viernes, 30 de julio de 2021

Del otro lado.

 

LI.

 

Alan continuaba sentado en el mismo sitio, bajo esa canasta que nadie usaba, porque llevaba rota más de un año, cuando alguien demasiado grande para su edad se colgó de ella luego de encestar, los materiales no eran los mejores y el jugador cayó de espaldas con la canasta en las manos. Alan no sabía nada de esto ni le importaba, en ese momento veía que Olivia se acercaba junto con el cura y se puso de pie para salirles al paso. En la otra canasta, la que aún funcionaba, tres muchachos ensayaban tiros de fuera del área, en uno de estos, la pelota dio un bote en el aro y salió disparada, el chico que estaba más próximo fue por ella, pero se quedó congelado cuando la pelota cambió de dirección en el aire como si hubiese chocado contra algo invisible. El muchacho miró a sus amigos con una sonrisa nerviosa, estos también habían visto el fenómeno y esperaban a que el balón se detuviera completamente para decidir si querían cogerlo o no. Alan salía de la cancha en ese momento, la pelota lo iba a golpear y tuvo que desviarla con la mano, no solía hacer ese tipo de intervenciones, pero a veces no podían evitarse. Se paró en el borde del camino para que la bruja lo viera. Esta se detuvo a su lado, pero no le dijo nada, se quedó mirando al cura como esperando que este dijese o hiciese algo, pero el padre José María no entendía por qué se habían detenido frente a ese hombre, al que jamás había visto en su vida y con el que no sabía qué asuntos debía tratar, por lo que su única reacción fue estirarle la mano y presentarse con una sonrisa amable, “Hola, soy el sacerdote José María Werner” Alan se quedó como un pasmarote, no podía recordar cuándo había sido la última vez que alguien le había estirado la mano para presentarse, y además, casi podía jurar que el cura ahora lo podía ver sin olvidarlo. Olivia intervino antes de que la situación se hiciera más incómoda, “José, él es Alan… Sí, Ese Alan” Alan iba a cogerle la mano por fin, pero al cura ya se le había caído debido a la impresión de estar viendo a un espíritu con tal grado de realismo, al punto de ser igual que cualquier vivo. Era el segundo espíritu que veía, sabiendo que lo era, y por supuesto aún no se acostumbraba, pero en el último segundo reaccionó y logró coger la mano de Alan antes de que este también la retirara. Olivia se dirigía a casa de Gloria, luego de que esta la llamara para asegurarle que había visto a su hija, “¿La vio? ¿Cómo que la vio?” Inquirió Alan, totalmente incrédulo de tal afirmación, después de todo, en el momento en que ella se dejara ver, el Escolta le caería encima, “…o es que acaso, ahora de pronto todo el mundo ve espíritus” Agregó con algo de sarcasmo, debido a la reciente habilidad del cura, aunque este ni se dio por aludido. La bruja aprovechó el momento para encender un cigarro, “Pues lo cierto es que la gran mayoría de las personas pueden ver espíritus, lo que ocurre es que para muchos es necesario que se den ciertas condiciones, mientras que para algunos pocos como nosotros, esas condiciones son menos” Explicó la mujer, con paciencia y aire académico, Alan no replicó nada, él nada sabía de espíritus hasta que él mismo se convirtió en uno, “Iré a ver a Manuel, tal vez sepa algo” Comentó conciliador. Cerca de allí, fuera de su casa, Gloria soportaba una nueva charla pseudocientífica de Mario Fuentes, quien aseguraba que las voces grabadas de Laura, no tenían espectro, “¡Es que es increíble! Uno las puede oír, saber que existen, pero para los programas de computadora, no hay nada, ¡Es que no hay ningún registro gráfico de nada!” Gloria no estaba muy segura de entender y menos de estar interesada en hacerlo, su última visión de su hija, le había quitado una gran carga de encima y ahora se sentía mucho más tranquila y en paz, sabiendo que su hija estaba bien donde estaba, por lo que, con habilidad diplomática, desvió la conversación hacia aguas menos profundas, para luego escabullirse al divisar a lo lejos al cura y la bruja acercándose. Los recibió en la base de las escaleras, había oído que el sacerdote fue llevado al hospital aquella noche y no esperaba verlo en su casa, “No fue nada, Gloria, solo fue un desmayo, un descuido… nada importante” Comentó el cura algo incómodo, pero de inmediato agregó, “Realmente tienes un semblante renovado, ¿Qué fue lo que ocurrió?” “¡La vi, padre, la vi! ¡Era ella!” Respondió la mujer y aunque la bruja y el cura se miraron incrédulos, la expresión de su rostro no dejaba lugar a dudas.

 

