martes, 22 de marzo de 2016

Prehistoria.

II.

Habían tenido suerte aquel día, los cazadores habían regresado pronto de la montaña con un carnero despeñado, eso reducía enormemente sus días de ausencia, ya que por lo general sus armas solo herían a los animales y debían seguirlos por varias jornadas hasta que estos se derrumbaran y pudieran terminar con el trabajo, por otra parte, habían llegado antes que los otros carroñeros, lo que daba para suponer que los dioses los habían acompañado y le habían brindado buena fortuna. El fuego ardía en el campamento, de hecho, siempre ardía, hace tiempo que habían comprendido que era mucho más conveniente mantenerlo encendido siempre a tener que empezar de cero cada día, a su rededor, las mujeres se reunían, preparaban las pieles, organizaban los frutos recolectados, amamantaban a sus bebés, el fuego protegía a las mujeres y a sus hijos cuando los hombres estaban ausentes. Una gran roca teñida casi por completo con sangre, servía como mesón de trabajo para Padre, quien con gran habilidad comenzaba a desollar al animal utilizando distintas piedras afiladas, las que siempre estaban siendo renovadas, Alma le ayudaba, tenía sus propias herramientas cortadoras y le gustaba probarlas cada vez que había oportunidad. Pronto comenzaban a sacar trozos de carne que las mujeres dejaban en las piedras dispuestas cerca del fuego, una costumbre adoptada luego de descubrir por casualidad el apetitoso aroma que salía de la carne calentada al fuego, eso sumado a que su sabor y textura también se veían mejorados. Los grandes trozos de carne que no serían ingeridos ese mismo día eran colgados al sol y a cierta distancia del fuego para que se secaran lentamente, de esa manera, según habían aprendido de sus padres, la carne duraría algunos días más sin volverse alimento de gusanos. Río se apoderaba del estómago del animal, esa bolsa de pellejo le parecía de lo más útil e interesante, ya la habían utilizado muchas veces antes, pero desde hace algún tiempo andaba tras la idea de utilizar algo como medio para transportar agua largas distancias y de forma segura, ese era un verdadero desafío cuya solución, poco a poco tomaba forma en su cabeza. Guía, en cambio, acumulaba un poco de sangre espesa del animal muerto en un trozo de corteza que luego utilizaba en hacer misteriosos dibujos con los dedos, como símbolos extraídos en sueños tal vez, desde algún distante punto del tiempo.

La comida había sido abundante, la noche se aproximaba y había leña suficiente para alimentar el fuego hasta la mañana siguiente, los habitantes del campamento podían relajarse, hurgarse los dientes despreocupados o desparasitar a sus hijos a la luz de la fogata. Fue en ese momento que notaron que Brisa, la hija de Flor, no estaba, la llamaron, Guía olfateó el aire con un mal presentimiento, Río cogió su lanza preparándose para salir en busca de la pequeña, pero fue Alma quien la encontró, la chiquilla no estaba lejos, pero el miedo le impedía moverse o responder, frente a ella y a corta distancia había un lobo que la observaba, un macho joven, Alma cogió a la niña con cuidado, sin despegar su mirada de los ojos del animal, en su puño apretaba la afilada asta de venado que siempre portaba. Mejor era actuar con suma cautela, un lobo nunca andaba solo, y si se habían acercado tanto seguramente estarían hambrientos, la situación se tensaba cada vez más pues ambos estaban atrapados, sin atreverse a huir o atacar, entonces Guía apareció con decisión y con más descaro del aconsejado le arrojó los restos de la carne que él mismo se había estado comiendo, el lobo dio un respingo, pero luego de media olfateada, la cogió y desapareció en la oscuridad. Guía se quedó unos segundos escudriñando los alrededores y penetrando la oscuridad con su oído y olfato, pero pronto se despreocupó y volvió a continuar con sus extraños dibujos. Alma, desconfiada aun, caminó de espalda sin soltar a la niña ni quitar la vista de la oscuridad hasta entregársela a Flor que junto a Padre aguardaban expectantes. La noche continuó sin interrupciones, y aunque a ratos parecía sentirse el merodeo de alguna criatura en la penumbra, nada sucedió ni nadie volvió a desaparecer, pero a la noche siguiente, el lobo volvió. Río lo vio allí parado mientras trabajaba junto al fuego en su estómago de carnero, observándoles y dejándose observar, tenía su lanza a mano y si actuaba con cautela podía darle caza antes de que el animal intentara atacar a alguien, pero eso no estaba bien, el hombre no cazaba lobos ni estos comían hombres, ambos se mantenían alejados unos de otros, además, aquel lobo era el mismo de la noche anterior y nuevamente parecía estar solo y en realidad, lo estaba, había sido expulsado de su manada. Su situación era dramática, estaba cansado, hambriento y adolorido y encima debía intentar cazar solo para alimentarse, algo nada fácil y con el constante peligro de otras manadas que de seguro, no les causaría ninguna gracia sorprenderlo merodeando en sus territorios, de modo que había optado por la opción menos ortodoxa y más desesperada, acercarse a los hombres.

