinente, pero en el fondo pensaba lo mismo.



En Cízarin, el chico robusto, cuya armadura estaba confeccionada con tablas de un barril y cuerdas, miembro honorario de los Machacadores y que cargaba orgulloso un espadón de madera al hombro con el que incluso, afirmaba haber enfrentado a un monstruo rimoriano, marchaba aun más engreído con un precioso yelmo de hierro bruñido encajado a la fuerza en su cabeza, muy diferente al que llevaba antes, pero que además, estaba decorado con una corona dorada diseñada con el clásico motivo rimoriano del arbusto de espinas, un casco hecho para el combate, pero que claramente no estaba hecho para ser usado por cualquiera, llamó la atención de un par de soldados Cizarianos que descansaban en una esquina. Los soldados detuvieron al muchacho para preguntarle de dónde lo había sacado, y el chico, llamado Demirel pero al que todos llamaban Demi, respondió con toda seriedad que se lo había quitado al cadáver de un enemigo. Aquel era el yelmo de un príncipe, al menos, “Déjame verlo, muchacho” Dijo uno de los soldados, acercándose dispuesto a quitárselo, pero el chico se puso en guardia con su espadón de madera por delante y con la postura más severa que su imberbe figura podía transmitir, “Es mío por derecho, se lo quité a un enemigo en el campo de batalla y no se lo entregaré a nadie sin pelear” Anunció, y por ridículo que pareciera, hablaba en serio. El soldado iba a insistir, esta vez de una forma más brusca, pero una voz de mujer tras él lo detuvo, diciéndole que el joven tenía la razón. Aquella era la mismísima Zaida, montada en su caballo y seguida del general Fagnar. Demirel se puso firme y solemne ante la comandante, “Veo que ya eras todo un soldado” Dijo la vieja, bajando de su caballo, mientras el muchacho se quitaba el yelmo con algo de esfuerzo y se lo ponía bajo el brazo, “Mi señora” dijo este, con la postura más altiva con la que haya posado caballero alguno, “Cízarin necesita soldados como tú, ¿verdad general Fagnar?” Se volteó la mujer ligeramente y el general con cabeza de león asintió con toda gravedad desde la cima de su montura, Demi luchaba por mantener la compostura ante tal honor. Zaida continuó, “Pero debes convertirte en un soldado Cizariano bien entrenado y pertrechado como se debe, ¿eso te gustaría?” El muchacho, eso lo anhelaba, pero ya había sido rechazado por su exceso de peso y siempre relegado a las cocinas, cosa que él odiaba porque el chico quería participar de las batallas, no descamar pescados. Demirel asintió con energía pero sin perder un gramo de su aplomo, “Pues dame ese yelmo rimoriano, quítate tu armadura de tablas y preséntate en las cuadras de entrenamiento, el general Fagnar se encargará de tu ingreso” Concluyó la mujer. “Habrá que hacerle una armadura especial” Comentó el general, sin asomo de burla en su gesto, cuando el muchacho se retiró; la vieja estaba de acuerdo, “Pues se la haremos con gusto, si se la gana” Mientras estudiaba ese yelmo, conociendo el simbolismo rimoriano, se podía decir que ese casco pertenecía a un rey.


León Faras.



domingo, 20 de marzo de 2022

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

 XLII.



El alba, con su primer atisbo de luminosidad, dejó en evidencia la carnicería que la noche y la lluvia ocultaron. Los primeros habitantes salían de sus casas como animalitos temerosos y hambrientos, que por fin abandonan sus madrigueras luego de una feroz tormenta. Nazli pasa desapercibida entre ellos, cubierta de pies a cabeza con una capa, sorteando los cuerpos de vivos y muertos por igual en los estrechos callejones. La lluvia, que sería recordada por mucho tiempo como la gran salvadora de Cízarin, se retiraba, como si estuviese dando su misión por cumplida. La chica divisa el Decapitado y comienza a encaminarse hacia allá. Si aún quedan Rimorianos luchando, estarían yendo en esa dirección también, es lo que piensa. Hay una gran cantidad de cuerpos calcinados por completo, regados en los caminos, quemados por separado junto a edificios intactos, tanto que llaman la atención de cualquiera, más aún en una noche en la que la lluvia no permitió ni que una miserable antorcha iluminara los caminos. Algunos aún desprenden calor, pero no les queda ni medio vestigio del aspecto de sus antiguos dueños, pero algunas armas y armaduras que resistieron podían aún reconocerse como Rimorianas. Nazli se pregunta, ¿qué clase de arma, hechizo o criatura usaron contra aquellos hombres? Hay historias de hechiceros capaces de incinerar hombres desde adentro hacia afuera, pero esas no son más que historias. De camino se lo pregunta a un viejo que junto con su hijo apila cadáveres amigos y enemigos sobre una carreta para despejar los callejones, el anciano, que parece increíblemente feliz a pesar del desolador escenario que le rodea, le responde sorprendido, “¿No lo sabes muchacha? Porque todo el mundo lo repite: el enemigo arde. Esos monstruos rimorianos se vuelven ceniza al mínimo contacto con el fuego” El hijo, que a diferencia de su padre se veía como un hombre agobiado por la existencia, vio las flechas que la muchacha cargaba y las señaló cansado, “Esas no te servirán de nada, debes conseguir una antorcha…”



