Odregón.
Sexta
parte.
Quci
tenía una gran fortaleza ahora, ahora que comprendía que no podía
sentir miedo porque no había nada a qué temerle. Nunca había
podido sentir miedo, propiamente tal, pero sí todas sus limitaciones
programadas artificialmente en el fondo de sus circuitos, que
parecían tan importantes antes pero que ahora no valían para nada.
Ahora su verdadero temor era perder la vida de aquellos humanos. Quci
se acercó hablándole al chupa-sangre en el enrevesado idioma
sacerdotal, diciéndole lo que había visto y que sabía lo que había
estado haciendo el último tiempo, el humanoide pareció confundido,
inclinando la cabeza como los perros que intentan descifrar el
extraño lenguaje de sus amos, pero no por el lenguaje en sí, sino
por no entender la verdadera naturaleza de aquella criatura, tan
parecida pero tan diferente. El chupa-sangre respondió con una corta
frase y un potente escupitajo a la cara del androide, el cual no se
detuvo hasta que la mano del vampiro le atenazó el cuello con
increíble fuerza. Vilma, quien aún luchaba por quitarse el pegote
de la cara sin arrancarse parte de esta, era rodeada por Marcus y
Caín que con sus armas listas procuraban mantener a distancia a los
saltamontes carnívoros que no parecían mostrarle respeto alguno a
los seres humanos ni a sus armas, hasta que se escuchó un golpe y
algo que se descuajaba como una rama seca. El brazo del chupa-sangre
pendía aún agarrado del cuello de Quci, desprendido por
el codo
de su legítimo dueño, quien parecía más haber recibido una
desagradable ofensa que una mutilación, la que ni siquiera sangraba,
por cierto. Luego y ante la incredulidad de Vilma y los muchachos, el
androide giró su torso con un movimiento explosivo y le descargó
una bofetada de revés a su enemigo que se escuchó como un violento
choque de pequeños vehículos, seco y contundente, pero que apenas
volteó la cara del chupa-sangre, el que parecía quedarse sin
recursos, ya que ni sus escupitajos de pegote, ni su formidable
fuerza física surtían efecto contra aquella criatura metálica,
cuya naturaleza no acababa de comprender del todo. Acto seguido, Quci
se abrazó al humanoide, sujetándole firmemente sus alas pegadas a
su espalda y comenzó a caminar con él con paso pesado pero
decidido, como si se estuviese adentrando en un mar de brea. El bicho
humanoide comenzó a gritar, y a atacar al androide con todo lo que
tenía, especialmente con el codo de su brazo completo, golpeando la
cabeza de Quci de forma brutal, con intenciones de arrancársela,
pero el tiempo no le alcanzaría para tanto. Los saltamontes dejaron
a sus presas humanas para atender los gritos de su amo y golpearon el
cuerpo del robot con agresividad desesperada y dentelladas inútiles,
pero este logró llegar hasta el borde de la plataforma, donde se
giró, apoyó el trasero en la barandilla y se dejó caer de
espaldas, como un buzo entrando en el mar, con su enemigo impotente
atenazado entre sus brazos. Aquello fue increíble, y sucedió en un
tiempo difícil de determinar, tan lento y a la vez tan rápido.
Vilma y sus compañeros corrieron hasta la barandilla, pero la figura
que caía se empequeñeció rápidamente hasta desaparecer y el
sonido del impacto nunca llegó a sus oídos debido a la
desproporcionada altura de Dilion, “Larguémonos de aquí…”
Ordenó Caín.
“¿Alguna
idea?” Preguntó Vilma, viendo con asco como un trozo de pegote de
su cara salía con parte de su ceja; y como no recibió respuesta de
inmediato, agregó, “Beatrice y yo no cabemos en los ascensores y
allá adentro…” Señaló el interior del túnel, “…hay un
enjambre de bichos que bien pueden hacerte pedazos si te atrapan”
Caín estaba consciente de ello, “Iremos contigo, encontraremos
alguna forma de…” “Oigan…” Lo interrumpió Marcus, “¿Es
normal que suceda eso?” Preguntó, señalando un punto donde la
intensa luz de uno de los huevos acababa de apagarse. Ninguno de
ellos podía responder con certeza, pero todos sintieron la misma
mala espina, “Tal vez deberíamos destruirlo antes de que caiga y
salgan más bichos de dentro” Sugirió Vilma, a Caín le pareció
la mejor idea que había oído desde que llegaron ahí, tiempo el
cual, por cierto, no lo tenían nada claro, e iba a dar luz verde
para dispararle con el cañón, pero Marcus lucía muy preocupado con
la idea, “Se supone que de esas cosas sacan energía para toda la
ciudad por años… ¿Han pensado en qué pasa si le disparamos y
explota? ¡Podemos volar media montaña!” Caín y Vilma se miraron,
la verdad era que aquello sonaba exagerado, pero sonaba más seguro
no intentarlo, “¿Y si usamos la grúa para bajarlo?” Sugirió
Vilma con cara de dolor ajeno, como si fuera una pésima idea pero
que alguien debía mencionar. Con gran alivio para todos, la idea fue
rechazada por unanimidad sincronizada; ese no era su trabajo, y
meterse en trabajos ajenos nunca acaba bien. Mientras Vilma
maniobraba para girar a Beatrice dentro del no muy amplio espacio de
la plataforma, Caín se adentró en el túnel para echar un vistazo
con su linterna de bolsillo y evaluar la situación, Marcus le seguía
de cerca con su arma preparada y la mira pegada al ojo, todo parecía
muy tranquilo, “Creo que esa triste linterna que llevas es de más
ayuda que cualquier arma dentro de este agujero” Murmuró el
artillero, mientras su líder inspeccionaba los alrededores cercanos
con su pobre luz, luego este se detuvo y le echó una mirada como si
le hubiese dado una gran idea que luego fue reforzada con la
aparición de los poderosos focos de Beatrice en la entrada, “Vilma,
saca tus herramientas” Ordenó Caín. Al cabo de una hora, le
habían retirado tres de los cuatro focos delanteros al vehículo, y
los habían adaptado para poder llevarlos encima de este, y poder
guiar su luz en cualquier dirección. Caín, de pies atrás, llevaba
uno en cada mano, mientras que el otro lo unieron al cañón de
Marcus para que iluminara en la dirección que este apuntara. La idea
era mantener a raya a
los bichos carnívoros con luz, que estaban seguros que no les caía
nada bien, y con respecto a la reina, pegarle un cañonazo a la
mínima. El resto del plan era solo conducir hacia delante sin parar.
Así fue como pasaron del día eterno, iluminado por los huevos de
dragón, a la noche sin fin del interior de Dilion.
Más
temprano que tarde se dieron cuenta de su error, porque podrían
haber salido de ahí sin siquiera hacer ruido, con las luces apagadas
y descendiendo solo gracias a la gravedad y a la pendiente del
camino, el cual estaba ahora perfectamente despejado de obstáculos,
y tanto los bichos, como su reina, en la comodidad de su rincón
oscuro, ni siquiera se hubiesen molestado en seguirles, ni menos en
atacarles, después de todo, solo eran insectos que se defendieron de
quienes les destruían sus nidos, pero lo primero que hicieron los
hombres, fue dirigir sus poderosos y molestos rayos de luz directo
hacia ellos, como una innecesaria distracción, como una torpe
advertencia y fastidiar la paz que hasta ese momento reinaba en el
interior del árbol. Los bichos afectados y molestos por la luz
enloquecieron y volaron en masa describiendo un gran círculo que
esquivaba los rayos de luz para luego lanzarse en picada, como el
ataque de un halcón. Muchos
de ellos, cegados por los focos, se estrellaban contra Beatrice o
contra sus ocupantes, golpeándolos con violencia; sus cuerpos eran
duros y más de alguien podía terminar aturdido de un golpe si no se
protegía oportunamente. Arriba, en la bóveda de Dilion, permanecía
la reina, la que no representaba ningún peligro ni mostraba interés
en representarlo, fue entonces cuando esta pareció desprenderse del
cielo y caer por el medio del gigantesco árbol hasta el fondo. Así,
sin más. Vilma la vio pasar a su lado, agazapada tras los parabrisas
de Beatrice, protegiéndose tras ellos de la tormenta de bichos que
los azotaba como granizo, arrojado con furia, como la venganza de
algún dios invernal. Caín estaba demasiado ocupado lanzando rayos
de luz en todas direcciones, pero Marcus también vio el enorme bulto
desprenderse y caer, como si un simple rayo de luz hubiese sido
suficiente para derribarla, pero pronto verían que no sería tan
sencillo, porque lo que había caído, no era más que su gigantesco
abdomen, dilatado grotescamente por la incesante producción de
huevos a la que se había sometido en el último tiempo, cosa que se
había quitado de encima como si de una pesada mochila se tratara,
como solo los insectos pueden hacerlo. Ella también podía escupir
pegote, pero no lo hacía por la boca, como el chupa-sangre, sino más
bien, por un asqueroso conducto en la base de su vientre como una
tripa expuesta, la que podía dirigir casi en cualquier dirección,
como un cañón.