Cuando Alma lo vio, Río ya llevaba buen rato observándolo, seguía en el mismo sitio, pero viendo que no habían intentado expulsarlo, se había echado en el suelo con actitud más expectante que amenazante, mantenía la distancia, sin intentar acercarse ni ocultarse, sabía que estaba invadiendo un territorio ajeno y que debía ser cauteloso, solo buscaba sobras y después de un rato de espera consiguió que Río le lanzara restos del animal que no comerían ni utilizarían, el lobo nuevamente lo cogió y desapareció y la noche continuó sin interrupciones. Al siguiente día, los hombres debían salir de cacería, pero había buena parte de la tribu que no confiaba en el lobo y que le había parecido una pésima idea haberlo alimentado en vez de ahuyentarlo como debía haber sido desde un principio, los niños no estaban seguros de noche y ahora en cualquier descuido, el animal podía ver una oportunidad de atacar y sin duda que lo haría. Entonces Padre decidió quedarse, y estaría atento en caso de que el lobo apareciera. Río, Alma, Noche, Viento y Guía partieron a cazar. El lobo no se apareció en el campamento, sin embargo, la manada se dejó sentir, los aullidos parecían rodearlos, acercarse y alejarse amenazantes, Padre mantenía el fuego encendido y al grupo cerca de este, mientras él vigilaba sin soltar su lanza, no era la primera vez que los lobos se escuchaban cerca en la noche, pero ahora temía que el lobo solitario trajera esta vez al resto de su manada al campamento y las cosas se pusieran feas. Pero nada sucedió durante las tres noches que los cazadores estuvieron ausentes, ni el lobo solitario apareció ni el resto de la manada se acercó, lo cual era a lo menos, curioso. Cuando los cazadores llegaron, traían un venado con el cuello destrozado y un nuevo miembro para la tribu, con su escaso lenguaje, narraron como el lobo solitario los siguió, manteniendo la distancia, a ratos desapareciéndose y a ratos dejándose ver, pero sin alejarse del todo. Una mañana, el venado apareció en un claro, ellos lo emboscaron, la lanza de Alma y la roca lanzada por Viento fueron las armas más certeras, el venado huyó malherido y solo debían seguirlo para rematarlo, pero antes de que se alejara, el lobo apareció de la nada, de un salto se aferró al cuello del animal y no lo soltó hasta que el venado cayó al suelo indefenso asfixiándose, los cazadores temieron que el lobo quisiera robarles su presa pero este simplemente la soltó y se alejó unos pasos con respeto, era un animal inteligente y sabía que aquel no era su territorio ni aquella su manada, por lo que no tenía derecho a comer primero, debía esperar su turno.

Los cazadores caminaban animados y el lobo más atrás, aun sin estar seguro si era un invitado o un intruso. Lo cierto, es que estando de día, el lobo se echó a la vista de todos y nadie parecía mostrarse hostil, incluso algunos parecían amigables, como si hubiese hecho algo extraordinario que él no podía entender, pero aun así, él no se confiaba. Lo alimentaron con el animal que él mismo había cazado pero esta vez no se alejó para comer lo hizo donde estaba y luego se durmió junto al fuego, el cual ahora le parecía inofensivo, incluso hasta agradable. Al día siguiente cuando todos comieron, también le dieron su ración, entonces supo que desde ese momento esa sería su manada.



León Faras.


martes, 1 de marzo de 2016

Del otro lado.

XXIV. 


