viernes, 30 de julio de 2021

Del otro lado.

 

LI.

 

Alan continuaba sentado en el mismo sitio, bajo esa canasta que nadie usaba, porque llevaba rota más de un año, cuando alguien demasiado grande para su edad se colgó de ella luego de encestar, los materiales no eran los mejores y el jugador cayó de espaldas con la canasta en las manos. Alan no sabía nada de esto ni le importaba, en ese momento veía que Olivia se acercaba junto con el cura y se puso de pie para salirles al paso. En la otra canasta, la que aún funcionaba, tres muchachos ensayaban tiros de fuera del área, en uno de estos, la pelota dio un bote en el aro y salió disparada, el chico que estaba más próximo fue por ella, pero se quedó congelado cuando la pelota cambió de dirección en el aire como si hubiese chocado contra algo invisible. El muchacho miró a sus amigos con una sonrisa nerviosa, estos también habían visto el fenómeno y esperaban a que el balón se detuviera completamente para decidir si querían cogerlo o no. Alan salía de la cancha en ese momento, la pelota lo iba a golpear y tuvo que desviarla con la mano, no solía hacer ese tipo de intervenciones, pero a veces no podían evitarse. Se paró en el borde del camino para que la bruja lo viera. Esta se detuvo a su lado, pero no le dijo nada, se quedó mirando al cura como esperando que este dijese o hiciese algo, pero el padre José María no entendía por qué se habían detenido frente a ese hombre, al que jamás había visto en su vida y con el que no sabía qué asuntos debía tratar, por lo que su única reacción fue estirarle la mano y presentarse con una sonrisa amable, “Hola, soy el sacerdote José María Werner” Alan se quedó como un pasmarote, no podía recordar cuándo había sido la última vez que alguien le había estirado la mano para presentarse, y además, casi podía jurar que el cura ahora lo podía ver sin olvidarlo. Olivia intervino antes de que la situación se hiciera más incómoda, “José, él es Alan… Sí, Ese Alan” Alan iba a cogerle la mano por fin, pero al cura ya se le había caído debido a la impresión de estar viendo a un espíritu con tal grado de realismo, al punto de ser igual que cualquier vivo. Era el segundo espíritu que veía, sabiendo que lo era, y por supuesto aún no se acostumbraba, pero en el último segundo reaccionó y logró coger la mano de Alan antes de que este también la retirara. Olivia se dirigía a casa de Gloria, luego de que esta la llamara para asegurarle que había visto a su hija, “¿La vio? ¿Cómo que la vio?” Inquirió Alan, totalmente incrédulo de tal afirmación, después de todo, en el momento en que ella se dejara ver, el Escolta le caería encima, “…o es que acaso, ahora de pronto todo el mundo ve espíritus” Agregó con algo de sarcasmo, debido a la reciente habilidad del cura, aunque este ni se dio por aludido. La bruja aprovechó el momento para encender un cigarro, “Pues lo cierto es que la gran mayoría de las personas pueden ver espíritus, lo que ocurre es que para muchos es necesario que se den ciertas condiciones, mientras que para algunos pocos como nosotros, esas condiciones son menos” Explicó la mujer, con paciencia y aire académico, Alan no replicó nada, él nada sabía de espíritus hasta que él mismo se convirtió en uno, “Iré a ver a Manuel, tal vez sepa algo” Comentó conciliador. Cerca de allí, fuera de su casa, Gloria soportaba una nueva charla pseudocientífica de Mario Fuentes, quien aseguraba que las voces grabadas de Laura, no tenían espectro, “¡Es que es increíble! Uno las puede oír, saber que existen, pero para los programas de computadora, no hay nada, ¡Es que no hay ningún registro gráfico de nada!” Gloria no estaba muy segura de entender y menos de estar interesada en hacerlo, su última visión de su hija, le había quitado una gran carga de encima y ahora se sentía mucho más tranquila y en paz, sabiendo que su hija estaba bien donde estaba, por lo que, con habilidad diplomática, desvió la conversación hacia aguas menos profundas, para luego escabullirse al divisar a lo lejos al cura y la bruja acercándose. Los recibió en la base de las escaleras, había oído que el sacerdote fue llevado al hospital aquella noche y no esperaba verlo en su casa, “No fue nada, Gloria, solo fue un desmayo, un descuido… nada importante” Comentó el cura algo incómodo, pero de inmediato agregó, “Realmente tienes un semblante renovado, ¿Qué fue lo que ocurrió?” “¡La vi, padre, la vi! ¡Era ella!” Respondió la mujer y aunque la bruja y el cura se miraron incrédulos, la expresión de su rostro no dejaba lugar a dudas.

