XI.
“Hay que salir de aquí” Propuso Mica,
imperiosa, pero sin levantar la voz, Límber asintió seguro, escudriñando el
Yermo con sus bien dotadas orejas, mientras cogía el carro y Tanco retiraba el
cuerpo del carnófago medio decapitado de en medio. Cora sangraba en gruesos
goterones, pero instintivamente cogió la mano de su hermana sabiendo que
tendrían que correr y en el Yermo solo había un lugar hacia donde correr.
Pronto se dieron cuenta de que el carro y el desigual terreno del Yermo, no
eran el uno para el otro y tan solo por andar rápido hacía que se estremeciera
hasta casi voltearse, “¡Saca a la niña!” Le ordenó Mica, Límber dudó, debido a
lo inusual de su aspecto y a la presencia de desconocidos, pero la chica ya los
veía venir, y había que correr: eran tres los primeros en aparecer, y se movían
rápido guiados hacia ellos por las detonaciones y el olor de la sangre. Cora y
Gigi ya corrían hacia la vieja torre que no estaba a menos de quinientos
metros, un vestigio del viejo mundo situado al borde de río Barros, un río que
cuando llegaban las lluvias se hacía fuerte y majestuoso, e incluso responsable
de ir año a año arrasando con la antigua construcción, corroyendo sus cimientos
hasta acabar llevándosela por completo algún día, pero que el resto del año no
era más que un lodazal putrefacto de treinta centímetros de profundidad que no
corría a ninguna parte. La niña corría veloz de la mano de Mica, justo detrás
de Cora y Gigi. Cuando Tanco se detuvo para recargar su escopeta y echarle un
vistazo a su compañero que aún tiraba del carro, se dio cuenta de que ya no
eran tres los carnófagos que le seguían, sino que se podían ver siete, y
corrían como fieras hambrientas hacia ellos, “¡Deja eso o no lo lograrás!” Le
gritó reanudando su corrida, dos más aparecían por la derecha y estos se veían
muy cerca. Límber le hizo un gesto de que él podía hacerlo, pero su compañero
insistió, “¿De qué mierda sirve ese trasto en la torre, eh?” y echó a correr
como un verdadero velocista, alcanzando de inmediato a las chicas, cogiendo el
canasto de Gigi y cargándoselo a la espalda y luego a la propia niña bajo el
brazo, como un bulto, para que su hermana Cora corriera libremente, “¡Rápido,
ya falta poco!” Las animó. Límber se dio cuenta en ese momento de que
irremediablemente se quedaba rezagado y al fin soltó el carro, no sin algo de
frustración personal en el gesto, pero al menos ya podía correr con total
libertad, entonces vio como Mica se detenía repentinamente, animando a la niña
a seguir corriendo detrás de los demás, cogía su arco y le apuntaba
directamente a la cabeza, disparó, falló por poco e inmediatamente apuntaba de
nuevo, pero no a él esta vez, “¡Rápido!” Le gritó la chica, poniéndose a correr
de nuevo. Quedaban menos de cien metros. Dos carnófagos que habían estado muy
cerca de alcanzar a Límber, se revolcaban en el suelo gracias al fino talento
de Mica para el arco, la mala noticia, era que la chica acababa de notar que
solo le quedaba una flecha en su aljaba.
La añosa escalera metálica, o lo que
quedaba de ella, para poder acceder a la vieja torre, estaba suspendida a un
metro y medio de altura, demasiado para unas niñas pequeñas y mucho también
para una chica que apenas sobrepasaba esa altura y con solo un brazo útil.
