miércoles, 30 de noviembre de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XXVII.



Sí, una honda, una piedra plana como una cucaracha, una gran dosis de mala suerte y ¡Pum, Me pulverizó el ojo! Éramos solo unos críos jugando… Fue asqueroso.” Concluyó Gan, con una sonrisa incómoda ante el gesto de asco y dolor de los pieleros que le escuchaban mientras preparaban sus cosas para partir, “Suerte que solo fue un ojo” Comentó Barros, siempre intentando decir algo amable. Avanzaron juntos por el camino durante un trecho, pero pronto los pieleros debieron desviarse, pues su trabajo consistía en recorrer los montes buscando piezas de caza cuyas pieles fuesen valiosas o sus carnes comestibles y de esa manera ganarse la vida, pero luego de las despedidas, resultó que les fue imposible separar a Cantinero de la burra de Gan sin un escándalo de proporciones, con aullidos, rebuznos y patadas al aire y al suelo que daban la impresión de que los pobres animales estaban siendo atormentados por ánimas del infierno, “¡Pero qué carajos!” Aulló Petro, tirando del animal como nunca antes había tenido la necesidad de hacerlo, “Déjalo hijo…” Le dijo su padre, en tono de resignación, “No conseguirás que vaya a ninguna parte sin la burra del señor Gan” Este los miró ceñudo, como si le hubiesen dicho algo extremadamente complicado de comprender. Luego de unos segundos reaccionó, “¿Dice usted que estos dos se han enamorado? ¡Pero si son burros!” Alegó Gan, genuinamente incrédulo ante tal disparate, pero el viejo Barros le asentía sabio y condescendiente, “Los asnos son animales complejos, señor Gan, no debería sorprenderse de que sean capaces de demostrar emociones profundas de afecto y lealtad, tanto hacia los hombres como entre ellos” Gan lo miraba con esa sonrisa persistente y torcida de quien escucha algo que es tan difícil de creer, que sostiene la esperanza de que al final se trate todo de una broma, pero el viejo Barros hablaba muy en serio, “No sé cual sea su experiencia, señor Gan, pero nosotros hemos compartido nuestra vida entera con borricos y sabemos muy bien de lo que hablamos: estos dos no irán a ninguna parte sin el otro” Sentenció el viejo, y luego de eso, intervino por primera vez su hijo Petro, cuyo tono de voz era menos suave, “Estamos en una disyuntiva, señor Gan, y nosotros somos la mayoría” Afirmó. Gan mantenía su gesto de incredulidad que a estas alturas ya parecía más el de un idiota, pero podía comenzar a asimilar que no había ninguna broma de por medio, entonces tomando aire, volvió a sonreír, pero esta vez con su sonrisa habitual, “Bueno, lo cierto es que ninguna dirección es mejor que cualquier otra para mí, así que, si están de acuerdo, puedo unirme a ustedes y así no separar los destinos de estos dos nobles animales. Soy bueno cazando, ¿saben? mi padre me enseñó a usar el arco desde muy pequeño. En una ocasión…” Gan comenzaba una nueva historia, inventada u oída de alguien más, daba igual, solo eran historias para amenizar las caminatas y entretener a los amigos, y él era bueno en eso, cuando no estaba en medio de una batalla.



Si Teté se había quedado maravillada con la habitación que le habían dado al llegar a Cízarin, Rubi estaba encantada, ¡Si hasta tenía una ventana que daba hacia el exterior! Era como una casita pequeña, pero eso no importaba porque ella también era pequeña; los muebles se podían usar y no estaban allí solo para restarle espacio a los vivos y el cielo raso era inalcanzable… el único problema era ese bebé, al que la pequeña Rubi no paraba de encontrarle defectos: su olor, sus chillidos, su inutilidad. Todo en él era exasperante, “¿Cuánto tiempo tenemos que cuidarla, mamá?” Preguntó, apenas comprendió que su estadía en ese estupendo lugar dependía de ello, Teté le respondió que suponía que deberían hacerlo hasta que la pequeña princesa creciera y Rubi soltó tal bufido de fastidio, que la muchacha no pudo menos que mirarla con los ojos abiertos como platos, pero es que eso a la niña le sabía a toda una eternidad, y aunque a Teté le pareció algo similarmente agobiante al principio, las palabras de la vieja Zaida le hacían eco en su cabeza cobrando fuerza y relevancia, “Ahora, tú eres su madre, Teté,” haciendo que empezara a ver a esa bebé, ya no como una pesada obligación, sino como una hija, una que ella nunca había pedido, algo así como le gustaba ver a veces a Rubi, la que siempre le llamó mamá, siguiéndola a todas partes a pesar de sus protestas y que ahora seguía haciéndolo. “Pues eso es lo que hacen las familias, cuidarse unos a otros” respondió Teté, procurando sonar con la sabiduría innata de las madres más experimentadas que ella. Rubi la miró ceñuda durante varios segundos, como juzgando sus palabras, para luego empezar a asentir con ruda convicción, “Bueno, supongo que podremos encargarnos de ella hasta que se haga grande…” Aceptó la niña, soltando un suspiro de resignación, porque aunque todavía le parecía un fastidio la tarea y aún consideraba a esa bebé una intrusa en sus vidas, tal vez, solo tal vez, esa bebé terminara convirtiéndose en parte de su familia.



Darlén estaba nerviosa, algo en sus entrañas le decía que estar allí, era una muy mala idea, sobre todo para ella, porque la vieja Gilda se veía de lo más relajada y jovial, “¿Quién vive en esta casa?” Preguntó la joven, mientras la vieja llamaba a la puerta con suaves golpecitos, “Una bruja llamada Circe, ¿has oído hablar de ella?” Respondió Gilda, sin rodeos ni miramientos, ante el repentino espanto de la joven Darlén, pero antes de que esta pensara siquiera en responder a la pregunta, la puerta se entreabrió sin que nadie apareciera del otro lado, entonces la vieja entró, pero llevándose por delante a la joven con un calculado empujón que la dejó plantada dentro de la casa. En contraste con el luminoso día, el interior de la casa era una cueva, a cuya oscuridad costaba varios segundos acostumbrarse. El interior se veía pequeño, pero más que pequeño se sentía como saturado de cosas por todas partes, donde todo era robusto, grueso, tosco, incluso los muebles y las repisas, las ventanas eran pequeñas y por ellas apenas entraba claridad y el techo era tan bajo que se podía tocar estirando un poco la mano, “Ya me preguntaba qué había sido de ti” Dijo una voz de mujer, una voz muy bonita en verdad, Darlén se giró y vio el bulto de alguien trabajando sobre una mesa iluminada con un cacho de vela, por primera vez en su vida percibió el olor del que siempre le habían hablado que emanaba de ella, porque no era el de ella. La bruja se puso de pie, en la penumbra se podía ver que no era una mujer joven, pero tampoco se trataba de una anciana, sin embargo su rostro, aun con la pobre iluminación del lugar, era impresionante. Darlén contuvo el aliento. Se decía que las mujeres nacidas bajo la luna de sangre, no solo estaban dotadas para las artes ocultas y caracterizadas por un agradable aroma, sino que también eran hermosas por naturaleza, pero aquella mujer, Circe, tenía el rostro de una cabra.


León Faras.

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