Éger y Egan advirtieron tarde lo que sucedía, tarde para detener a Cransi que vio a Motas luchando y se lanzó contra su enemigo sin notar que aquel también era un rimoriano, porque de haberlo hecho, se hubiese quedado pasmado como estaban todos los demás, preguntándose qué demonios estaba sucediendo, pero en cuanto su cabeza rodó, los mellizos intervinieron contra el traidor, ante la mirada impávida de los soldados Cizarianos, la preocupada de Zaida y la complacida de Siandro. Féctor se posiciona para tener a sus tres enemigos a la vista, los mellizos son peligrosos mientras estén juntos, pero separados no se destacan del promedio, Motas solo es violento y fuerte, pero viejo y sin técnica, mientras tenga espacio puede evadirlo hasta que Malagonía quede a distancia para besarle el cuello. Es un duelo interesante para Féctor. De los otros, ninguno se decide a moverse, incapaces de hacerlo mientras el imbécil de Féctor siga interponiéndose.



La noche, la lluvia y la batalla se terminan y Gabos sigue vivo. Su cuerpo está cubierto casi por completo con la repugnante cicatrización de los inmortales, su brazo izquierdo, que lo usó como escudo contra las espadas de sus enemigos, ni siquiera parece humano ahora, y su cara no la reconocería ni su difunta mujer, pero ninguna de sus numerosas heridas a sido capaz de matarlo, después de todo es un inmortal, uno muy viejo y cansado. Uno que ahora se arrepiente de haber bebido de esa endemoniada fuente. Está sediento, no ha bebido nada en toda la noche y toda el agua que ha visto está mezclada con los interiores de algún cadáver. En los callejones encuentra una puerta que horas antes fue derrotada por una patada y ahora no ofrece resistencia, en el interior hay una mujer acurrucada en un rincón con un bebé y una niña pequeña, junto con un muchacho de unos diez o doce años que alimenta un fuego, este en cuanto lo ve, se pone de pie y enciende una antorcha ya preparada de antemano, porque a ellos también les llegó la noticia que circula por todo Cízarin, pero de la que Gabos no tiene ni idea. El muchacho no puede creer lo que ve, “¡Alejate de aquí, monstruo!” El aspecto del viejo es terrible. Este envaina su espada en son de paz, “No soy un monstruo…” La voz del viejo es amable, pero el muchacho lo apunta con una antorcha encendida como si fuera un arma, como si quisiera mantener alejado a un animal salvaje. Gabos sonríe amable, solo quiere un poco de agua, pero para el muchacho y su familia ha sido una noche demasiado larga y no se siente especialmente compasivo con el enemigo. Una estocada basta para que su cuerpo arda irrefrenablemente ante la incredulidad y horror de Gabos que siente cómo el fuego lo devora con saña, cómo se mete dentro de su carne, cómo enciende la sangre que circula en sus venas como si fuera nitroglicerina y como sale en forma de llamarada de su boca cuando emite su último grito antes de caer convertido en una fea momia calcinada sin ya nada más que se pueda quemar en su cuerpo y todo eso en cuestión de pocos segundos. Nazli, encaramada en un tejado, está lejos de allí pero oye el grito, y aunque cree reconocerlo, prefiere pensar que ha sido el insondable dolor de alguien más ¿qué otra cosa puede hacer?



