miércoles, 6 de octubre de 2021

Humanimales.

 X.

 

Cora había prometido regresar en dos días, y de verdad que no contaba con mucho más tiempo que ese, pero había tardado mucho más de lo que esperaba consiguiendo las flores, debido a que los objetos que llevaba no eran de la apetencia de los comerciantes y conseguir hojas del árbol único tomaba tiempo. Las grandes y duras hojas del árbol único eran la moneda de cambio en Mirra, y solo en Mirra. Cualquier cosa podía ser cambiada por aquellas hojas, y de la misma manera se podía conseguir cualquier cosa de vuelta. Para cuando Cora consiguió las flores, el atardecer del segundo día ya estaba avanzado y su pequeña hermana Gigi estaba agotada y ella también, no lo conseguirían ni caminando toda la noche por la ruta, cosa que no serían capaces de hacer sin dormir un poco, por lo que eligieron tomar el riesgo calculado de cortar por el Yermo, avanzar hasta que la luz se extinguiera por completo, y allí hacer fuego, comer lo que habían conseguido y dormir un poco, hasta que el sol se asomara una vez más. Si lo hacían en silencio y manteniendo los ojos bien abiertos, “todo estaría bien.” Encontraron un buen lugar, con abundante leña y ramas, no solo por el fuego que necesitaban, sino también porque las ramas hacían un crujido al ser pisadas y eso alertaba a cualquiera sobre la presencia de carnófagos, pero aquella fue una noche muy silenciosa. Cora dormitó sentada con su hermana en su regazo y cubriéndose ambas de pies a cabeza con una manta, como si de una pequeña tienda de campaña se tratara, eso las disimularía en el paisaje y las podía hacer pasar desapercibidas ante unos enemigos cuya imbecilidad rivalizaba con su feroz y voraz apetito. Un crujido, tenue como un susurro, hizo que la muchacha abriera los ojos de golpe, su fuego no era nada más que diminutas brasas flotando en un pequeño lago de cenizas. Un carnófago se paseaba a unos cuatro metros de ella, atraído por el olor del humo de una rama que no alcanzó a consumirse por completo. La claridad del día apenas se insinuaba, por lo que su silueta blancuzca se destacaba pálida en el fondo oscuro, un poco más alejado caminaba otro, alterado, convencido de que algo se ocultaba cerca, pero sin saber dónde y, además, estaba segura de haber oído algo detrás que no intentaría comprobar. Si se mantenía muy quieta y callada, y ningún carnófago se tropezaba directamente con ella, tal vez conseguiría aguantar lo suficiente hasta que los bestializados se alejaran, entonces Gigi despertó, olvidándose completamente de donde estaba, con un aparatoso bostezo que fue silenciado casi en el acto por la mano de su hermana que le cubrió la boca con fuerza, pero los carnófagos se habían detenido, seguros de haber oído algo. En menos de media hora llegaría el alba, y su frágil escondite ya no sería tan fácil de mantener. Cora empuñó su viejo revólver.

 

El chillido había sido el de una niña pequeña, no había duda, y Mica corrió a comprobarlo, Límber la siguió, no sin algo de frustración por ese tipo de reacciones impulsivas, mientras que Tanco soltaba el carro y cogía su escopeta, indeciso. El rugido ahogado de un carnófago y una segunda detonación les indicó la dirección exacta hacia donde mirar. Una muchacha, poco menor que Mica, resistía con el antebrazo la mordida de un carnófago que amenazaba con arrancarle un trozo de carne. Otro carnófago más perezoso, u oportunista, comenzaba a destripar al colega que acababa de recibir un disparo en el estómago. Era imprudente entrometerse, arriesgar sus vidas para salvar a una desconocida a la que ya habían empezado a comer, pero entonces Tanco llegó a ver lo que ocurría con una nueva perspectiva, “¡Oh mierda! ¡Allí, está allí!” Señaló, en un grito susurrado, e indicando con el dedo a la niña pequeña que había chillado antes y que se cubría aterrada bajo una manta, mirando por una pequeña abertura como su hermana luchaba inútilmente por no ser devorada. Otro carnófago que se acercaba ansioso a las desconocidas cayó abatido por una flecha de Mica en el pecho, mientras Tanco se acercaba a ellas, registrándose uno de los bolsillos de su morral, “¡Límber, cúbreme!” Exclamó, y llegando al lado de la muchacha con el brazo destrozado, le ordenó, “¡Cierra los ojos!” El carnófago, con un trozo de carne fresca en la boca, recién arrancada del brazo de aquella muchacha, le amenazó enseñándole todos sus asquerosos, sanguinolentos y desajustados dientes, en un rugido largo y ahogado, como si tuvieran sus cuerdas vocales atrofiadas “Espero que esta mierda funcione…” Pensó Tanco, al tiempo que le lanzaba un puñado de la arena obsequiada por Yagras a la cara del bestializado, este reaccionó de inmediato, retrocediendo y lloriqueando como si aquello hubiese sido una jugada muy sucia e injusta, pero nada más, porque en ese momento se le incrustaba en el cráneo el cuchillo de Tanco, y todo su cuerpo se desplomaba sin fuerzas. Cora tenía el brazo destrozado, pero sus piernas estaban bien y podía correr, Gigi se montó el canasto con las flores a la espalda, y todos comenzaron a agruparse viendo que la situación estaba bajo control y no había salido tan mal después de todo, pero aún no terminaba, porque otro chillido surgió en el Yermo, y todo empezaba de nuevo, “¡Mierda! ¡La niña!” Gritó Límber, dándose cuenta de que habían dejado el carro abandonado. Un carnófago intentaba meterse dentro del carro, pero la sencilla cortina que cubría la entrada, lo estorbaba hasta hacerlo ver ridículamente gracioso, porque no comprendía la simple naturaleza de una cortina e intentaba derribarla dándole zarpazos que no conducían a nada, mientras continuamente recibía patadas en la cara desde el otro lado. Límber le lanzó un agudo chiflido para llamar su atención, pero el carnófago le replicó solo un apagado quejido, decidido a intentarlo una vez más con la cortina. Mica le apuntaba con su arco, tal como Límber con su rifle, pero ninguno de los dos tenía ángulo para disparar sin correr el riesgo de darle a la niña, la que no paraba de darle patadas en la cara a su enemigo, hasta que este logró dar un buen golpe y arrancar media cortina de sus agarres. Una pequeña victoria que se vio interrumpida por una fuerte pedrada en la espalda, el carnófago se dio la vuelta y su aspecto era espantoso, era flaco, mitad huesos y mitad desarrollados músculos, con media cara cubierta de sangre hasta las orejas y las manos igual, enguantadas de rojo sanguíneo hasta los codos. Recientemente había devorado a un compañero, pero no estaba satisfecho. Límber le arrojó otra piedra, esta vez al estómago, al tiempo que la niña le propinaba otra patada en la nuca, y al girarse, Mica le lanzaba otra piedra desde el otro lado, parecía el gracioso, pero cruel juego de los abusadores que acorralan a una víctima para molestarla y golpearla en grupo y el pobre carnófago solitario, no sabía contra quién embestir, pero tampoco se decidía a moverse de donde estaba. Entonces llegó Tanco, decidido a acabar con esa ridícula situación. Sin remilgos, le destrozó la rodilla de un escopetazo y luego le cortó el cuello con su cuchillo, hasta casi desprenderle la cabeza de un golpe, “¿Podemos irnos ya?” Exclamó, notoriamente fastidiado, pero nadie le respondió: tanto Límber, como Mica e incluso Cora, podían percibir algo en el silencio del Yermo luego de aquella última detonación. Se acercaban, no sabían por dónde, pero venían a por ellos.


León Faras.

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