martes, 23 de agosto de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XVI.



¿Y por qué razón tu madre se fue y te dejó sola?” Preguntó Qrima, luego de largo rato de incómodo silencio mientras la niña roía su manzana, ensimismada como siempre, “Ella no es mi mamá de verdad, y no se fue, se la llevaron…” Aclaró la pequeña y volvió a arrancar otra diminuta porción de fruta para masticarla concienzudamente. El viejo asintió, para luego añadir, “¿Y dónde está tu mamá de verdad?” Un breve y fugaz encogimiento de hombros fue todo lo que obtuvo por respuesta. Qrima volvió a asentir y poner su atención en el camino, pero no por mucho tiempo, “¿Y cómo sabes que a tu mamá de mentira la llevaron a Cízarin y no a otro sitio?” Insistió el viejo con una curiosidad rozando en lo infantil, a la que la niña respondió con la misma mirada de fastidio que pondría un fulano ante las preguntas del molesto hijo de su vecino, “Me acerqué sin que me vieran y los escuché…” Respondió Rubi, luego de dar un profundo respiro. Qrima volvió a asentir mirando a su pequeña acompañante esta vez como bicho raro. Al contrario de los niños que había conocido en su vida, molestos y bulliciosos por naturaleza, esta era una personita fría y distante con una insólita madurez. Recordó a sus propios hijos, dos mellizos muertos en un incendio hace más de treinta años siendo apenas unos niños, los más inquietos y bulliciosos que jamás conociera, mientras él estaba en Cízarin jugando a ser soldado. Fue entonces cuando empezó a convertirse en el viejo gruñón y solitario que era ahora. No dijo nada más hasta llegar a Cízarin y adentrarse en sus vastos y productivos campos, regados por el viento con la ceniza de cientos de hombres incinerados, como si fuera una extraña nevisca, al igual que sus habitantes, envejecidos repentinamente por la misma. “Cízarin es un lugar grande, y pronto comenzará a oscurecer, ¿Sabes dónde encontrar a tu mamá?” La niña, siempre pensativa, miraba hacia el frente sin ponerle especial atención a nada ni a nadie, como quien está urdiendo un maligno plan en su mente, pero pronto comenzó a asentir con indiferencia, “¿Sabes dónde vive el señor con una corona en su cabeza?” Preguntó a su vez Rubi, Qrima volvió a mirarla como un bicho raro “¿Acaso estás hablando del rey de Cízarin? ¿Pero qué asuntos podría tener el rey de Cízarin con tu mamá?” La niña se giró hacia él rápida como una serpiente y su rostro era frío como el de la venganza, “Él se la llevó con sus soldados” Le dijo, apretando la mandíbula luego, para volver su atención hacia la nada. El viejo se preguntaba por qué la mamá de esta niña habría sido traída hasta allí, mientras se adentraba en la ciudad buscando algún rostro conocido después de tantos años. No lo encontró, pero por suerte alguien lo reconoció a él, “Eh, señor Qrima, ¿qué está haciendo por aquí?” Era un soldado, de los pocos que no fueron enviados a Rimos. Qrima lo miró con interés, pero apenas y le era familiar, “Soy yo, señor, Helsen” Agregó el soldado, sonriendo y entonces el viejo lo recordó, aunque al que recordaba en realidad, era a un muchacho que presumía de tener mucha suerte con las chicas y este ya era un hombre con la cabellera encanecida y seguramente un grado de sargento en el yelmo. El viejo lo saludó ofreciéndole la mano, pero el soldado se excusó con una bonita herida en el costado recientemente cosida, que no le permitía mover el brazo libremente pero sí algo de libertad y reposo en esos días agitados, entonces, y luego de los saludos protocolares y de las preguntas de rutina, Qrima aprovechó para averiguar sobre la suerte del príncipe Rianzo, y Helsen negó con el rostro compungido, “Por lo que yo he oído, aún lo buscan por todas partes y con la mitad de los soldados disponibles, pero no ha aparecido ni vivo, ni muerto…” Podía esperar hasta la mañana siguiente y así obtener noticias frescas antes de regresar, aunque ya comenzaba a temerse que sería con las manos vacías. Pensaba en ello, cuando recordó a su pequeña acompañante, “Recogí a esta niña por el camino, venía sola y a pie. Dice que su mamá fue traída hasta aquí desde Rimos por unos soldados ¿Has oído algo al respecto?” El soldado negó con la cabeza, nuevamente compungido, como si le pesara no poder ayudar, “Nada, señor, lo único de lo que se habla es de que se trajeron a la princesa heredera de Rimos, pero no es más que una niña recién nacida…” “¡Esa es!” Los interrumpió Rubi con un grito que incluso puso en alerta al pequeño perro que hacía rato dormía enrollado sobre sí mismo en la parte de atrás, y provocó que ahora ambos hombres la miraran como bicho raro, con doble énfasis y a la misma vez, “¿Acaso estás diciendo que una niña recién nacida, es tu mamá?” Preguntó Qrima, pronunciando cuidadosamente cada palabra, y la niña, le respondió con la expresión en la cara de quien ha sido víctima de una broma de mal gusto y además sin gracia, “¡Claro que no! pero era mi mamá la que cargaba a ese bebé” Eso ya tenía más sentido. Helsen no sabía nada en concreto sobre esa recién nacida, pero conocía a alguien que trabajaba en el palacio, y les indicó donde encontrarla “…Su nombre es Dana, tiene información privilegiada de todo lo que sucede allí. Si hay alguien que sabe algo, es ella. Díganle que yo les envío, ella les dará noticias”



