domingo, 10 de octubre de 2021

Humanimales.

 XI.

 

“Hay que salir de aquí” Propuso Mica, imperiosa, pero sin levantar la voz, Límber asintió seguro, escudriñando el Yermo con sus bien dotadas orejas, mientras cogía el carro y Tanco retiraba el cuerpo del carnófago medio decapitado de en medio. Cora sangraba en gruesos goterones, pero instintivamente cogió la mano de su hermana sabiendo que tendrían que correr y en el Yermo solo había un lugar hacia donde correr. Pronto se dieron cuenta de que el carro y el desigual terreno del Yermo, no eran el uno para el otro y tan solo por andar rápido hacía que se estremeciera hasta casi voltearse, “¡Saca a la niña!” Le ordenó Mica, Límber dudó, debido a lo inusual de su aspecto y a la presencia de desconocidos, pero la chica ya los veía venir, y había que correr: eran tres los primeros en aparecer, y se movían rápido guiados hacia ellos por las detonaciones y el olor de la sangre. Cora y Gigi ya corrían hacia la vieja torre que no estaba a menos de quinientos metros, un vestigio del viejo mundo situado al borde de río Barros, un río que cuando llegaban las lluvias se hacía fuerte y majestuoso, e incluso responsable de ir año a año arrasando con la antigua construcción, corroyendo sus cimientos hasta acabar llevándosela por completo algún día, pero que el resto del año no era más que un lodazal putrefacto de treinta centímetros de profundidad que no corría a ninguna parte. La niña corría veloz de la mano de Mica, justo detrás de Cora y Gigi. Cuando Tanco se detuvo para recargar su escopeta y echarle un vistazo a su compañero que aún tiraba del carro, se dio cuenta de que ya no eran tres los carnófagos que le seguían, sino que se podían ver siete, y corrían como fieras hambrientas hacia ellos, “¡Deja eso o no lo lograrás!” Le gritó reanudando su corrida, dos más aparecían por la derecha y estos se veían muy cerca. Límber le hizo un gesto de que él podía hacerlo, pero su compañero insistió, “¿De qué mierda sirve ese trasto en la torre, eh?” y echó a correr como un verdadero velocista, alcanzando de inmediato a las chicas, cogiendo el canasto de Gigi y cargándoselo a la espalda y luego a la propia niña bajo el brazo, como un bulto, para que su hermana Cora corriera libremente, “¡Rápido, ya falta poco!” Las animó. Límber se dio cuenta en ese momento de que irremediablemente se quedaba rezagado y al fin soltó el carro, no sin algo de frustración personal en el gesto, pero al menos ya podía correr con total libertad, entonces vio como Mica se detenía repentinamente, animando a la niña a seguir corriendo detrás de los demás, cogía su arco y le apuntaba directamente a la cabeza, disparó, falló por poco e inmediatamente apuntaba de nuevo, pero no a él esta vez, “¡Rápido!” Le gritó la chica, poniéndose a correr de nuevo. Quedaban menos de cien metros. Dos carnófagos que habían estado muy cerca de alcanzar a Límber, se revolcaban en el suelo gracias al fino talento de Mica para el arco, la mala noticia, era que la chica acababa de notar que solo le quedaba una flecha en su aljaba.

 