 

Alan llegó hasta la casa de Manuel, a esa hora el viejo solía tomar el sol de la mañana en la banca fuera de su casa, pero ahora no estaba allí, era posible que estuviera acompañado, por lo que decidió comprobarlo antes, sin embargo, en ese momento vio pasar por la acera de enfrente a Gastón Huerta, ya hacía días que no lo veía y se preguntaba dónde estaría, o qué estaría haciendo. Lo acompañaba Julieta, si ella estaba con él seguramente no se trataría de nada raro, aunque viendo que Manuel no parecía disponible en ese momento, decidió seguirlos. No era aquella la decisión más madura que había tenido, pero solo quería echarles un vistazo. Mientras Gastón caminaba por la orilla de la calle, Julieta lo hacía por el medio de la acera, atravesando a cuanto transeúnte se le cruzaba por delante, que no eran muchos. Hablaban sin parar, sobre todo la chica, pero era imposible oírles: la voz de los espíritus, al parecer, no obedece las mismas leyes físicas del sonido que la de los vivos, debido a su propia naturaleza no física, por lo que no alcanza la misma distancia ni velocidad. Nadie había hecho un estudio al respecto, pero era así. Al llegar a la parte baja de esa calle, que descendía con una pronunciada pendiente, la pareja dobló la esquina, lo que llamó la atención de Alan, que ya empezaba a sospechar hacia dónde se dirigían y le interesaba saber por qué. La calle por la que caminaron, Alan la conocía bien, y cuando la pareja desapareció de su vista, sabía muy bien dónde encontrarlos. Allí estaba su casa, el sitio apestado y apestoso que nadie quería comprar porque su reputación aseguraba que en ese lugar las almas en pena purgaban sus culpas noche tras noche y de forma elocuente, de hecho, existía una grabación hecha por un vecino, donde se podía ver un televisor encendido en plena noche, en una casa a la que ya le habían robado hasta el cableado. La grabación termina con la imagen del televisor encendido, pero claramente sin que su cable estuviera conectado a nada, y la consiguiente y apresurada estampida de los valientes exploradores, también había frecuentes rumores de quienes aseguraban haber visto a un hombre colgado del cuello dentro, que luego ya no estaba. Cuando Alan traspasó las latas del perímetro, de inmediato notó un cambio, porque el sitio estaba despejado y toda la basura y maleza estaba acumulada en un rincón, iba a adentrarse, pero alguien le habló por la espalda en ese momento, “¡Eh!” Alan se asustó como hace mucho tiempo no lo hacía, girándose casi en el aire, tras él estaba Julieta con cara de inocente sorpresa, “¡Cómo rayos haces eso?” Preguntó el hombre como un reproche, alterado, pues la chica tenía la extrañísima facultad de atravesar una pared y luego salir por otra totalmente diferente; que estaba muy bien que fuera un espíritu sin rastros de materialización hasta el momento, pero ¿por qué salir de una muralla distinta! Julieta solo podía encogerse de hombros, aquello era algo que le salía natural, luego sonrió, y con un simpático “¡Ven!” desapareció tras una muralla de la casa, Alan la miró, como se le mira a aquel que abusa de sus habilidades en tus propias narices y presume de ellas, resignado, avanzó hasta la puerta principal. La sala estaba limpia, el sofá viejo y el televisor sobre la pila de neumáticos habían sido retirados; las paredes lucían raspadas por algún objeto afilado, que les había quitado toda la pintura, y no solo esas, también las del pasillo estaban raspadas, sin grafitis ni manchas de orines, el piso, aún con cerámicas rotas, había sido barrido incansablemente hasta dar una sensación de limpieza impensada. Allí en la entrada de la habitación de su hijo, estaba Julieta esperándolo, dentro, Gastón pintaba las paredes de blanco, en el lugar de la desgracia, había una casita hecha con esmero, pintada de amarillo y rojo, con una imagen de yeso de la Virgen y su hijo en su interior, también restaurada, rodeada de flores y con velas nuevas. Todo era completamente diferente. Gastón lo vio de repente y se sintió sorprendido, “Fue idea de ella…” dijo como una excusa, señalando a la chica, quien enseñaba sus manos en señal de inocencia, mientras contenía la risa con los labios apretados.


León Faras.

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