Esto fue lo que los muchachos vieron cuando la reina apareció sobre
sus cabezas y les escupió encima para luego desaparecer. Se movía
rápido por las paredes, como una araña, y ahora, sin el enorme
bulto que cargaba antes, era mucho más proporcionada y ágil. La
bola de pegote golpeó el parabrisas de Beatrice, el cual
inmediatamente se llenó de bichos adheridos a este apenas
estrellarse, como piedras en el fango, lo que dejó a Vilma con muy
poco espacio para ver el camino. El escupitajo de la reina era por
mucho mayor que el del chupa-sangre. Hasta ahora, el plan de la luz
les había funcionado, evitando que los bichos les atacaran
directamente, pero no los había librado de recibir varios golpes
bastante duros, como si se estuvieran defendiendo de un grupo de
boxeadores invisibles, cuyos puños eran muy reales. Resistían, pero
no estaban para nada holgados, entonces, la reina apareció sobre
ellos, era increíble la agilidad con la que ahora
se descolgaba de las paredes. Caín la apuntó con ambos focos de
luz, mientras Marcus giraba su cañón para dispararle, sin embargo,
la reina lo hizo primero. El disparo de pegote, iba dirigido a la
molesta fuente de luz que la cegaba, pero la velocidad del coche,
hizo que el impacto lo recibiera el artillero, y por poco lo bota de
su torreta, pero al menos logró cubrirse la cara, para cuando el
cañón disparó, la reina ya se había ido, y el tiro solo destruyó
parte de la estructura más lejana, “¡Mierda!” Se oyó mascullar
a Vilma, aun por encima del intenso zumbido que los rodeaba a todos,
y fuera lo que fuera no era nada bueno; Beatrice se estaba quedando
sin combustible, y aunque la conductora siempre se aseguraba de
cargar con bidones con gasolina extra, aquel era un momento de lo más
inoportuno. Lo que sí tenían a favor, era la pendiente del camino,
que ahora era solo de bajada, por lo que podían mantener una
velocidad constante y decente sin forzar los motores del vehículo y
así ahorrar combustible,pero no les duraría para siempre, y sin
embargo, el asedio parecía no tener fin, y los bichos no paraban de
atacar una y otra vez, acompañados de su reina, entonces Caín tuvo
una inspiración, un ataque de locura, en realidad, aunque a veces
ambas cosas pueden mezclarse y confundirse. Cuando la reina apareció,
Caín soltó sus focos, cogió su arma y ante el asedió de los
bichos que lo golpeaban como al blanco fácil que era, disparó a la
reina todo lo que tenía, gritando como un desquiciado que a perdido
la cordura agobiado ante la brutal contundencia de la realidad,
Marcus aprovechó la oportunidad, dirigió la luz de su foco hacia
ella, y disparó el cañón con el tiro de energía más agudo y
concentrado que tenía, “La lanza de Apolo,” al tiempo que veía
cómo su líder y compañero, quedaba totalmente suspendido en el
aire, casi inmóvil por innumerables milésimas de segundo, soltando
sus armas y despegando ambos pies del vehículo, mientras este seguía
su carrera dejándolo atrás. El disparo de pegote de la reina esta
vez le había dado de lleno, y con tal fuerza, que sumada a la
velocidad que llevaba Beatrice, lo había tirado a varios metros de
esta. El grito de Marcus hizo que Vilma frenara bruscamente, pero
cuando la chica trataba de averiguar por qué debían detenerse en un
momento y lugar tan inapropiado, un estruendo la hizo saltar en su
asiento: el cadáver de la reina, perforado limpiamente de lado a
lado por
la lanza de Apolo,
acababa de caerle encima del capó, rompiendo el parabrisas de
Beatrice con su enorme y dura cabeza, cuyos ojos parecían mirar a
Vilma con reproche. Era una gran suerte que no les hubiese caído
encima a ellos. Los bichos comenzaban a disiparse como liberados de
una obligación irrenunciable a la que estaban sujetos, mientras
Marcus corría a ver a Caín, quien semiinconsciente, comenzaba
a asfixiarse debido al golpe de pegote que le cubría más de media
cara, “No te muevas” Advirtió el artillero, pronunciando con
sumo cuidado cada sílaba de sus palabras, mientras abría con su
afilado cuchillo una cavidad por la que el líder pudiera respirar,
retirando lonjas del pegote que le cubría la boca. En tales
circunstancias, el pañuelo en la cara no le había servido de nada.
Vilma, luego de cerciorarse de que Caín aún respiraba, recargó
combustible, y miró con infinita rabia contenida, el parabrisas
destrozado de su querida Beatrice, deseando asesinar una vez más el
cadáver de la reina, el que por cierto, no estaba del todo segura
como retirarían para continuar su camino, porque era bastante
grande. La solución fue un poco repugnante, pero increíblemente
satisfactoria para la conductora: Trozarlo.
