XXIV.
Richard
Cortez, el Chavo, acababa con premura un cigarrillo antes de entrar a su casa, venía
de muy mal humor. Arrojó la colilla lejos y entró. Al no encontrar a nadie se
fue directo a la habitación de su hijo, ahí estaba la Macarena que terminaba de
cambiarle las sábanas a la cama del muchacho, esta notó de inmediato el
disgusto de su pareja, algo para nada difícil, pues era más que evidente, “Te
fue mal…” dijo la mujer más como una afirmación que como pregunta, el Chavo
tiró unos pocos billetes sobre el velador, “Eso fue todo lo que conseguí…” aspiró
hondo por la nariz, frustrado, luego agregó, “…No hubo forma de que me pagaran
lo acordado. ¡Hasta me amenazaron si seguía insistiendo!”; “¡Pues entonces no
insistirás más! Habrá que conseguir el dinero de otra forma…”replicó la mujer
con determinación pero preocupada “…imagínate si te pasa algo, ¿Qué hacemos
entonces?” El Chavó le dirigió una mirada severa, su mujer tenía razón, él lo
sabía, sabía que debía mantenerse bien, por su familia y sobre todo por su
hijo, pero estaba muy enojado y necesitaba echar fuera su disgusto, “Me dieron
esa plata casi como si me hicieran un favor… ¡Una limosna! Yo debía conseguir
un arma y eso fue lo que hice, ¡Esa era mi parte!...” “Lo sé…” dijo la Macarena
tratando de apaciguarlo, “…pero el accidente lo arruinó todo… fue mala suerte” “Mala
suerte…” repitió el Chavo conteniendo las ganas de golpear algo “…como si fuera
culpa mía que el muy imbécil haya decidido emborracharse y estrellase contra un
autobús… contábamos con ese dinero… y ahora…” En ese momento el Chavo se enmudeció
abruptamente, se quedó mirando la pared al otro lado de la cama de su hijo con
una atención anormal, incrédulo de lo que veía. Tal vez fue la luz que entraba
por la ventana a esa hora de la tarde o quizá, las partículas de polvo que
flotaban por toda la habitación, tal vez era responsabilidad de los astros o
solo un capricho de la naturaleza que convergió todos los factores necesarios
en un solo momento y lugar y en sus justas medidas para que por breves
segundos, Julieta se hiciera pálidamente visible a los ojos del hombre, la niña
lo notó, y tras moverse levemente se desvaneció en el aire. El Chavo le explicó
a su mujer lo que había visto y esta respondió dichosa, “Te dije que nuestro
hijo tenía un ángel guardián que lo protege…” Mientras tanto, Julieta salía de
la casa, tenía una nueva información que seguramente le interesaría a Alan, al
parecer se habían equivocado, el arma no era para matar a Laura después de
todo.
Olivia
cumplió tal como lo había prometido, llegó al cementerio por la noche bien
preparada, tanto para el frío como para lo que venía a hacer, Alan y Gastón la
esperaban allí. Una vez dentro, la mujer estiró una manta en el piso como si de
un picnic se tratara, prendió algunas velas, llenó un pequeño cuenco con algo
que parecía agua, dispuso un espejo frente a ella y tras ella dibujó un círculo
en el suelo con un polvo blanco. Luego se sirvió un vaso de un líquido de
aspecto verde y espeso y mirándolo con profundo asco dijo “Mientras más rápido,
mejor…”y se lo bebió de un solo trago. La cara que puso luego de eso, expresaba
muy bien lo repugnante de lo que había ingerido. Después cogió un platillo con
algunas hojas secas y molidas, tanto vegetales como de papel, lo sostuvo frente
a su cara, cerró los ojos y comenzó a hablar muy bajo y muy rápido de forma que
era difícil entender algo. Los hombres se miraron entre sí y luego a la mujer y
después a su entorno y luego de nuevo entre sí, no entendían nada ni sabían qué
hacer, más que cruzarse de brazos y esperar, y fueron largos minutos de espera
hasta que del platillo comenzó a salir humo, un cordón de humo denso y
ondulante, las hojas habían comenzado a quemarse sin que apareciera una llama y
sin que nadie hubiese hecho nada por encenderlo. Olivia ya solo movía los labios
sin decir palabra, aspiraba el humo del platillo que sostenía frente a su cara
respirando rápido y con dificultad, volviendo la escena cada vez más tétrica
hasta que de pronto el círculo en el suelo estalló completo de una sola vez,
liberado una cortina de humo como si fuera el truco de un mago, una cortina de
humo que tomó el aspecto y tamaño de una persona, de Laura, y cuyo cuerpo de
humo fue rápidamente despedazado por garras invisibles. En ese momento Olivia
despertó aterrada, sudorosa y tratando de tomar una bocanada de aire como si
estuviera emergiendo desde el fondo del océano, el platillo cayó rompiéndose, los
hombres la auxiliaron y la mujer en cuanto pudo hablar, preguntó “¿Qué clase de
persona era tu amiga?”