Alan llegó hasta la casa de Manuel, a esa hora el viejo solía tomar el sol de la mañana en la banca fuera de su casa, pero ahora no estaba allí, era posible que estuviera acompañado, por lo que decidió comprobarlo antes, sin embargo, en ese momento vio pasar por la acera de enfrente a Gastón Huerta, ya hacía días que no lo veía y se preguntaba dónde estaría, o qué estaría haciendo. Lo acompañaba Julieta, si ella estaba con él seguramente no se trataría de nada raro, aunque viendo que Manuel no parecía disponible en ese momento, decidió seguirlos. No era aquella la decisión más madura que había tenido, pero solo quería echarles un vistazo. Mientras Gastón caminaba por la orilla de la calle, Julieta lo hacía por el medio de la acera, atravesando a cuanto transeúnte se le cruzaba por delante, que no eran muchos. Hablaban sin parar, sobre todo la chica, pero era imposible oírles: la voz de los espíritus, al parecer, no obedece las mismas leyes físicas del sonido que la de los vivos, debido a su propia naturaleza no física, por lo que no alcanza la misma distancia ni velocidad. Nadie había hecho un estudio al respecto, pero era así. Al llegar a la parte baja de esa calle, que descendía con una pronunciada pendiente, la pareja dobló la esquina, lo que llamó la atención de Alan, que ya empezaba a sospechar hacia dónde se dirigían y le interesaba saber por qué. La calle por la que caminaron, Alan la conocía bien, y cuando la pareja desapareció de su vista, sabía muy bien dónde encontrarlos. Allí estaba su casa, el sitio apestado y apestoso que nadie quería comprar porque su reputación aseguraba que en ese lugar las almas en pena purgaban sus culpas noche tras noche y de forma elocuente, de hecho, existía una grabación hecha por un vecino, donde se podía ver un televisor encendido en plena noche, en una casa a la que ya le habían robado hasta el cableado. La grabación termina con la imagen del televisor encendido, pero claramente sin que su cable estuviera conectado a nada, y la consiguiente y apresurada estampida de los valientes exploradores, también había frecuentes rumores de quienes aseguraban haber visto a un hombre colgado del cuello dentro, que luego ya no estaba. Cuando Alan traspasó las latas del perímetro, de inmediato notó un cambio, porque el sitio estaba despejado y toda la basura y maleza estaba acumulada en un rincón, iba a adentrarse, pero alguien le habló por la espalda en ese momento, “¡Eh!” Alan se asustó como hace mucho tiempo no lo hacía, girándose casi en el aire, tras él estaba Julieta con cara de inocente sorpresa, “¡Cómo rayos haces eso?” Preguntó el hombre como un reproche, alterado, pues la chica tenía la extrañísima facultad de atravesar una pared y luego salir por otra totalmente diferente; que estaba muy bien que fuera un espíritu sin rastros de materialización hasta el momento, pero ¿por qué salir de una muralla distinta! Julieta solo podía encogerse de hombros, aquello era algo que le salía natural, luego sonrió, y con un simpático “¡Ven!” desapareció tras una muralla de la casa, Alan la miró, como se le mira a aquel que abusa de sus habilidades en tus propias narices y presume de ellas, resignado, avanzó hasta la puerta principal. La sala estaba limpia, el sofá viejo y el televisor sobre la pila de neumáticos habían sido retirados; las paredes lucían raspadas por algún objeto afilado, que les había quitado toda la pintura, y no solo esas, también las del pasillo estaban raspadas, sin grafitis ni manchas de orines, el piso, aún con cerámicas rotas, había sido barrido incansablemente hasta dar una sensación de limpieza impensada. Allí en la entrada de la habitación de su hijo, estaba Julieta esperándolo, dentro, Gastón pintaba las paredes de blanco, en el lugar de la desgracia, había una casita hecha con esmero, pintada de amarillo y rojo, con una imagen de yeso de la Virgen y su hijo en su interior, también restaurada, rodeada de flores y con velas nuevas. Todo era completamente diferente. Gastón lo vio de repente y se sintió sorprendido, “Fue idea de ella…” dijo como una excusa, señalando a la chica, quien enseñaba sus manos en señal de inocencia, mientras contenía la risa con los labios apretados.


León Faras.

sábado, 24 de julio de 2021

Del otro lado.

 

L.

 

El padre José María despertó de repente, respirando como si no lo hubiese hecho en mucho tiempo, asustado. Ya era de mañana, estaba tendido en una cama que no era la suya; tardó en darse cuenta de que aquella era una sala de hospital, Olivia estaba con él, “Tranquilízate, los médicos dicen que estás bien…” El sacerdote, luego de ver a su amiga con él, se calmó un poco, pero estaba confundido, aquella no era una cama, sino una camilla, tenía una sonda intravenosa en el brazo y aún llevaba la ropa puesta con la que había dado la misa, “¿Qué pasó?” Preguntó, tratando de responderse a esa pregunta él mismo, la bruja le puso la mano en el hombro con una leve sonrisa de alivio, “No pasa nada, alguien avisó que te habías desmayado en la iglesia y una ambulancia fue a recogerte. Suponen que tuviste una descompensación, porque no tenías ninguna herida, ni nada… pero ya está todo normal. Dormiste toda la noche” Concluyó la bruja, luego de unos segundos, agregó divertida, “Oye, no sabía que yo estaba entre tus contactos en caso de emergencia” Comentó. El cura le iba a explicar que a cualquier miembro de su familia que llamaran, le tomaría al menos un día entero en llegar, eso, si tenían suerte para conseguir boletos, pero no alcanzó a hacerlo, porque en ese momento recordó algo como una punzada, con desesperación nerviosa se llevó las manos al estómago, levantándose la ropa hasta el pecho, incrédulo, comprobó que no había nada inusual allí. Se dejó caer sobre la camilla más confundido que antes, aunque no tanto como Olivia, quien no entendía qué acababa de pasar, el sacerdote, luego de hacer lo posible por aclarar sus propias ideas, le contó sobre la visita de David que había recibido, “¿Apuñalado? Pero si no hay restos de sangre por ninguna parte” Exclamó la bruja sin disimular su extrañeza, “Sin embargo fue tan real…” Respondió el cura, acariciándose con la yema de los dedos el lugar exacto en donde el puñal de David se había clavado. Al cabo de media hora, el cura y su amiga pudieron irse, José María parecía aturdido, pero no se trataba de nada físico, sino que de puro desconcierto emocional, pues en su mente había recuerdos que ahora no calzaban con la realidad. Olivia sugirió coger un taxi, pero el cura prefería caminar de regreso a casa y ella lo acompañó. Poco a poco su ánimo fue mejorando, y fue haciéndose a la idea de que simplemente no podía explicar lo que había sucedido, solo sabía qué había sucedido, en ese momento su vista se fijó en una mujer que descuidadamente cruzaba la calle cuando un camión repartidor de carne se acercaba rápidamente y sin intenciones de detenerse, “¡Eh, cuidado! ¡Para!” Gritó el cura, pero no podía hacer nada, la mujer prácticamente desapareció al ser impactada por el vehículo, Olivia lo contuvo, alarmada, mientras los hombres del camión los miraban sin detenerse, tratando de descifrar qué había sucedido, “¡Es que no lo has visto? ¡Acaban de arrollar a esa mujer!” Gritaba el sacerdote, alterado, tratando de convencer a la bruja de que debía hacerse algo, esta lo sujetaba para que no saliera corriendo, “¡Cálmate ya! claro que la vi” Y cuando logró que el hombre se fijara en ella, agregó, “Está justo allí…” El sacerdote miró hacia donde la bruja le señalaba, y allí estaba la mujer, de pie, distraída y sin ningún rasguño. José María no podía creer o entender lo que había ocurrido, pero Olivia sí, “José, ¡Escúchame! Esa mujer está muerta, lo que tú estás viendo, es su espíritu.” El cura la miró inseguro de cuál de los dos había perdido la cordura primero, “Pero si yo nunca he…” entonces se detuvo, era demasiado difícil de creer, pero si David repartía los dones de esa manera, al menos podría haberle advertido antes, Olivia lo miraba intensamente, “Lo sé…” dijo, “…tú nunca has visto espíritus” Concluyó su frase, luego de eso siguieron caminando en silencio, cada uno sacando sus propias conclusiones en un mar de confusión, finalmente la bruja se decidió a hablar, “Escucha… puede que te encuentres con personas que no has visto nunca antes en tu vida dentro de tu iglesia… no te alarmes, en general son buena gente” El sacerdote la miró muy preocupado, “¿Y en casa?” Olivia hizo gesto de forzada confianza, “Puedes dormir tranquilo, en esa casa no hay nadie más aparte de ti” No sabía exactamente por qué, pero aquello no le sonaba del todo convincente. En ese momento sonó el teléfono de Olivia. Era Gloria.

