X.
Cora había prometido regresar en dos
días, y de verdad que no contaba con mucho más tiempo que ese, pero había
tardado mucho más de lo que esperaba consiguiendo las flores, debido a que los
objetos que llevaba no eran de la apetencia de los comerciantes y conseguir
hojas del árbol único tomaba tiempo. Las grandes y duras hojas del árbol único
eran la moneda de cambio en Mirra, y solo en Mirra. Cualquier cosa podía ser
cambiada por aquellas hojas, y de la misma manera se podía conseguir cualquier
cosa de vuelta. Para cuando Cora consiguió las flores, el atardecer del segundo
día ya estaba avanzado y su pequeña hermana Gigi estaba agotada y ella también,
no lo conseguirían ni caminando toda la noche por la ruta, cosa que no serían
capaces de hacer sin dormir un poco, por lo que eligieron tomar el riesgo
calculado de cortar por el Yermo, avanzar hasta que la luz se extinguiera por
completo, y allí hacer fuego, comer lo que habían conseguido y dormir un poco,
hasta que el sol se asomara una vez más. Si lo hacían en silencio y manteniendo
los ojos bien abiertos, “todo estaría bien.” Encontraron un buen lugar, con
abundante leña y ramas, no solo por el fuego que necesitaban, sino también
porque las ramas hacían un crujido al ser pisadas y eso alertaba a cualquiera
sobre la presencia de carnófagos, pero aquella fue una noche muy silenciosa.
Cora dormitó sentada con su hermana en su regazo y cubriéndose ambas de pies a
cabeza con una manta, como si de una pequeña tienda de campaña se tratara, eso
las disimularía en el paisaje y las podía hacer pasar desapercibidas ante unos
enemigos cuya imbecilidad rivalizaba con su feroz y voraz apetito. Un crujido,
tenue como un susurro, hizo que la muchacha abriera los ojos de golpe, su fuego
no era nada más que diminutas brasas flotando en un pequeño lago de cenizas. Un
carnófago se paseaba a unos cuatro metros de ella, atraído por el olor del humo
de una rama que no alcanzó a consumirse por completo. La claridad del día
apenas se insinuaba, por lo que su silueta blancuzca se destacaba pálida en el
fondo oscuro, un poco más alejado caminaba otro, alterado, convencido de que
algo se ocultaba cerca, pero sin saber dónde y, además, estaba segura de haber
oído algo detrás que no intentaría comprobar. Si se mantenía muy quieta y
callada, y ningún carnófago se tropezaba directamente con ella, tal vez
conseguiría aguantar lo suficiente hasta que los bestializados se alejaran,
entonces Gigi despertó, olvidándose completamente de donde estaba, con un
aparatoso bostezo que fue silenciado casi en el acto por la mano de su hermana
que le cubrió la boca con fuerza, pero los carnófagos se habían detenido,
seguros de haber oído algo. En menos de media hora llegaría el alba, y su
frágil escondite ya no sería tan fácil de mantener. Cora empuñó su viejo
revólver.
