viernes, 29 de octubre de 2021

Humanimales

 

XIV.



Ya pasada la medianoche, Tanco pudo ver a lo lejos los últimos fuegos encendidos de Mirra que le decían que estaba cerca, poco después, en el final de la Ruta de las Flores, vio uno sobre su cabeza que iluminaba un carro de madera, emitió un discreto silbido e inmediatamente el silbido regresó. Sus amigos estaban allí, “Te guardamos dos ratas” Le dijo Mica en voz baja mientras Límber intentaba dormir. Las habían obtenido de un comerciante que por el lugar y la hora, aceptó el dinero de Portas que Límber llevaba. Las ratas de Mirra tenían un sabor extraño, no eran ni mejores ni peores que las otras, pero eran diferentes, tal vez tenía algo que ver con que habitaban extensos campos repletos de flores aromáticas y multicolores en los que los insectos prosperaban por todas partes y las mariposas revoloteaban en tal número y belleza, que parecían ser las mismas flores cobrando vida y echándose a volar libres, aunque tal vez solo era que eran más limpias, porque las peores eran sin duda las que se encontraban en el Yermo, a las que no había nada que se les pudiera hacer para quitarles esa ligera esencia a descomposición y excremento de carnófago que lo impregnaba todo y a la que, a la larga, uno se terminaba acostumbrando.



Mirra era un extenso valle redondeado y plano como un lago, ubicado en una depresión del terreno como si la redonda huella de un titán colosal hubiese quedado marcada allí hace eones. Por la orilla, los habitantes habían plantado pinchos de madera para asegurarse de que si algún carnófago caía ahí, no continuara su camino tranquilamente, y el otro borde, estaba protegido por un brazo del Zolga, que tanto regaba el valle, como protegía a sus habitantes. Al otro lado de este, las colinas eran verdes, pero aunque parecían cubiertas por simples arbustos y matorrales por la distancia, en realidad se trataba de un tupido bosque del cual había salido toda la madera para la construcción de las casas, pasarelas y rampas que se veían por todos lados durante generaciones “¿Alguno tiene alguna idea de qué diablos vamos a hacer aquí?” Preguntó Tanco, mirando el amanecer en aquel bello lago multicolor con sus casas elevadas sobre postes como ridículas aves zancudas inmóviles, o, como las más antiguas, encaramadas sobre vetustos árboles que lucían esclavizados y cansados de cargar con las viviendas de esas personas. Por otro lado, Mica tenía razón, la población se veía dispersa, sin callejones, plazas o mercados donde amontonarse a discutir sus problemas, como era cosa común en Portas, eso a excepción del árbol único, cuyo alrededor siempre estaba lleno de habitantes y forasteros que buscaban más y más de sus hojas, las que no paraban de caer durante todo el año, el resto, vagaba todo el día cuidando sus campos, sumergiéndose y emergiendo en aquel impenetrable manto de vivos colores, porque en los extensos campos de Mirra solo se cultivaban flores, que la gente de todas las otras tribus acudía a buscar por sus poderes sanadores o incluso mágicos, y a cambio, abastecían a sus habitantes de todo lo necesario para subsistir, “Por aquí…” Indicó Mica, señalando una rampa que bajaba amplia y suavemente desde la Ruta hasta los campos, destinada a los numerosos comerciantes que entraban y salían de Mirra con carros o canastos repletos de flores. Un hombre, en ese momento, caminaba junto a una carreta cargada de todo tipo de flores que era tirada por dos hombres encadenados a esta. En Mirra, como en la mayoría de las ciudades-tribus, los crímenes se pagaban con días, meses o incluso años de esclavitud, “Dioses, mira a ese tipo” Dijo Tanco, dándole un golpecito a su camarada y señalando disimuladamente al dueño de la carreta, “Camina igual que Pango” añadió, y comenzó a imitar el andar de Pango, con los brazos colgando inertes a cada lado, sin su natural bamboleo alternado, Límber rió, pero Mica no entendió el chiste, “¿Ven esos bosques, al otro lado del Zolga?” indicó la chica con el dedo las verdes colinas al otro lado del río y agregó con suave orgullo, “Allá está mi hogar” Tanco no lo podía creer, “¡Tu hogar? ¿Ese es tu plan? ¡Pero si te fuiste hace veinte años!” Lo cierto era que en la familia de Mica todos fueron leñadores, en tiempos en que este trabajo era muy bueno y la madera muy exigida, pero con el tiempo el negocio decayó, la gente envejeció y los jóvenes no continuaron, su casa seguro seguía ahí, tan abandonada como la dejaron. Mientras avanzaban, las personas les ofrecían sus insuperables productos y a los mejores precios, desde flores para alejar malos espíritus, hasta otras que curaban el estreñimiento en una sola noche, que los muchachos desestimaban como consumidores exigentes, mientras la niña observaba todo a través de las numerosas rendijas de su carro, cosa que más de uno de aquellos comerciantes pudo notar. Un tipo gordo, de labios desproporcionados y una bonita cornamenta bien cuidada, se mostró particularmente interesado, haciéndole un comentario a un enano escamoso de ojos saltones que parecía ser su compinche., “¿De qué rayos hablas, Bardú?” Respondió este, y su voz sonaba extrañamente grave y educada. El gordo miraba suspicaz a los forasteros alejarse, “Llevaban a alguien dentro de ese carro…” Señaló con voz aguardentosa, como si aquello fuese la cosa más extraña del mundo, “Tal vez su hijo estaba cansado de caminar y lo subieron ahí. Es un día cálido Bardú” Argumentó el enano con toda convicción, pero Bardú remangó sus desmesurados labios en una mueca de poco convencimiento, “Ni siquiera se dirigen hacia el árbol único” Y se lanzó tras ellos para cortarles el paso con una enorme sonrisa, “Mi nombre es Bardú, comerciante de Mirra, tal vez pueda ayudarlos si me dicen lo que buscan, las flores son mi especialidad, ¿hospedaje? ¿comida? ¡Deben probar el pescado asado!” Mientras husmeaba con insistencia el interior del carro a través de la cortina. Mica le explicó que ella también era de Mirra y que solo se dirigía a su antiguo hogar por asuntos que no le concernían, pero cuando le dijo que su hogar estaba en los bosques, el rostro de Bardú dejó ver una gran y honesta preocupación, “Las defensas de las colinas cayeron hace años, los carnófagos invadieron los bosques, y de los pocos infelices que aún vivían allí… nunca más se supo” “Es cierto…” Afirmó una voz grave y educada tras ellos, era Nugo, el enano de ojos saltones, y añadió “De hecho, hay una generosa recompensa para quien recupere los bosques para Mirra, aunque ninguno de los honestos comerciantes de aquí abandonaría sus negocios para ir a enfrentarse a esas criaturas hambrientas y agresivas” Concluyó Nugo, y entonces, y a menos de un metro de distancia, vio claramente los ojos de una niña, rodeados de piel blanca, limpia de pelos o escamas, que le observaban con curiosidad a través de una rendija, lo que lo dejó mudo, “Lo pensaremos” Contestó Límber, mientras echaba a andar tirando del carro y los demás le seguían. Nugo se rascaba el cuello, ahora era él el que los miraba suspicaz, “No sé qué diablos era, Bardú, pero eso no era un niño normal” Dijo, tratando de penetrar las paredes del carro con sus ojos saltones, mientras este se alejaba.


