XXXIV.
El capitán Dagar, el mismo que debió
ir en busca del príncipe Ovardo al bosque muerto para llevarlo de vuelta a
Rimos, había sido enviado con un buen número de hombres por órdenes de Serna,
para que custodiaran las inmediaciones, ciertos puntos claves cerca uno del
otro, para prestar apoyo y protección a su rey, en caso de que éste se viera
obligado a huir o, en el mejor de los casos, evitar a punta de espada la huida
de enemigos o desertores. La lluvia que en algún momento pareció apaciguar,
retomaba fuerzas y volvía a azotar al suelo y a todo lo que estaba sobre él con
una violencia que parecía simple y llano desprecio por el mundo y sus
habitantes. Aquel punto era el Cruce, Dagar y sus hombres estaban cubiertos con
gruesas capas engrasadas que les protegían del agua y unos curiosos sombreros
de metal en forma de plato bajo las capuchas, lo que mantenía el rostro
despejado y al mismo tiempo protegido de la lluvia, pero les daba un aspecto
espectral o como de sacerdotes de algún culto hereje. La oscuridad allí sería
absoluta de no ser por algunas antorchas que ardían protegidas bajo alerones
construidos mucho antes para ese propósito. El clima presagiaba una guardia
tranquila, y los hombres compartían una bota de licor para abrigarse y para
animar una noche poco apta para estar a la intemperie, sin embargo, poco tardó
en aparecer un coche en el camino, era un buen carro, cerrado completo, de muy
buena fabricación y tirado por dos caballos especialmente bellos y vigorosos,
un coche que no le podía pertenecer a algún granjero o comerciante, tal vez a
alguien importante o a la familia de alguien importante, Dagar y sus hombres lo
detuvieron.
Poco a poco Gabos se fue sintiendo
más y más recuperado hasta que pronto ya no necesitó de la ayuda de Nazli para
caminar. Pasaron por un callejón donde algunos nobles cadáveres ofrecían sus
espadas, arcos, algunas flechas y hasta un par de buenas capas, aunque
empapadas, de agua y de sangre, para protegerse del aguacero que no parecía
querer acabar. Los cadáveres eran abundantes y estaban por todos lados tiñendo
de rojo y espesando los charcos que formaba la lluvia, “Tú no morirás esta
noche, chiquilla ¿Me has oído?” Dijo el viejo de pronto, sin ninguna razón
aparente, mientras ojeaba una espada recogida del barro, como si estuviera
decidiendo una buena compra, Nazli lo miró con una suave sonrisa mientras se
cubría la cabeza con la capucha de su capa, “Claro que no. Ninguno de nosotros
va a morir, no podemos morir, somos inmortales, ¿recuerdas?” Gabos se miró el
muñón grotescamente cicatrizado de su mano amputada, “No te engañes, chiquilla,
si logran separar la cabeza de tu cuerpo, no te valdrá de nada la inmortalidad
y ellos lo saben perfectamente bien. Es lo que tendrán que hacer con todos
nosotros. Yo he peleado demasiadas batallas ya, y en cierto modo, desde hace un
buen tiempo estoy buscando mi fin…” “¿Tu fin?...” lo interrumpió la chiquilla
con una sonrisa incrédula. El viejo continuó, “…los hombres como yo no sabemos
hacer otra cosa, y cuando ya no puedes luchar, te quedas sin nada. He conocido
a muchos buenos soldados que han acabado tirados en la calle, buscando
permanecer borrachos, sin una familia ni un hogar. No quiero eso para mí. No
tendré muchas oportunidades más, tuve que rogarle al rey para que me dejara
estar aquí… pero tú, tú tienes mucho camino por delante. Tú no morirás esta
noche. Promételo” Nazli no aceptó, “No voy a huir si a eso te refieres…” dijo
la muchacha con el ceño apretado y negando con la cabeza. La lluvia los golpeaba
con fuerza, parecía que nada más había en el mundo en ese momento que el
aguacero, ellos dos y un montón de cadáveres, “No me interesa si huyes o no, a
veces la huida es más inteligencia que cobardía. He visto a muchos hombres huir
y eso no los ha hecho ni mejores ni peores, sólo les ha alargado la vida un
tiempo, y he visto a muchos más que por no huir han muerto inútilmente y sin
que nadie siquiera recuerde sus nombres o su coraje. Lo que yo quiero es que me
prometas que tú no vas a morir esta noche” la chica lo meditó un rato pero al
final asintió, “Está bien…” Gabos insistió “Promételo, ¡Dilo!”, “Prometo no
morir esta noche” respondió Nazli, sin mucha convicción, como suena una promesa
cuando es obligada, “Bien” dijo el abuelo, conforme. Entonces los gritos se
oyeron, el chico de los incisivos enormes había regresado y esta vez acompañado
de un pequeño grupo de soldados Cizarianos de verdad, aquellos jinetes que habían liberado a Nazli antes. “¡Allí
están! ¡Esos son, son los enemigo que buscan, ambos!” vociferó el muchacho.