Richard Cortez, el Chavo, acababa con premura un cigarrillo antes de entrar a su casa, venía de muy mal humor. Arrojó la colilla lejos y entró. Al no encontrar a nadie se fue directo a la habitación de su hijo, ahí estaba la Macarena que terminaba de cambiarle las sábanas a la cama del muchacho, esta notó de inmediato el disgusto de su pareja, algo para nada difícil, pues era más que evidente, “Te fue mal…” dijo la mujer más como una afirmación que como pregunta, el Chavo tiró unos pocos billetes sobre el velador, “Eso fue todo lo que conseguí…” aspiró hondo por la nariz, frustrado, luego agregó, “…No hubo forma de que me pagaran lo acordado. ¡Hasta me amenazaron si seguía insistiendo!”; “¡Pues entonces no insistirás más! Habrá que conseguir el dinero de otra forma…”replicó la mujer con determinación pero preocupada “…imagínate si te pasa algo, ¿Qué hacemos entonces?” El Chavó le dirigió una mirada severa, su mujer tenía razón, él lo sabía, sabía que debía mantenerse bien, por su familia y sobre todo por su hijo, pero estaba muy enojado y necesitaba echar fuera su disgusto, “Me dieron esa plata casi como si me hicieran un favor… ¡Una limosna! Yo debía conseguir un arma y eso fue lo que hice, ¡Esa era mi parte!...” “Lo sé…” dijo la Macarena tratando de apaciguarlo, “…pero el accidente lo arruinó todo… fue mala suerte” “Mala suerte…” repitió el Chavo conteniendo las ganas de golpear algo “…como si fuera culpa mía que el muy imbécil haya decidido emborracharse y estrellase contra un autobús… contábamos con ese dinero… y ahora…” En ese momento el Chavo se enmudeció abruptamente, se quedó mirando la pared al otro lado de la cama de su hijo con una atención anormal, incrédulo de lo que veía. Tal vez fue la luz que entraba por la ventana a esa hora de la tarde o quizá, las partículas de polvo que flotaban por toda la habitación, tal vez era responsabilidad de los astros o solo un capricho de la naturaleza que convergió todos los factores necesarios en un solo momento y lugar y en sus justas medidas para que por breves segundos, Julieta se hiciera pálidamente visible a los ojos del hombre, la niña lo notó, y tras moverse levemente se desvaneció en el aire. El Chavo le explicó a su mujer lo que había visto y esta respondió dichosa, “Te dije que nuestro hijo tenía un ángel guardián que lo protege…” Mientras tanto, Julieta salía de la casa, tenía una nueva información que seguramente le interesaría a Alan, al parecer se habían equivocado, el arma no era para matar a Laura después de todo.

Olivia cumplió tal como lo había prometido, llegó al cementerio por la noche bien preparada, tanto para el frío como para lo que venía a hacer, Alan y Gastón la esperaban allí. Una vez dentro, la mujer estiró una manta en el piso como si de un picnic se tratara, prendió algunas velas, llenó un pequeño cuenco con algo que parecía agua, dispuso un espejo frente a ella y tras ella dibujó un círculo en el suelo con un polvo blanco. Luego se sirvió un vaso de un líquido de aspecto verde y espeso y mirándolo con profundo asco dijo “Mientras más rápido, mejor…”y se lo bebió de un solo trago. La cara que puso luego de eso, expresaba muy bien lo repugnante de lo que había ingerido. Después cogió un platillo con algunas hojas secas y molidas, tanto vegetales como de papel, lo sostuvo frente a su cara, cerró los ojos y comenzó a hablar muy bajo y muy rápido de forma que era difícil entender algo. Los hombres se miraron entre sí y luego a la mujer y después a su entorno y luego de nuevo entre sí, no entendían nada ni sabían qué hacer, más que cruzarse de brazos y esperar, y fueron largos minutos de espera hasta que del platillo comenzó a salir humo, un cordón de humo denso y ondulante, las hojas habían comenzado a quemarse sin que apareciera una llama y sin que nadie hubiese hecho nada por encenderlo. Olivia ya solo movía los labios sin decir palabra, aspiraba el humo del platillo que sostenía frente a su cara respirando rápido y con dificultad, volviendo la escena cada vez más tétrica hasta que de pronto el círculo en el suelo estalló completo de una sola vez, liberado una cortina de humo como si fuera el truco de un mago, una cortina de humo que tomó el aspecto y tamaño de una persona, de Laura, y cuyo cuerpo de humo fue rápidamente despedazado por garras invisibles. En ese momento Olivia despertó aterrada, sudorosa y tratando de tomar una bocanada de aire como si estuviera emergiendo desde el fondo del océano, el platillo cayó rompiéndose, los hombres la auxiliaron y la mujer en cuanto pudo hablar, preguntó “¿Qué clase de persona era tu amiga?”