León Faras.



viernes, 22 de octubre de 2021

Humanimales.

 

XIII.



Recuperaron el carro y algunas flechas. Por el momento no había más carnófagos cerca, pero estaban hambrientos y el agua también se les había acabado, y si no tenían para beber, menos tendrían para asearse, y es que para ese momento, todos, unos más, otros menos, olían a la mierda de los carnófagos, por la que habían debido caminar y arrastrarse durante todo el día. Aún quedaba algunas horas de luz solar, suficiente para salir del Yermo y llegar a la Ruta de las flores, desde donde el regreso a Bocas era un camino seguro, y Cora estaba ansiosa, pues había tardado mucho más de la cuenta y se temía lo peor, “Yo las acompañaré” Señaló Tanco, mientras recuperaba su escopeta y la examinaba cuidadosamente, como un especialista que examina una antigüedad valiosa, a pesar de que Mica ni siquiera la había usado. Límber lo miró con el rostro contraído, como desconfiado, pero no dijo nada, sin embargo, Tanco conocía esa cara, “Solo hasta la Ruta, ¿sí? Ella está herida, su hermana es pequeña…” Límber asintió sin cambiar la expresión de su rostro, “Regresa por la Ruta, nos encontraremos en la entrada de Mirra” Agregó Mica, y Tanco, junto con las chicas de Bocas, se fueron. Cuando Límber y Mica voltearon para ver dónde estaba la niña, la encontraron desastillando un trozo de tronco podrido con una pequeña cuchilla, y extrayendo desde dentro gordos gusanos blancuzcos que devoraba como caramelos. Lo sorprendente no era que la niña comiera gusanos, lo sorprende era que siempre sabía cómo y dónde encontrar alimento, a pesar de que parecía no entender ni una palabra de lo que se le decía, era un misterio cómo había aprendido todas esas cosas. Luego de imitar a la niña y buscar algo de comer, se fueron hacia la Ruta para abastecerse de agua y seguir su camino, “¿Qué te parece Brú?” Comentó Mica de pronto, Límber la miró como si se hubiese perdido una parte importante de la conversación, “¿Brú?” Repitió. La chica se explicó, “Es que Yagras en realidad buscaba una brújula, y nosotros creímos que era a la niña, y como ella necesita un nombre, pensé en brújula, Brú” Límber le echó un vistazo a la niña que dentro del carro roía un duro trozo de raíz sin prestarles la más mínima atención a lo que hablaban, y luego a la chica que caminaba a su lado, “Para mí está bien, y no creo que a ella le importe” Concluyó.