En
el piso, en la base del árbol, se había formado una pequeña laguna
de baba con pequeños huevos transparentes dentro, en cuyo interior
se agitaba algo marrón y vivo, como renacuajos gigantes, todo
aquello salido del pellejo que la reina soltó y que literalmente se
reventó con el impacto de la caída. Al salir fuera del árbol,
Vilma dobló a la izquierda, “La salida está por allá” Anunció
Marcus, señalando el lado contrario, pues Caín aún luchaba contra
el pegote adherido a su cara y un intenso mareo, “Espera” fue la
escueta respuesta de la conductora. Quci estaba allí, aún abrazada
al cuerpo del chupa-sangre, con sus extremidades corrugadas en un
estado inservible, aunque nada comparado con el estado del humanoide
bajo su pesado cuerpo metálico, quien
lucía la cabeza abollada como un balón reventado, y el tórax casi
partido en dos donde el androide le abrazaba.
Este último parecía muerto, o completamente descompuesto, Vilma
intentó que reaccionara, primero
con palabras amistosas,
luego
con gritos
poco
amables,
palmadas y
bruscos zarandeos
y finalmente descarados
puntapiés que no rindieron ningún efecto, “Trae la cortadora de
acero para liberarle los brazos” Ordenó la chica al artillero,
pero en ese momento la cabeza del robot se movió, desorientada y al
menos uno de sus ojos se encendió, “¿Qué hacen aquí? ¿Volvieron
por mí?” Preguntó, con su nada entrañable tono lastimoso,
“¿Volver? ¡Pero
si todavía no nos vamos!” Replicó Vilma, agria como siempre. Con
su ayuda, el
robot fue
liberado del cadáver del chupa-sangre y conducido al vehículo, pues
sus piernas, aunque magulladas, aún podían sostener su peso, “¿Por
qué volvieron por mí?” Repetía latoso, “Solo apágate, ¿sí?
No
hagas que me arrepienta…”
Le reprendió la conductora, y cuando iba a poner en marcha el motor
de Beatrice, una explosión los hizo encogerse a todos en sus
asientos, a
todos
excepto
a Quci, seguida de una pared de gases, como una
tormenta de
arena
que los envolvió y los remeció en una niebla fétida
como a
huevo
podrido, obligando a Caín, quien
aún se sentía débil,
a vomitar casi en el acto lo
poco y nada que tenía en el estómago,
mientras Vilma aceleraba hacia la salida, apretándose
la nariz y la boca con la mano.
No
se quedarían a averiguarlo, pero aquello solo había sido el huevo
que
antes había apagado su
luz,
como en todo orden de cosas, algunos simplemente se descomponían en
líquidos y gases nauseabundos y
se desprendían como
fruta madura.
En
el hangar, bajo el castillo de Odregón, Vilma y el artillero se
encontraron con el hombre pequeño de idioma rimbombante y andar de
pato, quien se mostró muy afectado con el lamentable estado de
Beatrice. Estaban cansados, hambrientos y apestaban, pero para la
chica, primero estaba su vehículo, porque si su vehículo estaba
bien, todos estaban bien y Marcus no podía menos que estar de
acuerdo con su filosofía. Mientras Vilma sacaba filtros y limpiaba
conductos, el hombre pequeño, y sin que nadie se lo pidiera, comenzó
a desprender el trizado parabrisas de Beatrice, Vilma quiso objetar
algo, pero el viejo la tranquilizó con una sonrisa y un gesto de sus
manos. Lo cogió, lo metió en una especie de prensa que corrigió su
forma haciéndolo crujir dolorosamente y de ahí lo metió en otra
máquina que de inmediato comenzó a generar calor intenso. Vilma no
podía cerrar su boca ni aflojar su ceño por más que lo intentara,
mientras el hombre, que no paraba de hablar aunque nadie le
entendiera, cogía unos vasos, los llenaba con su delicioso licor
sabor a miel y se los ofrecía feliz a Marcus y a la chica como si
estos fueran sus invitados. Al cabo de unos minutos, y como si se
tratara de un pavo metido en el horno, la máquina emitió una señal
y de esta salió un parabrisas completamente restaurado para
admiración y asombro de Vilma, quien jamás había visto algo así,
y ya más relajada, acabó con su licor de un trago para seguir
trabajando. Caín regresó de su reunión con el señor Dugan, con
algo de comer y beber luego de explicarles todo lo sucedido, de ahí
en más ellos deberían decidir qué hacer si ya no contaban con más
sacerdotes cosechadores, “¿Y qué va a pasar con este?” Preguntó
Vilma, señalando con su mentón el cuerpo inerte de Quci, “Si lo
quieres, es tuyo. Supuse que preguntarías y se lo pedí al señor
Dugan” Respondió Caín, mientras el hombre pequeño, asentía y
sonreía sin enterarse de nada.
Fin.
León Faras.