Comenzaba ya a oscurecer, cuando un apetitoso aroma le recordó a Féctor cuánto tiempo llevaba sin probar bocado, era un inmortal, pero ya se sentía hambriento, sin energías ni fuerzas. No sabía exactamente dónde estaba ni hacia dónde iba, pero todo lo que veía a su alrededor era monte y maleza en medio de un terreno abrupto, sin embargo, ese olor era indiscutiblemente el de la carne asada al fuego, lo que sin duda significaba presencia humana. Al poco andar, pudo ver la columna de humo que indicaba el lugar. Procuró acercarse sin hacer ruido y aguzando los sentidos más de lo que el hambre ya lo hacía por sí misma, pero sin poder oír nada más que el pacífico crepitar del fuego y alguna rama que era rota de vez en cuando. Con el mayor de los sigilos, se acercó hasta lograr ver el fuego entre los arbustos, junto a él, estaba un hombre sentado en el suelo, tenía el pelo largo, atado en una cola de caballo sobre la espalda, vestía un traje de tela negra y basta como el de los campesinos, pero lo más asombroso, es que el tipo estaba asando ¡un cerdo entero! Como si pensara alimentar a una veintena de personas, pero no se veía ni se oía a nadie más, tal vez los otros estaban por llegar, o tal vez… En ese momento, un olor, que no era el de la carne asada, le hizo hacer una mueca de asco hasta el punto de dificultarle la respiración, no era putrefacción o excrementos, era el olor de quien no se ha aseado en meses ni a su ropa, pero multiplicado por diez; entonces se dio vuelta, y por muy poco se caga de miedo, literalmente: tras él había un gigante. Un hombre, pues tenía apariencia humana, pero que por lo menos medía dos metros y medio y no solo alto, sino también corpulento, velludo y con un rostro tosco que parecía tallado con un hacha. Féctor retrocedió torpemente, tropezándose, cayendo al suelo y arrastrándose por este para ponerse a salvo, hasta toparse con el otro hombre, que ahora estaba de pie y con una espada en la mano. Féctor lo miró y por largos segundos se quedó incapaz de reaccionar, hasta que finalmente pudo pronunciar la palabra atorada en su garganta, “¿Cherman?”


León Faras.



domingo, 14 de agosto de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XV.