Yagras, sentado a la cabecera de su gran mesa, bebía junto a sus más cercanos una jarra de un licor de hermoso rojo rubí hecho a partir de las abundantes y deliciosas bayas de Yacú, cuando Itri llegaba a su lado, “Señor, encontramos algo que debería ver” Yagras detuvo su jarra a medio camino de llegar a su boca, “¿Es sobre Darga?” Preguntó interesado, Itri asintió. Yacú era una ciudad amurallada asentada en un fértil valle plagado de pequeñas lomas de lomos redondeado que asemejaban suaves olas de mar sobre las cuales navegaban las pequeñas pero numerosas casas de los habitantes rodeadas de cultivos y huertos, regados por el inagotable llanto de sus hermanas mayores, las montañas que les vigilan y protegen. En una de estas montañas, más allá de los muros de Yacú, Itri señaló una cueva, una a la que jamás le habían prestado especial atención, pero alguien más sí, porque acusaba haber sido habitada durante mucho tiempo aunque con muy pocas comodidades, el hecho era que las cosas que se hallaban allí pertenecieron a Darga; la ropa abandonada, las botas viejas y esas horribles pulseras de huesos de carnófago que le gustaba usar y fabricar, pero eso no era todo, también había una pequeña cuna, algunas mantas, unos pequeños zapatitos de cuero de carnófago cosidos con esmero, aunque con poco talento estético, para una niña pequeña. Darga había criado una niña pequeña durante años allí y sin que nadie se diera cuenta, de seguro había tenido un cómplice para lograrlo, pero hasta ahora, no se hacían una idea de quién podía haberle ayudado. Entendían por qué se había ocultado allí, entendían por qué había huido, pero la pregunta que Yagras se hacía en ese momento, y la misma que todos se hacían era, “¿De dónde diablos Darga sacó esa cría?” “Tal vez, era su hija…” Propuso Itri, como una alternativa, y ante la mirada de incredulidad de su líder, agregó, “Tal vez, la niña nació así y por eso debió ocultarla” Aquello era algo de lo que nunca, jamás se había tenido noticias, que una niña tan rara naciera de personas normales, pero casi que era más probable que pensar que la pequeña fuese una humana pura de verdad. Yagras asintió en silencio, “Tal vez… Los dioses pueden ser muy creativos cuando quieren entretenerse”



El camino hasta la Ruta fue tranquilo, sin presencia de carnófagos por ninguna parte, entorpecido solo por el constante dolor que Cora sentía en el brazo, “Tenemos un sanador en Bocas, es muy bueno, él me verá el brazo en cuanto llegue” Dijo Cora, cuando ya estaban en el punto de la Ruta en el que debían separarse, Tanco dudó, parecía tener algo que decir antes de irse, “Escucha…” Comenzó, metiéndose una mano en uno de sus bolsillos, “…tengo un remedio para la Locura, no sé si funciona, nunca lo he probado, pero me dijeron que funcionaba bien” Se trataba de una pequeña botellita de arcilla con un tapón, Tanco continuó, “Tal vez quieras probarlo con tu padre, no tienes nada que perder” Cora lo miró a los ojos con agudeza y luego a la botella, “No tengo con qué pagarte, me gasté todo lo que tenía en las flores” Advirtió, el otro le puso la botella en la mano, “No necesito que me pagues, pero necesito que me hagas un favor a cambio” Entonces Tanco, se dirigió al borde de la Ruta, escogió tres piedras más o menos planas y las puso sobre una más grande, adherida al cerro, una sobre la otra, como un pequeño monolito que inmediatamente desarmó “Si el remedio funciona, tienes que prometerme que volverás aquí, y pondrás las piedras una sobre la otra de nuevo, como una torre, ¿entiendes?” La chica entendía lo que debía hacer, lo que no entendía era el porqué, Tanco se lo aclaró “Porque la próxima vez que pase por aquí, quiero saber si el remedio funciona” Cora aceptó, y junto con Gigi volvieron a casa. Ya comenzaba el ocaso, y Tanco emprendió su regreso a Mirra, por el camino, pensaba en el remedio que le había dado a Cora, en que ojala estuviera a tiempo de usarlo, porque de verdad necesitaba saber si funcionaba, necesitaba saber si la sangre de la niña, la que había obtenido del pequeño corte que la niña se hizo en la pierna, curaba de verdad la Vesania Atávica.


León Faras.

sábado, 16 de octubre de 2021

Humanimales.

 XII.



