lunes, 26 de diciembre de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XXX.



Velsi, la más pequeña de las ciudades independientes, es poco más que una aldea nacida a las orillas de un lago alimentado por un brazo del generoso río Jazza, donde la pesca lacustre es el principal sustento y donde los suaves y ovalados cerros como pechos de una joven mujer, brillan dorados al sol por las espigas de grano que los cubren, pero, lo que realmente le da fama a Velsi, son sus asesinos. La historia se remonta a unos cien años atrás, más o menos, cuando un hombre llamado Deric llegó a instalarse allí, cuando aquello no era más que un puñado de precarias casas de pescadores y el grano aún no se sembraba. Aquel era un hombre de aspecto extraño y reservado, pero amable en el trato. Un día, en una taberna cizariana durante un viaje de negocios, conoció a dos hombres que hablaban sin tapujos sobre la inoportuna existencia de un tercero, que se rehusaba a hacer negocios con ellos o a venderle parte de sus tierras y sobre lo conveniente que sería para ellos que aquel tipo muriera en el corto plazo y así negociar con su mujer, mucho menos testaruda, “Es un desgraciado que se niega al avance y nos impide a los demás prosperar.” Así lo describieron. Deric les dijo que, si le pagaban lo justo, él podía hacer el trabajo y sin hacer más preguntas, los hombres aceptaron. En el transcurso de una semana, aquel hombre que estaba estorbando en el progreso de sus vecinos, tuvo un feo accidente con su caballo y se rompió el cuello. Los hombres se alegraron mucho, pero cuando llegó el momento, se rehusaron a pagar porque alegaron que aquello había sido un accidente y que el supuesto asesino, en realidad, no había hecho nada. Deric, les aclaró que él no era un “supuesto asesino” y que aquello no había sido un accidente, pero lo corrieron tratándolo de sinvergüenza, de farsante y dándole una pequeña parte del dinero acordado como si de una limosna se tratara para taparle la boca. Deric se fue, pero antes les advirtió, “Pagarán.” En el transcurso de la siguiente semana sucedió un nuevo accidente, el hijo mayor de uno de los hombres fue encontrado ahogado en el río, un muchacho joven y sano que había aprendido a nadar antes que a correr, pero ese tipo de accidentes pueden suceder. Entonces apareció Deric para decirles a los hombres que ahora le debían dos trabajos en lugar de uno y que ahora deberían llevarle su dinero hasta su casa, en lugar de venir él a buscarlo. Los hombres, confundidos e incrédulos, tardaron mucho en ponerse de acuerdo sobre qué hacer, y en el transcurso de la siguiente semana, la mujer del otro hombre fue encontrada sin vida en su propia casa, sentada a la mesa mientras pelaba habas y sin ninguna muestra de violencia. Aunque joven aún, fue diagnosticada de muerte natural por los vecinos y parientes. A pesar de que nadie había visto a Deric rondando la ciudad durante ninguno de los “accidentes,” los hombres ya sabían que ahora eran tres los trabajos que le debían al asesino. Uno de estos hombres, el que había perdido a su hijo, vendió todo lo que pudo hasta reunir la mitad del dinero, pero para el otro, aparte de la desgracia de quedarse viudo con dos hijos pequeños, le parecía terrible la idea de perder sus cosas para pagar una supuesta deuda, “No arriesgues la vida de tus hijos” Le advirtió su amigo antes de partir a caballo a saldar su deuda, “No se atreverá a tocarlos…” Afirmó sin real convicción el otro. Para el hombre que partió a Velsi, no fue difícil encontrar la cabaña de Deric, aquel era un caserío realmente pequeño y mientras llamaba a la puerta, el dueño de casa apareció a sus espaldas de la nada, ¡cómo un fantasma! Dejando en claro que él era un hombre difícil de sorprender. El hombre le entregó la mitad del dinero por los tres trabajos que le debía y le pidió que le perdonara por no haber cumplido con su deuda en un principio, que aquella lección le había costado cara y que jamás la olvidaría. Antes de irse, le rogó que tuviera paciencia e indulgencia con la deuda de su amigo, pues le aseguró que aquel ya hacía todo lo posible por reunir el dinero y que solo necesitaba de un par de días más. El hombre que se quedó, el viudo, aún no podía creer que aquel asesino hubiese entrado en su casa sin que nadie lo viera y asesinado a su mujer sin tocarla, como un espíritu maligno, y que lo que supuestamente se le debía, era demasiado, pero aquella misma tarde, uno de sus hijos enfermó, comenzó a toser, a arder en fiebre y a debilitarse rápidamente, asustando a todo el mundo con una nueva y terrible enfermedad contagiosa, el hombre, desesperado y sin poder hacer nada, oró y su plegaria fue atendida, pues su amigo llegó al galope aquella noche para decirle que el asesino le había dado algunos días más de plazo, y que lo había mandado a él con un antídoto para el niño, además de instrucciones de buscar bajo su cama un pequeño saco escondido que debía ser retirado y quemado en la chimenea sin demora y sin abrirlo, con lo que el niño se repondría tan rápido como había enfermado y así fue, y así fue también como los hombres terminaron pagando su deuda. Por su parte, Deric inició un próspero negocio, pues en cada taberna o cantina que visitaba encontraba a personas deseando la muerte de otras personas por las razones más variadas; válidas, razonables o completamente absurdas, pero a él los motivos no le interesaban solo le interesaba que le pagaran lo justo. Con el tiempo se hizo de cierta reputación y respeto y dejó de frecuentar las cantinas en busca de clientes, para dejar que estos lo buscaran a él, al mismo tiempo, la ciudad comenzó a crecer y en sus colinas empezó a brotar el grano, con lo que Deric decidió invertir su dinero ahorrado en el primer molino de agua de Velsi, pues en su experiencia, el grano debía ser molido o no servía para gran cosa. Luego, los campos crecieron, los molinos se multiplicaron y con el desarrollo llegaron también los desechados de la ciudad, los pordioseros y los zarrapastrosos buscando su oportunidad en la vida, fue entonces cuando Deric comenzó a reclutar muchachos a los que transmitir y legar su curioso oficio para que se ganaran la vida y le aportaran ganancias a él, principalmente ladronzuelos a los que la vida en las calles y el hambre ya había agudizado los sentidos y atrofiado los remilgos, solo varones en un comienzo, o hasta que conoció a Gúnur.