Y… ¿qué piensas hacer ahora que ya estás aquí?” Preguntó Janzo mientras la ciudad libre de Bosgos se abría ante ellos y los envolvía con sus olores a desperdicios, gente viviendo hacinada y comida callejera barata, lo normal para cualquier ciudad moderna y decente, “Buscar a mi prometida y para eso, debo encontrar al hombre que la trajo hasta aquí…” Respondió Emmer y de inmediato devolvió la pregunta, “Alguien debió ver llegar un carruaje con soldados cizarianos. Ellos son unos amigos míos a los que les pedí que sacaran de la ciudad a mi mujer y mi hijo…” Respondió Janzo, distraído. A Emmer le llamó mucho la atención lo de un carruaje con soldados. Todos tienen familia, y todos quieren poner a alguien a salvo durante una guerra, pero no cualquiera puede hacerlo, ni menos un simple soldado; para cuando Janzo se dio cuenta, su compañero se había detenido y lo miraba con el ceño apretado y la boca preparada para decir algo, “¿Conoces a un abuelo llamado Qrima?” El cizariano asintió, “¿El viejo entrenador de arqueros? Por supuesto. ¿Qué pasa con él?” Emmer lo miró con más suspicacia aun, si cabía, “La noche que yo fui capturado, ese viejo transportaba, además de a mi prometida y a un bebé, a una mujer llamada Darlén y su hijo, quien era también el hijo, según supe, del príncipe Rianzo de Cízarin…” La cara de Janzo era más que elocuente, pero aun así, Emmer decidió preguntar, “No serás tú ese príncipe… ¿o sí?” Janzo miró en rededor como si temiera ser oído por alguien, “Lo era, pero ya no más. Rianzo murió durante la batalla y no volverá, en cambio, yo sobreviví para estar con mi mujer y mi hijo… ¿entiendes? Yo soy Janzo, solo Janzo. Ahora hay que encontrar a Qrima, ¿tienes alguna idea?” Emmer lo miraba incrédulo, aquello sonaba como que ser príncipe era algo malo y no le cabía en la cabeza tal idea, pero ante la cara de expectativa de su compañero, disipó sus pensamientos para volver a la realidad, “El carruaje. Hay que abrir bien los ojos y buscarlo, dudo que haya otro igual en la ciudad. Pero antes, que tal si buscamos un lugar donde comer y dormir… ¿o piensas comerte eso?” Sugirió Emmer, señalando el trozo de carne curada del que no habían sacado ni un trozo aún, Janzo negó con la cabeza, “No, ya me entró grima. Tal vez podamos venderlo y comprar algo que estemos seguros de lo que es…”



Sentado a la sombra de una gran roca en el valle de Tormenta de Piedras, Trancas, cansado ya del constante y estéril parloteo de su mente en ese mundo casi sin distracciones, se preguntaba qué tanto podía aguantar un inmortal sin comer ni beber nada, o cuánto tardaría él en perder la cabeza bajo tales circunstancias. Sin ninguna razón en particular, recordó a su primer instructor cuando entró al ejército de Rimos hace cuarenta y tres años, un endeble, miope y cruel capitán, cuyo único legado fue el de haberle puesto el tonto apodo que lo acompañaría por el resto de su vida: Trancas, y que acabaría haciendo desaparecer su verdadero nombre, Vádrid, pero en ese mundo hospitalario solo con los lagartos y las aves carroñeras, a nadie le importaría realmente cuál era su verdadero nombre. Mientras gastaba su energía vital en esas inútiles reflexiones, un hombre apareció de la nada y se dejó caer a su lado de improviso, como si acabara una larga carrera. Ambos se sorprendieron de verse. El hombre estaba semidesnudo, jadeaba y estaba lustroso de sudor, aunque pálido, como si su cuerpo no hubiese visto el sol en mucho tiempo, pero lo que más llamó la atención de Vádrid, además del improvisado cuchillo ensangrentado que llevaba en la mano, fue su rostro, que era el de un hombre que hace mucho había perdido la cordura. El desconocido le apuntó con el cuchillo con apremio, como si el otro hubiese tenido ganas de atacarlo, y le exigió atropelladamente, tratando de sonar lo más convincente e intimidante posible, que le diera la poca ropa que llevaba o de lo contrario le mataría, en tanto que Vádrid aún se estaba preguntando quién era y de dónde rayos había salido ese tipo. El demente se desesperaba con facilidad y hacía numerosos amagos de ataque que a la larga se veían más ridículos que atemorizantes, mientras Vádrid se ponía de pie trabajosamente, para, una vez conseguido hacerlo, descargarle un potente e inesperado manotazo en la mandíbula al desconocido, quien pudo sentir cómo algo se desconectaba momentáneamente dentro de su cerebro, para luego cogerlo por los pelos de la nuca y darle de codazos en la cara hasta que dos hombres aparecieron a ver qué ocurría. Venían armados con lanzas y montados en los caballos más raros y feos que Vádrid hubiese visto nunca. Los animales tenían un cogote larguísimo, una cara que parecía mezclada con la de una cabra, dos dedos en cada pata en vez de pesuñas y una especie de joroba en el lomo, que cualquiera pensaría que se trataba de una cruel enfermedad, pero por lo visto ambos tenían el mismo mal. Los hombres recién llegados se detuvieron mirándolo como si se tratara de algún bicho raro brotado de algún agujero bajo una piedra, tal y como Vádrid miraba a sus extraños animales en ese mismo momento, momento que aprovechó el rimoriano para soltar a su loco atacante y dejar que este cayera al suelo, inconsciente. Uno de los jinetes de piel particularmente oscura y con un manchón blanco de canas en el mentón, lo señaló con el dedo sin decir una palabra, su compañero, un viejo enjuto de barba rala y ojos diminutos, como quien intenta enfocar algo que está lejísimo, asintió sin cambiar la expresión de su rostro ni quitarle los ojos de encima al desconocido, “Tienes un cuchillo clavado en la panza…” Le indicó, cosa que el otro, parecía ni siquiera haber notado. Vádrid, no sin algo de asombro, se quitó el viejo cuchillo del abdomen y la monstruosa cicatrización cerró su herida de inmediato, cosa que hizo que el viejo agrandara los ojos por un breve instante, mientras su compañero de piel oscura, murmuraba algo que podía interpretarse como una oración, pero en una lengua desconocida, “Mi nombre es Gisli…” Dijo el viejo, señalándose a sí mismo y luego a su oliváceo compañero, “…él es Boma, somos guardias de la Garganta de Sera. Aquel es un prisionero que hirió a uno de nosotros y escapó. Estamos aquí para llevarlo de vuelta” Y luego de su breve explicación, agregó, “Interesante habilidad la suya” Vádrid se miró la cicatriz como avergonzado, “Tiene sus ventajas y desventajas” Respondió sin mucho entusiasmo.



