jueves, 8 de diciembre de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XXVIII.



Por la mañana, Cherman y Nut cogieron lo poco que tenían y se dispusieron a internarse más y más en el monte mientras que Féctor dudaba de todo, tanto de acompañarlos como de quedarse y continuar solo, porque por un lado, aún tenía miedo de que Cherman adivinara lo que había hecho y quisiera mutilar otra parte de su cuerpo, o que Vanter regresara de donde fuera que había ido y lo delatara con Cherman para que este le diera su castigo; pero por otro lado, también sentía miedo a quedarse solo, porque lo cierto era que se sentía un completo inútil, incapaz de defenderse con una espada, ni de usar un arco para cazar algo que comer, ni siquiera apto para matar algunas ratas a palos, pues incluso para esto se requería de cierta destreza que él había perdido junto con su mano derecha. Nut se quitó el trozo de rama que mantenía entre los dientes como un cigarro, para señalar a Féctor con él y hacer un comentario que Cherman comprendió a medias. “Vamos, estoy seguro de que no podrías atrapar ni a una gallina ciega para comer” Dijo Cherman, con humor, pero sin intenciones de burlarse, aun así, fue acompañado de una risita del gigante, Féctor los miraba con cara de afligido, como si le doliera algo, “¿Hacia dónde van?” Preguntó con una timidez nueva en él, “Lejos de aquí…” respondió el otro y antes de ponerse en marcha, añadió, “Dicen que la gente que vive fuera de la ciudad es más amable. Tal vez en alguna de esas muchas aldeas que prosperan lejos de las ciudades, haya espacio para un gigante, un cojo y un manco…” Féctor los siguió, pero sintiéndose el perro al que le han dado un trozo de pan y camina de atrás esperando recibir algo más. Realmente, en el fondo de su corazón, le daba más miedo quedarse solo e incapaz, que la posibilidad de que Cherman eventualmente le cortara la cabeza.



Tal vez deberíamos separarnos. La ciudad no es muy grande y podemos abarcarla completa en una mañana si nos dividimos” Propuso Janzo a un Emmer que aún se mantenía taciturno luego del extraño sueño que había tenido en el granero, porque eso había sido, ¿no? un sueño. Tuvo que repetirlo para que su compañero captara la totalidad de la idea. Luego de que Emmer aceptara, Janzo añadió, “Pase lo que pase, nos reuniremos aquí al mediodía para reportarnos, debemos encontrar al viejo Qrima o a ese coche cizariano en el que llegaron.” En efecto, la ciudad no era muy grande, en comparación con sus tierras de pastoreo que eran diez veces mayor, por lo que recorrerla entera entre dos personas, dividiéndosela, no era algo descabellado pero sí fue inútil, porque, aunque preguntaron por el coche, nadie lo había visto, y los que sí lo vieron al llegar, no tenían ninguna idea de dónde podía estar ahora o aseguraban, sin estar muy seguros de nada, que el carruaje ya había salido de la ciudad; y exactamente lo mismo con el viejo Qrima, pocos lo conocían después de tantos años fuera, y los que lo recordaban, no lo habían visto, y los que lo habían visto, aseguraban, esta vez sí con algo de razón, que el abuelo ya había abandonado la ciudad la tarde pasada, pero no en un carruaje, sino en una carreta, lo que, de cualquier forma no era información confiable para Janzo, pues de ser así, se lo hubiesen cruzado en el camino mientras ellos venían, pues se trata de un único camino prácticamente sin desvíos. Sin embargo, la suerte le brilló, aunque muy tenuemente, cuando dos viejos lisiados, uno cojo y el otro manco, que pedían limosna juntos en una esquina con un gato color chocolate dormitando enrollado en medio de ambos, (el que, por cierto, era tuerto,) le dijeron que conocían al viejo Qrima desde muy joven, pero que no lo habían visto hace muchos años, sin embargo, sabían que tenía una hermana viviendo en Bosgos a la que se le podía visitar pues, sin duda, ella sabría si su hermano estaba o no en la ciudad, el problema fue que los viejos, quienes no se movían del lugar donde estaban casi que ni para hacer sus necesidades, a juzgar por el intenso olor a orines que se podía percibir en el ambiente, no lograron ponerse de acuerdo sobre el nombre de la mujer ni el lugar exacto donde encontrarla. Mientras uno aseguraba que se llamaba Gilda, el otro estaba convencido de que su nombre era Dilma; mientras uno aseguraba no conocer a ninguna Dilma, el otro estaba bien seguro de no recordar a ninguna Gilda; mientras uno le recomendaba que buscara su puesto de hongos en el lado este del centro, el otro replicaba que su negocio siempre había estado ubicado en el lado sur y que nunca había vendido hongos sino brebajes y luego, cuando el asunto ya tenía más tintes de discusión que de otra cosa, comenzaron a insultarse y recriminarse cosas como que “¡Tú estas muy viejo y ya no recuerdas nada con claridad!” o, “¡Tú no sabrías donde está tu trasero si no lo tuvieras pegado!” Y cosas así, al estilo de los matrimonios más longevos, a lo que Janzo le puso fin dándoles las gracias, por nada, y algunas monedas que los viejos recibieron con ansias, pero que luego se desilusionaron al comprobar que era dinero rimoriano. “No debiste ayudarlo tanto…” Rezongó uno, “¡Tú no debiste ayudarlo tanto!” Replicó el otro.



A media mañana, Mozi salió de su taberna dejando encargada a su hija de preparar todo para abrir al mediodía, a lo que la buena de Nina, respondió con la más dulce de sus sonrisas, tan falsa como su amor por Tobi, aunque igual de convincente. El tabernero se dirigía a casa de su amigo, el padre de Tobi, quien de paso también se llamaba igual, preocupado por la experiencia que habían tenido en la taberna con esa visita fantasmagórica del viejo Migas haciéndoles advertencias y amenazas mientras todo a su alrededor cobraba vida mágicamente y entre llamas, “Ese viejo es muy peligroso, dime ¿qué fue lo que hiciste?” Tobi, el padre, trabajaba en sus quesos con una sonrisa de satisfacción, como cuando las cosas están saliendo exactamente como uno quiere que salgan, “Ese viejo sucio, ya no se comerá a nadie más de este pueblo…” Dijo, dejando la frase suspendida en un prolongado y artificial asentimiento con la cabeza. Mozi no estaba para teatros, “¡Pero qué fue lo que hiciste, dime!” Casi que gritó, alterado. El otro lo miró como si de pronto se le hubiese aflojado un tornillo, “Calma…” Le recomendó, “Te digo que lo hicimos desaparecer quemando su cabaña con él adentro” El tabernero lo miraba como el naufrago que mira al océano: sediento de querer creer pero sin poder tragarse ni una sola palabra, “No puede ser… ¿estás seguro?” Preguntó esperanzado, Tobi le sonrió, como para transmitirle su confianza, “Por supuesto. Oímos sus gritos apagados saliendo de las llamas… debe haber estado oculto en algún lado, atrapado como rata, porque la cabaña ardía por completo y aún podíamos oír sus chillidos” Reflexionó, y luego de unos segundos, agregó, “Pero nosotros cubrimos todas las salidas y nada salió de allí…” Mozi quería creer, se esforzaba en ello, “¿Y su padre?” Preguntó, a riesgo de sonar tonto, y así fue como sonó para el otro, “¿¿Su padre?? ¿¿En serio crees que esa cosa está viva!!” Mozi dudó, intentó balbucear que su hija Nina lo había visto caminando y hablando, pero su amigo ya lo miraba como si hubiese perdido la cordura y cualquier palabra que dijera, no haría más que agravar esa condición, entonces, Tobi le puso una mano tranquilizadora en el hombre, “Quédate tranquilo, amigo, ese problema ya está resuelto.”


León Faras.

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