LI.
Alan
continuaba sentado en el mismo sitio, bajo esa canasta que nadie usaba, porque
llevaba rota más de un año, cuando alguien demasiado grande para su edad se
colgó de ella luego de encestar, los materiales no eran los mejores y el
jugador cayó de espaldas con la canasta en las manos. Alan no sabía nada de
esto ni le importaba, en ese momento veía que Olivia se acercaba junto con el
cura y se puso de pie para salirles al paso. En la otra canasta, la que aún
funcionaba, tres muchachos ensayaban tiros de fuera del área, en uno de estos,
la pelota dio un bote en el aro y salió disparada, el chico que estaba más
próximo fue por ella, pero se quedó congelado cuando la pelota cambió de
dirección en el aire como si hubiese chocado contra algo invisible. El muchacho
miró a sus amigos con una sonrisa nerviosa, estos también habían visto el
fenómeno y esperaban a que el balón se detuviera completamente para decidir si
querían cogerlo o no. Alan salía de la cancha en ese momento, la pelota lo iba
a golpear y tuvo que desviarla con la mano, no solía hacer ese tipo de
intervenciones, pero a veces no podían evitarse. Se paró en el borde del camino
para que la bruja lo viera. Esta se detuvo a su lado, pero no le dijo nada, se
quedó mirando al cura como esperando que este dijese o hiciese algo, pero el
padre José María no entendía por qué se habían detenido frente a ese hombre, al
que jamás había visto en su vida y con el que no sabía qué asuntos debía
tratar, por lo que su única reacción fue estirarle la mano y presentarse con
una sonrisa amable, “Hola, soy el sacerdote José María Werner” Alan se quedó
como un pasmarote, no podía recordar cuándo había sido la última vez que
alguien le había estirado la mano para presentarse, y además, casi podía jurar
que el cura ahora lo podía ver sin olvidarlo. Olivia intervino antes de que la
situación se hiciera más incómoda, “José, él es Alan… Sí, Ese Alan” Alan iba a
cogerle la mano por fin, pero al cura ya se le había caído debido a la
impresión de estar viendo a un espíritu con tal grado de realismo, al punto de
ser igual que cualquier vivo. Era el segundo espíritu que veía, sabiendo que lo
era, y por supuesto aún no se acostumbraba, pero en el último segundo reaccionó
y logró coger la mano de Alan antes de que este también la retirara. Olivia se
dirigía a casa de Gloria, luego de que esta la llamara para asegurarle que
había visto a su hija, “¿La vio? ¿Cómo que la vio?” Inquirió Alan, totalmente
incrédulo de tal afirmación, después de todo, en el momento en que ella se
dejara ver, el Escolta le caería encima, “…o es que acaso, ahora de pronto todo
el mundo ve espíritus” Agregó con algo de sarcasmo, debido a la reciente
habilidad del cura, aunque este ni se dio por aludido. La bruja aprovechó el
momento para encender un cigarro, “Pues lo cierto es que la gran mayoría de las
personas pueden ver espíritus, lo que ocurre es que para muchos es necesario
que se den ciertas condiciones, mientras que para algunos pocos como nosotros,
esas condiciones son menos” Explicó la mujer, con paciencia y aire académico,
Alan no replicó nada, él nada sabía de espíritus hasta que él mismo se
convirtió en uno, “Iré a ver a Manuel, tal vez sepa algo” Comentó conciliador.
Cerca de allí, fuera de su casa, Gloria soportaba una nueva charla
pseudocientífica de Mario Fuentes, quien aseguraba que las voces grabadas de
Laura, no tenían espectro, “¡Es que es increíble! Uno las puede oír, saber que
existen, pero para los programas de computadora, no hay nada, ¡Es que no hay
ningún registro gráfico de nada!” Gloria no estaba muy segura de entender y
menos de estar interesada en hacerlo, su última visión de su hija, le había
quitado una gran carga de encima y ahora se sentía mucho más tranquila y en
paz, sabiendo que su hija estaba bien donde estaba, por lo que, con habilidad
diplomática, desvió la conversación hacia aguas menos profundas, para luego
escabullirse al divisar a lo lejos al cura y la bruja acercándose. Los recibió
en la base de las escaleras, había oído que el sacerdote fue llevado al
hospital aquella noche y no esperaba verlo en su casa, “No fue nada, Gloria,
solo fue un desmayo, un descuido… nada importante” Comentó el cura algo
incómodo, pero de inmediato agregó, “Realmente tienes un semblante renovado,
¿Qué fue lo que ocurrió?” “¡La vi, padre, la vi! ¡Era ella!” Respondió la mujer
y aunque la bruja y el cura se miraron incrédulos, la expresión de su rostro no
dejaba lugar a dudas.