Aquello del cordel con las chucherías atadas había sido una ingeniosa ocurrencia, fuera quien fuera al que se le había ocurrido. Moverse allí se les hacía dificultoso a los carnófagos, arrastrando cada paso como si pesara el doble por el pegajoso lodo o tropezando con ramas o piedras que no podían ver, algunos que cayeron de cara al barro se quedaban largo rato parados, confundidos y asustados, incapaces de limpiarse los ojos, como cuando Yagras se los venda y son incapaces de comprender lo fácil que sería quitarse esa venda. Pero no todos estaban dispuestos a correr tras esas campanitas de metal y preferían recorrer las inmediaciones aprovechando la abundante carne de carnófago que aún quedaba, Límber los observaba desde la vieja torre, pensando como deshacerse de ellos y recuperar el carro, porque lo necesitarían para entrar con la niña a Mirra. Le echó un vistazo a Cora, estaba sentada en el suelo, como aletargada debido a las flores que había masticado, luego a las mismas flores y en seguida a la pequeña Gigi, que en ese momento compartía lo que le quedaba de comida con la niña sin apenas notar la diferencia entre ella y aquella. “¿Qué ocurre?” Preguntó la muchacha, abriendo los ojos como si hubiese percibido su interés. Estaba sudorosa, aunque no era un día especialmente caluroso, “¿Para quién son las flores?” Le preguntó el hombre, la chica le habló sobre su padre, y sobre su urgencia por llegar lo antes posible a su casa o todo sería en vano, “¿Locura atávica?” Propuso Límber, y la chica asintió sin entusiasmo, como se hace algo que no es necesario en absoluto. Era obvio, nadie arriesga su vida y la de una niña pequeña por unas flores, de no ser por la Locura de un pariente cercano, sin embargo, no dejaba de ser curioso que no hubiese hecho ninguna mención sobre el aspecto de la niña aún sin nombre, tal vez las nuevas generaciones ya no creían en las viejas historias sobre humanos y sanaciones milagrosas o tal vez nunca había oído hablar de ellas. Tanco llegó en ese momento, “Hay que recuperar el carro” Lo dijo como una decisión ya tomada, Límber lo miró levantando una ceja, él estaba de acuerdo con eso, pero la pregunta era ¿cómo?, si apenas les quedaba munición y los carnófagos no se habían ido, “Tendremos que hacerlo como los Noba” Fue la brillante sugerencia de Tanco, Límber lo miró esta vez como si le estuviera agarrando las orejas. La tribu de Noba, se identificaba por dos cosas, la primera es que habían desaparecido por completo y sin dejar rastros ni restos, se creía que habían decidido lanzarse a atravesar el gran océano de arena del que jamás regresaron, pero esa solo era una conjetura más entre muchas otras. La segunda característica, y la más importante en este caso, es que aquellos eran los únicos, lo suficientemente rudos o dementes, como para enfrentarse cuerpo a cuerpo con los carnófagos solo protegidos con vendajes de cuero en las manos y antebrazos, cuero que por cierto, extraían de sus propios difuntos y hasta parecía que les gustaba, que eso los enorgullecía, “¡Por eso es que se extinguieron!” Alegó Límber, “¿Tienes una mejor idea?” Replicó su compañero automáticamente, “Esperar a que se duerman” Respondió el otro, con algo de sarcasmo en el tono, ya que todos sabían que los carnófagos adultos, si es que dormían, lo hacían de pie y durante lapsos muy cortos de tiempo, casi como si no lo hicieran. “Yo iré con ustedes” Afirmó Mica, que aunque no lo parecía, estaba muy atenta a la conversación, y agregó, “Y yo sí tengo una mejor idea. Usaremos un señuelo.” Media docena de carnófagos aún estaban atascados en el barro, mientras que al menos una decena de ellos, bien alimentados, se mantenían en los alrededores buscando y rebuscando algo que comer, y no dejarían de hacerlo hasta estar seguros de que ya no quedaba nada y el hambre los volviera a atenazar, “¿Qué señuelo piensas usar?” Preguntó Tanco. La respuesta era obvia, ya la sabía, no había ninguna duda, pero aun así preguntó solo para fingir sorprenderse con una respuesta que ya se esperaba, “A ti” Respondió Mica, comenzando a bajar la escalera.