El chillido había sido el de una niña
pequeña, no había duda, y Mica corrió a comprobarlo, Límber la siguió, no sin
algo de frustración por ese tipo de reacciones impulsivas, mientras que Tanco
soltaba el carro y cogía su escopeta, indeciso. El rugido ahogado de un
carnófago y una segunda detonación les indicó la dirección exacta hacia donde
mirar. Una muchacha, poco menor que Mica, resistía con el antebrazo la mordida
de un carnófago que amenazaba con arrancarle un trozo de carne. Otro carnófago
más perezoso, u oportunista, comenzaba a destripar al colega que acababa de
recibir un disparo en el estómago. Era imprudente entrometerse, arriesgar sus
vidas para salvar a una desconocida a la que ya habían empezado a comer, pero entonces
Tanco llegó a ver lo que ocurría con una nueva perspectiva, “¡Oh mierda! ¡Allí,
está allí!” Señaló, en un grito susurrado, e indicando con el dedo a la niña
pequeña que había chillado antes y que se cubría aterrada bajo una manta,
mirando por una pequeña abertura como su hermana luchaba inútilmente por no ser
devorada. Otro carnófago que se acercaba ansioso a las desconocidas cayó
abatido por una flecha de Mica en el pecho, mientras Tanco se acercaba a ellas,
registrándose uno de los bolsillos de su morral, “¡Límber, cúbreme!” Exclamó, y
llegando al lado de la muchacha con el brazo destrozado, le ordenó, “¡Cierra
los ojos!” El carnófago, con un trozo de carne fresca en la boca, recién
arrancada del brazo de aquella muchacha, le amenazó enseñándole todos sus
asquerosos, sanguinolentos y desajustados dientes, en un rugido largo y
ahogado, como si tuvieran sus cuerdas vocales atrofiadas “Espero que esta
mierda funcione…” Pensó Tanco, al tiempo que le lanzaba un puñado de la arena
obsequiada por Yagras a la cara del bestializado, este reaccionó de inmediato,
retrocediendo y lloriqueando como si aquello hubiese sido una jugada muy sucia
e injusta, pero nada más, porque en ese momento se le incrustaba en el cráneo
el cuchillo de Tanco, y todo su cuerpo se desplomaba sin fuerzas. Cora tenía el
brazo destrozado, pero sus piernas estaban bien y podía correr, Gigi se montó
el canasto con las flores a la espalda, y todos comenzaron a agruparse viendo
que la situación estaba bajo control y no había salido tan mal después de todo,
pero aún no terminaba, porque otro chillido surgió en el Yermo, y todo empezaba
de nuevo, “¡Mierda! ¡La niña!” Gritó Límber, dándose cuenta de que habían
dejado el carro abandonado. Un carnófago intentaba meterse dentro del carro, pero
la sencilla cortina que cubría la entrada, lo estorbaba hasta hacerlo ver
ridículamente gracioso, porque no comprendía la simple naturaleza de una
cortina e intentaba derribarla dándole zarpazos que no conducían a nada,
mientras continuamente recibía patadas en la cara desde el otro lado. Límber le
lanzó un agudo chiflido para llamar su atención, pero el carnófago le replicó
solo un apagado quejido, decidido a intentarlo una vez más con la cortina. Mica
le apuntaba con su arco, tal como Límber con su rifle, pero ninguno de los dos
tenía ángulo para disparar sin correr el riesgo de darle a la niña, la que no
paraba de darle patadas en la cara a su enemigo, hasta que este logró dar un
buen golpe y arrancar media cortina de sus agarres. Una pequeña victoria que se
vio interrumpida por una fuerte pedrada en la espalda, el carnófago se dio la
vuelta y su aspecto era espantoso, era flaco, mitad huesos y mitad
desarrollados músculos, con media cara cubierta de sangre hasta las orejas y
las manos igual, enguantadas de rojo sanguíneo hasta los codos. Recientemente
había devorado a un compañero, pero no estaba satisfecho. Límber le arrojó otra
piedra, esta vez al estómago, al tiempo que la niña le propinaba otra patada en
la nuca, y al girarse, Mica le lanzaba otra piedra desde el otro lado, parecía el
gracioso, pero cruel juego de los abusadores que acorralan a una víctima para
molestarla y golpearla en grupo y el pobre carnófago solitario, no sabía contra
quién embestir, pero tampoco se decidía a moverse de donde estaba. Entonces
llegó Tanco, decidido a acabar con esa ridícula situación. Sin remilgos, le
destrozó la rodilla de un escopetazo y luego le cortó el cuello con su
cuchillo, hasta casi desprenderle la cabeza de un golpe, “¿Podemos irnos ya?”
Exclamó, notoriamente fastidiado, pero nadie le respondió: tanto Límber, como
Mica e incluso Cora, podían percibir algo en el silencio del Yermo luego de
aquella última detonación. Se acercaban, no sabían por dónde, pero venían a por
ellos.
León Faras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario