L.
El
padre José María despertó de repente, respirando como si no lo hubiese hecho en
mucho tiempo, asustado. Ya era de mañana, estaba tendido en una cama que no era
la suya; tardó en darse cuenta de que aquella era una sala de hospital, Olivia
estaba con él, “Tranquilízate, los médicos dicen que estás bien…” El sacerdote,
luego de ver a su amiga con él, se calmó un poco, pero estaba confundido,
aquella no era una cama, sino una camilla, tenía una sonda intravenosa en el
brazo y aún llevaba la ropa puesta con la que había dado la misa, “¿Qué pasó?”
Preguntó, tratando de responderse a esa pregunta él mismo, la bruja le puso la mano
en el hombro con una leve sonrisa de alivio, “No pasa nada, alguien avisó que
te habías desmayado en la iglesia y una ambulancia fue a recogerte. Suponen que
tuviste una descompensación, porque no tenías ninguna herida, ni nada… pero ya
está todo normal. Dormiste toda la noche” Concluyó la bruja, luego de unos
segundos, agregó divertida, “Oye, no sabía que yo estaba entre tus contactos en
caso de emergencia” Comentó. El cura le iba a explicar que a cualquier miembro
de su familia que llamaran, le tomaría al menos un día entero en llegar, eso,
si tenían suerte para conseguir boletos, pero no alcanzó a hacerlo, porque en
ese momento recordó algo como una punzada, con desesperación nerviosa se llevó
las manos al estómago, levantándose la ropa hasta el pecho, incrédulo, comprobó
que no había nada inusual allí. Se dejó caer sobre la camilla más confundido
que antes, aunque no tanto como Olivia, quien no entendía qué acababa de pasar,
el sacerdote, luego de hacer lo posible por aclarar sus propias ideas, le contó
sobre la visita de David que había recibido, “¿Apuñalado? Pero si no hay restos
de sangre por ninguna parte” Exclamó la bruja sin disimular su extrañeza, “Sin
embargo fue tan real…” Respondió el cura, acariciándose con la yema de los
dedos el lugar exacto en donde el puñal de David se había clavado. Al cabo de
media hora, el cura y su amiga pudieron irse, José María parecía aturdido,
pero no se trataba de nada físico, sino que de puro desconcierto emocional,
pues en su mente había recuerdos que ahora no calzaban con la realidad. Olivia
sugirió coger un taxi, pero el cura prefería caminar de regreso a casa y ella
lo acompañó. Poco a poco su ánimo fue mejorando, y fue haciéndose a la idea de
que simplemente no podía explicar lo que había sucedido, solo sabía qué había
sucedido, en ese momento su vista se fijó en una mujer que descuidadamente
cruzaba la calle cuando un camión repartidor de carne se acercaba rápidamente y
sin intenciones de detenerse, “¡Eh, cuidado! ¡Para!” Gritó el cura, pero no
podía hacer nada, la mujer prácticamente desapareció al ser impactada por el
vehículo, Olivia lo contuvo, alarmada, mientras los hombres del camión los
miraban sin detenerse, tratando de descifrar qué había sucedido, “¡Es que no lo
has visto? ¡Acaban de arrollar a esa mujer!” Gritaba el sacerdote, alterado,
tratando de convencer a la bruja de que debía hacerse algo, esta lo sujetaba
para que no saliera corriendo, “¡Cálmate ya! claro que la vi” Y cuando logró
que el hombre se fijara en ella, agregó, “Está justo allí…” El sacerdote miró
hacia donde la bruja le señalaba, y allí estaba la mujer, de pie, distraída y
sin ningún rasguño. José María no podía creer o entender lo que había ocurrido,
pero Olivia sí, “José, ¡Escúchame! Esa mujer está muerta, lo que tú estás
viendo, es su espíritu.” El cura la miró inseguro de cuál de los dos había
perdido la cordura primero, “Pero si yo nunca he…” entonces se detuvo, era
demasiado difícil de creer, pero si David repartía los dones de esa manera, al
menos podría haberle advertido antes, Olivia lo miraba intensamente, “Lo sé…”
dijo, “…tú nunca has visto espíritus” Concluyó su frase, luego de eso siguieron
caminando en silencio, cada uno sacando sus propias conclusiones en un mar de
confusión, finalmente la bruja se decidió a hablar, “Escucha… puede que te
encuentres con personas que no has visto nunca antes en tu vida dentro de tu
iglesia… no te alarmes, en general son buena gente” El sacerdote la miró muy
preocupado, “¿Y en casa?” Olivia hizo gesto de forzada confianza, “Puedes
dormir tranquilo, en esa casa no hay nadie más aparte de ti” No sabía
exactamente por qué, pero aquello no le sonaba del todo convincente. En ese
momento sonó el teléfono de Olivia. Era Gloria.