 

Alan se llevaba mucho más tiempo rondando la población de Laura desde que sentía que la había perdido, sentado bajo la canasta rota de baloncesto de la multicancha, vio pasar a Richard Cortez caminando muy rápido, como quien necesita urgentemente usar un baño, aunque no parecía este el caso, el Chavo llevaba el brazo pegado al pecho como si protegiera algo bajo este y se movía levemente inclinado hacia delante. Macarena Ríos, salía de la habitación de su hijo Lucas con un plato de sopa vacío cuando Richard entró, este parecía de muy mal humor, lo que auguraba la respuesta a la pregunta que inmediatamente le hizo su mujer, “¿Cómo te fue?” el Chavo no respondió, Macarena aventuró arrugando la frente, “Te fue mal, ¿cierto?” Richard prefirió mirar en otra dirección, aún apretaba algo contra su pecho, “¿Qué traes ahí?” le preguntó su mujer acercándose, el hombre la miró como si pretendiera detenerla solo con la vista, “Las cosas no salieron tan bien, ¿sí?” Macarena le cogió el brazo y lo jaló suavemente, de inmediato notó dos agujeros en su camiseta a la altura del pecho, levemente manchados de sangre. La mujer se espantó, aunque siempre tenía reacciones exageradas para todo, sentó al hombre en una silla y le descubrió el pecho, tenía dos puñaladas en medio de este, de seguro que al menos una de ellas le había atravesado el corazón, sin embargo, apenas se habían humedecido de sangre y el hombre había llegado caminado a su casa. Macarena se apretó la mano contra la boca para no gritar, o llorar, o no llorar a gritos, y se dejó caer en otra silla, “Tienes que ir al hospital” Lo dijo como una súplica, con los ojos llenos de lágrimas, el Chavo le respondió que no era necesario y su mujer insistió entre sollozos, “¡Pero te vas a morir!” Richard Cortez sabía que ese día llegaría, no el de morir, sino el de confesarle a su mujer que él hace mucho que estaba muerto y que no podía volver a morir, “Sucedió durante la guerra civil…” Comenzó. Macarena nunca había sido una apasionada de la historia, pero sabía que aquello había sucedido hace por lo menos un par de siglos, pero no intervino, aún tenía la mano apretada contra su boca como si se hubiese echado pegamento en ella. El Chavo continuó, “…yo era del bando de los rebeldes, creía justo tomar por la fuerza lo que nos correspondía y no nos daban, fueron días miserables, nunca pensé que deberíamos usar la fuerza para todo, hasta para conseguir un poco de agua, o un maldito refugio durante la lluvia. Un día nos colamos en la ciudad a oscuras para conseguir munición y pólvora, era fácil, por lo general había solo un centinela o dos como mucho, pero aquel día nos estaban esperando, nos atraparon en segundos. A mis hombres les dieron una oportunidad, pero a mí, que estaba al mando ese día, me pusieron de rodillas y me metieron una bala justo aquí…” Y el Chavo se presionó con el índice la coronilla, “…sin preguntas ni nada, aunque la verdad es que nadie le hace preguntas al zorro cuando es atrapado en el gallinero. Aquel era el sargento Blanco, Aurelio Blanco y tenía fama de preguntar poco. Ahí me quedé parado, mirando cómo mi cuerpo, con la cara destrozada y el cráneo agujereado, se desangraba y luego no pasó nada, pasaron los años y no pasó nada… y aún sigo aquí” La mujer seguía muda, a pesar de que ya se había despegado la mano de su boca hace un rato, y al menos, ya no pensaba que aquellas puñaladas en el corazón de Richard fueran algo de qué preocuparse, “Entonces… ¿no te vas a morir?” Preguntó con toda la inocencia que ocultaba su corazón, el Chavo negó con la cabeza, después de eso se metió la mano al bolsillo y sacó un pequeño fajo de billetes, “Esto nos alcanzará para un par de semanas” Luego se paró a buscar aguja e hilo.


León Faras.

lunes, 19 de julio de 2021

Del otro lado.

 

XLIX.