Mientras Boma cogía al prisionero y lo ataba, Gisli pensó en invitar al extraño desconocido a trabajar como guardia, “Claramente tienes habilidades muy particulares que serían útiles en Sera. La paga es mala, la mayor parte de las veces inexistente, pero podemos compartir nuestra comida y bebida contigo; y siempre habrá una hamaca disponible para tumbarse, aunque no siempre tiempo” Vádrid no tenía absolutamente nada mejor que hacer con su vida en ese momento, pero le preocupaba que ser un soldado y un inmortal de Rimos, le trajese problemas, Gisli desechó tal idea con un gesto de su mano, “Hijo, en Sera, nadie tiene pasado…”


León Faras.

sábado, 6 de agosto de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XIV.



Luego de un par de horas, Féctor pasó de la negación total y la rabia, a la aceptación forzada de su nueva condición de manco, entendiendo que aún era inmortal, y que si sabía mantenerse alejado del fuego, le podía esperar una vida muy larga por delante. Cogió la espada cizariana aún manchada con su sangre, y se sintió tan increíblemente torpe con ella en su mano izquierda, que se la metió en el cinturón de inmediato. Hace muchos años en Rimos, cuando él todavía no había empuñado siquiera una espada de verdad, hubo un hombre que fue sorprendido robándole a la persona equivocada en el lugar equivocado, este era alguien que contaba con algo de poder del que le gustaba presumir cada vez que podía, entonces, no conforme con la humillación pública, la sed y el hambre de varios días impuestos como castigo sobre el ladrón, consiguió que al culpable se le amputara la mano derecha antes de ser liberado, como escarmiento para cualquiera que pensara en robar de nuevo de ahí en adelante, especialmente a él. El ladrón, quien ya estaba hambriento y sin trabajo desde antes de cometer el delito, ahora lo estaba más, y encima ahora le faltaba su mano más hábil, por lo que su único destino era el de pedir limosna hasta el fin de sus días, duraran estos lo que duraran. Tal era como se sentía Féctor en ese momento, sin embargo, por aquel tiempo, un anciano se acercó al ex ladrón y lo invitó a su taller de forja donde trabajaba con su hijo; el viejo estaba ya demasiado cansado para el trabajo y el hijo no paraba ni un solo día de hacerlo para sacar los pedidos a tiempo, por lo que necesitaban un aprendiz, y de todos, lo habían elegido a él, a un hombre del que solo sabían que le habían cortado una mano por ladrón, pero del que también sabían que había sido arrastrado a ello por el hambre y esta, no debía ser nunca subestimada. El viejo herrero le había ideado una prótesis que se ajustaba a su muñón por medio de correas de cuero y de la que salía un martillo para trabajar la forja, que el hombre empezó a usar de inmediato bajo las instrucciones del anciano, hasta convertirse con los años en uno de los herreros más requeridos y respetados, llegando incluso a hacerle trabajos de gran calidad al hombre que le había cortado la mano. Féctor, al igual que casi cualquier rimoriano, conocía esa historia usada como ejemplo incontables veces y la recordaba más que nunca ahora que se veía su brazo sin mano y se preguntaba qué destino le esperaría a él, solo estaba seguro de que no sería una forja. Féctor se detuvo en el camino, hacia un lado estaba Cízarin, hacia el otro estaba Bosgos, ninguno de los dos era bueno para él. Decidió ir al frente, internarse en el monte y perderse en él hasta olvidar quién era y convertirse en otro hombre.