Nazli lo miró con desprecio “Ese maldito muchacho, si me lo vuelvo a encontrar
te juro que le pondré una flecha justo en medio de sus atributos…” luego miró
al viejo, éste había ensartado la espada recién encontrada en el suelo, pegado su
espalda a la pared y con las piernas un poco dobladas, se sujetaba firmemente
con su mano derecha el muñón de su mano izquierda, ofreciéndola así para que la
chica la usara de pisadera para saltar al tejado “… ¿Qué haces?” preguntó la
chiquilla con el arco y un par de flechas en la mano “¡Vamos!...” dijo el
viejo, “…no hay tiempo que perder. Hay que salir de aquí” Los Cizarianos
bajaron de sus caballos y se acercaban con espada en mano. Era un sitio
estrecho para maniobrar sobre caballos. Nazli miró a Gabos a los ojos y se
decidió, de dos zancadas, una en los brazos y otra en el hombro del viejo, la
chica llegó al tejado, se recostó sobre él y le estiró el brazo a su amigo para
que éste subiera, pero el viejo en ese momento cogía la espada de nuevo y se
preparaba para enfrentarse a aquellos hombres, “Será un buen final, puedes
estar segura de eso. Pero no es para ti. ¡Tú vete, y cumple tu promesa!”
“¿Y todos ustedes bebieron de esa
fuente endemoniada que ahora no los deja morir? Mierda, sí que están locos…”
exclamó Qrima meneando la cabeza, luego se restregó los ojos para quitarse un
poco de agua y ver mejor, “…es realmente desagradable de ver y he visto muchas
cosas asquerosas en mi vida” agregó, refiriéndose a la cicatrización, “Sí…”
admitió Emmer “…y huele peor de lo que se ve” concluyó. Luego algo curioso
llamó su atención, “Mira, luces en el Cruce… hay guardias” Era demasiado tarde
para desviarse, además, seguramente, ya había sido visto el farolito de aceite
que portaba el cochero sobre su cabeza, “Tal vez sea mejor que te bajes del
carruaje y te escabullas por fuera hasta el otro lado del puesto de guardia,
pueden acusarte de deserción. Yo lo haría” propuso Qrima deteniendo el coche.