 

No duró mucho, pero fue una tormenta terrorífica, sobre todo para alguien poco acostumbrado a semejantes eventos marinos, como era Laura. El océano se sacudía, no como si le estuvieran cayendo gotas de agua del cielo, lo hacía como si estuviera siendo golpeado por una lluvia de meteoritos como refrigeradores, elevando olas enormes que no iban a ninguna parte antes de estrellarse contra otra similar, y luego descendiendo para formar valles profundos, siempre a punto de ser azotados por las montañas de agua que le rodeaban. Laura no sentía nada, vivía la experiencia como un espectáculo holográfico muy realista pero incapaz de interactuar con él, o de sentir su arrolladora violencia, aun así, la chica había sentido mucho miedo de ver paredes de agua tan grandes movidas con tal ímpetu de un lado para el otro; además, fuera del agua el silencio era surrealista para ella y la noche ocultaba buena parte del espectáculo, sin embargo, algún rayo lograba abrirse paso en la noche cerrada, e iluminar el mundo por un segundo como una majestuosa postal de un lugar solo existente en algún planeta remoto. Al sumergirse apenas algunos metros, comprobó que la oscuridad era casi total allí y la paz era absoluta, en ese momento deseaba tener algo de luz, esa luz que solo sirve para acompañar, más allá de la leve y fugaz luminosidad que ofrecía algún rayo esporádico, sin que ni siquiera sirviera para ver la presencia de un solo pez, solo pudo imaginar que todos ellos estaban reunidos en algún punto del océano, esperando a que el mar de apaciguara y les permitiera seguir con sus vidas, Laura, en cambio, deseaba más que nunca volver a casa, estaba segura de que, en uno de esos lapsos de claridad que surgían cada cierto rato, había visto a su amiga la Sombra acechándola desde la oscuridad, aunque tal vez solo fuese su imaginación mezclada con una buena porción de miedo, esa era una buena razón para pensar por qué no había peces cerca, aun así, pasaron las horas y el ataque que temía, nunca se produjo, tal vez aquel lugar, el océano, era un sitio neutral, una “tierra de nadie” donde los Escoltas no tenían autoridad para hacer su trabajo, sin embargo, y ambos lo sabían, la Sombra tenía todo el tiempo del mundo por delante para zanjar su asunto pendiente, solo era cuestión de tiempo.

 

Despertó con la salida del sol en un día completamente despejado y en ese momento tuvo una revelación, algo que había oído hace tiempo, pero que jamás le había visto el valor que podía tener, “el sol nace de la tierra y se oculta en el mar.” Eso dependía del punto geográfico del globo en el que uno se encontrara, pero era lo que ella había oído y debía valer, por lo que enfiló lo más rápido y entusiasmadamente posible hacia el oriente, hacia la salida del sol donde debía estar la tierra. Después de una hora de intenso nado, sin ningún esfuerzo, por cierto, aún no se veía tierra en el horizonte, sin embargo, la dirección que debía seguir estaba claramente marcada por el rayo negro que dividía el cielo en dos hasta perderse en la inmensidad del cosmos. No sabía a qué distancia estaba exactamente, pero calculaba que su diámetro ya debía ser bastante grande, lo que le preocupaba, porque si ya había alcanzado su casa, su cuarto, aquel podía ser su último día en este mundo, o en cualquier otro. Otra hora más de nado a buen ritmo, disfrutando de paso de las maravillas del fondo marino, fueron suficientes para avistar tierra firme. Debía de ser cerca del mediodía cuando sus pies tocaron el suelo, era un lugar completamente distinto del que había salido, de hecho, era mucho más limpio y con una arena que se veía casi blanca. Laura se registró un bolsillo donde aún guardaba su pequeño espejo para mirar el lugar a través de él, porque se le hacía completamente nuevo; los cerros y lomas que colindaban eran verdes, plagados de árboles y chorreados de hiedras areneras con flores azules, la playa estaba desierta, a pesar de ser un lugar de ensueño y por los alrededores no había más de una docena de casas, todas incrustadas en las laderas de los cerros, de muy buena construcción, con terrazas fabulosas y algunas incluso con piscina, a pesar de tener el mar a un tiro de piedra de distancia; serpenteantes, pero seguras escaleras, conectaban las viviendas con la playa. Laura no vio a su persecutor por ninguna parte, al parecer, los sitios abiertos e iluminados eran los que más le invitaban a ocultarse, o era que la Sombra sabía perfectamente que tenía los minutos contados y que ya no la perseguía, sino que la esperaba. Entonces comenzó a correr, tan rápido como le era posible, deseando poder volar como lo había hecho bajo el mar, de hecho podía hacerlo, porque su cuerpo estaba pegado al suelo porque así debía de ser según su comprensión, no porque tuviera masa sobre la cual, la gravedad tuviera algún efecto, pero no lo hizo, simplemente no podía concebirlo. Mientras más corría, más grande se hacía el rayo de luz negra y su tamaño ya era bastante intimidante, pero no lo comprobó hasta llegar a su casa: la pared de luz negra ya le había quitado media ciudad, aunque aún no llegaba a su departamento, a su cuarto. No estaba segura, pero tal vez le quedara un día más, y aunque sentía miedo, en el fondo deseaba que ya se terminara todo. Aún quedaban algunas horas de luz de día cuando subió a su habitación y se sorprendió de verla ordenada, inmaculada como la habitación de un muerto, retrato incluido; ya no estaban los aparatos para grabar su voz y hasta el espejo había sido lavado, aquello significaba que ya no la buscaban y que las vidas de sus familiares regresaban a la normalidad, iba a volver a salir, pero algo había sucedido: su retrato ya no estaba. Fue lo primero que vio cuando entró y ahora no estaba, eso daba una sensación muy rara, al filo entre la emoción y el miedo. Retrocedió despacio para inspeccionar su cuarto a través del espejo de la pared, en la cama la vio, su madre abrazaba su retrato sentada en la cama, sollozando con el mentón pegado a su pecho, culpándose, seguramente, de no haber podido ayudarla con algo que nunca llegó a comprender, Laura lo sabía, la muerte y sus vicisitudes eran un completo misterio para cualquiera, más allá de lo que cada uno podía creer, y su madre, con seguridad, había hecho todo lo mejor que pudo. Entonces la chica lo advirtió, debía irse, y debía hacerlo en paz, y transmitirle esa paz a su madre y al resto de su familia, para que no continuaran sus vidas angustiados por ella. En el suelo había una botella de algún producto de limpieza recientemente usado por su madre, lo identificó en el espejo y lo volteó con un suave movimiento de su pie. Eso llamó inmediatamente la atención de su madre, podía verla en su reflejo, pero ella no. Laura quería hacer algo más pero no sabía qué, entonces recordó algo que ya había probado antes, y si funcionaba, podía ser genial. Cogió su pequeño espejo, y apuntó con este al espejo de la pared, poniéndose a sí misma al medio, lo que resultó, fue que el espejo pequeño proyectó su imagen en el grande, una imagen parcial, difusa y totalmente fantasmagórica, pero era su imagen, y su madre podía verla. Esta dejó caer el retrato al suelo, espantada, pero pronto se tranquilizó, su hija la miraba con una suave sonrisa en los labios y una de sus manos en el pecho, la que se fue a la boca para recibir un beso enviado a la distancia, su madre repitió el gesto, pronunció unas palabras que no se oyeron y como había aparecido, Laura desapareció.