Y allí estaba Tanco, con un gran fuego encendido junto a la torre, sus cuchillos enterrados en el piso junto a él y en la mano un desecho que podía ser la tapa de una olla grande de hace cien años al menos, siendo golpeada reiteradamente con un trozo de palo mientras entonaba una canción a todo pulmón, que perfectamente podía ser la de una de esas publicidades en la que un pollo promociona el delicioso sabor de su propia carne, como si ser comido fuera algo genial. “¿Lo ves? Tú no cantas, por eso lo elegí a él” Comentó Mica a Límber, mientras comenzaban a moverse furtivamente y a hacer un amplio rodeo. La gran ventaja que tenían era que los carnófagos que quedaban no estaban hambrientos, y debían aprovecharla porque no duraría mucho tiempo. El fuego mantendría relativamente protegido a Tanco, si tenían sus estómagos llenos, los carnófagos no se arriesgarían y preferirían esperar, pero aun así tenía sus cuchillos y la torre a pocos metros, en caso de que el fuego no fuera lo suficientemente persuasivo y se viera en dificultades. Su escopeta y su munición se la había entregado a regañadientes a Mica, en caso de que el plan fallara y debieran abrir fuego para huir, por el momento, el plan funcionaba y los bestializados mantenían su atención en aquella criatura bulliciosa cuyo comportamiento no lograban comprender. Uno de ellos, que en esos momentos, solitario y alejado, roía una pantorrilla con distraído desgano, se puso de pie para ver de dónde venía todo ese escándalo, decidiendo si era mejor acercarse o quedarse donde estaba, tal vez podía acercarse un poco, pero en ese momento sintió un golpe rápido y ardiente, mucho dolor que expresó con un rugido largo y asfixiado y sus piernas que ya no podían sostenerlo más: Mica acababa de cortarle limpiamente los tendones de la corva y se retiraba arrastrándose hacia donde Límber la esperaba vigilando, pero antes, cogió algo que le pertenecía de entre los repugnantes e irreconocibles restos que el carnófago roía, una de sus flechas, esa era una ventaja, las flechas se podían recuperar la mayoría de las veces, las balas nunca. Límber no estaba nada convencido de acercarse a un carnófago por la espalda lo suficiente como para matarlo con un cuchillo, pero si Mica lo había hecho, él también lo haría y lo haría como se debe. Se desprendió de todos los bultos que habitualmente cargaba, excepto su rifle, y también se quitó su improvisado calzado para hacer el menor ruido posible. Comenzó a acercarse caminando en puntillas y medio curvado a un par de bestializados que, embobados y confundidos admiraban en cuclillas, su posición más cómoda, la comprometida actuación de Tanco, quien no paraba de alimentar su hoguera y de improvisar cánticos cada vez más absurdos pero igual de apasionados. Sosteniendo su cuchillo con fuerza, como si este pretendiera huir a alguna parte, conteniendo el aliento y apretando los dientes con cada paso, Límber logró acercarse lo suficiente a los carnófagos, elevar su cuchillo, y cuando estaba presto para dejarlo caer, uno de los carnófagos emitió un sonido prolongado y sibilante, similar al que haría una especie de corneta defectuosa, seguido de un olor nauseabundo que le impactó de lleno en pleno rostro, y lo obligó a tener que usar toda su fuerza de voluntad para mantener su posición y postura, “¡Ese maldito acaba de soltarme un pedo!” Pensó Límber, indignado, mientras Mica le hacía un gesto elocuente fácilmente interpretable como “¡A qué diablos esperas?” Límber, entonces, le rajó la nuca al del pedo y le partió el cráneo al otro, e inmediatamente se arrojó al suelo para alejarse reptando.



Al ver que la cosa estaba funcionando y los carnófagos caían uno a uno, Tanco se entusiasmaba, y ahora no solo cantaba y golpeaba su tapa de olla, sino que además bailaba, flectando y estirando las piernas y moviendo el trasero al ritmo, hasta un momento en el que se gira y se encuentra cara a cara con un carnófago cubierto de lodo, que con mucho esfuerzo había logrado salir del barro y que al parecer estaba muy fastidiado con el espectáculo. La tapa de olla le sirvió como escudo a Tanco, pero cuando cayó al suelo con el bestializado encima, se dio cuenta de que sus cuchillos estaban demasiado lejos y las mandíbulas del carnófago demasiado cerca, tenía la pistola del viejo muerto en el cinto, pero en ese momento necesitaba un brazo extra para alcanzarla, entonces el monstruo cubierto de lodo emitió un rugido largo y asfixiado muy cerca de su cara, similar a un graznido y se desmayó. Cuando se lo quitó de encima, Cora estaba allí, de pie, con su cuchillo ensangrentado en la mano y recuperando el aliento luego del esfuerzo que había hecho para llegar a tiempo.


León Faras.

domingo, 10 de octubre de 2021

Humanimales.

 XI.

 