¡Yo me encargo de este malnacido!” Anuncia Motas, furioso, como despreciando la ayuda de los mellizos. Estrella una vez más su espadón contra el suelo y luego lo abre en un vuelo horizontal devastador para cualquiera que alcance con él, pero su arma es pesada y lenta y su enemigo tiene demasiado espacio disponible para moverse. Féctor entra y le apuñala el hombro con ridícula facilidad y el tiempo le alcanza para esquivar la alabarda de Egan que entra recta y derecho hacia su cabeza; Malagonía gira en el aire y el asta del arma del mellizo se corta a la mitad. Féctor se queda congelado en su pose, en actitud petulante luego de esa pequeña muestra de su habilidad y de la calidad de su arma. Egan saca su puñal y se separa de su hermano, sabe que su arma no es rival para una espada, pero ellos son tres y él solo uno. Motas está furioso, a pesar de que sabe que un guerrero jamás debe mezclar sus emociones con su espada, Éger lo nota cuando ve una buena oportunidad para atacar pero es arruinada por la violencia estéril y desmedida de su viejo compañero. Féctor lo esquiva con facilidad y le abre un tajo en la espalda de lado a lado, activando una vez más la monstruosa cicatrización de los inmortales y demostrando que el viejo no está actuando con claridad. Motas está agotado, puede acabarlo, pero el escudo de Éger se interpone. Féctor los odia, solo los usan los malos esgrimistas. Lo ataca con rapidez y habilidad, una y otra vez, obligando al mellizo a retroceder tras su escudo, convirtiendo a este en una molestia que le impide ver lo que sucede; su hermano lo intenta auxiliar y es lo que Féctor estaba esperando. Evade su triste ataque de puñal con un giro que Malagonía aprovecha para rajarle el muslo, Egan cae con una rodilla al piso, pero antes de que su cuerpo pueda recuperarse, la espada gira elegantemente en el aire, como un ave rapaz, para caer sobre su expuesta nuca y decapitarle con asombrosa facilidad. Éger grita de dolor, Motas llora de ira e impotencia y Siandro, rey de Cízarin, aplaude como si se tratara de una obra artística. Motas gasta su último aliento con ataques desmesurados, Féctor, con mucha más técnica y rapidez, le raja el hombro, haciendo que el espadón de su enemigo pese aun más y sea más lento, dándole la oportunidad de enterrar a Malagonía, en toda su extensión, en la garganta de Motas, pero este, con su última fuerza de inmortal y todo su coraje, sujeta al traidor por las orejas con ambas manos, permitiendo que Éger lo atraviese con su espada por la espalda. El viejo Motas cayó al suelo aún con la espada atravesándole el cuello, mientras Éger golpeaba con su escudo la nuca de Féctor y lo hacía caer de rodillas, entonces el mellizo levanta su espada para decapitar al traidor y asesino de su hermano, pero una flecha encendida se clava en su espalda e incinera su cuerpo en cuestión de segundos, ante la mirada de horror de Féctor que no comprende qué clase de flecha era capaz de hacer algo así y se aleja arrastrándose de él, “Acabemos con esto…” Ordena Siandro, mandando a sus arqueros contra los inmortales que quedan, y luego añade despectivamente, refiriéndose a su antiguo aliado rimoriano, “A ese también, al final no era tan bueno” Las flechas encendidas llueven de todas partes, pero Féctor, con su cuerpo cicatrizándose por primera vez en toda la batalla, huye aterrado, logrando lanzarse al canal más cercano.


León Faras.

lunes, 14 de marzo de 2022

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

 

XLI.



Faltaba una hora para el amanecer y Nazli seguía atendiendo heridos que no paraban de llegar, aunque hace rato ya que buscaba una oportunidad para largarse, en ese momento, un soldado traía tomado por debajo del hombro a su sargento gravemente herido, mientras pedía ayuda con insistencia. El hombre, de unos cincuenta años, poseía un respetable estado físico y una cabellera intacta, aunque muy encanecida. La chica revisó la herida, una profunda puñalada en la parte baja del pecho sin salida por detrás, podía tener suerte si resistía lo suficiente sin desangrarse por dentro o infectarse por fuera. Debería suturarla, las mujeres tenían algo de algodón y agujas como para coser sacos, pero lamentablemente ya no les quedaba nada para minorar el dolor, solo un trozo de madera forrado en cuero para morder. El sargento, luego de mirarla largo rato, finalmente le habló, “Me alegra ver que estás bien y que estás aquí para ayudarme” A Nazli su voz y su cara le resultaron familiar, pero era un Cizariano y ella no conocía demasiados Cizarianos, hasta que de pronto se iluminó, aquel era el soldado que la había liberado del viejo caníbal que pensaba devorarla hace algunas horas y ahora podía devolverle el favor. La chica solo le respondió con una suave sonrisa, antes de ponerse manos a la obra con una mano firme y segura. Un veterano soldado se acercó al sargento, “Será una bonita cicatriz para presumir, ¿eh, señor?” Le comentó, al tiempo que le alcanzaba un trago de aguardiente de una vasija que portaba para repartir entre los heridos, el sargento, que resistía estoico los pinchazos de la aguja en su carne viva, recibió el licor con infinito agrado, “Sí…” Dijo, con los dientes apretados “Esta será una de las buenas” Luego compartieron algunas ideas y experiencias brevemente, para distraer la mente del doloroso trabajo de la muchacha, fue en eso en que el sargento comentó que había sido herido por un viejo manco, Nazli dejó de suturar por un segundo, pero inmediatamente fingió que algo le molestaba en los ojos, y luego de restregárselos, continuó. El sargento también, “…Fue mi culpa, no debí subestimarlo. Creí que no daría problemas, pero resultó ser increíblemente hábil con la espada, para un hombre de su edad, además que cubría todos mis ataques con el muñón sin que pareciera molestarle siquiera… no parecía un ser humano” Sin duda alguna estaban hablando de Gabos, tal vez el viejo seguía vivo después de todo. Apenas terminó, la chica llamó a la servicial, pero poco apta para la enfermería, Arlín, para que cubriera la herida con Hierba del Soldado y la vendara, ella tenía otros asuntos que atender, y esos incluían largarse de allí, pues aquel no era su sitio. Había observado algunos arcos y flechas abandonados por sus malheridos dueños que podía coger antes de irse, pero al hacerlo, un soldado en la puerta la detuvo, Nazli desprendía un aire a inocencia y esa no era una buena noche para que una chica así vagara por las calles oscuras, pensó en inventar algo como que necesitaba más vendas o algo así, pero alguien más habló por ella, “No se preocupe por ella, señor, sabe defenderse muy bien, créame, además, hay personas de las que no sabe nada y de seguro está muy preocupa… como todos, señor.” Nazli se volteó con lo ojos más grandes que tenía, el que hablaba era nada más ni nada menos que Váspoli, usando sus enormes incisivos esta vez, para convencer al soldado con un amago de sonrisa lastimosa que funcionó gracias a que hace rato esa zona estaba tranquila, la guerra se había movido a otro sitio, la lluvia parecía querer amainar y a juzgar por el color del cielo en el horizonte, pronto amanecería, “Está bien… pero ten cuidado” Aceptó el soldado.



