sábado, 6 de agosto de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XIV.



Luego de un par de horas, Féctor pasó de la negación total y la rabia, a la aceptación forzada de su nueva condición de manco, entendiendo que aún era inmortal, y que si sabía mantenerse alejado del fuego, le podía esperar una vida muy larga por delante. Cogió la espada cizariana aún manchada con su sangre, y se sintió tan increíblemente torpe con ella en su mano izquierda, que se la metió en el cinturón de inmediato. Hace muchos años en Rimos, cuando él todavía no había empuñado siquiera una espada de verdad, hubo un hombre que fue sorprendido robándole a la persona equivocada en el lugar equivocado, este era alguien que contaba con algo de poder del que le gustaba presumir cada vez que podía, entonces, no conforme con la humillación pública, la sed y el hambre de varios días impuestos como castigo sobre el ladrón, consiguió que al culpable se le amputara la mano derecha antes de ser liberado, como escarmiento para cualquiera que pensara en robar de nuevo de ahí en adelante, especialmente a él. El ladrón, quien ya estaba hambriento y sin trabajo desde antes de cometer el delito, ahora lo estaba más, y encima ahora le faltaba su mano más hábil, por lo que su único destino era el de pedir limosna hasta el fin de sus días, duraran estos lo que duraran. Tal era como se sentía Féctor en ese momento, sin embargo, por aquel tiempo, un anciano se acercó al ex ladrón y lo invitó a su taller de forja donde trabajaba con su hijo; el viejo estaba ya demasiado cansado para el trabajo y el hijo no paraba ni un solo día de hacerlo para sacar los pedidos a tiempo, por lo que necesitaban un aprendiz, y de todos, lo habían elegido a él, a un hombre del que solo sabían que le habían cortado una mano por ladrón, pero del que también sabían que había sido arrastrado a ello por el hambre y esta, no debía ser nunca subestimada. El viejo herrero le había ideado una prótesis que se ajustaba a su muñón por medio de correas de cuero y de la que salía un martillo para trabajar la forja, que el hombre empezó a usar de inmediato bajo las instrucciones del anciano, hasta convertirse con los años en uno de los herreros más requeridos y respetados, llegando incluso a hacerle trabajos de gran calidad al hombre que le había cortado la mano. Féctor, al igual que casi cualquier rimoriano, conocía esa historia usada como ejemplo incontables veces y la recordaba más que nunca ahora que se veía su brazo sin mano y se preguntaba qué destino le esperaría a él, solo estaba seguro de que no sería una forja. Féctor se detuvo en el camino, hacia un lado estaba Cízarin, hacia el otro estaba Bosgos, ninguno de los dos era bueno para él. Decidió ir al frente, internarse en el monte y perderse en él hasta olvidar quién era y convertirse en otro hombre.



Lo que el capitán Dagar le dijo, sumado a lo que había escuchado al entrar en la taberna, le daba una idea de que Emmer había recibido el castigo de los desertores, pero que había sobrevivido a este, y si se había recuperado tan rápido como antes de una estocada en el pecho, debería haberse largado por si solo hacía Bosgos, pero de ser así debieron cruzarse por el camino y no lo hicieron, lo que lo dejaba con cierto grado de incertidumbre. Mientras bajaba los serpenteantes caminos de Rimos, Qrima decidió que pasaría a echar un vistazo en el Cruce antes de regresar, donde Emmer había sido capturado y supuestamente ejecutado, no fuera a ser que el capitán Dagar hubiese encontrado una forma de ejecutarlo y su cuerpo efectivamente estuviese tirado ahí, pero antes se daría una vuelta por Cízarin para preguntar por el príncipe Rianzo, tal vez podría llevarle mejores noticias a la hermosa Darlén, de las que había conseguido para su sobrina, pensó. Con sus caballos avanzando al trote, no tardó en alcanzar a mitad de camino a la pequeña cuyo andar decidido se mantenía inalterable, al igual que su inquebrantable ensimismamiento, “¡Oye niña! Voy hacia Cízarin ¿quieres que te lleve?” Le ofreció el viejo con toda la buena voluntad que quedaba en su avinagrado corazón, pero la pequeña, con su trozo de leña bajo el brazo, ni siquiera le dirigió la mirada. Qrima insistió con algo de su característico malhumor, pero aparte de un escueto ladrido del perro que la seguía, no obtuvo respuesta, decidió adelantarse para bajarse de su carreta y enfrentar a esa niña rara de frente, “Oye niña, ¿qué demonios pasa contigo? ¿eres sorda acaso? Te digo que puedo llevarte en mi carreta si quieres, o si no, solo dilo…” Pero la chiquilla del demonio insistía en ignorarlo como si no existiera, lo que lo estaba comenzando a exasperar un poco, entonces el viejo se le paró en frente, hincó una rodilla en el suelo y la detuvo con ambas manos en sus hombros, desencadenando una retahíla de chillones ladridos del perro que fueron apaciguados rápidamente con un corto y severo gruñido del viejo, y luego, con todo el peso de su vieja mirada sobre la de ella, preguntó “¿Hacia dónde vas? ¿Puedes oírme, niña?” Entonces, y solo entonces, la pequeña le devolvió la mirada admitiendo su existencia, “¡Claro que puedo! No soy sorda” Explicó con aires de sabelotodo, como si se tratara de algo tan evidente que sobra preguntar. El viejo se escandalizó, “¡Pero entonces por qué no respondes cuando te hablan?” La niña lo miró con fastidio, como quien está a punto de perder la paciencia, “¿Es que usted no sabe que los niños no deben hablar con extraños?” Qrima alejó la cara para verla mejor, “¿Qué edad tienes?” Preguntó sin esperar respuesta, solo motivado por la exagerada madurez de una mocosa tan insignificante, e inmediatamente agregó con tono áspero, “No importa. Te digo que voy hacia Cízarin, ¿quieres que te lleve o no?” La pequeña miró la carreta y los caballos como juzgándolos, como si se los estuvieran tratando de vender, lo que al viejo le provocó cierta ansiedad inexplicable, “Oye, no es asunto mío, pero aún te queda un camino largo por delante, llegarás con el ocaso y no es bueno que las niñas pequeñas anden solas vagando por las calles de noche, además…” Qrima sentía la necesidad de insistir sin saber muy bien por qué, pero de pronto la niña aceptó sin más, como quien está harto de escuchar sobre el mismo asunto y accede por cansancio, y subió a la carreta; el viejo ayudó al perro a encaramarse en la parte de atrás sin que nadie se lo pidiera y se pusieron en marcha. “Mi nombre es Qrima, ¿y el tuyo?” Se presentó el abuelo, sin poder evitar sentirse algo incómodo al hacerlo. La niña lo miró largos segundos antes de responder, intrigada. Por algún motivo que no se explicaba, su poder de “invisibilidad,” que casi nunca fallaba, no funcionaba con aquel abuelo, “Rubi,” respondió la pequeña. El viejo pudo ver de cerca el trozo de leña que la niña cargaba en brazos y notar que era una tabla con un rostro dibujado con carbón por alguien con trazo infantil y poco talento artístico. “¿Y por qué quieres ir a Cízarin?” Preguntó Qrima por curiosidad. La niña miraba el camino ensimismada otra vez, luego de unos segundos respondió,Estoy buscando a mi mamá.”


León Faras.



No hay comentarios:

Publicar un comentario