Alan
llegó hasta la casa de Manuel, a esa hora el viejo solía tomar el sol de la
mañana en la banca fuera de su casa, pero ahora no estaba allí, era posible que
estuviera acompañado, por lo que decidió comprobarlo antes, sin embargo, en ese
momento vio pasar por la acera de enfrente a Gastón Huerta, ya hacía días que
no lo veía y se preguntaba dónde estaría, o qué estaría haciendo. Lo acompañaba
Julieta, si ella estaba con él seguramente no se trataría de nada raro, aunque
viendo que Manuel no parecía disponible en ese momento, decidió seguirlos. No era
aquella la decisión más madura que había tenido, pero solo quería echarles un
vistazo. Mientras Gastón caminaba por la orilla de la calle, Julieta lo hacía
por el medio de la acera, atravesando a cuanto transeúnte se le cruzaba por
delante, que no eran muchos. Hablaban sin parar, sobre todo la chica, pero era
imposible oírles: la voz de los espíritus, al parecer, no obedece las mismas
leyes físicas del sonido que la de los vivos, debido a su propia naturaleza no
física, por lo que no alcanza la misma distancia ni velocidad. Nadie había
hecho un estudio al respecto, pero era así. Al llegar a la parte baja de esa
calle, que descendía con una pronunciada pendiente, la pareja dobló la esquina,
lo que llamó la atención de Alan, que ya empezaba a sospechar hacia dónde se
dirigían y le interesaba saber por qué. La calle por la que caminaron, Alan la
conocía bien, y cuando la pareja desapareció de su vista, sabía muy bien dónde
encontrarlos. Allí estaba su casa, el sitio apestado y apestoso que nadie
quería comprar porque su reputación aseguraba que en ese lugar las almas en
pena purgaban sus culpas noche tras noche y de forma elocuente, de hecho,
existía una grabación hecha por un vecino, donde se podía ver un televisor
encendido en plena noche, en una casa a la que ya le habían robado hasta el
cableado. La grabación termina con la imagen del televisor encendido, pero
claramente sin que su cable estuviera conectado a nada, y la consiguiente y
apresurada estampida de los valientes exploradores, también había frecuentes
rumores de quienes aseguraban haber visto a un hombre colgado del cuello
dentro, que luego ya no estaba. Cuando Alan traspasó las latas del perímetro,
de inmediato notó un cambio, porque el sitio estaba despejado y toda la basura
y maleza estaba acumulada en un rincón, iba a adentrarse, pero alguien le habló
por la espalda en ese momento, “¡Eh!” Alan se asustó como hace mucho tiempo no
lo hacía, girándose casi en el aire, tras él estaba Julieta con cara de
inocente sorpresa, “¡Cómo rayos haces eso?” Preguntó el hombre como un
reproche, alterado, pues la chica tenía la extrañísima facultad de atravesar
una pared y luego salir por otra totalmente diferente; que estaba muy bien que
fuera un espíritu sin rastros de materialización hasta el momento, pero ¿por qué
salir de una muralla distinta! Julieta solo podía encogerse de hombros, aquello
era algo que le salía natural, luego sonrió, y con un simpático “¡Ven!”
desapareció tras una muralla de la casa, Alan la miró, como se le mira a aquel
que abusa de sus habilidades en tus propias narices y presume de ellas,
resignado, avanzó hasta la puerta principal. La sala estaba limpia, el sofá
viejo y el televisor sobre la pila de neumáticos habían sido retirados; las
paredes lucían raspadas por algún objeto afilado, que les había quitado toda la
pintura, y no solo esas, también las del pasillo estaban raspadas, sin grafitis
ni manchas de orines, el piso, aún con cerámicas rotas, había sido barrido
incansablemente hasta dar una sensación de limpieza impensada. Allí en la
entrada de la habitación de su hijo, estaba Julieta esperándolo, dentro, Gastón
pintaba las paredes de blanco, en el lugar de la desgracia, había una casita
hecha con esmero, pintada de amarillo y rojo, con una imagen de yeso de la
Virgen y su hijo en su interior, también restaurada, rodeada de flores y con velas
nuevas. Todo era completamente diferente. Gastón lo vio de repente y se sintió
sorprendido, “Fue idea de ella…” dijo como una excusa, señalando a la chica,
quien enseñaba sus manos en señal de inocencia, mientras contenía la risa con
los labios apretados.
León Faras.