La tupida y violenta lluvia se había convertido en una llovizna de gruesos goterones como en un techo con muchas goteras. Cransi y los mellizos llegaron hasta las inmediaciones del Decapitado, las últimas casas y callejones antes del palacio real, como en casi todo Cízarin, no había ni una sola lumbre que iluminara donde estaban, sin embargo se oía algo de vez en cuando, el choque esporádico de un par de espadas solitarias y algún que otro murmullo humano. Éger dejó su escudo en el suelo y le pidió a Cransi que le ayudara a subir a un tejado. El cielo comenzaba a abrirse, como había anunciado el viejo Prato, pronto amanecería y la lluvia se detendría finalmente. Había un gran numero de soldados allí, pero solo estaban reunidos como espectadores, estaba seguro de que, por su elaborada armadura, uno de ellos debía ser Siandro, rey de Cízarin, pero salvo por el ruido de espadas que chocaban, nadie luchaba contra nadie, “Están observando un duelo” Dijo el mellizo sobre el techo, pero aunque todos tenían la misma curiosidad, no podía ver quienes luchaban, “Hay que acercarse, seguro hay uno de los nuestros ahí que necesita nuestra ayuda” Señaló Cransi, poniéndose en marcha nuevamente.



¡Oh, pero si es el gran Motas! Dime algo… ¿Cómo un hombre puede ser recordado por su bravura con semejante nombre?” Se burló Féctor, posicionándose en medio del patio. Por órdenes de Zaida, ella, el rey y varios de sus soldados se dirigieron hacia la entrada del palacio, donde podían guarecerse de la lluvia, la que claramente ya estaba en franca retirada, y acercarse a los braceros que permanecían encendidos, los que se habían vuelto enormemente decisivos para ganar la batalla, aunque los propios inmortales de Rimos no lo supieran aún. “Tú serás recordado solo como el Traidor, y yo, como el que te cerró la puta boca llena de mierda que tienes, arrancándote la cabeza con mi espada” Respondió Motas, acercándose decidido a enfrentar al traidor, sin importarle la multitud de soldados Cizarianos que le rodeaban, mientras sus compañeros, Trancas, Lerman, Rino y Gánula se quedaban parados, confundidos, sin poder entender por qué un par de sus camaradas montaban semejante show para entretención y deleite del enemigo al que deberían enfrentar. Motas dejó caer su enorme espada en vertical sobre Féctor con brutal ferocidad, una y otra vez, mientras aquel la esquivaba con saltitos ágiles dignos de un experimentado púgil que se sabe inferior en fuerza pero no en destreza, esperando a que el viejo con su desmesurada espada se agotaran, y entonces le atravesaría el cuello de lado a lado con Malagonía, lanzándole de vez en cuando rápidas estocadas que lo mismo divertían a su público, que enfurecían a su rival. En medio de ese juego estaba Féctor, cuando los ojos de Motas delataron que algo interesante estaba a punto de suceder a sus espaldas. Se giró sobre sí mismo en el mismo momento en el que una maza de hierro caía sobre donde hace un segundo estaba su cabeza, lanzando al mismo tiempo un corte de su espada completamente instintivo, practicado una infinidad de veces, directo a donde debía estar el cuello del enemigo al que apenas había visto por una fracción de segundo y solo por el rabillo del ojo. Motas gritó un largo y desgarrador “¡Noooo!” Mientras la cabeza de Cransi se desprendía de su cuerpo, el que era arrastrado al suelo por el peso de la maza y la inercia de su golpe. Féctor también estaba sorprendido de ver la cabeza del joven Cransi rodar por el suelo, su reacción había sido automática, letal y contra alguien que no estaba precisamente en su lista de los inmortales a los que quería derrotar para su gloria. Con la misma cara vio como Siandro festejaba aquel movimiento dando palmaditas.


