XLIX.
No
duró mucho, pero fue una tormenta terrorífica, sobre todo para alguien poco
acostumbrado a semejantes eventos marinos, como era Laura. El océano se
sacudía, no como si le estuvieran cayendo gotas de agua del cielo, lo hacía
como si estuviera siendo golpeado por una lluvia de meteoritos como
refrigeradores, elevando olas enormes que no iban a ninguna parte antes de
estrellarse contra otra similar, y luego descendiendo para formar valles
profundos, siempre a punto de ser azotados por las montañas de agua que le rodeaban.
Laura no sentía nada, vivía la experiencia como un espectáculo holográfico muy
realista pero incapaz de interactuar con él, o de sentir su arrolladora
violencia, aun así, la chica había sentido mucho miedo de ver paredes de agua
tan grandes movidas con tal ímpetu de un lado para el otro; además, fuera del
agua el silencio era surrealista para ella y la noche ocultaba buena parte del
espectáculo, sin embargo, algún rayo lograba abrirse paso en la noche cerrada,
e iluminar el mundo por un segundo como una majestuosa postal de un lugar solo
existente en algún planeta remoto. Al sumergirse apenas algunos metros,
comprobó que la oscuridad era casi total allí y la paz era absoluta, en ese
momento deseaba tener algo de luz, esa luz que solo sirve para acompañar, más
allá de la leve y fugaz luminosidad que ofrecía algún rayo esporádico, sin que
ni siquiera sirviera para ver la presencia de un solo pez, solo pudo imaginar
que todos ellos estaban reunidos en algún punto del océano, esperando a que el
mar de apaciguara y les permitiera seguir con sus vidas, Laura, en cambio,
deseaba más que nunca volver a casa, estaba segura de que, en uno de esos
lapsos de claridad que surgían cada cierto rato, había visto a su amiga la
Sombra acechándola desde la oscuridad, aunque tal vez solo fuese su imaginación
mezclada con una buena porción de miedo, esa era una buena razón para pensar
por qué no había peces cerca, aun así, pasaron las horas y el ataque que temía,
nunca se produjo, tal vez aquel lugar, el océano, era un sitio neutral, una
“tierra de nadie” donde los Escoltas no tenían autoridad para hacer su trabajo,
sin embargo, y ambos lo sabían, la Sombra tenía todo el tiempo del mundo por
delante para zanjar su asunto pendiente, solo era cuestión de tiempo.
Despertó
con la salida del sol en un día completamente despejado y en ese momento tuvo
una revelación, algo que había oído hace tiempo, pero que jamás le había visto
el valor que podía tener, “el sol nace de la tierra y se oculta en el mar.” Eso
dependía del punto geográfico del globo en el que uno se encontrara, pero era
lo que ella había oído y debía valer, por lo que enfiló lo más rápido y
entusiasmadamente posible hacia el oriente, hacia la salida del sol donde debía
estar la tierra. Después de una hora de intenso nado, sin ningún esfuerzo, por
cierto, aún no se veía tierra en el horizonte, sin embargo, la dirección que
debía seguir estaba claramente marcada por el rayo negro que dividía el cielo en
dos hasta perderse en la inmensidad del cosmos. No sabía a qué distancia estaba
exactamente, pero calculaba que su diámetro ya debía ser bastante grande, lo
que le preocupaba, porque si ya había alcanzado su casa, su cuarto, aquel podía
ser su último día en este mundo, o en cualquier otro. Otra hora más de nado a
buen ritmo, disfrutando de paso de las maravillas del fondo marino, fueron
suficientes para avistar tierra firme. Debía de ser cerca del mediodía cuando
sus pies tocaron el suelo, era un lugar completamente distinto del que había
salido, de hecho, era mucho más limpio y con una arena que se veía casi blanca.
