XLVIII.
“¿Qué
los Escoltas huelen a qué?” La noche se esparcía afuera, mientras Olivia
cargaba su vieja estufa con un nuevo trozo de madera y se servía una taza de té
amargo con canela y un chorrito de aguardiente, mirando a Alan con la expresión
de quien acaba de oír el mayor de los disparates creados por el hombre, “Dijo
que olían como a un pedo de Satanás” Alan hablaba en serio, pero Olivia no pudo
evitar esbozar una sonrisa de incredulidad, “Jamás había oído nada similar… ¿y
cómo diablos puede saber algo así?” Alan se encogió de hombros, “Eso fue lo que
dijo, creí que tú sabrías algo…” Olivia negó con la cabeza mientras saboreaba
un sorbo de su té, “Lo único que sé es lo mismo que tú, que la chica dejó de
manifestarse por varios días ya, y con mucha probabilidad, eso significa que
fue alcanzada por el Escolta” Luego cogió su taza, pero la detuvo a dos
centímetros de sus labios para afirmar, “¡Es que no pudo solo irse y evadir a
un Escolta!” Entonces la bruja se puso de pie, cogió un cigarrillo, su teléfono
y se puso uno en la boca y el otro en el oído, “Necesito que vengas aquí ahora.
No me salgas con esas, tú y yo tenemos un trato… ¡Si no fuera importante, no te
llamaría! Gracias.” Alan no sabía si era prudente quedarse o debía irse, pero
Olivia no le dijo nada, se puso de pie y comenzó a preparar una pasta, moliendo
y mezclando una serie de cosas que poca o ninguna relación tenían entre sí,
para luego remojarlo todo con una pizca de algo parecido a vino hasta hacer una
bolita que disolvió en una taza de agua caliente, la cual espesó en el acto.
Poco rato después golpearon la puerta, Olivia abrió sin siquiera prestar
atención a quién estaba fuera, como quien lo sabe de sobra. Tanto Jeremías como
Alan, luego de verse con extrañeza, preguntaron casi al unísono, “¿Y este, qué
hace aquí?” Y es que para cada uno de los dos, la presencia del otro tenía poco
o nada de sentido. Olivia los miró con pereza, “¿Se conocen? Supongo que el
mundo de los muertos en la ciudad es muy pequeño” “¡Que ya te he dicho mil
veces que yo no estoy muerto!” Protestó Jeremías, cabreado de la misma
cantinela, la bruja hizo gesto de cansancio y Alan se dejó caer en el sofá,
derrotado, “¡Vamos hombre!” Replicó Olivia, “…Pero si tienes más años de los
que cualquier vivo debería tener” El viejo miraba muy serio, casi enojado, “Eso
es gracias a que dejé de desgastar mi cuerpo consumiendo alimentos” Explicó,
convencido, “Sí, el día que moriste” Replicó Alan, procurando ser oído a
medias, luego agregó más fuerte, “¿Y tiene teléfono móvil?” Preguntó
sorprendido luego de recordar que con una llamada el viejo había aparecido,
Jeremías lo miró altanero, enseñando un pequeño teléfono con forma de almeja
que llevaba en el bolsillo de su maltrecha camisa, Olivia se desentendió de
todo y cogió la infusión que había preparado antes, “Vamos, siéntate.
Terminemos con esto…” Dijo, poniendo la taza con un líquido similar a la baba
de alguna criatura extraterrestre sobre la mesa, el viejo reaccionó como el
niño que descubre que le van a dar de comer, justo aquello que más odia, “¿Otra
vez esa porquería? Lo que tú quieres es envenenarme, ¿verdad?” Olivia ignoró
con resignación ese comentario, “Vamos, hombre, bébetelo. Le he puesto un poco
de miel para que no sepa tan mal” Jeremías se sentó en el suelo y se bebió la
infusión de malas ganas, mientras lo hacía, Alan quiso saber qué hacía el viejo
Jeremías allí, “Es un buscador…” Le respondió la bruja, pero al ver que Alan no
terminaba de entender el concepto, agregó, “…puedo buscar personas a través de
él, todos los espiritistas y videntes tienen uno, aunque no todos son tan
encantadores…” Concluyó Olivia, mirando al viejo de soslayo en espera de alguna
réplica, pero este, que ya se había bebido el líquido, parecía entrar en un
profundo estado de meditación, al cabo de unos minutos, su cuerpo comenzó a
desvanecerse, como si se desmaterializara o se volviera transparente, Alan lo
miraba preocupado, más bien asustado, el viejo era apenas un espectro en ese
momento, mientras Olivia se sentaba en el suelo con los pies cruzados, “Es el
momento, veamos si esa muchacha sigue entre nosotros o ya no” Puso sus manos
con las palmas hacia arriba y cerró los ojos, en ese momento el viejo los abrió
con violencia, como si despertara de un sueño del que le urge salir, sin
embargo, no estaba allí, su vista remota pertenecía a la bruja, y esta recorría
parajes muy lejanos con ella en ese momento. Lo único que tenía para encontrar
a Laura era el recuerdo de la foto de su habitación, el retrato de muerta que
se había mantenido intacto a pesar del caos, pero antes ya había tenido éxito
con bastante menos. Jeremías poco a poco comenzó a materializarse de nuevo hasta
que terminó expulsando a la bruja de su interior, esta se llevó una mano a la
cabeza, mareada, el viejo en cambio volvía en sí con total normalidad,
“¿Lograste algo?” Preguntó con semblante preocupado, Olivia lo miró
sorprendida, luego a Alan y luego al suelo para negar con la cabeza, “Nada…”
respondió decepcionada.
“¿Quién
es usted?” Preguntó el padre José María sin siquiera haberse quitado la casulla,
cuando pensaba que ya todos sus feligreses se habían ido, una vez concluida su
misa de la tarde. El hombre era joven, elegante, parecía de buena situación
económica, vestido de negro y con gafas oscuras que se quitó y se guardó en el
bolsillo interior de su chaqueta, “Estoy muy seguro de que usted ya lo sabe,
padre” Respondió con amabilidad, el cura nunca lo había visto antes, pero algo
le decía que ese hombre tenía la razón: el cabello largo, la barba impecable y
ese innegable aspecto a Jesucristo que era mucho más evidente de lo que se
imaginaba, “¿David?” Aventuró el sacerdote, el hombre sonrió con una sonrisa
perfecta, “Soy el que convierte los sueños en realidad, padre, y también al
revés” Dijo, y la respuesta le sonó extrañamente literal al cura. Aquel era el
hombre bautizado por el padre Benigno hace más de un siglo, el que había
mantenido con vida a este último todo este tiempo, el ángel que Estela vio en el
hospital cuando su hija estaba muriendo, todo aquello muy difícil de creer,
pero viendo a ese hombre en persona, se hacía un poco más fácil, “¿En qué le
puedo ayudar?” Preguntó el sacerdote, adoptando una postura forzosamente
segura, David se acercó dos pasos, “No, padre, es lo que yo puedo hacer por
ustedes…” Y luego de unos segundos de innecesario suspense, agregó, “…y por
Laura” El cura se quitó las gafas como si estas de pronto le pesaran, no
entendía cómo este hombre podía saber algo de Laura y de su problema y no podía
creer que se presentara ante él de esa manera ofreciéndose a ayudar, “Acaso,
¿puede usted destruir a esa cosa?” David volvió a sonreír, pero esta vez con
algo de compasión en los ojos, “Es difícil encontrar un ángel en estos días, lo
sé, padre, pero ése no soy yo…” David se acercó aún más, “…sin embargo, ese
Ejecutor debe ser eliminado y yo le ayudaré” Luego de eso extrajo un puñal
corto de su bolsillo y, tapándole la boca al cura, se lo enterró en el
estómago. Lo último que oyó el sacerdote antes de desvanecerse fue un lejano
“Confíe en mí, padre.”
León Faras.
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