II.
Habían
tenido suerte aquel día, los cazadores habían regresado pronto de la montaña
con un carnero despeñado, eso reducía enormemente sus días de ausencia, ya que
por lo general sus armas solo herían a los animales y debían seguirlos por
varias jornadas hasta que estos se derrumbaran y pudieran terminar con el
trabajo, por otra parte, habían llegado antes que los otros carroñeros, lo que
daba para suponer que los dioses los habían acompañado y le habían brindado
buena fortuna. El fuego ardía en el campamento, de hecho, siempre ardía, hace
tiempo que habían comprendido que era mucho más conveniente mantenerlo
encendido siempre a tener que empezar de cero cada día, a su rededor, las
mujeres se reunían, preparaban las pieles, organizaban los frutos recolectados,
amamantaban a sus bebés, el fuego protegía a las mujeres y a sus hijos cuando
los hombres estaban ausentes. Una gran roca teñida casi por completo con
sangre, servía como mesón de trabajo para Padre, quien con gran habilidad
comenzaba a desollar al animal utilizando distintas piedras afiladas, las que siempre
estaban siendo renovadas, Alma le ayudaba, tenía sus propias herramientas
cortadoras y le gustaba probarlas cada vez que había oportunidad. Pronto
comenzaban a sacar trozos de carne que las mujeres dejaban en las piedras
dispuestas cerca del fuego, una costumbre adoptada luego de descubrir por
casualidad el apetitoso aroma que salía de la carne calentada al fuego, eso
sumado a que su sabor y textura también se veían mejorados. Los grandes trozos
de carne que no serían ingeridos ese mismo día eran colgados al sol y a cierta
distancia del fuego para que se secaran lentamente, de esa manera, según habían
aprendido de sus padres, la carne duraría algunos días más sin volverse
alimento de gusanos. Río se apoderaba del estómago del animal, esa bolsa de
pellejo le parecía de lo más útil e interesante, ya la habían utilizado muchas
veces antes, pero desde hace algún tiempo andaba tras la idea de utilizar algo
como medio para transportar agua largas distancias y de forma segura, ese era
un verdadero desafío cuya solución, poco a poco tomaba forma en su cabeza. Guía,
en cambio, acumulaba un poco de sangre espesa del animal muerto en un trozo de
corteza que luego utilizaba en hacer misteriosos dibujos con los dedos, como
símbolos extraídos en sueños tal vez, desde algún distante punto del tiempo.
La
comida había sido abundante, la noche se aproximaba y había leña suficiente
para alimentar el fuego hasta la mañana siguiente, los habitantes del
campamento podían relajarse, hurgarse los dientes despreocupados o desparasitar
a sus hijos a la luz de la fogata. Fue en ese momento que notaron que Brisa, la
hija de Flor, no estaba, la llamaron, Guía olfateó el aire con un mal
presentimiento, Río cogió su lanza preparándose para salir en busca de la
pequeña, pero fue Alma quien la encontró, la chiquilla no estaba lejos, pero el
miedo le impedía moverse o responder, frente a ella y a corta distancia había
un lobo que la observaba, un macho joven, Alma cogió a la niña con cuidado, sin
despegar su mirada de los ojos del animal, en su puño apretaba la afilada asta
de venado que siempre portaba. Mejor era actuar con suma cautela, un lobo nunca
andaba solo, y si se habían acercado tanto seguramente estarían hambrientos, la
situación se tensaba cada vez más pues ambos estaban atrapados, sin atreverse a
huir o atacar, entonces Guía apareció con decisión y con más descaro del
aconsejado le arrojó los restos de la carne que él mismo se había estado
comiendo, el lobo dio un respingo, pero luego de media olfateada, la cogió y
desapareció en la oscuridad. Guía se quedó unos segundos escudriñando los
alrededores y penetrando la oscuridad con su oído y olfato, pero pronto se
despreocupó y volvió a continuar con sus extraños dibujos. Alma, desconfiada
aun, caminó de espalda sin soltar a la niña ni quitar la vista de la oscuridad
hasta entregársela a Flor que junto a Padre aguardaban expectantes. La noche
continuó sin interrupciones, y aunque a ratos parecía sentirse el merodeo de
alguna criatura en la penumbra, nada sucedió ni nadie volvió a desaparecer,
pero a la noche siguiente, el lobo volvió. Río lo vio allí parado mientras
trabajaba junto al fuego en su estómago de carnero, observándoles y dejándose
observar, tenía su lanza a mano y si actuaba con cautela podía darle caza antes
de que el animal intentara atacar a alguien, pero eso no estaba bien, el hombre
no cazaba lobos ni estos comían hombres, ambos se mantenían alejados unos de
otros, además, aquel lobo era el mismo de la noche anterior y nuevamente
parecía estar solo y en realidad, lo estaba, había sido expulsado de su manada.