Gúnur era una chica huérfana, apenas una adolescente sin mayores atributos más allá de su ingenio, el que le había valido para sobrevivir sola durante años, mintiendo, hurtando o haciéndose pasar por quien no era y cuando las cosas fallaban, también era buena corriendo y ocultándose. Llegó a Velsi buscando su oportunidad, como todos y fue derecho hacia el molino de Deric a pedirle trabajo a este como su aprendiz, pero aquel ni se molestó en considerar la propuesta y la desechó con un ademán, “Parece que es un mal momento, ¿Estás molesto por algo?” Preguntó la muchacha, “Ese no asunto tuyo, y aquí no hay trabajo para niñas” Gruñó Deric, quien efectivamente andaba desde hace unos días bastante enojado con el mundo y bien lo sabían el par de muchachos que trabajaban para él, aunque no el porqué. Gúnur insistió con candidez en el tono, “¿Acaso te han robado?” Deric se detuvo en el acto, como si hubiese sido insultado con algo muy grave y se quedó mirando a la chica largos segundos, pero fue inútil, en su mente era la primera vez que la veía, “¿Cómo sabes eso?” Preguntó, pero la chica solo se encogió de hombros, inocente e infantil. Claramente estaba jugando, “No lo sé, pero parece como si te hubiesen robado y no supieses quien fue” Los muchachos también detuvieron sus quehaceres para ver lo que ocurría, cosa que jamás harían delante de su jefe. Deric podía sentir como su cerebro sudaba por recordar algo de esa muchacha, pero no tenía nada, a pesar de que estaba claro que esa niña sabía algo, “Sé quien fue, pero aún no sé dónde está” Dijo, con todo el peso de su mirada sobre los ojos de Gúnur. En efecto, Deric sospechaba de una fulana parlanchina y de mal aliento que se le había pegado durante toda la tarde en una taberna de Rimos, hablando sin parar y haciendo gala de una risa estruendosa y desagradable, pero de la que nadie sabía nada. Se lo mencionó, y la chica asintió concienzuda, “Es posible, o puede haber sido el mozo que recibió su caballo…” “O la anciana a la que le diste limosna cuando llegaste” Deric estaba sorprendido, ¿acaso esa chiquilla lo había estado siguiendo sin que él lo notara? “¿Cómo…?” Quiso preguntar, pero la chica extrajo de entre sus cosas la bolsa de monedas que le habían robado y se la lanzó de vuelta, “Lo siento, no quería robarte pero no se me ocurrió otra manera de llamar tu atención” Se excusó la muchacha. Deric aún intentaba encajar las piezas en su mente, “Pero… ¿Cuál de ellos eras tú?” La chica abrió los ojos, sorprendida, como si le estuvieran preguntando algo que creía que ya estaba claro, “Todos ellos…” Dijo, Deric no lo podía creer, ni siquiera le importaba ya que le hubiera robado, “¿Tú eras esa mujer? ¡Imposible!” Declaró, pero Gúnur imitó a la perfección la destemplada risa de la fulana y a Deric solo le quedó una duda, “¿Y el mal aliento?” La chica sonrió con picardía, “Ah, esa es una hierba que masticaba mi mamá cuando no quería que mi papá se le acercara, la llaman Bocamuerta.”



