XLVII.
El
océano siempre le había parecido infinito, sabía que no lo era, que en algún
lugar terminaba, pero al verlo desde la orilla daba la sensación de no tener
fin, el problema era que ahora, desde donde Laura estaba, el océano parecía infinito
en todas las direcciones, ni siquiera podía ver la enorme luz oscura que partía
el cielo en dos y que no paraba de crecer. Había visto un barco enorme aquella
mañana, cargado con una increíble cantidad de contenedores metálicos llenos de
quién sabe qué cosa, yendo hacia Dios sabe dónde, aunque sin ningún ser humano
a bordo que ella pudiera ver, y bajo sus pies, el fondo desaparecía al terminar
rendida la luz del sol. La sensación de volar, le había parecido genial en un
primer momento, pero ya empezaba a desear algo de tierra firme, y además estaba
segura de haber visto unas criaturas realmente gigantescas merodeando en el
horizonte brumoso del océano profundo, tan grandes como para asustar a una
muerta, y no quería ni imaginarse lo que sería tenerlas cerca, sin embargo allí
estaba, sin saber qué dirección tomar o hacia dónde ir. El sol brillaba en lo
alto, pero en el horizonte se veía un banco de nubes que venía oscuro y
amenazante, como un gran ejército que marcha hacia la conquista, no era época
de lluvias en su casa, pero ella no estaba en su casa ahora. En el punto en que
estaba, el fondo se le hacía insondable, pero no tenía deseos de explorarlo por
miedo a lo que vivía allí, con lo que podía verse a media profundidad era
suficiente, era increíble como los cardúmenes se movían como si fueran un solo
individuo, como si ejecutaran una pieza de baile la que todos manejan muy bien.
Laura se acercó a ellos, no sabía bien que peces eran, flacos y largos como la
mitad de su brazo, con rostro gracioso y piel metalizada, agrupados, sin dejar
de moverse parecían mantenerse en el mismo sitio, como si el océano no fuera lo
suficientemente grande para todos ellos. No le temían, no interrumpieron su
rutina ante la presencia de la fascinada chica, que al sumergirse dentro del
grupo, podía ver lo inmenso, compacto y bien organizado que era, hasta que
empezó el ataque. No supo bien qué eran al principio, enormes y corpulentos
como ella, irrumpiendo con violencia desde la profundidad y destrozando la
armonía del grupo que se desperdigaba en todas direcciones para luego volver a
agruparse, preparándose para nuevas envestidas que venían de todas partes,
cuando la chica logró salir de en medio, vio que eran delfines, una docena de
ellos, arremetiendo contra el banco de peces que mantenía la agrupación, a
pesar de que aquello era su perdición, Laura jamás había visto algo así, la
cacería más cruda, en el más salvaje de los lugares, y nada más había empezado.
A pesar de estar bajo el agua, la chica soltó un grito mudo cuando del cielo
comenzaron a caer proyectiles como saetas afiladas que hendían el mar ensartando
a los peces que luego subían a la superficie, eran aves y debían ser dos o tres
veces más que los delfines, que caían como una lluvia de flechas en medio de
una batalla medieval, mientras el cardumen se contraía y se estiraba sin
siquiera intentar huir, debido al trabajo de los delfines que giraban
constantemente alrededor de los peces evitando fugas. Entonces apareció el rey,
los delfines se abrieron, al tiempo que el cardumen era atravesado por un
gigante que Laura no vio venir, el tiburón emergió de la cortina de peces con
sus intimidantes mandíbulas abiertas y llenas de un bocado de tan generoso
banquete, llegando hasta muy cerca de la chica, quien solo pudo gritar, aunque
no quedó muy segura si salió algún sonido de su boca, y taparse la cara con
ambas manos, en una de las más inútiles técnicas de defensa jamás vista en todo
el océano, sin embargo, el escualo la ignoró completamente, pasando por su lado
con bravuconería, sabiendo que allí no tenía nada que demostrarle a nadie, y
que al igual que todos, solo estaba ahí para aprovechar la comida fácil. Laura
no corría peligro, pero cerca de allí, otro bicho de unos tres metros de largo
con un largo pico afilado como una espada, merodeaba los alrededores sin dejar
claras sus intenciones, por lo que ese era un buen momento para alejarse de
allí, primero sin prisa y hasta con disimulo y luego ya a toda velocidad, el
problema era que, tomara la dirección que tomara, jamás sabía si se estaba
acercando a la costa o adentrando más y más en el mar, sabía que debía
encontrar tierra, y que cualquier trozo de tierra le valía para ser
transportada mágicamente de vuelta a su casa, pero no tenía ni la más mínima
idea de hacia dónde ir. Estaba muy lejos de su casa.
Estaba
pensando que los pájaros debían de vivir en la costa, que debían tener sus
nidos en tierra firme y que seguirlos de regreso a sus hogares la llevaría a
ella directo a casa, le pareció una idea genial, pero fue abruptamente
interrumpida por un sonido fantasmal que la envolvió, persistente e indefinido,
no podía decir con certeza de dónde venía o si la fuente estaba lejos o la
tenía tan cerca que no podía verla. Tenía una ligera sospecha de qué podía ser,
pero no se atrevía a aseverar nada, porque la sensación de oír algo tan intenso
y potente, era como que manaba del interior de la tierra, más abajo del lecho
marino, además, se mantenía por demasiado tiempo como para nacer de algo vivo,
sin embargo, allí estaba, bajo sus pies, como un gigantesco fantasma negro en
lento y majestuoso vuelo, el animal más grande del mundo y la cosa viva más
grande que ella había visto jamás: una ballena. Laura se quedó congelada,
fascinada pero incapaz de moverse, ante la majestuosidad del enorme cetáceo.
Aún no se recuperaba del todo, cuando otra ballena avanzaba por su lado,
inmenso y pacífico, pero intimidantemente cerca, increíblemente, su canto no
parecía acercarse ni alejarse, era como parte del mar. Debían de ser por lo
menos media docena de gigantes viajando juntos y cuando por fin ya pasaban,
Laura pudo ver algo absolutamente increíble y maravilloso: un hombre, el primer
ser humano que veía desde el día de su muerte, un hombre apenas mayor que ella,
sujeto con una mano a la aleta de una ballena, siendo arrastrado por esta con
toda naturalidad. Laura se movió y el hombre la vio, se soltó del cetáceo que
lo tiraba para mirar con más atención a la muchacha, pero luego, en una
reacción inesperada, huyó a toda prisa hacia la oscuridad del fondo marino como
si hubiese visto un fantasma, eso pensó la chica, seguramente ver a un muerto
causaba ese tipo de reacción, sin embargo, ella era una chica muerta, pero qué
era ese hombre capaz de refugiarse en el fondo del mar como si fuese un pez. No
volvió a aparecer. Aquel día comenzó a oscurecer más temprano, el banco de
nubes ya cubría la mitad del cielo y caían las primeras gotas de agua al tiempo
que el mar comenzaba a inquietarse. Para ese momento, Laura ya se había dado
cuenta de que su plan de seguir a los pájaros no serviría, pues fuera del agua
el mundo seguía careciendo de vida por completo y las aves ya no existían para
ella.
Las
casualidades en este mundo, son más comunes de lo que cualquiera se atrevería a
afirmar, Laura no lo sospechaba siquiera, pero dentro de la inmensidad del
océano, ella había dado con Joel, el materializado que la asesinó y que luego se
autoexilió en el mar.
León Faras.
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