León Faras.

miércoles, 14 de julio de 2021

Del otro lado.

 

XLVIII.

 

“¿Qué los Escoltas huelen a qué?” La noche se esparcía afuera, mientras Olivia cargaba su vieja estufa con un nuevo trozo de madera y se servía una taza de té amargo con canela y un chorrito de aguardiente, mirando a Alan con la expresión de quien acaba de oír el mayor de los disparates creados por el hombre, “Dijo que olían como a un pedo de Satanás” Alan hablaba en serio, pero Olivia no pudo evitar esbozar una sonrisa de incredulidad, “Jamás había oído nada similar… ¿y cómo diablos puede saber algo así?” Alan se encogió de hombros, “Eso fue lo que dijo, creí que tú sabrías algo…” Olivia negó con la cabeza mientras saboreaba un sorbo de su té, “Lo único que sé es lo mismo que tú, que la chica dejó de manifestarse por varios días ya, y con mucha probabilidad, eso significa que fue alcanzada por el Escolta” Luego cogió su taza, pero la detuvo a dos centímetros de sus labios para afirmar, “¡Es que no pudo solo irse y evadir a un Escolta!” Entonces la bruja se puso de pie, cogió un cigarrillo, su teléfono y se puso uno en la boca y el otro en el oído, “Necesito que vengas aquí ahora. No me salgas con esas, tú y yo tenemos un trato… ¡Si no fuera importante, no te llamaría! Gracias.” Alan no sabía si era prudente quedarse o debía irse, pero Olivia no le dijo nada, se puso de pie y comenzó a preparar una pasta, moliendo y mezclando una serie de cosas que poca o ninguna relación tenían entre sí, para luego remojarlo todo con una pizca de algo parecido a vino hasta hacer una bolita que disolvió en una taza de agua caliente, la cual espesó en el acto. Poco rato después golpearon la puerta, Olivia abrió sin siquiera prestar atención a quién estaba fuera, como quien lo sabe de sobra. Tanto Jeremías como Alan, luego de verse con extrañeza, preguntaron casi al unísono, “¿Y este, qué hace aquí?” Y es que para cada uno de los dos, la presencia del otro tenía poco o nada de sentido. Olivia los miró con pereza, “¿Se conocen? Supongo que el mundo de los muertos en la ciudad es muy pequeño” “¡Que ya te he dicho mil veces que yo no estoy muerto!” Protestó Jeremías, cabreado de la misma cantinela, la bruja hizo gesto de cansancio y Alan se dejó caer en el sofá, derrotado, “¡Vamos hombre!” Replicó Olivia, “…Pero si tienes más años de los que cualquier vivo debería tener” El viejo miraba muy serio, casi enojado, “Eso es gracias a que dejé de desgastar mi cuerpo consumiendo alimentos” Explicó, convencido, “Sí, el día que moriste” Replicó Alan, procurando ser oído a medias, luego agregó más fuerte, “¿Y tiene teléfono móvil?” Preguntó sorprendido luego de recordar que con una llamada el viejo había aparecido, Jeremías lo miró altanero, enseñando un pequeño teléfono con forma de almeja que llevaba en el bolsillo de su maltrecha camisa, Olivia se desentendió de todo y cogió la infusión que había preparado antes, “Vamos, siéntate. Terminemos con esto…” Dijo, poniendo la taza con un líquido similar a la baba de alguna criatura extraterrestre sobre la mesa, el viejo reaccionó como el niño que descubre que le van a dar de comer, justo aquello que más odia, “¿Otra vez esa porquería? Lo que tú quieres es envenenarme, ¿verdad?” Olivia ignoró con resignación ese comentario, “Vamos, hombre, bébetelo. Le he puesto un poco de miel para que no sepa tan mal” Jeremías se sentó en el suelo y se bebió la infusión de malas ganas, mientras lo hacía, Alan quiso saber qué hacía el viejo Jeremías allí, “Es un buscador…” Le respondió la bruja, pero al ver que Alan no terminaba de entender el concepto, agregó, “…puedo buscar personas a través de él, todos los espiritistas y videntes tienen uno, aunque no todos son tan encantadores…” Concluyó Olivia, mirando al viejo de soslayo en espera de alguna réplica, pero este, que ya se había bebido el líquido, parecía entrar en un profundo estado de meditación, al cabo de unos minutos, su cuerpo comenzó a desvanecerse, como si se desmaterializara o se volviera transparente, Alan lo miraba preocupado, más bien asustado, el viejo era apenas un espectro en ese momento, mientras Olivia se sentaba en el suelo con los pies cruzados, “Es el momento, veamos si esa muchacha sigue entre nosotros o ya no” Puso sus manos con las palmas hacia arriba y cerró los ojos, en ese momento el viejo los abrió con violencia, como si despertara de un sueño del que le urge salir, sin embargo, no estaba allí, su vista remota pertenecía a la bruja, y esta recorría parajes muy lejanos con ella en ese momento. Lo único que tenía para encontrar a Laura era el recuerdo de la foto de su habitación, el retrato de muerta que se había mantenido intacto a pesar del caos, pero antes ya había tenido éxito con bastante menos. Jeremías poco a poco comenzó a materializarse de nuevo hasta que terminó expulsando a la bruja de su interior, esta se llevó una mano a la cabeza, mareada, el viejo en cambio volvía en sí con total normalidad, “¿Lograste algo?” Preguntó con semblante preocupado, Olivia lo miró sorprendida, luego a Alan y luego al suelo para negar con la cabeza, “Nada…” respondió decepcionada.