Ahora mayor y regenta de los asesinos de Velsi, Gúnur administra el negocio desde el viejo molino que su mentor le heredó, hacia el cual se dirige ahora un inmortal que busca desaparecer por un tiempo sin desaprovechar sus habilidades: Vanter.


León Faras.

viernes, 16 de diciembre de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XXIX.



El general Fagnar acomodaba sus cosas en el antiguo y modesto escritorio del general Rodas, cuando un soldado llegó llamándolo con cierta urgencia, diciéndole que su capitán le mandaba a buscar porque debía ver algo, “¿Ver qué?” Preguntó el general, un poco malhumorado por la impaciencia, el joven soldado no supo qué decir, o mejor dicho, qué palabra usar, “No lo sé general… Hum, ¿magia?” Fagnar no tenía tiempo para tonterías, pero suponía que aquel capitán no lo mandaría a llamar para hacerle perder su tiempo, así que cogió su caballo y siguió al soldado. Allí, donde estaban sepultando los cadáveres de la guerra, había una rueda de curiosos, especialmente soldados, y en medio de esta, un viejo estrafalario parado en una postura como si estuviera posando para un retrato, con una sonrisa de gusto tan marcada en su rostro, que francamente daban ganas de borrársela de una bofetada. El capitán, cuyo nombre no es importante, le presentó a aquel viejo extraño, cuyo nombre era Larzo, y este le estrechó la mano con tal gesto de confianza y energía, que Fagnar le dirigió una mirada de impaciencia a su capitán y este aceleró el proceso, “¡Haga su demostración ya, hombre!” Entonces el viejo cogió de su cinturón uno de los tiros que tenía preparado y se lo enseñó al general, era un cilindro de papel impregnado de aceite ya seco, en cuyo interior había una bola de hierro y una cantidad justa y calculada de sus polvos explosivos, a los que aún no había bautizado adecuadamente, luego introdujo el cartucho en la boca de su tubo de hierro y lo empujó hasta el fondo con una varilla, todo esto, con el gesto ceñudo y profesional de un curtido marinero enseñándole nudos a un grumete, luego comprobó por una pequeña abertura en una cámara encima del tubo, que el pedernal estuviera en su sitio y apuntó a un cuerpo dispuesto a unos metros de distancia, que además del agujero en la frente que lo había llevado hasta allí, tenía ahora otro idéntico en la espalda. El general francamente estaba a punto de perder la paciencia, y hablar seriamente con ese capitán sobre las desagradables consecuencias de hacerle perder el tiempo cuando un estallido en sus oídos lo hizo dar un respingo, el aire se llenó de humo y de un olor que nunca había sentido antes pero que sería difícil de olvidar, además de que, al cadáver de prueba, le había aparecido un nuevo agujero en el lomo que antes no tenía. El viejo había vuelto automáticamente a la postura y gesto de antes, la de alguien que en ese momento se siente pasando a la posteridad, y Fagnar, perdido como un niño en la feria, no pudo menos que preguntar qué rayos acababa de suceder.