Alan
se llevaba mucho más tiempo rondando la población de Laura desde que sentía que
la había perdido, sentado bajo la canasta rota de baloncesto de la multicancha, vio
pasar a Richard Cortez caminando muy rápido, como quien necesita urgentemente
usar un baño, aunque no parecía este el caso, el Chavo llevaba el brazo pegado
al pecho como si protegiera algo bajo este y se movía levemente inclinado hacia
delante. Macarena Ríos, salía de la habitación de su hijo Lucas con un plato de
sopa vacío cuando Richard entró, este parecía de muy mal humor, lo que auguraba
la respuesta a la pregunta que inmediatamente le hizo su mujer, “¿Cómo te fue?”
el Chavo no respondió, Macarena aventuró arrugando la frente, “Te fue mal, ¿cierto?”
Richard prefirió mirar en otra dirección, aún apretaba algo contra su pecho,
“¿Qué traes ahí?” le preguntó su mujer acercándose, el hombre la miró como si
pretendiera detenerla solo con la vista, “Las cosas no salieron tan bien, ¿sí?”
Macarena le cogió el brazo y lo jaló suavemente, de inmediato notó dos agujeros
en su camiseta a la altura del pecho, levemente manchados de sangre. La mujer
se espantó, aunque siempre tenía reacciones exageradas para todo, sentó al
hombre en una silla y le descubrió el pecho, tenía dos puñaladas en medio de
este, de seguro que al menos una de ellas le había atravesado el corazón, sin
embargo, apenas se habían humedecido de sangre y el hombre había llegado
caminado a su casa. Macarena se apretó la mano contra la boca para no gritar, o
llorar, o no llorar a gritos, y se dejó caer en otra silla, “Tienes que ir al
hospital” Lo dijo como una súplica, con los ojos llenos de lágrimas, el Chavo
le respondió que no era necesario y su mujer insistió entre sollozos, “¡Pero te
vas a morir!” Richard Cortez sabía que ese día llegaría, no el de morir, sino
el de confesarle a su mujer que él hace mucho que estaba muerto y que no podía
volver a morir, “Sucedió durante la guerra civil…” Comenzó. Macarena nunca
había sido una apasionada de la historia, pero sabía que aquello había sucedido
hace por lo menos un par de siglos, pero no intervino, aún tenía la mano
apretada contra su boca como si se hubiese echado pegamento en ella. El Chavo
continuó, “…yo era del bando de los rebeldes, creía justo tomar por la fuerza
lo que nos correspondía y no nos daban, fueron días miserables, nunca pensé que
deberíamos usar la fuerza para todo, hasta para conseguir un poco de agua, o un
maldito refugio durante la lluvia. Un día nos colamos en la ciudad a oscuras para
conseguir munición y pólvora, era fácil, por lo general había solo un centinela
o dos como mucho, pero aquel día nos estaban esperando, nos atraparon en
segundos. A mis hombres les dieron una oportunidad, pero a mí, que estaba al
mando ese día, me pusieron de rodillas y me metieron una bala justo aquí…” Y el
Chavo se presionó con el índice la coronilla, “…sin preguntas ni nada, aunque la
verdad es que nadie le hace preguntas al zorro cuando es atrapado en el
gallinero. Aquel era el sargento Blanco, Aurelio Blanco y tenía fama de
preguntar poco. Ahí me quedé parado, mirando cómo mi cuerpo, con la cara
destrozada y el cráneo agujereado, se desangraba y luego no pasó nada, pasaron
los años y no pasó nada… y aún sigo aquí” La mujer seguía muda, a pesar de que
ya se había despegado la mano de su boca hace un rato, y al menos, ya no
pensaba que aquellas puñaladas en el corazón de Richard fueran algo de qué
preocuparse, “Entonces… ¿no te vas a morir?” Preguntó con toda la inocencia que
ocultaba su corazón, el Chavo negó con la cabeza, después de eso se metió la mano
al bolsillo y sacó un pequeño fajo de billetes, “Esto nos alcanzará para un par
de semanas” Luego se paró a buscar aguja e hilo.
León Faras.
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