Su situación era dramática, estaba cansado, hambriento y adolorido y encima
debía intentar cazar solo para alimentarse, algo nada fácil y con el constante
peligro de otras manadas que de seguro, no les causaría ninguna gracia
sorprenderlo merodeando en sus territorios, de modo que había optado por la
opción menos ortodoxa y más desesperada, acercarse a los hombres.
Cuando
Alma lo vio, Río ya llevaba buen rato observándolo, seguía en el mismo sitio,
pero viendo que no habían intentado expulsarlo, se había echado en el suelo con
actitud más expectante que amenazante, mantenía la distancia, sin intentar
acercarse ni ocultarse, sabía que estaba invadiendo un territorio ajeno y que debía
ser cauteloso, solo buscaba sobras y después de un rato de espera consiguió que
Río le lanzara restos del animal que no comerían ni utilizarían, el lobo
nuevamente lo cogió y desapareció y la noche continuó sin interrupciones. Al siguiente
día, los hombres debían salir de cacería, pero había buena parte de la tribu
que no confiaba en el lobo y que le había parecido una pésima idea haberlo
alimentado en vez de ahuyentarlo como debía haber sido desde un principio, los
niños no estaban seguros de noche y ahora en cualquier descuido, el animal
podía ver una oportunidad de atacar y sin duda que lo haría. Entonces Padre
decidió quedarse, y estaría atento en caso de que el lobo apareciera. Río,
Alma, Noche, Viento y Guía partieron a cazar. El lobo no se apareció en el
campamento, sin embargo, la manada se dejó sentir, los aullidos parecían
rodearlos, acercarse y alejarse amenazantes, Padre mantenía el fuego encendido
y al grupo cerca de este, mientras él vigilaba sin soltar su lanza, no era la
primera vez que los lobos se escuchaban cerca en la noche, pero ahora temía que
el lobo solitario trajera esta vez al resto de su manada al campamento y las
cosas se pusieran feas. Pero nada sucedió durante las tres noches que los
cazadores estuvieron ausentes, ni el lobo solitario apareció ni el resto de la
manada se acercó, lo cual era a lo menos, curioso. Cuando los cazadores
llegaron, traían un venado con el cuello destrozado y un nuevo miembro para la
tribu, con su escaso lenguaje, narraron como el lobo solitario los siguió,
manteniendo la distancia, a ratos desapareciéndose y a ratos dejándose ver,
pero sin alejarse del todo. Una mañana, el venado apareció en un claro, ellos
lo emboscaron, la lanza de Alma y la roca lanzada por Viento fueron las armas
más certeras, el venado huyó malherido y solo debían seguirlo para rematarlo,
pero antes de que se alejara, el lobo apareció de la nada, de un salto se
aferró al cuello del animal y no lo soltó hasta que el venado cayó al suelo
indefenso asfixiándose, los cazadores temieron que el lobo quisiera robarles su
presa pero este simplemente la soltó y se alejó unos pasos con respeto, era un
animal inteligente y sabía que aquel no era su territorio ni aquella su manada,
por lo que no tenía derecho a comer primero, debía esperar su turno.
Los
cazadores caminaban animados y el lobo más atrás, aun sin estar seguro si era
un invitado o un intruso. Lo cierto, es que estando de día, el lobo se echó a
la vista de todos y nadie parecía mostrarse hostil, incluso algunos parecían
amigables, como si hubiese hecho algo extraordinario que él no podía entender,
pero aun así, él no se confiaba. Lo alimentaron con el animal que él mismo
había cazado pero esta vez no se alejó para comer lo hizo donde estaba y luego
se durmió junto al fuego, el cual ahora le parecía inofensivo, incluso hasta
agradable. Al día siguiente cuando todos comieron, también le dieron su ración,
entonces supo que desde ese momento esa sería su manada.
León Faras.