León Faras.



viernes, 4 de marzo de 2022

Los Condenados.

 Odregón.



Sexta parte.



Quci tenía una gran fortaleza ahora, ahora que comprendía que no podía sentir miedo porque no había nada a qué temerle. Nunca había podido sentir miedo, propiamente tal, pero sí todas sus limitaciones programadas artificialmente en el fondo de sus circuitos, que parecían tan importantes antes pero que ahora no valían para nada. Ahora su verdadero temor era perder la vida de aquellos humanos. Quci se acercó hablándole al chupa-sangre en el enrevesado idioma sacerdotal, diciéndole lo que había visto y que sabía lo que había estado haciendo el último tiempo, el humanoide pareció confundido, inclinando la cabeza como los perros que intentan descifrar el extraño lenguaje de sus amos, pero no por el lenguaje en sí, sino por no entender la verdadera naturaleza de aquella criatura, tan parecida pero tan diferente. El chupa-sangre respondió con una corta frase y un potente escupitajo a la cara del androide, el cual no se detuvo hasta que la mano del vampiro le atenazó el cuello con increíble fuerza. Vilma, quien aún luchaba por quitarse el pegote de la cara sin arrancarse parte de esta, era rodeada por Marcus y Caín que con sus armas listas procuraban mantener a distancia a los saltamontes carnívoros que no parecían mostrarle respeto alguno a los seres humanos ni a sus armas, hasta que se escuchó un golpe y algo que se descuajaba como una rama seca. El brazo del chupa-sangre pendía aún agarrado del cuello de Quci, desprendido por el codo de su legítimo dueño, quien parecía más haber recibido una desagradable ofensa que una mutilación, la que ni siquiera sangraba, por cierto. Luego y ante la incredulidad de Vilma y los muchachos, el androide giró su torso con un movimiento explosivo y le descargó una bofetada de revés a su enemigo que se escuchó como un violento choque de pequeños vehículos, seco y contundente, pero que apenas volteó la cara del chupa-sangre, el que parecía quedarse sin recursos, ya que ni sus escupitajos de pegote, ni su formidable fuerza física surtían efecto contra aquella criatura metálica, cuya naturaleza no acababa de comprender del todo. Acto seguido, Quci se abrazó al humanoide, sujetándole firmemente sus alas pegadas a su espalda y comenzó a caminar con él con paso pesado pero decidido, como si se estuviese adentrando en un mar de brea. El bicho humanoide comenzó a gritar, y a atacar al androide con todo lo que tenía, especialmente con el codo de su brazo completo, golpeando la cabeza de Quci de forma brutal, con intenciones de arrancársela, pero el tiempo no le alcanzaría para tanto. Los saltamontes dejaron a sus presas humanas para atender los gritos de su amo y golpearon el cuerpo del robot con agresividad desesperada y dentelladas inútiles, pero este logró llegar hasta el borde de la plataforma, donde se giró, apoyó el trasero en la barandilla y se dejó caer de espaldas, como un buzo entrando en el mar, con su enemigo impotente atenazado entre sus brazos. Aquello fue increíble, y sucedió en un tiempo difícil de determinar, tan lento y a la vez tan rápido. Vilma y sus compañeros corrieron hasta la barandilla, pero la figura que caía se empequeñeció rápidamente hasta desaparecer y el sonido del impacto nunca llegó a sus oídos debido a la desproporcionada altura de Dilion, “Larguémonos de aquí…” Ordenó Caín.