Emmer lo pensó un rato, luego negó con la cabeza, estaba confiado, conocía a
aquellos soldados y seguramente la mayoría eran amigos suyos, además, los
guardias podían ser personas muy desagradables cuando estaban cabreados, y en
noches así, uno se cabreaba fácilmente, era mejor que se quedara y así
asegurarse de que el coche pasara. Qrima se encogió de hombros y se restregó la
nariz con la manga “Yo sólo soy un viejo poniendo a resguardo de la guerra a un
par de mujeres y niños”
“Es un bonito carruaje el que
conduces, abuelo, ¿Es tuyo?” preguntó Dagar mientras sus hombres detenían el
coche que conducía Qrima. Éste negó con la cabeza de la forma más amable que
pudo, “No… es prestado” Para el capitán Dagar, nadie prestaría un coche así si
no era para algo o alguien importante, de otra manera, claramente era robado,
“¿Quién viaja ahí dentro?” preguntó, “Sólo mujeres y niños, Señor” respondió el
viejo, humilde y complaciente “¡Ábrelo! quiero verlo…” ordenó el capitán. Qrima
le echó un decidor vistazo a su compañero de: “no te muevas, pero estate
alerta” y bajó del coche, Emmer permanecía con la cabeza gacha, cubierto con la
manta y amparado bajo la profunda oscuridad de la noche y el aguacero. El
abuelo abrió la puerta del carruaje, el interior era suavemente iluminado por
un farolito de aceite, dos mujeres, un niño pequeño y un bebé estaban dentro,
una de las mujeres era perfectamente conocida por Dagar: Nila. Qrima, siempre
cordial, presenta a ambas mujeres como sobrinas suyas. Dagar era un buen hombre
y un buen soldado; un buen amigo para beber y un buen compañero para tener al
lado en la batalla, pero ese fervor patriota que lo caracterizaba, ese amor por
Rimos sólo por el hecho de haber nacido allí, sumado a ese problema con su
rodilla que había acabado definitivamente con cualquier posibilidad de participar
de cualquier combate, que no fuera uno de carácter personal, lo había vuelto un
hombre quisquilloso. Sacó un puñal de debajo de su capa y sus hombres lo
imitaron con sus espadas, “¡Es mejor para todos que me digas qué está
sucediendo aquí, viejo!” El carruaje era demasiado fino para un hombre como
Qrima y sus supuestas sobrinas, huían tarde en la noche, con un clima
engendrado en las pesadillas de un demonio y con apenas lo puesto y además “…la
princesa Delia muere y su criada personal, de la que nadie sabía nada, aparece
en el Cruce, escapando sospechosamente hacia quién sabe dónde, ¿eh?…” Para Nila
y Emmer, ese fue un chaparrón de agua fría más violento que el aguacero que
caía en ese momento en toda la faz de la tierra: la princesa Delia, muerta. “Y
apostaría a que ese que va ahí, es el sobrino tarado incapaz de luchar, ¿no?…”
añadió el capitán, refiriéndose a Emmer. Éste se descubrió la cabeza y bajó del
coche, el capitán lo miró con una infinita decepción, “¿Tú?... abandonas a tu
rey, huyendo de la batalla y deshonrándonos a todos… por una mujer que
probablemente traicionó la confianza de la princesa a quien debía cuidar” Emmer
se quiso justificar, que no tenían ni idea de lo de la princesa Delia, que él
no pensaba huir, que sólo quería poner a su mujer a salvo, que incluso pensaba
regresar, y era verdad, pero el oficial lo silenció con una violenta bofetada de
revés, que sorprendió a todos, incluso a sus hombres, entonces, Dagar habló a
un soldado a su lado de nombre Cuci, un muchacho flacuchento, calado hasta los
huesos y que no podía parar de tiritar de frío, “¿Todavía se castiga la
deserción con la muerte, o soy yo que me he quedado anticuado?” Cuci se quedó
mirando abrazado a sí mismo, no se le daban nada bien las preguntas capciosas y
menos las que provenían de un capitán, “Eh… ¿Sí…? señor” Dagar lo miró como si
fuera un perro que le acaba de mear las botas, cada año los soldados nuevos
eran más pusilánimes. Cuci retrocedió un paso, temeroso de ser abofeteado
igualmente. El capitán volteó la vista hacia Emmer “Y no sólo la deserción, ¿Verdad?
También la traición” agregó. Entonces, con un rápido pero elocuente vistazo, Qrima
comprendió lo que tenía que hacer, corrió a su puesto en el coche mientras
Emmer lanzaba al suelo al capitán Dagar de un codazo en la nariz, luego, de una
patada en la entrepierna, dejó tirado en el barro a Cuci retorciéndose de dolor,
que era el que estaba más próximo; cerró las puertas del carruaje y animó al
viejo para que atizara los caballos, Qrima dudó, esperando que Emmer lograra
subir, pero pronto desistió, azotó los caballos con furia y estos emprendieron
la carrera enloquecidos. Jamás lograrían huir, si Emmer no se quedaba para
contener a Dagar y sus soldados.
León Faras.