“Hay que salir de aquí” Propuso Mica, imperiosa, pero sin levantar la voz, Límber asintió seguro, escudriñando el Yermo con sus bien dotadas orejas, mientras cogía el carro y Tanco retiraba el cuerpo del carnófago medio decapitado de en medio. Cora sangraba en gruesos goterones, pero instintivamente cogió la mano de su hermana sabiendo que tendrían que correr y en el Yermo solo había un lugar hacia donde correr. Pronto se dieron cuenta de que el carro y el desigual terreno del Yermo, no eran el uno para el otro y tan solo por andar rápido hacía que se estremeciera hasta casi voltearse, “¡Saca a la niña!” Le ordenó Mica, Límber dudó, debido a lo inusual de su aspecto y a la presencia de desconocidos, pero la chica ya los veía venir, y había que correr: eran tres los primeros en aparecer, y se movían rápido guiados hacia ellos por las detonaciones y el olor de la sangre. Cora y Gigi ya corrían hacia la vieja torre que no estaba a menos de quinientos metros, un vestigio del viejo mundo situado al borde de río Barros, un río que cuando llegaban las lluvias se hacía fuerte y majestuoso, e incluso responsable de ir año a año arrasando con la antigua construcción, corroyendo sus cimientos hasta acabar llevándosela por completo algún día, pero que el resto del año no era más que un lodazal putrefacto de treinta centímetros de profundidad que no corría a ninguna parte. La niña corría veloz de la mano de Mica, justo detrás de Cora y Gigi. Cuando Tanco se detuvo para recargar su escopeta y echarle un vistazo a su compañero que aún tiraba del carro, se dio cuenta de que ya no eran tres los carnófagos que le seguían, sino que se podían ver siete, y corrían como fieras hambrientas hacia ellos, “¡Deja eso o no lo lograrás!” Le gritó reanudando su corrida, dos más aparecían por la derecha y estos se veían muy cerca. Límber le hizo un gesto de que él podía hacerlo, pero su compañero insistió, “¿De qué mierda sirve ese trasto en la torre, eh?” y echó a correr como un verdadero velocista, alcanzando de inmediato a las chicas, cogiendo el canasto de Gigi y cargándoselo a la espalda y luego a la propia niña bajo el brazo, como un bulto, para que su hermana Cora corriera libremente, “¡Rápido, ya falta poco!” Las animó. Límber se dio cuenta en ese momento de que irremediablemente se quedaba rezagado y al fin soltó el carro, no sin algo de frustración personal en el gesto, pero al menos ya podía correr con total libertad, entonces vio como Mica se detenía repentinamente, animando a la niña a seguir corriendo detrás de los demás, cogía su arco y le apuntaba directamente a la cabeza, disparó, falló por poco e inmediatamente apuntaba de nuevo, pero no a él esta vez, “¡Rápido!” Le gritó la chica, poniéndose a correr de nuevo. Quedaban menos de cien metros. Dos carnófagos que habían estado muy cerca de alcanzar a Límber, se revolcaban en el suelo gracias al fino talento de Mica para el arco, la mala noticia, era que la chica acababa de notar que solo le quedaba una flecha en su aljaba.

 

La añosa escalera metálica, o lo que quedaba de ella, para poder acceder a la vieja torre, estaba suspendida a un metro y medio de altura, demasiado para unas niñas pequeñas y mucho también para una chica que apenas sobrepasaba esa altura y con solo un brazo útil. Límber se detuvo a diez metros de la torre, apuntó al carnófago más cercano y disparó. Ya qué más daba un poco de ruido en el Yermo, si podía ver una docena de bestializados corriendo hacia ellos. Mientras Tanco se agachaba hasta poner su cabeza entre las piernas de Cora y levantarla con los hombros, Mica hacía un gesto explícito de dolor al ver que gastaba su última flecha en la entrepierna de un carnófago muy desafortunado. Límber volvía a disparar y derribar a uno, pero el siguiente estaba demasiado cerca; el bestializado le saltó encima como una fiera y lo arrojó al suelo, Límber lo agarró del cuello para mantener sus sucias mandíbulas alejadas de su cara, mientras encontraba la forma de usar sus piernas para quitárselo de encima. Cuando lo logró, el carnófago cayó a un par de metros, Límber se puso de pie de un salto, le apuntó con su rifle y disparó, pero su arma sonó vacía. Se llevó la mano a su cuchillo. Mica aún estaba allí, tenía el cortaplumas de Nurba en la mano, todo sucedía tan rápido, que ni siquiera ella lo vio venir, un nuevo carnófago le caía sobre la espalda a Límber y lo agarraba con los dientes de la parte que más odiaba ser agarrado: una oreja. Gritó de dolor, incapaz de defenderse mientras el maldito carnófago tiraba de él y le arrancaba un trozo, entonces Mica aprovechó esto para clavarle su cuchillo en la nuca al bestializado y cortar toda comunicación entre su cerebro atrofiado y el resto de su cuerpo, al tiempo que el carnófago anterior, ya saltaba sobre ellos en un nuevo ataque, pero su rostro de bestia endemoniada estalló en el aire y los bañó con sus restos sólidos, líquidos y gelatinosos. Tanco recargaba su escopeta mientras movía el cuerpo del carnófago sin rostro de un empujón con el pie para liberar a su compañero, “¡Rápido!” Le dijo, estirándole la mano. Cora y las niñas ya estaban en la torre, y los carnófagos que quedaban se entretenían a varios metros con los cuerpos de los caídos, pero con todo el escándalo que habían armado, era fácil creer que venían más en camino.

 

Por fin podían atender el brazo de Cora, y no era una simple mordida, faltaba un trozo de músculo ahí, sangraba mucho y no podía mover la mano con naturalidad. “¿De qué tribu son?” Le preguntó a Mica, mientras esta le vendaba el brazo; solo podía hacer eso, venda y un torniquete, “Yo soy de Mirra, ellos de Portas…” respondió la joven, pero la respuesta no estaba completa, “¿Y esa pequeña tan rara?” Agregó Cora, mirando a la niña que parecía entablar amistad con su hermana Gigi. Mica se encogió de hombros, “No lo sé, creo que ni ella misma lo sabe” Respondió, y luego le ofreció algunas flores adormecedoras, “Toma, muérdelas y extráeles el jugo, te calmarán el dolor” Límber, sentado con la espalda apoyada en la pared y el rostro estrellado con sangre de carnófago, se curaba la oreja con un puñado de ceniza y los dientes apretados, aunque no por el dolor. Tanco se sentó a su lado, “¿Cuánta munición te queda?” Le preguntó, el otro lo miró forzando los ojos hacia un lado y sin soltarse la oreja mutilada, “Cuatro, ¿y a ti?” “Seis. A Mica no le queda ninguna” Señaló, restregándose la nariz con rudeza. Necesitarían más que eso para salir de allí, porque casi no les quedaba agua ni comida tampoco. Cuando Mica llegó a su lado, se quedó parada observando a las niñas que, mirando hacia abajo desde una esquina, parecían divertirse con algo que les arrancaba algunas risitas cómplices de vez en cuando, como si algo divertido estuviera ocurriendo allá abajo. Tanco también mostró curiosidad. Las niñas habían descubierto un cordel que pendía desde la parte alta de la torre, con un puñado de chucherías metálicas atadas en su extremo que al ser sacudidas provocaban un ruido que atraía a los carnófagos, estos querían alcanzarla, pero las pequeñas lo levantaban en el último momento y el carnófago rodaba por una pequeña pendiente de un metro directo al barro del río Barros, del que no sabían exactamente hacia dónde dirigirse para salir.


León Faras.

miércoles, 6 de octubre de 2021

Humanimales.

 X.

 

Cora había prometido regresar en dos días, y de verdad que no contaba con mucho más tiempo que ese, pero había tardado mucho más de lo que esperaba consiguiendo las flores, debido a que los objetos que llevaba no eran de la apetencia de los comerciantes y conseguir hojas del árbol único tomaba tiempo. Las grandes y duras hojas del árbol único eran la moneda de cambio en Mirra, y solo en Mirra. Cualquier cosa podía ser cambiada por aquellas hojas, y de la misma manera se podía conseguir cualquier cosa de vuelta. Para cuando Cora consiguió las flores, el atardecer del segundo día ya estaba avanzado y su pequeña hermana Gigi estaba agotada y ella también, no lo conseguirían ni caminando toda la noche por la ruta, cosa que no serían capaces de hacer sin dormir un poco, por lo que eligieron tomar el riesgo calculado de cortar por el Yermo, avanzar hasta que la luz se extinguiera por completo, y allí hacer fuego, comer lo que habían conseguido y dormir un poco, hasta que el sol se asomara una vez más. Si lo hacían en silencio y manteniendo los ojos bien abiertos, “todo estaría bien.” Encontraron un buen lugar, con abundante leña y ramas, no solo por el fuego que necesitaban, sino también porque las ramas hacían un crujido al ser pisadas y eso alertaba a cualquiera sobre la presencia de carnófagos, pero aquella fue una noche muy silenciosa. Cora dormitó sentada con su hermana en su regazo y cubriéndose ambas de pies a cabeza con una manta, como si de una pequeña tienda de campaña se tratara, eso las disimularía en el paisaje y las podía hacer pasar desapercibidas ante unos enemigos cuya imbecilidad rivalizaba con su feroz y voraz apetito. Un crujido, tenue como un susurro, hizo que la muchacha abriera los ojos de golpe, su fuego no era nada más que diminutas brasas flotando en un pequeño lago de cenizas. Un carnófago se paseaba a unos cuatro metros de ella, atraído por el olor del humo de una rama que no alcanzó a consumirse por completo. La claridad del día apenas se insinuaba, por lo que su silueta blancuzca se destacaba pálida en el fondo oscuro, un poco más alejado caminaba otro, alterado, convencido de que algo se ocultaba cerca, pero sin saber dónde y, además, estaba segura de haber oído algo detrás que no intentaría comprobar. Si se mantenía muy quieta y callada, y ningún carnófago se tropezaba directamente con ella, tal vez conseguiría aguantar lo suficiente hasta que los bestializados se alejaran, entonces Gigi despertó, olvidándose completamente de donde estaba, con un aparatoso bostezo que fue silenciado casi en el acto por la mano de su hermana que le cubrió la boca con fuerza, pero los carnófagos se habían detenido, seguros de haber oído algo. En menos de media hora llegaría el alba, y su frágil escondite ya no sería tan fácil de mantener. Cora empuñó su viejo revólver.

 

El chillido había sido el de una niña pequeña, no había duda, y Mica corrió a comprobarlo, Límber la siguió, no sin algo de frustración por ese tipo de reacciones impulsivas, mientras que Tanco soltaba el carro y cogía su escopeta, indeciso. El rugido ahogado de un carnófago y una segunda detonación les indicó la dirección exacta hacia donde mirar. Una muchacha, poco menor que Mica, resistía con el antebrazo la mordida de un carnófago que amenazaba con arrancarle un trozo de carne. Otro carnófago más perezoso, u oportunista, comenzaba a destripar al colega que acababa de recibir un disparo en el estómago. Era imprudente entrometerse, arriesgar sus vidas para salvar a una desconocida a la que ya habían empezado a comer, pero entonces Tanco llegó a ver lo que ocurría con una nueva perspectiva, “¡Oh mierda! ¡Allí, está allí!” Señaló, en un grito susurrado, e indicando con el dedo a la niña pequeña que había chillado antes y que se cubría aterrada bajo una manta, mirando por una pequeña abertura como su hermana luchaba inútilmente por no ser devorada. Otro carnófago que se acercaba ansioso a las desconocidas cayó abatido por una flecha de Mica en el pecho, mientras Tanco se acercaba a ellas, registrándose uno de los bolsillos de su morral, “¡Límber, cúbreme!” Exclamó, y llegando al lado de la muchacha con el brazo destrozado, le ordenó, “¡Cierra los ojos!” El carnófago, con un trozo de carne fresca en la boca, recién arrancada del brazo de aquella muchacha, le amenazó enseñándole todos sus asquerosos, sanguinolentos y desajustados dientes, en un rugido largo y ahogado, como si tuvieran sus cuerdas vocales atrofiadas “Espero que esta mierda funcione…” Pensó Tanco, al tiempo que le lanzaba un puñado de la arena obsequiada por Yagras a la cara del bestializado, este reaccionó de inmediato, retrocediendo y lloriqueando como si aquello hubiese sido una jugada muy sucia e injusta, pero nada más, porque en ese momento se le incrustaba en el cráneo el cuchillo de Tanco, y todo su cuerpo se desplomaba sin fuerzas. Cora tenía el brazo destrozado, pero sus piernas estaban bien y podía correr, Gigi se montó el canasto con las flores a la espalda, y todos comenzaron a agruparse viendo que la situación estaba bajo control y no había salido tan mal después de todo, pero aún no terminaba, porque otro chillido surgió en el Yermo, y todo empezaba de nuevo, “¡Mierda! ¡La niña!” Gritó Límber, dándose cuenta de que habían dejado el carro abandonado. Un carnófago intentaba meterse dentro del carro, pero la sencilla cortina que cubría la entrada, lo estorbaba hasta hacerlo ver ridículamente gracioso, porque no comprendía la simple naturaleza de una cortina e intentaba derribarla dándole zarpazos que no conducían a nada, mientras continuamente recibía patadas en la cara desde el otro lado. Límber le lanzó un agudo chiflido para llamar su atención, pero el carnófago le replicó solo un apagado quejido, decidido a intentarlo una vez más con la cortina. Mica le apuntaba con su arco, tal como Límber con su rifle, pero ninguno de los dos tenía ángulo para disparar sin correr el riesgo de darle a la niña, la que no paraba de darle patadas en la cara a su enemigo, hasta que este logró dar un buen golpe y arrancar media cortina de sus agarres. Una pequeña victoria que se vio interrumpida por una fuerte pedrada en la espalda, el carnófago se dio la vuelta y su aspecto era espantoso, era flaco, mitad huesos y mitad desarrollados músculos, con media cara cubierta de sangre hasta las orejas y las manos igual, enguantadas de rojo sanguíneo hasta los codos. Recientemente había devorado a un compañero, pero no estaba satisfecho. Límber le arrojó otra piedra, esta vez al estómago, al tiempo que la niña le propinaba otra patada en la nuca, y al girarse, Mica le lanzaba otra piedra desde el otro lado, parecía el gracioso, pero cruel juego de los abusadores que acorralan a una víctima para molestarla y golpearla en grupo y el pobre carnófago solitario, no sabía contra quién embestir, pero tampoco se decidía a moverse de donde estaba. Entonces llegó Tanco, decidido a acabar con esa ridícula situación. Sin remilgos, le destrozó la rodilla de un escopetazo y luego le cortó el cuello con su cuchillo, hasta casi desprenderle la cabeza de un golpe, “¿Podemos irnos ya?” Exclamó, notoriamente fastidiado, pero nadie le respondió: tanto Límber, como Mica e incluso Cora, podían percibir algo en el silencio del Yermo luego de aquella última detonación. Se acercaban, no sabían por dónde, pero venían a por ellos.


León Faras.