Era increíble que en ese desierto llamado Tormenta de Piedras, pudiera encontrarse agua fresca, abundante y lista para beber, y es que la garganta de Sera descendía tanto en la tierra que acababa en una pequeña laguna de profundidad ignota, pues las cavernas continuaban descendiendo y nadie, ni los más valientes ni los más desesperados, habían intentado averiguar hasta donde. Pero esa agua había que transportarla desde el fondo hasta la superficie y para ello, no eran pocos los prisioneros que estaban dispuestos a hacerlo con tal de gozar de un poco de luz solar en sus miserables vidas. “¿Qué clase de caballos son estos?” Preguntó Vádrid, viendo cómo los dromedarios se acercaban a beber el agua que les traían, mientras Batu se empapaba la cabellera y el cuello para refrescarse, “Estos son caballos del desierto, amigo” Respondió este, sacudiéndose el pelo como un perro mojado. El rimoriano se quedó pensando unos segundos y luego dijo, “Vaya, si eso le hace el desierto a un caballo, imagina lo que le hará a un hombre” Batu rio, en cierto modo estaba de acuerdo, “No son muy rápidos, pero son tan resistentes como el rencor y pueden recorrer el desierto de cabo a rabo sin necesidad de beber una sola gota de agua, así que si alguien intenta huir de uno de estos, ten por seguro que caerá antes que él” “El desierto…” Repitió Vádrid mentalmente, dirigiendo su vista al horizonte llano e infinito, “¿Alguna vez lo has cruzado?” Preguntó de pronto y sin venir a cuento, el otro lo miró divertido, como si aquello fuese el inicio de un chiste que no continuó, “Claro que no, no estoy tan chalado” Respondió Batu, y añadió, “Pero lo hemos recorrido durante días persiguiendo a algún prófugo que se adentró en él y todo lo que he visto es más de lo mismo, solo llano seco y piedras sin fin. Gisli dice que una vez llegó hasta el Corazón de Tormenta y que la cosa no cambia.” Se decía que al otro lado de ese desierto, la tierra se volvía agua y el Mar lo cubría todo hasta donde alcanzaba la vista, Vádrid lo comentó y Batú contrajo el rostro disconforme, “No creeré en eso del Mar, hasta que lo vea con mis propios ojos.” Dijo.



Darlén sintió fuertes deseos de no estar allí, pues ver el rostro de aquella mujer, con sus ojos tan separados y esas inquietantes pupilas horizontales le daba un repelús casi insoportable, “No tienes nada que temer, muchacha” La tranquilizó Gilda, sin mucho éxito, mientras Circe se le acercaba con algo parecido a una sonrisa en su extraño rostro, “Déjala, está bien, no todos pueden solo mirarme sin alarmarse… ¿sabes por qué estás aquí?” Preguntó con una voz tan clara y dulce, que si se escuchaba con los ojos cerrados, podía atribuírsele a la más hermosa de las mujeres. Darlén señaló a la anciana que tenía a su lado como la responsable de haberla llevado hasta allí, lo que hizo sonreír a la bruja, “Sí, ¿pero por qué?” La muchacha negó con la cabeza, solo sabía lo que Gilda le había dicho por el camino y todavía no estaba muy convencida de ello, “Sí, lo sabe” Intervino la vieja, “Ven, niña” Dijo Circe, ofreciéndole la mano, una mano completamente normal, por cierto. Darlén la cogió débil y sin convicción, pero le sorprendió lo suave que era la piel de esa mujer, “Eres una de las elegidas de los dioses para portar con el más bello de los dones otorgados a la humanidad: la magia, el arte de hacer posible, lo imposible. Dime, ¿alguna vez has maldecido?” Estaban de pie frente a una diminuta ventana de cuatro cristales incrustada dentro de esas gruesas paredes, allí en el alféizar, tomaba los rayos del sol una pequeña planta apenas más alta que un pulgar, en un pequeño macetero. Darlén negó enérgica con la cabeza a aquella pregunta, las chicas bien educadas no maldecían; la bruja, quien siempre se mantenía en las sombras, le pidió que maldijera aquella planta, “No pasa nada, solo quiero saber qué tan fuerte es tu conexión con la vida y la muerte que te rodea” Le explicó, la chica obedeció, más por el deseo de acabar pronto e irse de ese lugar, que porque realmente quisiera hacerlo, pero sus palabras apenas fueron audibles y Circe le pidió que las repitiera pero con algo más de convicción, como si aquella plantita le hubiese hecho algo muy malo, “Yo te maldigo” Repitió Darlén, esta vez en voz alta y apretando el ceño, procurando sonar convincente como le pedía la bruja, y vio con alivio como sus palabras no habían tenido la más mínima repercusión en la planta, sin embargo, Circe supo de inmediato que, de no intervenir, aquella planta moriría irremediablemente aquella misma noche por el maleficio. “¿Y qué piensas?” Preguntó Gilda, cogiendo a la chica por los hombros para llevársela, “No hay duda. Puede volver cuando esté dispuesta” Dijo Circe, volteándose allí donde estaba, donde la luz era un poco más abundante gracias a la ventana próxima, entonces Darlén la vio, y por un segundo, pudo ver que la bruja poseía un hermoso rostro a plena luz, mientras que su aspecto caprino se formaba de nuevo cuando se envolvía en las sombras. El rostro de la muchacha era elocuente, incapaz de cerrar la boca o de siquiera pestañear ante tal visión. Gilda la arreaba hacia el exterior con empujones cada vez más rudos, cuando la bruja le preguntó, “¿Cuál crees que es mi verdadero rostro?” Consciente de lo que la chica había visto. Darlén lo pensó por unos segundos antes de responder, “Creo que las sombras son engañosas, mientras que la luz siempre dice la verdad” Dijo, parada en la puerta, ya lista para ser sacada de allí por Gilda. La bruja asintió pero no dijo nada, solo regresó a su trabajo.


