viernes, 29 de octubre de 2021

Humanimales

 

XIV.



Ya pasada la medianoche, Tanco pudo ver a lo lejos los últimos fuegos encendidos de Mirra que le decían que estaba cerca, poco después, en el final de la Ruta de las Flores, vio uno sobre su cabeza que iluminaba un carro de madera, emitió un discreto silbido e inmediatamente el silbido regresó. Sus amigos estaban allí, “Te guardamos dos ratas” Le dijo Mica en voz baja mientras Límber intentaba dormir. Las habían obtenido de un comerciante que por el lugar y la hora, aceptó el dinero de Portas que Límber llevaba. Las ratas de Mirra tenían un sabor extraño, no eran ni mejores ni peores que las otras, pero eran diferentes, tal vez tenía algo que ver con que habitaban extensos campos repletos de flores aromáticas y multicolores en los que los insectos prosperaban por todas partes y las mariposas revoloteaban en tal número y belleza, que parecían ser las mismas flores cobrando vida y echándose a volar libres, aunque tal vez solo era que eran más limpias, porque las peores eran sin duda las que se encontraban en el Yermo, a las que no había nada que se les pudiera hacer para quitarles esa ligera esencia a descomposición y excremento de carnófago que lo impregnaba todo y a la que, a la larga, uno se terminaba acostumbrando.



Mirra era un extenso valle redondeado y plano como un lago, ubicado en una depresión del terreno como si la redonda huella de un titán colosal hubiese quedado marcada allí hace eones. Por la orilla, los habitantes habían plantado pinchos de madera para asegurarse de que si algún carnófago caía ahí, no continuara su camino tranquilamente, y el otro borde, estaba protegido por un brazo del Zolga, que tanto regaba el valle, como protegía a sus habitantes. Al otro lado de este, las colinas eran verdes, pero aunque parecían cubiertas por simples arbustos y matorrales por la distancia, en realidad se trataba de un tupido bosque del cual había salido toda la madera para la construcción de las casas, pasarelas y rampas que se veían por todos lados durante generaciones “¿Alguno tiene alguna idea de qué diablos vamos a hacer aquí?” Preguntó Tanco, mirando el amanecer en aquel bello lago multicolor con sus casas elevadas sobre postes como ridículas aves zancudas inmóviles, o, como las más antiguas, encaramadas sobre vetustos árboles que lucían esclavizados y cansados de cargar con las viviendas de esas personas. Por otro lado, Mica tenía razón, la población se veía dispersa, sin callejones, plazas o mercados donde amontonarse a discutir sus problemas, como era cosa común en Portas, eso a excepción del árbol único, cuyo alrededor siempre estaba lleno de habitantes y forasteros que buscaban más y más de sus hojas, las que no paraban de caer durante todo el año, el resto, vagaba todo el día cuidando sus campos, sumergiéndose y emergiendo en aquel impenetrable manto de vivos colores, porque en los extensos campos de Mirra solo se cultivaban flores, que la gente de todas las otras tribus acudía a buscar por sus poderes sanadores o incluso mágicos, y a cambio, abastecían a sus habitantes de todo lo necesario para subsistir, “Por aquí…” Indicó Mica, señalando una rampa que bajaba amplia y suavemente desde la Ruta hasta los campos, destinada a los numerosos comerciantes que entraban y salían de Mirra con carros o canastos repletos de flores. Un hombre, en ese momento, caminaba junto a una carreta cargada de todo tipo de flores que era tirada por dos hombres encadenados a esta. En Mirra, como en la mayoría de las ciudades-tribus, los crímenes se pagaban con días, meses o incluso años de esclavitud, “Dioses, mira a ese tipo” Dijo Tanco, dándole un golpecito a su camarada y señalando disimuladamente al dueño de la carreta, “Camina igual que Pango” añadió, y comenzó a imitar el andar de Pango, con los brazos colgando inertes a cada lado, sin su natural bamboleo alternado, Límber rió, pero Mica no entendió el chiste, “¿Ven esos bosques, al otro lado del Zolga?” indicó la chica con el dedo las verdes colinas al otro lado del río y agregó con suave orgullo, “Allá está mi hogar” Tanco no lo podía creer, “¡Tu hogar? ¿Ese es tu plan? ¡Pero si te fuiste hace veinte años!” Lo cierto era que en la familia de Mica todos fueron leñadores, en tiempos en que este trabajo era muy bueno y la madera muy exigida, pero con el tiempo el negocio decayó, la gente envejeció y los jóvenes no continuaron, su casa seguro seguía ahí, tan abandonada como la dejaron. Mientras avanzaban, las personas les ofrecían sus insuperables productos y a los mejores precios, desde flores para alejar malos espíritus, hasta otras que curaban el estreñimiento en una sola noche, que los muchachos desestimaban como consumidores exigentes, mientras la niña observaba todo a través de las numerosas rendijas de su carro, cosa que más de uno de aquellos comerciantes pudo notar. Un tipo gordo, de labios desproporcionados y una bonita cornamenta bien cuidada, se mostró particularmente interesado, haciéndole un comentario a un enano escamoso de ojos saltones que parecía ser su compinche., “¿De qué rayos hablas, Bardú?” Respondió este, y su voz sonaba extrañamente grave y educada. El gordo miraba suspicaz a los forasteros alejarse, “Llevaban a alguien dentro de ese carro…” Señaló con voz aguardentosa, como si aquello fuese la cosa más extraña del mundo, “Tal vez su hijo estaba cansado de caminar y lo subieron ahí. Es un día cálido Bardú” Argumentó el enano con toda convicción, pero Bardú remangó sus desmesurados labios en una mueca de poco convencimiento, “Ni siquiera se dirigen hacia el árbol único” Y se lanzó tras ellos para cortarles el paso con una enorme sonrisa, “Mi nombre es Bardú, comerciante de Mirra, tal vez pueda ayudarlos si me dicen lo que buscan, las flores son mi especialidad, ¿hospedaje? ¿comida? ¡Deben probar el pescado asado!” Mientras husmeaba con insistencia el interior del carro a través de la cortina. Mica le explicó que ella también era de Mirra y que solo se dirigía a su antiguo hogar por asuntos que no le concernían, pero cuando le dijo que su hogar estaba en los bosques, el rostro de Bardú dejó ver una gran y honesta preocupación, “Las defensas de las colinas cayeron hace años, los carnófagos invadieron los bosques, y de los pocos infelices que aún vivían allí… nunca más se supo” “Es cierto…” Afirmó una voz grave y educada tras ellos, era Nugo, el enano de ojos saltones, y añadió “De hecho, hay una generosa recompensa para quien recupere los bosques para Mirra, aunque ninguno de los honestos comerciantes de aquí abandonaría sus negocios para ir a enfrentarse a esas criaturas hambrientas y agresivas” Concluyó Nugo, y entonces, y a menos de un metro de distancia, vio claramente los ojos de una niña, rodeados de piel blanca, limpia de pelos o escamas, que le observaban con curiosidad a través de una rendija, lo que lo dejó mudo, “Lo pensaremos” Contestó Límber, mientras echaba a andar tirando del carro y los demás le seguían. Nugo se rascaba el cuello, ahora era él el que los miraba suspicaz, “No sé qué diablos era, Bardú, pero eso no era un niño normal” Dijo, tratando de penetrar las paredes del carro con sus ojos saltones, mientras este se alejaba.


León Faras.



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