¿Alguna idea?” Preguntó Vilma, viendo con asco como un trozo de pegote de su cara salía con parte de su ceja; y como no recibió respuesta de inmediato, agregó, “Beatrice y yo no cabemos en los ascensores y allá adentro…” Señaló el interior del túnel, “…hay un enjambre de bichos que bien pueden hacerte pedazos si te atrapan” Caín estaba consciente de ello, “Iremos contigo, encontraremos alguna forma de…” “Oigan…” Lo interrumpió Marcus, “¿Es normal que suceda eso?” Preguntó, señalando un punto donde la intensa luz de uno de los huevos acababa de apagarse. Ninguno de ellos podía responder con certeza, pero todos sintieron la misma mala espina, “Tal vez deberíamos destruirlo antes de que caiga y salgan más bichos de dentro” Sugirió Vilma, a Caín le pareció la mejor idea que había oído desde que llegaron ahí, tiempo el cual, por cierto, no lo tenían nada claro, e iba a dar luz verde para dispararle con el cañón, pero Marcus lucía muy preocupado con la idea, “Se supone que de esas cosas sacan energía para toda la ciudad por años… ¿Han pensado en qué pasa si le disparamos y explota? ¡Podemos volar media montaña!” Caín y Vilma se miraron, la verdad era que aquello sonaba exagerado, pero sonaba más seguro no intentarlo, “¿Y si usamos la grúa para bajarlo?” Sugirió Vilma con cara de dolor ajeno, como si fuera una pésima idea pero que alguien debía mencionar. Con gran alivio para todos, la idea fue rechazada por unanimidad sincronizada; ese no era su trabajo, y meterse en trabajos ajenos nunca acaba bien. Mientras Vilma maniobraba para girar a Beatrice dentro del no muy amplio espacio de la plataforma, Caín se adentró en el túnel para echar un vistazo con su linterna de bolsillo y evaluar la situación, Marcus le seguía de cerca con su arma preparada y la mira pegada al ojo, todo parecía muy tranquilo, “Creo que esa triste linterna que llevas es de más ayuda que cualquier arma dentro de este agujero” Murmuró el artillero, mientras su líder inspeccionaba los alrededores cercanos con su pobre luz, luego este se detuvo y le echó una mirada como si le hubiese dado una gran idea que luego fue reforzada con la aparición de los poderosos focos de Beatrice en la entrada, “Vilma, saca tus herramientas” Ordenó Caín. Al cabo de una hora, le habían retirado tres de los cuatro focos delanteros al vehículo, y los habían adaptado para poder llevarlos encima de este, y poder guiar su luz en cualquier dirección. Caín, de pies atrás, llevaba uno en cada mano, mientras que el otro lo unieron al cañón de Marcus para que iluminara en la dirección que este apuntara. La idea era mantener a raya a los bichos carnívoros con luz, que estaban seguros que no les caía nada bien, y con respecto a la reina, pegarle un cañonazo a la mínima. El resto del plan era solo conducir hacia delante sin parar. Así fue como pasaron del día eterno, iluminado por los huevos de dragón, a la noche sin fin del interior de Dilion.