Los
hombres ayudaron a Olivia hasta que esta se restableció, y Alan pudo explicarle
lo que sabía sobre Laura, que era una muchacha normal, que vivía con su madre y
con su hermana y que trabajaba… poco más sabía de ella “… ¿por qué preguntas
eso?” Olivia lo miró pensativa y preocupada “Ella no está sola…” dijo y buscó
entre sus cosas un cigarrillo, luego continuó “… ¿Saben lo que es un
Escolta?... no, por sus caras seguro que no… un Escolta es un ser surgido del
dolor y el sufrimiento infligido a otros sin remordimiento alguno… un ser que
te creas tú mismo y que te sigue como una sombra hasta que llega el momento y
te engulle y te hace desaparecer o te lleva a algún lugar parecido al
infierno…” “¿Me estás diciendo que a la muchacha la está siguiendo un ser para
llevársela al infierno?” La mujer asintió preocupada “Lo que ocurre es que para
crear un Escolta, debes ser alguien realmente malo, hacer mucho daño sin
arrepentirte de nada… pero si me dices que la muchacha era solo una chica
normal… entonces, me temo que se lo hayan endosado…” Huerta escuchaba
especialmente interesado, “¿Pero quién haría algo así? ¿Cómo?” Olivia le dio la
última calada a su cigarro antes de hacerlo desaparecer bajo su pie “Pues no tengo
ni la más remota idea, pero te diré algo: A tu amiga la mataron para endosarle
esa cosa, para deshacerse del Escolta y que siga a otro, ¿entienden?” “Pero si
le dispararon a propósito, ¿Cómo es que nadie vio nada?” preguntó Alan
intrigado, Olivia sonrió con tristeza “Pues yo sospecho que fue alguien como tú,
espíritu… un materializado… aunque lo vieran, nadie lo recordaría” Todos
guardaron un largo silencio, luego Alan preguntó “¿Podemos ayudarla?” Olivia
negó con la cabeza “No lo sé… pero hablaré con alguien que tal vez sepa algo…”
Luego la mujer recogió sus cosas, cuando tomó el espejo, este estaba empañado y
tenía escrita una palabra “Ayuda”
Ya
era medio día cuando llegó Olivia a la casa junto a la iglesia donde vivía el
cura de la ciudad, este se encontraba retirando maleza de su pequeño huerto,
era un hombre de cuarenta y tantos años, delgado y muy alto, usaba anteojos y
llevaba siempre, tanto el cabello como la barba descuidados, “Hola José…” dijo
la mujer con una alegría sincera pero controlada, en cambio el cura dejó lo que
estaba haciendo para abrazarla, como si se tratara de alguien muy querido a
quien hace mucho tiempo no ve. Su relación se basaba en una vieja y profunda
amistad, cargada de mucho cariño y hasta ternura en el trato, sin que esta
alcanzara nunca ribetes sexuales, al contrario de lo que algunos malpensados
murmuraban, espiritualmente mucho más pobres. Ambos entraron a la casa a beber
té y hablar, trivialidades al principio, luego Olivia le contó a lo que venía,
le habló sobre lo que había hecho y visto la noche anterior en el cementerio,
un tema que el sacerdote conocía muy bien, incluso lo concerniente a los
Escoltas, “Aquello es terrible… terrible…” El cura se hurgueteaba la barba,
pensativo, de pronto le dirigió una mirada inquisitiva por sobre sus anteojos, “No
estarán pensando en endosárselo a otro, ¿verdad?”; “¡Por supuesto que no!” respondió
la mujer inmediatamente, y agregó “…ayudar a alguien condenando a otro sería
tan siniestro como inútil. Yo pensaba que quizá hubiera alguna manera de… no
sé, ¿destruirlo?...” José respiró hondo y se puso de pie, sirvió dos copas
pequeñas con un licor dulce y volvió a sentarse “Pues hasta donde yo sé, solo
hay dos formas de destruir a un Escolta… lamentablemente, ambas son imposibles…”
La mujer lo miró desconcertada, “¿Imposibles?; ¿ambas?... pero es que, o hay
una manera o no la hay, pero ¿Cómo pueden ser ambas imposibles?” El cura bebió
un sorbo de su copa y se empujó los lentes “Bueno, la primera es la Redención, el
arrepentimiento verdadero y el pedir perdón con sinceridad… eso destruiría a un
Escolta inmediatamente…” Olivia parecía no comprender “Eso no me parece tan
imposible” “…debe ser en vida. Después de muerto ya no vale” Replicó el
sacerdote con infinita paciencia, entonces sí comprendió la mujer a qué se
refería el cura, casi con timidez se atrevió a preguntar por la segunda opción,
“Pues la segunda, es que el Escolta sea enfrentado por un ser superior a él
pero contrario, alguien con la pureza, el amor y la entrega suficiente como
para vencerlo y destruirlo…” “¿A qué te refieres?” preguntó Olivia, la
respuesta del cura selló las posibilidades “A un Ángel…” “¿Un Ángel?...”; “Sí,
un Ángel…”
León Faras.
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