Los hombres ayudaron a Olivia hasta que esta se restableció, y Alan pudo explicarle lo que sabía sobre Laura, que era una muchacha normal, que vivía con su madre y con su hermana y que trabajaba… poco más sabía de ella “… ¿por qué preguntas eso?” Olivia lo miró pensativa y preocupada “Ella no está sola…” dijo y buscó entre sus cosas un cigarrillo, luego continuó “… ¿Saben lo que es un Escolta?... no, por sus caras seguro que no… un Escolta es un ser surgido del dolor y el sufrimiento infligido a otros sin remordimiento alguno… un ser que te creas tú mismo y que te sigue como una sombra hasta que llega el momento y te engulle y te hace desaparecer o te lleva a algún lugar parecido al infierno…” “¿Me estás diciendo que a la muchacha la está siguiendo un ser para llevársela al infierno?” La mujer asintió preocupada “Lo que ocurre es que para crear un Escolta, debes ser alguien realmente malo, hacer mucho daño sin arrepentirte de nada… pero si me dices que la muchacha era solo una chica normal… entonces, me temo que se lo hayan endosado…” Huerta escuchaba especialmente interesado, “¿Pero quién haría algo así? ¿Cómo?” Olivia le dio la última calada a su cigarro antes de hacerlo desaparecer bajo su pie “Pues no tengo ni la más remota idea, pero te diré algo: A tu amiga la mataron para endosarle esa cosa, para deshacerse del Escolta y que siga a otro, ¿entienden?” “Pero si le dispararon a propósito, ¿Cómo es que nadie vio nada?” preguntó Alan intrigado, Olivia sonrió con tristeza “Pues yo sospecho que fue alguien como tú, espíritu… un materializado… aunque lo vieran, nadie lo recordaría” Todos guardaron un largo silencio, luego Alan preguntó “¿Podemos ayudarla?” Olivia negó con la cabeza “No lo sé… pero hablaré con alguien que tal vez sepa algo…” Luego la mujer recogió sus cosas, cuando tomó el espejo, este estaba empañado y tenía escrita una palabra “Ayuda”


Ya era medio día cuando llegó Olivia a la casa junto a la iglesia donde vivía el cura de la ciudad, este se encontraba retirando maleza de su pequeño huerto, era un hombre de cuarenta y tantos años, delgado y muy alto, usaba anteojos y llevaba siempre, tanto el cabello como la barba descuidados, “Hola José…” dijo la mujer con una alegría sincera pero controlada, en cambio el cura dejó lo que estaba haciendo para abrazarla, como si se tratara de alguien muy querido a quien hace mucho tiempo no ve. Su relación se basaba en una vieja y profunda amistad, cargada de mucho cariño y hasta ternura en el trato, sin que esta alcanzara nunca ribetes sexuales, al contrario de lo que algunos malpensados murmuraban, espiritualmente mucho más pobres. Ambos entraron a la casa a beber té y hablar, trivialidades al principio, luego Olivia le contó a lo que venía, le habló sobre lo que había hecho y visto la noche anterior en el cementerio, un tema que el sacerdote conocía muy bien, incluso lo concerniente a los Escoltas, “Aquello es terrible… terrible…” El cura se hurgueteaba la barba, pensativo, de pronto le dirigió una mirada inquisitiva por sobre sus anteojos, “No estarán pensando en endosárselo a otro, ¿verdad?”; “¡Por supuesto que no!” respondió la mujer inmediatamente, y agregó “…ayudar a alguien condenando a otro sería tan siniestro como inútil. Yo pensaba que quizá hubiera alguna manera de… no sé, ¿destruirlo?...” José respiró hondo y se puso de pie, sirvió dos copas pequeñas con un licor dulce y volvió a sentarse “Pues hasta donde yo sé, solo hay dos formas de destruir a un Escolta… lamentablemente, ambas son imposibles…” La mujer lo miró desconcertada, “¿Imposibles?; ¿ambas?... pero es que, o hay una manera o no la hay, pero ¿Cómo pueden ser ambas imposibles?” El cura bebió un sorbo de su copa y se empujó los lentes “Bueno, la primera es la Redención, el arrepentimiento verdadero y el pedir perdón con sinceridad… eso destruiría a un Escolta inmediatamente…” Olivia parecía no comprender “Eso no me parece tan imposible” “…debe ser en vida. Después de muerto ya no vale” Replicó el sacerdote con infinita paciencia, entonces sí comprendió la mujer a qué se refería el cura, casi con timidez se atrevió a preguntar por la segunda opción, “Pues la segunda, es que el Escolta sea enfrentado por un ser superior a él pero contrario, alguien con la pureza, el amor y la entrega suficiente como para vencerlo y destruirlo…” “¿A qué te refieres?” preguntó Olivia, la respuesta del cura selló las posibilidades “A un Ángel…” “¿Un Ángel?...”; “Sí, un Ángel…”

León Faras.