La añosa escalera metálica, o lo que quedaba de ella, para poder acceder a la vieja torre, estaba suspendida a un metro y medio de altura, demasiado para unas niñas pequeñas y mucho también para una chica que apenas sobrepasaba esa altura y con solo un brazo útil. Límber se detuvo a diez metros de la torre, apuntó al carnófago más cercano y disparó. Ya qué más daba un poco de ruido en el Yermo, si podía ver una docena de bestializados corriendo hacia ellos. Mientras Tanco se agachaba hasta poner su cabeza entre las piernas de Cora y levantarla con los hombros, Mica hacía un gesto explícito de dolor al ver que gastaba su última flecha en la entrepierna de un carnófago muy desafortunado. Límber volvía a disparar y derribar a uno, pero el siguiente estaba demasiado cerca; el bestializado le saltó encima como una fiera y lo arrojó al suelo, Límber lo agarró del cuello para mantener sus sucias mandíbulas alejadas de su cara, mientras encontraba la forma de usar sus piernas para quitárselo de encima. Cuando lo logró, el carnófago cayó a un par de metros, Límber se puso de pie de un salto, le apuntó con su rifle y disparó, pero su arma sonó vacía. Se llevó la mano a su cuchillo. Mica aún estaba allí, tenía el cortaplumas de Nurba en la mano, todo sucedía tan rápido, que ni siquiera ella lo vio venir, un nuevo carnófago le caía sobre la espalda a Límber y lo agarraba con los dientes de la parte que más odiaba ser agarrado: una oreja. Gritó de dolor, incapaz de defenderse mientras el maldito carnófago tiraba de él y le arrancaba un trozo, entonces Mica aprovechó esto para clavarle su cuchillo en la nuca al bestializado y cortar toda comunicación entre su cerebro atrofiado y el resto de su cuerpo, al tiempo que el carnófago anterior, ya saltaba sobre ellos en un nuevo ataque, pero su rostro de bestia endemoniada estalló en el aire y los bañó con sus restos sólidos, líquidos y gelatinosos. Tanco recargaba su escopeta mientras movía el cuerpo del carnófago sin rostro de un empujón con el pie para liberar a su compañero, “¡Rápido!” Le dijo, estirándole la mano. Cora y las niñas ya estaban en la torre, y los carnófagos que quedaban se entretenían a varios metros con los cuerpos de los caídos, pero con todo el escándalo que habían armado, era fácil creer que venían más en camino.

 

Por fin podían atender el brazo de Cora, y no era una simple mordida, faltaba un trozo de músculo ahí, sangraba mucho y no podía mover la mano con naturalidad. “¿De qué tribu son?” Le preguntó a Mica, mientras esta le vendaba el brazo; solo podía hacer eso, venda y un torniquete, “Yo soy de Mirra, ellos de Portas…” respondió la joven, pero la respuesta no estaba completa, “¿Y esa pequeña tan rara?” Agregó Cora, mirando a la niña que parecía entablar amistad con su hermana Gigi. Mica se encogió de hombros, “No lo sé, creo que ni ella misma lo sabe” Respondió, y luego le ofreció algunas flores adormecedoras, “Toma, muérdelas y extráeles el jugo, te calmarán el dolor” Límber, sentado con la espalda apoyada en la pared y el rostro estrellado con sangre de carnófago, se curaba la oreja con un puñado de ceniza y los dientes apretados, aunque no por el dolor. Tanco se sentó a su lado, “¿Cuánta munición te queda?” Le preguntó, el otro lo miró forzando los ojos hacia un lado y sin soltarse la oreja mutilada, “Cuatro, ¿y a ti?” “Seis. A Mica no le queda ninguna” Señaló, restregándose la nariz con rudeza. Necesitarían más que eso para salir de allí, porque casi no les quedaba agua ni comida tampoco. Cuando Mica llegó a su lado, se quedó parada observando a las niñas que, mirando hacia abajo desde una esquina, parecían divertirse con algo que les arrancaba algunas risitas cómplices de vez en cuando, como si algo divertido estuviera ocurriendo allá abajo. Tanco también mostró curiosidad. Las niñas habían descubierto un cordel que pendía desde la parte alta de la torre, con un puñado de chucherías metálicas atadas en su extremo que al ser sacudidas provocaban un ruido que atraía a los carnófagos, estos querían alcanzarla, pero las pequeñas lo levantaban en el último momento y el carnófago rodaba por una pequeña pendiente de un metro directo al barro del río Barros, del que no sabían exactamente hacia dónde dirigirse para salir.


León Faras.

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