Límber se detuvo a diez metros de la torre, apuntó al carnófago más cercano y
disparó. Ya qué más daba un poco de ruido en el Yermo, si podía ver una docena
de bestializados corriendo hacia ellos. Mientras Tanco se agachaba hasta poner
su cabeza entre las piernas de Cora y levantarla con los hombros, Mica hacía un
gesto explícito de dolor al ver que gastaba su última flecha en la entrepierna
de un carnófago muy desafortunado. Límber volvía a disparar y derribar a uno,
pero el siguiente estaba demasiado cerca; el bestializado le saltó encima como
una fiera y lo arrojó al suelo, Límber lo agarró del cuello para mantener sus
sucias mandíbulas alejadas de su cara, mientras encontraba la forma de usar sus
piernas para quitárselo de encima. Cuando lo logró, el carnófago cayó a un par
de metros, Límber se puso de pie de un salto, le apuntó con su rifle y disparó,
pero su arma sonó vacía. Se llevó la mano a su cuchillo. Mica aún estaba allí,
tenía el cortaplumas de Nurba en la mano, todo sucedía tan rápido, que ni
siquiera ella lo vio venir, un nuevo carnófago le caía sobre la espalda a
Límber y lo agarraba con los dientes de la parte que más odiaba ser agarrado:
una oreja. Gritó de dolor, incapaz de defenderse mientras el maldito carnófago
tiraba de él y le arrancaba un trozo, entonces Mica aprovechó esto para
clavarle su cuchillo en la nuca al bestializado y cortar toda comunicación
entre su cerebro atrofiado y el resto de su cuerpo, al tiempo que el carnófago
anterior, ya saltaba sobre ellos en un nuevo ataque, pero su rostro de bestia
endemoniada estalló en el aire y los bañó con sus restos sólidos, líquidos y
gelatinosos. Tanco recargaba su escopeta mientras movía el cuerpo del carnófago
sin rostro de un empujón con el pie para liberar a su compañero, “¡Rápido!” Le
dijo, estirándole la mano. Cora y las niñas ya estaban en la torre, y los
carnófagos que quedaban se entretenían a varios metros con los cuerpos de los
caídos, pero con todo el escándalo que habían armado, era fácil creer que
venían más en camino.
Por fin podían atender el brazo de
Cora, y no era una simple mordida, faltaba un trozo de músculo ahí, sangraba
mucho y no podía mover la mano con naturalidad. “¿De qué tribu son?” Le
preguntó a Mica, mientras esta le vendaba el brazo; solo podía hacer eso, venda
y un torniquete, “Yo soy de Mirra, ellos de Portas…” respondió la joven, pero
la respuesta no estaba completa, “¿Y esa pequeña tan rara?” Agregó Cora,
mirando a la niña que parecía entablar amistad con su hermana Gigi. Mica se
encogió de hombros, “No lo sé, creo que ni ella misma lo sabe” Respondió, y
luego le ofreció algunas flores adormecedoras, “Toma, muérdelas y extráeles el
jugo, te calmarán el dolor” Límber, sentado con la espalda apoyada en la pared
y el rostro estrellado con sangre de carnófago, se curaba la oreja con un
puñado de ceniza y los dientes apretados, aunque no por el dolor. Tanco se sentó
a su lado, “¿Cuánta munición te queda?” Le preguntó, el otro lo miró forzando
los ojos hacia un lado y sin soltarse la oreja mutilada, “Cuatro, ¿y a ti?” “Seis.
A Mica no le queda ninguna” Señaló, restregándose la nariz con rudeza.
Necesitarían más que eso para salir de allí, porque casi no les quedaba agua ni
comida tampoco. Cuando Mica llegó a su lado, se quedó parada observando a las
niñas que, mirando hacia abajo desde una esquina, parecían divertirse con algo
que les arrancaba algunas risitas cómplices de vez en cuando, como si algo divertido
estuviera ocurriendo allá abajo. Tanco también mostró curiosidad. Las niñas habían
descubierto un cordel que pendía desde la parte alta de la torre, con un puñado
de chucherías metálicas atadas en su extremo que al ser sacudidas provocaban un
ruido que atraía a los carnófagos, estos querían alcanzarla, pero las pequeñas
lo levantaban en el último momento y el carnófago rodaba por una pequeña pendiente
de un metro directo al barro del río Barros, del que no sabían exactamente
hacia dónde dirigirse para salir.
León Faras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario