domingo, 20 de marzo de 2022

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

 XLII.



El alba, con su primer atisbo de luminosidad, dejó en evidencia la carnicería que la noche y la lluvia ocultaron. Los primeros habitantes salían de sus casas como animalitos temerosos y hambrientos, que por fin abandonan sus madrigueras luego de una feroz tormenta. Nazli pasa desapercibida entre ellos, cubierta de pies a cabeza con una capa, sorteando los cuerpos de vivos y muertos por igual en los estrechos callejones. La lluvia, que sería recordada por mucho tiempo como la gran salvadora de Cízarin, se retiraba, como si estuviese dando su misión por cumplida. La chica divisa el Decapitado y comienza a encaminarse hacia allá. Si aún quedan Rimorianos luchando, estarían yendo en esa dirección también, es lo que piensa. Hay una gran cantidad de cuerpos calcinados por completo, regados en los caminos, quemados por separado junto a edificios intactos, tanto que llaman la atención de cualquiera, más aún en una noche en la que la lluvia no permitió ni que una miserable antorcha iluminara los caminos. Algunos aún desprenden calor, pero no les queda ni medio vestigio del aspecto de sus antiguos dueños, pero algunas armas y armaduras que resistieron podían aún reconocerse como Rimorianas. Nazli se pregunta, ¿qué clase de arma, hechizo o criatura usaron contra aquellos hombres? Hay historias de hechiceros capaces de incinerar hombres desde adentro hacia afuera, pero esas no son más que historias. De camino se lo pregunta a un viejo que junto con su hijo apila cadáveres amigos y enemigos sobre una carreta para despejar los callejones, el anciano, que parece increíblemente feliz a pesar del desolador escenario que le rodea, le responde sorprendido, “¿No lo sabes muchacha? Porque todo el mundo lo repite: el enemigo arde. Esos monstruos rimorianos se vuelven ceniza al mínimo contacto con el fuego” El hijo, que a diferencia de su padre se veía como un hombre agobiado por la existencia, vio las flechas que la muchacha cargaba y las señaló cansado, “Esas no te servirán de nada, debes conseguir una antorcha…”



Éger y Egan advirtieron tarde lo que sucedía, tarde para detener a Cransi que vio a Motas luchando y se lanzó contra su enemigo sin notar que aquel también era un rimoriano, porque de haberlo hecho, se hubiese quedado pasmado como estaban todos los demás, preguntándose qué demonios estaba sucediendo, pero en cuanto su cabeza rodó, los mellizos intervinieron contra el traidor, ante la mirada impávida de los soldados Cizarianos, la preocupada de Zaida y la complacida de Siandro. Féctor se posiciona para tener a sus tres enemigos a la vista, los mellizos son peligrosos mientras estén juntos, pero separados no se destacan del promedio, Motas solo es violento y fuerte, pero viejo y sin técnica, mientras tenga espacio puede evadirlo hasta que Malagonía quede a distancia para besarle el cuello. Es un duelo interesante para Féctor. De los otros, ninguno se decide a moverse, incapaces de hacerlo mientras el imbécil de Féctor siga interponiéndose.



La noche, la lluvia y la batalla se terminan y Gabos sigue vivo. Su cuerpo está cubierto casi por completo con la repugnante cicatrización de los inmortales, su brazo izquierdo, que lo usó como escudo contra las espadas de sus enemigos, ni siquiera parece humano ahora, y su cara no la reconocería ni su difunta mujer, pero ninguna de sus numerosas heridas a sido capaz de matarlo, después de todo es un inmortal, uno muy viejo y cansado. Uno que ahora se arrepiente de haber bebido de esa endemoniada fuente. Está sediento, no ha bebido nada en toda la noche y toda el agua que ha visto está mezclada con los interiores de algún cadáver. En los callejones encuentra una puerta que horas antes fue derrotada por una patada y ahora no ofrece resistencia, en el interior hay una mujer acurrucada en un rincón con un bebé y una niña pequeña, junto con un muchacho de unos diez o doce años que alimenta un fuego, este en cuanto lo ve, se pone de pie y enciende una antorcha ya preparada de antemano, porque a ellos también les llegó la noticia que circula por todo Cízarin, pero de la que Gabos no tiene ni idea. El muchacho no puede creer lo que ve, “¡Alejate de aquí, monstruo!” El aspecto del viejo es terrible. Este envaina su espada en son de paz, “No soy un monstruo…” La voz del viejo es amable, pero el muchacho lo apunta con una antorcha encendida como si fuera un arma, como si quisiera mantener alejado a un animal salvaje. Gabos sonríe amable, solo quiere un poco de agua, pero para el muchacho y su familia ha sido una noche demasiado larga y no se siente especialmente compasivo con el enemigo. Una estocada basta para que su cuerpo arda irrefrenablemente ante la incredulidad y horror de Gabos que siente cómo el fuego lo devora con saña, cómo se mete dentro de su carne, cómo enciende la sangre que circula en sus venas como si fuera nitroglicerina y como sale en forma de llamarada de su boca cuando emite su último grito antes de caer convertido en una fea momia calcinada sin ya nada más que se pueda quemar en su cuerpo y todo eso en cuestión de pocos segundos. Nazli, encaramada en un tejado, está lejos de allí pero oye el grito, y aunque cree reconocerlo, prefiere pensar que ha sido el insondable dolor de alguien más ¿qué otra cosa puede hacer?



¡Yo me encargo de este malnacido!” Anuncia Motas, furioso, como despreciando la ayuda de los mellizos. Estrella una vez más su espadón contra el suelo y luego lo abre en un vuelo horizontal devastador para cualquiera que alcance con él, pero su arma es pesada y lenta y su enemigo tiene demasiado espacio disponible para moverse. Féctor entra y le apuñala el hombro con ridícula facilidad y el tiempo le alcanza para esquivar la alabarda de Egan que entra recta y derecho hacia su cabeza; Malagonía gira en el aire y el asta del arma del mellizo se corta a la mitad. Féctor se queda congelado en su pose, en actitud petulante luego de esa pequeña muestra de su habilidad y de la calidad de su arma. Egan saca su puñal y se separa de su hermano, sabe que su arma no es rival para una espada, pero ellos son tres y él solo uno. Motas está furioso, a pesar de que sabe que un guerrero jamás debe mezclar sus emociones con su espada, Éger lo nota cuando ve una buena oportunidad para atacar pero es arruinada por la violencia estéril y desmedida de su viejo compañero. Féctor lo esquiva con facilidad y le abre un tajo en la espalda de lado a lado, activando una vez más la monstruosa cicatrización de los inmortales y demostrando que el viejo no está actuando con claridad. Motas está agotado, puede acabarlo, pero el escudo de Éger se interpone. Féctor los odia, solo los usan los malos esgrimistas. Lo ataca con rapidez y habilidad, una y otra vez, obligando al mellizo a retroceder tras su escudo, convirtiendo a este en una molestia que le impide ver lo que sucede; su hermano lo intenta auxiliar y es lo que Féctor estaba esperando. Evade su triste ataque de puñal con un giro que Malagonía aprovecha para rajarle el muslo, Egan cae con una rodilla al piso, pero antes de que su cuerpo pueda recuperarse, la espada gira elegantemente en el aire, como un ave rapaz, para caer sobre su expuesta nuca y decapitarle con asombrosa facilidad. Éger grita de dolor, Motas llora de ira e impotencia y Siandro, rey de Cízarin, aplaude como si se tratara de una obra artística. Motas gasta su último aliento con ataques desmesurados, Féctor, con mucha más técnica y rapidez, le raja el hombro, haciendo que el espadón de su enemigo pese aun más y sea más lento, dándole la oportunidad de enterrar a Malagonía, en toda su extensión, en la garganta de Motas, pero este, con su última fuerza de inmortal y todo su coraje, sujeta al traidor por las orejas con ambas manos, permitiendo que Éger lo atraviese con su espada por la espalda. El viejo Motas cayó al suelo aún con la espada atravesándole el cuello, mientras Éger golpeaba con su escudo la nuca de Féctor y lo hacía caer de rodillas, entonces el mellizo levanta su espada para decapitar al traidor y asesino de su hermano, pero una flecha encendida se clava en su espalda e incinera su cuerpo en cuestión de segundos, ante la mirada de horror de Féctor que no comprende qué clase de flecha era capaz de hacer algo así y se aleja arrastrándose de él, “Acabemos con esto…” Ordena Siandro, mandando a sus arqueros contra los inmortales que quedan, y luego añade despectivamente, refiriéndose a su antiguo aliado rimoriano, “A ese también, al final no era tan bueno” Las flechas encendidas llueven de todas partes, pero Féctor, con su cuerpo cicatrizándose por primera vez en toda la batalla, huye aterrado, logrando lanzarse al canal más cercano.


León Faras.

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