 

“¿Quién es usted?” Preguntó el padre José María sin siquiera haberse quitado la casulla, cuando pensaba que ya todos sus feligreses se habían ido, una vez concluida su misa de la tarde. El hombre era joven, elegante, parecía de buena situación económica, vestido de negro y con gafas oscuras que se quitó y se guardó en el bolsillo interior de su chaqueta, “Estoy muy seguro de que usted ya lo sabe, padre” Respondió con amabilidad, el cura nunca lo había visto antes, pero algo le decía que ese hombre tenía la razón: el cabello largo, la barba impecable y ese innegable aspecto a Jesucristo que era mucho más evidente de lo que se imaginaba, “¿David?” Aventuró el sacerdote, el hombre sonrió con una sonrisa perfecta, “Soy el que convierte los sueños en realidad, padre, y también al revés” Dijo, y la respuesta le sonó extrañamente literal al cura. Aquel era el hombre bautizado por el padre Benigno hace más de un siglo, el que había mantenido con vida a este último todo este tiempo, el ángel que Estela vio en el hospital cuando su hija estaba muriendo, todo aquello muy difícil de creer, pero viendo a ese hombre en persona, se hacía un poco más fácil, “¿En qué le puedo ayudar?” Preguntó el sacerdote, adoptando una postura forzosamente segura, David se acercó dos pasos, “No, padre, es lo que yo puedo hacer por ustedes…” Y luego de unos segundos de innecesario suspense, agregó, “…y por Laura” El cura se quitó las gafas como si estas de pronto le pesaran, no entendía cómo este hombre podía saber algo de Laura y de su problema y no podía creer que se presentara ante él de esa manera ofreciéndose a ayudar, “Acaso, ¿puede usted destruir a esa cosa?” David volvió a sonreír, pero esta vez con algo de compasión en los ojos, “Es difícil encontrar un ángel en estos días, lo sé, padre, pero ése no soy yo…” David se acercó aún más, “…sin embargo, ese Ejecutor debe ser eliminado y yo le ayudaré” Luego de eso extrajo un puñal corto de su bolsillo y, tapándole la boca al cura, se lo enterró en el estómago. Lo último que oyó el sacerdote antes de desvanecerse fue un lejano “Confíe en mí, padre.”


León Faras.

miércoles, 7 de julio de 2021

Del otro lado.

 

XLVII.

 

El océano siempre le había parecido infinito, sabía que no lo era, que en algún lugar terminaba, pero al verlo desde la orilla daba la sensación de no tener fin, el problema era que ahora, desde donde Laura estaba, el océano parecía infinito en todas las direcciones, ni siquiera podía ver la enorme luz oscura que partía el cielo en dos y que no paraba de crecer. Había visto un barco enorme aquella mañana, cargado con una increíble cantidad de contenedores metálicos llenos de quién sabe qué cosa, yendo hacia Dios sabe dónde, aunque sin ningún ser humano a bordo que ella pudiera ver, y bajo sus pies, el fondo desaparecía al terminar rendida la luz del sol. La sensación de volar, le había parecido genial en un primer momento, pero ya empezaba a desear algo de tierra firme, y además estaba segura de haber visto unas criaturas realmente gigantescas merodeando en el horizonte brumoso del océano profundo, tan grandes como para asustar a una muerta, y no quería ni imaginarse lo que sería tenerlas cerca, sin embargo allí estaba, sin saber qué dirección tomar o hacia dónde ir. El sol brillaba en lo alto, pero en el horizonte se veía un banco de nubes que venía oscuro y amenazante, como un gran ejército que marcha hacia la conquista, no era época de lluvias en su casa, pero ella no estaba en su casa ahora. En el punto en que estaba, el fondo se le hacía insondable, pero no tenía deseos de explorarlo por miedo a lo que vivía allí, con lo que podía verse a media profundidad era suficiente, era increíble como los cardúmenes se movían como si fueran un solo individuo, como si ejecutaran una pieza de baile la que todos manejan muy bien. Laura se acercó a ellos, no sabía bien que peces eran, flacos y largos como la mitad de su brazo, con rostro gracioso y piel metalizada, agrupados, sin dejar de moverse parecían mantenerse en el mismo sitio, como si el océano no fuera lo suficientemente grande para todos ellos. No le temían, no interrumpieron su rutina ante la presencia de la fascinada chica, que al sumergirse dentro del grupo, podía ver lo inmenso, compacto y bien organizado que era, hasta que empezó el ataque. No supo bien qué eran al principio, enormes y corpulentos como ella, irrumpiendo con violencia desde la profundidad y destrozando la armonía del grupo que se desperdigaba en todas direcciones para luego volver a agruparse, preparándose para nuevas envestidas que venían de todas partes, cuando la chica logró salir de en medio, vio que eran delfines, una docena de ellos, arremetiendo contra el banco de peces que mantenía la agrupación, a pesar de que aquello era su perdición, Laura jamás había visto algo así, la cacería más cruda, en el más salvaje de los lugares, y nada más había empezado. A pesar de estar bajo el agua, la chica soltó un grito mudo cuando del cielo comenzaron a caer proyectiles como saetas afiladas que hendían el mar ensartando a los peces que luego subían a la superficie, eran aves y debían ser dos o tres veces más que los delfines, que caían como una lluvia de flechas en medio de una batalla medieval, mientras el cardumen se contraía y se estiraba sin siquiera intentar huir, debido al trabajo de los delfines que giraban constantemente alrededor de los peces evitando fugas. Entonces apareció el rey, los delfines se abrieron, al tiempo que el cardumen era atravesado por un gigante que Laura no vio venir, el tiburón emergió de la cortina de peces con sus intimidantes mandíbulas abiertas y llenas de un bocado de tan generoso banquete, llegando hasta muy cerca de la chica, quien solo pudo gritar, aunque no quedó muy segura si salió algún sonido de su boca, y taparse la cara con ambas manos, en una de las más inútiles técnicas de defensa jamás vista en todo el océano, sin embargo, el escualo la ignoró completamente, pasando por su lado con bravuconería, sabiendo que allí no tenía nada que demostrarle a nadie, y que al igual que todos, solo estaba ahí para aprovechar la comida fácil. Laura no corría peligro, pero cerca de allí, otro bicho de unos tres metros de largo con un largo pico afilado como una espada, merodeaba los alrededores sin dejar claras sus intenciones, por lo que ese era un buen momento para alejarse de allí, primero sin prisa y hasta con disimulo y luego ya a toda velocidad, el problema era que, tomara la dirección que tomara, jamás sabía si se estaba acercando a la costa o adentrando más y más en el mar, sabía que debía encontrar tierra, y que cualquier trozo de tierra le valía para ser transportada mágicamente de vuelta a su casa, pero no tenía ni la más mínima idea de hacia dónde ir. Estaba muy lejos de su casa.