Laura se registró un bolsillo donde aún guardaba su pequeño espejo para mirar
el lugar a través de él, porque se le hacía completamente nuevo; los cerros y
lomas que colindaban eran verdes, plagados de árboles y chorreados de hiedras
areneras con flores azules, la playa estaba desierta, a pesar de ser un lugar
de ensueño y por los alrededores no había más de una docena de casas, todas
incrustadas en las laderas de los cerros, de muy buena construcción, con
terrazas fabulosas y algunas incluso con piscina, a pesar de tener el mar a un
tiro de piedra de distancia; serpenteantes, pero seguras escaleras, conectaban
las viviendas con la playa. Laura no vio a su persecutor por ninguna parte, al
parecer, los sitios abiertos e iluminados eran los que más le invitaban a
ocultarse, o era que la Sombra sabía perfectamente que tenía los minutos
contados y que ya no la perseguía, sino que la esperaba. Entonces comenzó a
correr, tan rápido como le era posible, deseando poder volar como lo había
hecho bajo el mar, de hecho podía hacerlo, porque su cuerpo estaba pegado al
suelo porque así debía de ser según su comprensión, no porque tuviera masa
sobre la cual, la gravedad tuviera algún efecto, pero no lo hizo, simplemente
no podía concebirlo. Mientras más corría, más grande se hacía el rayo de luz
negra y su tamaño ya era bastante intimidante, pero no lo comprobó hasta llegar
a su casa: la pared de luz negra ya le había quitado media ciudad, aunque aún
no llegaba a su departamento, a su cuarto. No estaba segura, pero tal vez le
quedara un día más, y aunque sentía miedo, en el fondo deseaba que ya se
terminara todo. Aún quedaban algunas horas de luz de día cuando subió a su habitación
y se sorprendió de verla ordenada, inmaculada como la habitación de un muerto, retrato
incluido; ya no estaban los aparatos para grabar su voz y hasta el espejo había
sido lavado, aquello significaba que ya no la buscaban y que las vidas de sus familiares
regresaban a la normalidad, iba a volver a salir, pero algo había sucedido: su
retrato ya no estaba. Fue lo primero que vio cuando entró y ahora no estaba,
eso daba una sensación muy rara, al filo entre la emoción y el miedo.
Retrocedió despacio para inspeccionar su cuarto a través del espejo de la
pared, en la cama la vio, su madre abrazaba su retrato sentada en la cama,
sollozando con el mentón pegado a su pecho, culpándose, seguramente, de no
haber podido ayudarla con algo que nunca llegó a comprender, Laura lo sabía, la
muerte y sus vicisitudes eran un completo misterio para cualquiera, más allá de
lo que cada uno podía creer, y su madre, con seguridad, había hecho todo lo
mejor que pudo. Entonces la chica lo advirtió, debía irse, y debía hacerlo en
paz, y transmitirle esa paz a su madre y al resto de su familia, para que no
continuaran sus vidas angustiados por ella. En el suelo había una botella de
algún producto de limpieza recientemente usado por su madre, lo identificó en
el espejo y lo volteó con un suave movimiento de su pie. Eso llamó
inmediatamente la atención de su madre, podía verla en su reflejo, pero ella no.
Laura quería hacer algo más pero no sabía qué, entonces recordó algo que ya había
probado antes, y si funcionaba, podía ser genial. Cogió su pequeño espejo, y apuntó
con este al espejo de la pared, poniéndose a sí misma al medio, lo que resultó,
fue que el espejo pequeño proyectó su imagen en el grande, una imagen parcial, difusa
y totalmente fantasmagórica, pero era su imagen, y su madre podía verla. Esta dejó
caer el retrato al suelo, espantada, pero pronto se tranquilizó, su hija la miraba
con una suave sonrisa en los labios y una de sus manos en el pecho, la que se fue
a la boca para recibir un beso enviado a la distancia, su madre repitió el gesto,
pronunció unas palabras que no se oyeron y como había aparecido, Laura desapareció.
León Faras.
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