Lo que el capitán Dagar le dijo, sumado a lo que había escuchado al entrar en la taberna, le daba una idea de que Emmer había recibido el castigo de los desertores, pero que había sobrevivido a este, y si se había recuperado tan rápido como antes de una estocada en el pecho, debería haberse largado por si solo hacía Bosgos, pero de ser así debieron cruzarse por el camino y no lo hicieron, lo que lo dejaba con cierto grado de incertidumbre. Mientras bajaba los serpenteantes caminos de Rimos, Qrima decidió que pasaría a echar un vistazo en el Cruce antes de regresar, donde Emmer había sido capturado y supuestamente ejecutado, no fuera a ser que el capitán Dagar hubiese encontrado una forma de ejecutarlo y su cuerpo efectivamente estuviese tirado ahí, pero antes se daría una vuelta por Cízarin para preguntar por el príncipe Rianzo, tal vez podría llevarle mejores noticias a la hermosa Darlén, de las que había conseguido para su sobrina, pensó. Con sus caballos avanzando al trote, no tardó en alcanzar a mitad de camino a la pequeña cuyo andar decidido se mantenía inalterable, al igual que su inquebrantable ensimismamiento, “¡Oye niña! Voy hacia Cízarin ¿quieres que te lleve?” Le ofreció el viejo con toda la buena voluntad que quedaba en su avinagrado corazón, pero la pequeña, con su trozo de leña bajo el brazo, ni siquiera le dirigió la mirada. Qrima insistió con algo de su característico malhumor, pero aparte de un escueto ladrido del perro que la seguía, no obtuvo respuesta, decidió adelantarse para bajarse de su carreta y enfrentar a esa niña rara de frente, “Oye niña, ¿qué demonios pasa contigo? ¿eres sorda acaso? Te digo que puedo llevarte en mi carreta si quieres, o si no, solo dilo…” Pero la chiquilla del demonio insistía en ignorarlo como si no existiera, lo que lo estaba comenzando a exasperar un poco, entonces el viejo se le paró en frente, hincó una rodilla en el suelo y la detuvo con ambas manos en sus hombros, desencadenando una retahíla de chillones ladridos del perro que fueron apaciguados rápidamente con un corto y severo gruñido del viejo, y luego, con todo el peso de su vieja mirada sobre la de ella, preguntó “¿Hacia dónde vas? ¿Puedes oírme, niña?” Entonces, y solo entonces, la pequeña le devolvió la mirada admitiendo su existencia, “¡Claro que puedo! No soy sorda” Explicó con aires de sabelotodo, como si se tratara de algo tan evidente que sobra preguntar. El viejo se escandalizó, “¡Pero entonces por qué no respondes cuando te hablan?” La niña lo miró con fastidio, como quien está a punto de perder la paciencia, “¿Es que usted no sabe que los niños no deben hablar con extraños?” Qrima alejó la cara para verla mejor, “¿Qué edad tienes?” Preguntó sin esperar respuesta, solo motivado por la exagerada madurez de una mocosa tan insignificante, e inmediatamente agregó con tono áspero, “No importa. Te digo que voy hacia Cízarin, ¿quieres que te lleve o no?” La pequeña miró la carreta y los caballos como juzgándolos, como si se los estuvieran tratando de vender, lo que al viejo le provocó cierta ansiedad inexplicable, “Oye, no es asunto mío, pero aún te queda un camino largo por delante, llegarás con el ocaso y no es bueno que las niñas pequeñas anden solas vagando por las calles de noche, además…” Qrima sentía la necesidad de insistir sin saber muy bien por qué, pero de pronto la niña aceptó sin más, como quien está harto de escuchar sobre el mismo asunto y accede por cansancio, y subió a la carreta; el viejo ayudó al perro a encaramarse en la parte de atrás sin que nadie se lo pidiera y se pusieron en marcha. “Mi nombre es Qrima, ¿y el tuyo?” Se presentó el abuelo, sin poder evitar sentirse algo incómodo al hacerlo. La niña lo miró largos segundos antes de responder, intrigada. Por algún motivo que no se explicaba, su poder de “invisibilidad,” que casi nunca fallaba, no funcionaba con aquel abuelo, “Rubi,” respondió la pequeña. El viejo pudo ver de cerca el trozo de leña que la niña cargaba en brazos y notar que era una tabla con un rostro dibujado con carbón por alguien con trazo infantil y poco talento artístico. “¿Y por qué quieres ir a Cízarin?” Preguntó Qrima por curiosidad. La niña miraba el camino ensimismada otra vez, luego de unos segundos respondió,Estoy buscando a mi mamá.”


León Faras.