 

Estaba pensando que los pájaros debían de vivir en la costa, que debían tener sus nidos en tierra firme y que seguirlos de regreso a sus hogares la llevaría a ella directo a casa, le pareció una idea genial, pero fue abruptamente interrumpida por un sonido fantasmal que la envolvió, persistente e indefinido, no podía decir con certeza de dónde venía o si la fuente estaba lejos o la tenía tan cerca que no podía verla. Tenía una ligera sospecha de qué podía ser, pero no se atrevía a aseverar nada, porque la sensación de oír algo tan intenso y potente, era como que manaba del interior de la tierra, más abajo del lecho marino, además, se mantenía por demasiado tiempo como para nacer de algo vivo, sin embargo, allí estaba, bajo sus pies, como un gigantesco fantasma negro en lento y majestuoso vuelo, el animal más grande del mundo y la cosa viva más grande que ella había visto jamás: una ballena. Laura se quedó congelada, fascinada pero incapaz de moverse, ante la majestuosidad del enorme cetáceo. Aún no se recuperaba del todo, cuando otra ballena avanzaba por su lado, inmenso y pacífico, pero intimidantemente cerca, increíblemente, su canto no parecía acercarse ni alejarse, era como parte del mar. Debían de ser por lo menos media docena de gigantes viajando juntos y cuando por fin ya pasaban, Laura pudo ver algo absolutamente increíble y maravilloso: un hombre, el primer ser humano que veía desde el día de su muerte, un hombre apenas mayor que ella, sujeto con una mano a la aleta de una ballena, siendo arrastrado por esta con toda naturalidad. Laura se movió y el hombre la vio, se soltó del cetáceo que lo tiraba para mirar con más atención a la muchacha, pero luego, en una reacción inesperada, huyó a toda prisa hacia la oscuridad del fondo marino como si hubiese visto un fantasma, eso pensó la chica, seguramente ver a un muerto causaba ese tipo de reacción, sin embargo, ella era una chica muerta, pero qué era ese hombre capaz de refugiarse en el fondo del mar como si fuese un pez. No volvió a aparecer. Aquel día comenzó a oscurecer más temprano, el banco de nubes ya cubría la mitad del cielo y caían las primeras gotas de agua al tiempo que el mar comenzaba a inquietarse. Para ese momento, Laura ya se había dado cuenta de que su plan de seguir a los pájaros no serviría, pues fuera del agua el mundo seguía careciendo de vida por completo y las aves ya no existían para ella.

 

Las casualidades en este mundo, son más comunes de lo que cualquiera se atrevería a afirmar, Laura no lo sospechaba siquiera, pero dentro de la inmensidad del océano, ella había dado con Joel, el materializado que la asesinó y que luego se autoexilió en el mar.


León Faras.

jueves, 1 de julio de 2021

Del otro lado.

 

XLVI.

 

Aunque era una persona que procuraba mantenerse activa, a sus años, Beatriz estaba muy lejos de ser una mujer ocupada, por lo que cuando Gloria le dijo que había algo que deseaba mostrarle en casa de su padre, coordinaron una visita de inmediato. “¿Estás solo?” Preguntó Gloria a su padre incluso antes de saludarlo, escudriñando los rincones de la casa con desconfianza, este la miró con preocupación y desconcierto, ¿es que acaso no podía ver que estaba solo? Si se suponía que el ciego era él, “Pues… creo que sí” Respondió él, sin comprender que su hija se estaba refiriendo específicamente a las visitas de su amigo fantasma. Manuel se instaló en su mesa con los dedos entrelazados, mientras su hija preparaba café, “¿Y cómo van las cosas?” Preguntó el viejo con humildad, como si temiera estar diciendo algo inadecuado, Gloria lo miró, y su mirada reflejaba cansancio y un poco de desamparo, “Siento que me estoy volviendo loca, papá, todos los días me pasan cosas que hasta hace poco creía imposible. Es que si alguien me hubiese dicho que un difunto era capaz de provocar un incendio, ¡Me hubiese reído en su cara!” Su voz sonó un tanto desesperada, como quien se está viendo superada por las circunstancias. Su padre se puso de pie, y dando saltos de mueble en mueble con el tanteo de sus manos, como acostumbraba hacerlo cuando no usaba su bastón, llegó hasta ella para calmarla con la única y universal frase para eso, “Todo estará bien, hija, te lo prometo” Palabras siempre vacías, pero inexplicablemente reconfortantes viniendo de la persona adecuada. Al poco rato llegó Beatriz, no tenía ni idea de qué era lo que Gloria quería mostrarle, tal vez una remodelación, o algún mueble nuevo, no se le ocurría nada mejor, pero cuando se sentaron a la mesa, lo que vio fue solo un pequeño reproductor de cintas de audio, bastante anticuado, por lo demás, que no parecía tener nada interesante que contar, mientras Gloria le servía el café, Beatriz le preguntó amistosamente el porqué había sido citada, y la respuesta que recibió, fue una cara que le dio a entender que no se trataba de ninguna remodelación. Gloria se sentó, y mientras jugueteaba con el reproductor entre los dedos, les explicó lo más claro posible quién era Olivia, qué hacía y qué había sucedido aquel día en la cafetería, donde había sido grabada aquella cinta, por supuesto, el contenido de la cinta era lo que debían oír, pues necesitaba la opinión de ambos, Beatriz se encogió de hombros, aceptando lo que fuera, Manuel no hizo absolutamente nada, su rostro era como el de un bandolero al que acaban de desplumar en un juego de póker. La cinta comenzó a sonar, y Beatriz la oía con toda atención, hasta que la voz de Alan se escuchó, su cara se demudó, los músculos de su rostro que estaban contraídos se relajaron y los que estaban relajados se contrajeron, se llevó la mano a la boca y sus ojos se humedecieron, mientras Manuel seguía impertérrito, hasta que decidió intervenir, “Es suficiente…” dijo firme, pero sin alzar la voz. Ya no era necesario preguntar nada, Gloria estaba segura de que efectivamente aquella era la voz de Alan, “No había nadie más allí…” Aclaró, “…solo estábamos ella y yo, y no oí ninguna otra voz hasta escuchar la grabación” Luego de un sorbo de café, y de algunos segundos de silencio, agregó, “Creí que podría ser un engaño…” Manuel negó en silencio, Beatriz se inclinó sobre la mesa, “¿Cómo es eso posible? ¿Acaso esa mujer, puede contactarlo?” Le preguntó, aún con los ojos húmedos, “No lo sé, supongo que sí,” replicó Gloria, como justificándose.