Más temprano que tarde se dieron cuenta de su error, porque podrían haber salido de ahí sin siquiera hacer ruido, con las luces apagadas y descendiendo solo gracias a la gravedad y a la pendiente del camino, el cual estaba ahora perfectamente despejado de obstáculos, y tanto los bichos, como su reina, en la comodidad de su rincón oscuro, ni siquiera se hubiesen molestado en seguirles, ni menos en atacarles, después de todo, solo eran insectos que se defendieron de quienes les destruían sus nidos, pero lo primero que hicieron los hombres, fue dirigir sus poderosos y molestos rayos de luz directo hacia ellos, como una innecesaria distracción, como una torpe advertencia y fastidiar la paz que hasta ese momento reinaba en el interior del árbol. Los bichos afectados y molestos por la luz enloquecieron y volaron en masa describiendo un gran círculo que esquivaba los rayos de luz para luego lanzarse en picada, como el ataque de un halcón. Muchos de ellos, cegados por los focos, se estrellaban contra Beatrice o contra sus ocupantes, golpeándolos con violencia; sus cuerpos eran duros y más de alguien podía terminar aturdido de un golpe si no se protegía oportunamente. Arriba, en la bóveda de Dilion, permanecía la reina, la que no representaba ningún peligro ni mostraba interés en representarlo, fue entonces cuando esta pareció desprenderse del cielo y caer por el medio del gigantesco árbol hasta el fondo. Así, sin más. Vilma la vio pasar a su lado, agazapada tras los parabrisas de Beatrice, protegiéndose tras ellos de la tormenta de bichos que los azotaba como granizo, arrojado con furia, como la venganza de algún dios invernal. Caín estaba demasiado ocupado lanzando rayos de luz en todas direcciones, pero Marcus también vio el enorme bulto desprenderse y caer, como si un simple rayo de luz hubiese sido suficiente para derribarla, pero pronto verían que no sería tan sencillo, porque lo que había caído, no era más que su gigantesco abdomen, dilatado grotescamente por la incesante producción de huevos a la que se había sometido en el último tiempo, cosa que se había quitado de encima como si de una pesada mochila se tratara, como solo los insectos pueden hacerlo. Ella también podía escupir pegote, pero no lo hacía por la boca, como el chupa-sangre, sino más bien, por un asqueroso conducto en la base de su vientre como una tripa expuesta, la que podía dirigir casi en cualquier dirección, como un cañón. Esto fue lo que los muchachos vieron cuando la reina apareció sobre sus cabezas y les escupió encima para luego desaparecer. Se movía rápido por las paredes, como una araña, y ahora, sin el enorme bulto que cargaba antes, era mucho más proporcionada y ágil. La bola de pegote golpeó el parabrisas de Beatrice, el cual inmediatamente se llenó de bichos adheridos a este apenas estrellarse, como piedras en el fango, lo que dejó a Vilma con muy poco espacio para ver el camino. El escupitajo de la reina era por mucho mayor que el del chupa-sangre. Hasta ahora, el plan de la luz les había funcionado, evitando que los bichos les atacaran directamente, pero no los había librado de recibir varios golpes bastante duros, como si se estuvieran defendiendo de un grupo de boxeadores invisibles, cuyos puños eran muy reales. Resistían, pero no estaban para nada holgados, entonces, la reina apareció sobre ellos, era increíble la agilidad con la que ahora se descolgaba de las paredes. Caín la apuntó con ambos focos de luz, mientras Marcus giraba su cañón para dispararle, sin embargo, la reina lo hizo primero. El disparo de pegote, iba dirigido a la molesta fuente de luz que la cegaba, pero la velocidad del coche, hizo que el impacto lo recibiera el artillero, y por poco lo bota de su torreta, pero al menos logró cubrirse la cara, para cuando el cañón disparó, la reina ya se había ido, y el tiro solo destruyó parte de la estructura más lejana, “¡Mierda!” Se oyó mascullar a Vilma, aun por encima del intenso zumbido que los rodeaba a todos, y fuera lo que fuera no era nada bueno; Beatrice se estaba quedando sin combustible, y aunque la conductora siempre se aseguraba de cargar con bidones con gasolina extra, aquel era un momento de lo más inoportuno. Lo que sí tenían a favor, era la pendiente del camino, que ahora era solo de bajada, por lo que podían mantener una velocidad constante y decente sin forzar los motores del vehículo y así ahorrar combustible,pero no les duraría para siempre, y sin embargo, el asedio parecía no tener fin, y los bichos no paraban de atacar una y otra vez, acompañados de su reina, entonces Caín tuvo una inspiración, un ataque de locura, en realidad, aunque a veces ambas cosas pueden mezclarse y confundirse. Cuando la reina apareció, Caín soltó sus focos, cogió su arma y ante el asedió de los bichos que lo golpeaban como al blanco fácil que era, disparó a la reina todo lo que tenía, gritando como un desquiciado que a perdido la cordura agobiado ante la brutal contundencia de la realidad, Marcus aprovechó la oportunidad, dirigió la luz de su foco hacia ella, y disparó el cañón con el tiro de energía más agudo y concentrado que tenía, “La lanza de Apolo,” al tiempo que veía cómo su líder y compañero, quedaba totalmente suspendido en el aire, casi inmóvil por innumerables milésimas de segundo, soltando sus armas y despegando ambos pies del vehículo, mientras este seguía su carrera dejándolo atrás. El disparo de pegote de la reina esta vez le había dado de lleno, y con tal fuerza, que sumada a la velocidad que llevaba Beatrice, lo había tirado a varios metros de esta. El grito de Marcus hizo que Vilma frenara bruscamente, pero cuando la chica trataba de averiguar por qué debían detenerse en un momento y lugar tan inapropiado, un estruendo la hizo saltar en su asiento: el cadáver de la reina, perforado limpiamente de lado a lado por la lanza de Apolo, acababa de caerle encima del capó, rompiendo el parabrisas de Beatrice con su enorme y dura cabeza, cuyos ojos parecían mirar a Vilma con reproche. Era una gran suerte que no les hubiese caído encima a ellos. Los bichos comenzaban a disiparse como liberados de una obligación irrenunciable a la que estaban sujetos, mientras Marcus corría a ver a Caín, quien semiinconsciente, comenzaba a asfixiarse debido al golpe de pegote que le cubría más de media cara, “No te muevas” Advirtió el artillero, pronunciando con sumo cuidado cada sílaba de sus palabras, mientras abría con su afilado cuchillo una cavidad por la que el líder pudiera respirar, retirando lonjas del pegote que le cubría la boca. En tales circunstancias, el pañuelo en la cara no le había servido de nada. Vilma, luego de cerciorarse de que Caín aún respiraba, recargó combustible, y miró con infinita rabia contenida, el parabrisas destrozado de su querida Beatrice, deseando asesinar una vez más el cadáver de la reina, el que por cierto, no estaba del todo segura como retirarían para continuar su camino, porque era bastante grande. La solución fue un poco repugnante, pero increíblemente satisfactoria para la conductora: Trozarlo.