León Faras.

jueves, 8 de diciembre de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XXVIII.



Por la mañana, Cherman y Nut cogieron lo poco que tenían y se dispusieron a internarse más y más en el monte mientras que Féctor dudaba de todo, tanto de acompañarlos como de quedarse y continuar solo, porque por un lado, aún tenía miedo de que Cherman adivinara lo que había hecho y quisiera mutilar otra parte de su cuerpo, o que Vanter regresara de donde fuera que había ido y lo delatara con Cherman para que este le diera su castigo; pero por otro lado, también sentía miedo a quedarse solo, porque lo cierto era que se sentía un completo inútil, incapaz de defenderse con una espada, ni de usar un arco para cazar algo que comer, ni siquiera apto para matar algunas ratas a palos, pues incluso para esto se requería de cierta destreza que él había perdido junto con su mano derecha. Nut se quitó el trozo de rama que mantenía entre los dientes como un cigarro, para señalar a Féctor con él y hacer un comentario que Cherman comprendió a medias. “Vamos, estoy seguro de que no podrías atrapar ni a una gallina ciega para comer” Dijo Cherman, con humor, pero sin intenciones de burlarse, aun así, fue acompañado de una risita del gigante, Féctor los miraba con cara de afligido, como si le doliera algo, “¿Hacia dónde van?” Preguntó con una timidez nueva en él, “Lejos de aquí…” respondió el otro y antes de ponerse en marcha, añadió, “Dicen que la gente que vive fuera de la ciudad es más amable. Tal vez en alguna de esas muchas aldeas que prosperan lejos de las ciudades, haya espacio para un gigante, un cojo y un manco…” Féctor los siguió, pero sintiéndose el perro al que le han dado un trozo de pan y camina de atrás esperando recibir algo más. Realmente, en el fondo de su corazón, le daba más miedo quedarse solo e incapaz, que la posibilidad de que Cherman eventualmente le cortara la cabeza.