 

Algunos días después, Manuel estaba sentado fuera de su casa, donde el sol entibiaba a esa hora de la mañana, cuando oyó la voz de su amigo. El viejo fingió estar enfadado, “Hasta que te decides a aparecer…” Le reprochó, Alan se sentó a su lado, “Lo siento, pero es que no tengo nada nuevo. No sé en qué dirección avanzar, amigo” Manuel apretó el ceño con fuerza, “¿Entonces no tienes ni idea de lo que sucedió?” Era obvio que el viejo esperaba que él le trajera noticias, pero Alan no traía nada, ni siquiera sabía que, según lo que Gloria le confesó a su padre el día anterior, Laura llevaba varios días sin manifestarse de ninguna manera, “…nada, ni un ruido, ni un movimiento, nada… ha desaparecido” “¿Entonces…?” Sugirió Alan, indefenso, Manuel miraba el vacío de su ceguera incrédulo, “Entonces, qué, ¿No han destruido a esa cosa que la perseguía para…?” El viejo se detuvo, era ciego, pero intuía hasta el rostro que debía tener su amigo en ese momento, se llevó la mano a la frente, “O sea que, ¿Mi nieta desapareció para siempre?” Alan no decía palabra, no sabía nada de lo que su amigo le decía. Manuel continuaba, “Devorada su alma por esa cosa, sin haber hecho nada malo…” “Eso no significa nada, son pocos días…” Justificó Alan, convencido de que era demasiado pronto como para que Laura hubiese sido devorada por el Escolta, a menos, claro, que ella misma se hubiese encargado de eso. Manuel negaba obstinado, “¡Esa chica estaba volviendo loca a mi hija! Todos los días y a toda hora, pidiendo ayuda, moviendo cosas, causando incendios, y de pronto, su presencia solo desaparece en el aire, como si nunca hubiese existido, ¿Crees que eso no significa nada?” Concluyó el viejo, con anhelo en el rostro por escuchar una respuesta, “No puede ser que se haya entregado…” Respondió Alan, aferrado a la posibilidad menos plausible en ese momento, Manuel tomó una bocanada de aire para calmar el ánimo y ponerle a su amigo la estocada final sin irritación en la voz, “Dime una cosa, si tuvieras un día más, ¿Podrías ayudarla? ¿O tres días… o una semana? ¿Sabes en este momento cómo detener a esa cosa o qué hacer para evitar que devore a mi nieta?” Después de unos segundos de silencio en espera de una respuesta que no llegó, agregó, “No me malentiendas, amigo, hiciste lo que pudiste, y te lo agradezco, pero no fue suficiente, y ahora me temo que ya es tarde” El viejo se quedó en silencio luego de eso, jamás podía saber cuándo Alan llegaba o se iba, pero intuía, y con cierto grado de seguridad, que Alan ya se había largado. Era cierto, caminaba con prisa alejándose de allí, restregándose una y otra vez las palabras de su amigo en la cara: que no importaba si Laura había sido devorada por el Escolta o aún le quedaban algunos días por delante, porque él no tenía ni idea de cómo ayudarla, no sabía qué hacer para detener un Escolta. Caminó inconscientemente hasta la población donde Laura vivió, en el parquecito vio a Julieta sentada en una banca, pero no estaba sola, a su lado estaba Richard Cortez, aunque este último no podía saberlo. Los dos hombres no se conocían, pero uno sabía perfectamente quien era el otro, “¿Alguna noticia de Laura y ese maldito Escolta que la persigue?” Preguntó el Chavo, dirigiéndose a Alan pero mirando hacia otro sitio, como para disimular que hablaba con un espíritu, este le dirigió una mirada poco alentadora a Julieta antes de responder, “Creo que le perdimos la pista, no lo sé, puede que ya sea tarde para ayudarla…” Confesó, tanto como una forma de desahogo, como para informar a la niña del inminente fracaso de su empresa, Richard lo miró sorprendido, Alan miraba a Julieta, “Todavía no es tarde, aún no ha terminado” Dijo el Chavo con seguridad tal, que a Alan le pareció hasta irresponsable, “¿Cómo lo sabes?” Richard no lo miró, saludaba a alguien a la distancia en ese momento, “Por su olor…” Respondió, luego de unos segundos agregó, “No el de ella, sino el del Escolta, tal vez no puedas sentirlo, pero de verdad que huele, y una vez que lo sientes, no puedes dejar de percibirlo, es amargo, es un olor amargo, y no se irá hasta que él se vaya” Después de eso se puso de pie porque alguien se acercaba para reunirse con él, antes de irse le susurró algo a Alan, “Si puedes verla, dile a la chica que acompaña a Lucas que gracias, no sabe el bien que le hace” No esperó respuesta, solo se fue. Julieta no podía ser más feliz en ese momento.


León Faras.