En el piso, en la base del árbol, se había formado una pequeña laguna de baba con pequeños huevos transparentes dentro, en cuyo interior se agitaba algo marrón y vivo, como renacuajos gigantes, todo aquello salido del pellejo que la reina soltó y que literalmente se reventó con el impacto de la caída. Al salir fuera del árbol, Vilma dobló a la izquierda, “La salida está por allá” Anunció Marcus, señalando el lado contrario, pues Caín aún luchaba contra el pegote adherido a su cara y un intenso mareo, “Espera” fue la escueta respuesta de la conductora. Quci estaba allí, aún abrazada al cuerpo del chupa-sangre, con sus extremidades corrugadas en un estado inservible, aunque nada comparado con el estado del humanoide bajo su pesado cuerpo metálico, quien lucía la cabeza abollada como un balón reventado, y el tórax casi partido en dos donde el androide le abrazaba. Este último parecía muerto, o completamente descompuesto, Vilma intentó que reaccionara, primero con palabras amistosas, luego con gritos poco amables, palmadas y bruscos zarandeos y finalmente descarados puntapiés que no rindieron ningún efecto, “Trae la cortadora de acero para liberarle los brazos” Ordenó la chica al artillero, pero en ese momento la cabeza del robot se movió, desorientada y al menos uno de sus ojos se encendió, “¿Qué hacen aquí? ¿Volvieron por mí?” Preguntó, con su nada entrañable tono lastimoso, “¿Volver? ¡Pero si todavía no nos vamos!” Replicó Vilma, agria como siempre. Con su ayuda, el robot fue liberado del cadáver del chupa-sangre y conducido al vehículo, pues sus piernas, aunque magulladas, aún podían sostener su peso, “¿Por qué volvieron por mí?” Repetía latoso, “Solo apágate, ¿sí? No hagas que me arrepienta…” Le reprendió la conductora, y cuando iba a poner en marcha el motor de Beatrice, una explosión los hizo encogerse a todos en sus asientos, a todos excepto a Quci, seguida de una pared de gases, como una tormenta de arena que los envolvió y los remeció en una niebla fétida como a huevo podrido, obligando a Caín, quien aún se sentía débil, a vomitar casi en el acto lo poco y nada que tenía en el estómago, mientras Vilma aceleraba hacia la salida, apretándose la nariz y la boca con la mano. No se quedarían a averiguarlo, pero aquello solo había sido el huevo que antes había apagado su luz, como en todo orden de cosas, algunos simplemente se descomponían en líquidos y gases nauseabundos y se desprendían como fruta madura.



En el hangar, bajo el castillo de Odregón, Vilma y el artillero se encontraron con el hombre pequeño de idioma rimbombante y andar de pato, quien se mostró muy afectado con el lamentable estado de Beatrice. Estaban cansados, hambrientos y apestaban, pero para la chica, primero estaba su vehículo, porque si su vehículo estaba bien, todos estaban bien y Marcus no podía menos que estar de acuerdo con su filosofía. Mientras Vilma sacaba filtros y limpiaba conductos, el hombre pequeño, y sin que nadie se lo pidiera, comenzó a desprender el trizado parabrisas de Beatrice, Vilma quiso objetar algo, pero el viejo la tranquilizó con una sonrisa y un gesto de sus manos. Lo cogió, lo metió en una especie de prensa que corrigió su forma haciéndolo crujir dolorosamente y de ahí lo metió en otra máquina que de inmediato comenzó a generar calor intenso. Vilma no podía cerrar su boca ni aflojar su ceño por más que lo intentara, mientras el hombre, que no paraba de hablar aunque nadie le entendiera, cogía unos vasos, los llenaba con su delicioso licor sabor a miel y se los ofrecía feliz a Marcus y a la chica como si estos fueran sus invitados. Al cabo de unos minutos, y como si se tratara de un pavo metido en el horno, la máquina emitió una señal y de esta salió un parabrisas completamente restaurado para admiración y asombro de Vilma, quien jamás había visto algo así, y ya más relajada, acabó con su licor de un trago para seguir trabajando. Caín regresó de su reunión con el señor Dugan, con algo de comer y beber luego de explicarles todo lo sucedido, de ahí en más ellos deberían decidir qué hacer si ya no contaban con más sacerdotes cosechadores, “¿Y qué va a pasar con este?” Preguntó Vilma, señalando con su mentón el cuerpo inerte de Quci, “Si lo quieres, es tuyo. Supuse que preguntarías y se lo pedí al señor Dugan” Respondió Caín, mientras el hombre pequeño, asentía y sonreía sin enterarse de nada.



Fin.

León Faras.