Tal vez deberíamos separarnos. La ciudad no es muy grande y podemos abarcarla completa en una mañana si nos dividimos” Propuso Janzo a un Emmer que aún se mantenía taciturno luego del extraño sueño que había tenido en el granero, porque eso había sido, ¿no? un sueño. Tuvo que repetirlo para que su compañero captara la totalidad de la idea. Luego de que Emmer aceptara, Janzo añadió, “Pase lo que pase, nos reuniremos aquí al mediodía para reportarnos, debemos encontrar al viejo Qrima o a ese coche cizariano en el que llegaron.” En efecto, la ciudad no era muy grande, en comparación con sus tierras de pastoreo que eran diez veces mayor, por lo que recorrerla entera entre dos personas, dividiéndosela, no era algo descabellado pero sí fue inútil, porque, aunque preguntaron por el coche, nadie lo había visto, y los que sí lo vieron al llegar, no tenían ninguna idea de dónde podía estar ahora o aseguraban, sin estar muy seguros de nada, que el carruaje ya había salido de la ciudad; y exactamente lo mismo con el viejo Qrima, pocos lo conocían después de tantos años fuera, y los que lo recordaban, no lo habían visto, y los que lo habían visto, aseguraban, esta vez sí con algo de razón, que el abuelo ya había abandonado la ciudad la tarde pasada, pero no en un carruaje, sino en una carreta, lo que, de cualquier forma no era información confiable para Janzo, pues de ser así, se lo hubiesen cruzado en el camino mientras ellos venían, pues se trata de un único camino prácticamente sin desvíos. Sin embargo, la suerte le brilló, aunque muy tenuemente, cuando dos viejos lisiados, uno cojo y el otro manco, que pedían limosna juntos en una esquina con un gato color chocolate dormitando enrollado en medio de ambos, (el que, por cierto, era tuerto,) le dijeron que conocían al viejo Qrima desde muy joven, pero que no lo habían visto hace muchos años, sin embargo, sabían que tenía una hermana viviendo en Bosgos a la que se le podía visitar pues, sin duda, ella sabría si su hermano estaba o no en la ciudad, el problema fue que los viejos, quienes no se movían del lugar donde estaban casi que ni para hacer sus necesidades, a juzgar por el intenso olor a orines que se podía percibir en el ambiente, no lograron ponerse de acuerdo sobre el nombre de la mujer ni el lugar exacto donde encontrarla. Mientras uno aseguraba que se llamaba Gilda, el otro estaba convencido de que su nombre era Dilma; mientras uno aseguraba no conocer a ninguna Dilma, el otro estaba bien seguro de no recordar a ninguna Gilda; mientras uno le recomendaba que buscara su puesto de hongos en el lado este del centro, el otro replicaba que su negocio siempre había estado ubicado en el lado sur y que nunca había vendido hongos sino brebajes y luego, cuando el asunto ya tenía más tintes de discusión que de otra cosa, comenzaron a insultarse y recriminarse cosas como que “¡Tú estas muy viejo y ya no recuerdas nada con claridad!” o, “¡Tú no sabrías donde está tu trasero si no lo tuvieras pegado!” Y cosas así, al estilo de los matrimonios más longevos, a lo que Janzo le puso fin dándoles las gracias, por nada, y algunas monedas que los viejos recibieron con ansias, pero que luego se desilusionaron al comprobar que era dinero rimoriano. “No debiste ayudarlo tanto…” Rezongó uno, “¡Tú no debiste ayudarlo tanto!” Replicó el otro.



A media mañana, Mozi salió de su taberna dejando encargada a su hija de preparar todo para abrir al mediodía, a lo que la buena de Nina, respondió con la más dulce de sus sonrisas, tan falsa como su amor por Tobi, aunque igual de convincente. El tabernero se dirigía a casa de su amigo, el padre de Tobi, quien de paso también se llamaba igual, preocupado por la experiencia que habían tenido en la taberna con esa visita fantasmagórica del viejo Migas haciéndoles advertencias y amenazas mientras todo a su alrededor cobraba vida mágicamente y entre llamas, “Ese viejo es muy peligroso, dime ¿qué fue lo que hiciste?” Tobi, el padre, trabajaba en sus quesos con una sonrisa de satisfacción, como cuando las cosas están saliendo exactamente como uno quiere que salgan, “Ese viejo sucio, ya no se comerá a nadie más de este pueblo…” Dijo, dejando la frase suspendida en un prolongado y artificial asentimiento con la cabeza. Mozi no estaba para teatros, “¡Pero qué fue lo que hiciste, dime!” Casi que gritó, alterado. El otro lo miró como si de pronto se le hubiese aflojado un tornillo, “Calma…” Le recomendó, “Te digo que lo hicimos desaparecer quemando su cabaña con él adentro” El tabernero lo miraba como el naufrago que mira al océano: sediento de querer creer pero sin poder tragarse ni una sola palabra, “No puede ser… ¿estás seguro?” Preguntó esperanzado, Tobi le sonrió, como para transmitirle su confianza, “Por supuesto. Oímos sus gritos apagados saliendo de las llamas… debe haber estado oculto en algún lado, atrapado como rata, porque la cabaña ardía por completo y aún podíamos oír sus chillidos” Reflexionó, y luego de unos segundos, agregó, “Pero nosotros cubrimos todas las salidas y nada salió de allí…” Mozi quería creer, se esforzaba en ello, “¿Y su padre?” Preguntó, a riesgo de sonar tonto, y así fue como sonó para el otro, “¿¿Su padre?? ¿¿En serio crees que esa cosa está viva!!” Mozi dudó, intentó balbucear que su hija Nina lo había visto caminando y hablando, pero su amigo ya lo miraba como si hubiese perdido la cordura y cualquier palabra que dijera, no haría más que agravar esa condición, entonces, Tobi le puso una mano tranquilizadora en el hombre, “Quédate tranquilo, amigo, ese problema ya está resuelto.”


León Faras.