sábado, 16 de octubre de 2021

Humanimales.

 XII.



Aquello del cordel con las chucherías atadas había sido una ingeniosa ocurrencia, fuera quien fuera al que se le había ocurrido. Moverse allí se les hacía dificultoso a los carnófagos, arrastrando cada paso como si pesara el doble por el pegajoso lodo o tropezando con ramas o piedras que no podían ver, algunos que cayeron de cara al barro se quedaban largo rato parados, confundidos y asustados, incapaces de limpiarse los ojos, como cuando Yagras se los venda y son incapaces de comprender lo fácil que sería quitarse esa venda. Pero no todos estaban dispuestos a correr tras esas campanitas de metal y preferían recorrer las inmediaciones aprovechando la abundante carne de carnófago que aún quedaba, Límber los observaba desde la vieja torre, pensando como deshacerse de ellos y recuperar el carro, porque lo necesitarían para entrar con la niña a Mirra. Le echó un vistazo a Cora, estaba sentada en el suelo, como aletargada debido a las flores que había masticado, luego a las mismas flores y en seguida a la pequeña Gigi, que en ese momento compartía lo que le quedaba de comida con la niña sin apenas notar la diferencia entre ella y aquella. “¿Qué ocurre?” Preguntó la muchacha, abriendo los ojos como si hubiese percibido su interés. Estaba sudorosa, aunque no era un día especialmente caluroso, “¿Para quién son las flores?” Le preguntó el hombre, la chica le habló sobre su padre, y sobre su urgencia por llegar lo antes posible a su casa o todo sería en vano, “¿Locura atávica?” Propuso Límber, y la chica asintió sin entusiasmo, como se hace algo que no es necesario en absoluto. Era obvio, nadie arriesga su vida y la de una niña pequeña por unas flores, de no ser por la Locura de un pariente cercano, sin embargo, no dejaba de ser curioso que no hubiese hecho ninguna mención sobre el aspecto de la niña aún sin nombre, tal vez las nuevas generaciones ya no creían en las viejas historias sobre humanos y sanaciones milagrosas o tal vez nunca había oído hablar de ellas. Tanco llegó en ese momento, “Hay que recuperar el carro” Lo dijo como una decisión ya tomada, Límber lo miró levantando una ceja, él estaba de acuerdo con eso, pero la pregunta era ¿cómo?, si apenas les quedaba munición y los carnófagos no se habían ido, “Tendremos que hacerlo como los Noba” Fue la brillante sugerencia de Tanco, Límber lo miró esta vez como si le estuviera agarrando las orejas. La tribu de Noba, se identificaba por dos cosas, la primera es que habían desaparecido por completo y sin dejar rastros ni restos, se creía que habían decidido lanzarse a atravesar el gran océano de arena del que jamás regresaron, pero esa solo era una conjetura más entre muchas otras. La segunda característica, y la más importante en este caso, es que aquellos eran los únicos, lo suficientemente rudos o dementes, como para enfrentarse cuerpo a cuerpo con los carnófagos solo protegidos con vendajes de cuero en las manos y antebrazos, cuero que por cierto, extraían de sus propios difuntos y hasta parecía que les gustaba, que eso los enorgullecía, “¡Por eso es que se extinguieron!” Alegó Límber, “¿Tienes una mejor idea?” Replicó su compañero automáticamente, “Esperar a que se duerman” Respondió el otro, con algo de sarcasmo en el tono, ya que todos sabían que los carnófagos adultos, si es que dormían, lo hacían de pie y durante lapsos muy cortos de tiempo, casi como si no lo hicieran. “Yo iré con ustedes” Afirmó Mica, que aunque no lo parecía, estaba muy atenta a la conversación, y agregó, “Y yo sí tengo una mejor idea. Usaremos un señuelo.” Media docena de carnófagos aún estaban atascados en el barro, mientras que al menos una decena de ellos, bien alimentados, se mantenían en los alrededores buscando y rebuscando algo que comer, y no dejarían de hacerlo hasta estar seguros de que ya no quedaba nada y el hambre los volviera a atenazar, “¿Qué señuelo piensas usar?” Preguntó Tanco. La respuesta era obvia, ya la sabía, no había ninguna duda, pero aun así preguntó solo para fingir sorprenderse con una respuesta que ya se esperaba, “A ti” Respondió Mica, comenzando a bajar la escalera.



Y allí estaba Tanco, con un gran fuego encendido junto a la torre, sus cuchillos enterrados en el piso junto a él y en la mano un desecho que podía ser la tapa de una olla grande de hace cien años al menos, siendo golpeada reiteradamente con un trozo de palo mientras entonaba una canción a todo pulmón, que perfectamente podía ser la de una de esas publicidades en la que un pollo promociona el delicioso sabor de su propia carne, como si ser comido fuera algo genial. “¿Lo ves? Tú no cantas, por eso lo elegí a él” Comentó Mica a Límber, mientras comenzaban a moverse furtivamente y a hacer un amplio rodeo. La gran ventaja que tenían era que los carnófagos que quedaban no estaban hambrientos, y debían aprovecharla porque no duraría mucho tiempo. El fuego mantendría relativamente protegido a Tanco, si tenían sus estómagos llenos, los carnófagos no se arriesgarían y preferirían esperar, pero aun así tenía sus cuchillos y la torre a pocos metros, en caso de que el fuego no fuera lo suficientemente persuasivo y se viera en dificultades. Su escopeta y su munición se la había entregado a regañadientes a Mica, en caso de que el plan fallara y debieran abrir fuego para huir, por el momento, el plan funcionaba y los bestializados mantenían su atención en aquella criatura bulliciosa cuyo comportamiento no lograban comprender. Uno de ellos, que en esos momentos, solitario y alejado, roía una pantorrilla con distraído desgano, se puso de pie para ver de dónde venía todo ese escándalo, decidiendo si era mejor acercarse o quedarse donde estaba, tal vez podía acercarse un poco, pero en ese momento sintió un golpe rápido y ardiente, mucho dolor que expresó con un rugido largo y asfixiado y sus piernas que ya no podían sostenerlo más: Mica acababa de cortarle limpiamente los tendones de la corva y se retiraba arrastrándose hacia donde Límber la esperaba vigilando, pero antes, cogió algo que le pertenecía de entre los repugnantes e irreconocibles restos que el carnófago roía, una de sus flechas, esa era una ventaja, las flechas se podían recuperar la mayoría de las veces, las balas nunca. Límber no estaba nada convencido de acercarse a un carnófago por la espalda lo suficiente como para matarlo con un cuchillo, pero si Mica lo había hecho, él también lo haría y lo haría como se debe. Se desprendió de todos los bultos que habitualmente cargaba, excepto su rifle, y también se quitó su improvisado calzado para hacer el menor ruido posible. Comenzó a acercarse caminando en puntillas y medio curvado a un par de bestializados que, embobados y confundidos admiraban en cuclillas, su posición más cómoda, la comprometida actuación de Tanco, quien no paraba de alimentar su hoguera y de improvisar cánticos cada vez más absurdos pero igual de apasionados. Sosteniendo su cuchillo con fuerza, como si este pretendiera huir a alguna parte, conteniendo el aliento y apretando los dientes con cada paso, Límber logró acercarse lo suficiente a los carnófagos, elevar su cuchillo, y cuando estaba presto para dejarlo caer, uno de los carnófagos emitió un sonido prolongado y sibilante, similar al que haría una especie de corneta defectuosa, seguido de un olor nauseabundo que le impactó de lleno en pleno rostro, y lo obligó a tener que usar toda su fuerza de voluntad para mantener su posición y postura, “¡Ese maldito acaba de soltarme un pedo!” Pensó Límber, indignado, mientras Mica le hacía un gesto elocuente fácilmente interpretable como “¡A qué diablos esperas?” Límber, entonces, le rajó la nuca al del pedo y le partió el cráneo al otro, e inmediatamente se arrojó al suelo para alejarse reptando.



Al ver que la cosa estaba funcionando y los carnófagos caían uno a uno, Tanco se entusiasmaba, y ahora no solo cantaba y golpeaba su tapa de olla, sino que además bailaba, flectando y estirando las piernas y moviendo el trasero al ritmo, hasta un momento en el que se gira y se encuentra cara a cara con un carnófago cubierto de lodo, que con mucho esfuerzo había logrado salir del barro y que al parecer estaba muy fastidiado con el espectáculo. La tapa de olla le sirvió como escudo a Tanco, pero cuando cayó al suelo con el bestializado encima, se dio cuenta de que sus cuchillos estaban demasiado lejos y las mandíbulas del carnófago demasiado cerca, tenía la pistola del viejo muerto en el cinto, pero en ese momento necesitaba un brazo extra para alcanzarla, entonces el monstruo cubierto de lodo emitió un rugido largo y asfixiado muy cerca de su cara, similar a un graznido y se desmayó. Cuando se lo quitó de encima, Cora estaba allí, de pie, con su cuchillo ensangrentado en la mano y recuperando el aliento luego del esfuerzo que había hecho para llegar a tiempo.


León Faras.

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