viernes, 22 de octubre de 2021

Humanimales.

 

XIII.



Recuperaron el carro y algunas flechas. Por el momento no había más carnófagos cerca, pero estaban hambrientos y el agua también se les había acabado, y si no tenían para beber, menos tendrían para asearse, y es que para ese momento, todos, unos más, otros menos, olían a la mierda de los carnófagos, por la que habían debido caminar y arrastrarse durante todo el día. Aún quedaba algunas horas de luz solar, suficiente para salir del Yermo y llegar a la Ruta de las flores, desde donde el regreso a Bocas era un camino seguro, y Cora estaba ansiosa, pues había tardado mucho más de la cuenta y se temía lo peor, “Yo las acompañaré” Señaló Tanco, mientras recuperaba su escopeta y la examinaba cuidadosamente, como un especialista que examina una antigüedad valiosa, a pesar de que Mica ni siquiera la había usado. Límber lo miró con el rostro contraído, como desconfiado, pero no dijo nada, sin embargo, Tanco conocía esa cara, “Solo hasta la Ruta, ¿sí? Ella está herida, su hermana es pequeña…” Límber asintió sin cambiar la expresión de su rostro, “Regresa por la Ruta, nos encontraremos en la entrada de Mirra” Agregó Mica, y Tanco, junto con las chicas de Bocas, se fueron. Cuando Límber y Mica voltearon para ver dónde estaba la niña, la encontraron desastillando un trozo de tronco podrido con una pequeña cuchilla, y extrayendo desde dentro gordos gusanos blancuzcos que devoraba como caramelos. Lo sorprendente no era que la niña comiera gusanos, lo sorprende era que siempre sabía cómo y dónde encontrar alimento, a pesar de que parecía no entender ni una palabra de lo que se le decía, era un misterio cómo había aprendido todas esas cosas. Luego de imitar a la niña y buscar algo de comer, se fueron hacia la Ruta para abastecerse de agua y seguir su camino, “¿Qué te parece Brú?” Comentó Mica de pronto, Límber la miró como si se hubiese perdido una parte importante de la conversación, “¿Brú?” Repitió. La chica se explicó, “Es que Yagras en realidad buscaba una brújula, y nosotros creímos que era a la niña, y como ella necesita un nombre, pensé en brújula, Brú” Límber le echó un vistazo a la niña que dentro del carro roía un duro trozo de raíz sin prestarles la más mínima atención a lo que hablaban, y luego a la chica que caminaba a su lado, “Para mí está bien, y no creo que a ella le importe” Concluyó.



Yagras, sentado a la cabecera de su gran mesa, bebía junto a sus más cercanos una jarra de un licor de hermoso rojo rubí hecho a partir de las abundantes y deliciosas bayas de Yacú, cuando Itri llegaba a su lado, “Señor, encontramos algo que debería ver” Yagras detuvo su jarra a medio camino de llegar a su boca, “¿Es sobre Darga?” Preguntó interesado, Itri asintió. Yacú era una ciudad amurallada asentada en un fértil valle plagado de pequeñas lomas de lomos redondeado que asemejaban suaves olas de mar sobre las cuales navegaban las pequeñas pero numerosas casas de los habitantes rodeadas de cultivos y huertos, regados por el inagotable llanto de sus hermanas mayores, las montañas que les vigilan y protegen. En una de estas montañas, más allá de los muros de Yacú, Itri señaló una cueva, una a la que jamás le habían prestado especial atención, pero alguien más sí, porque acusaba haber sido habitada durante mucho tiempo aunque con muy pocas comodidades, el hecho era que las cosas que se hallaban allí pertenecieron a Darga; la ropa abandonada, las botas viejas y esas horribles pulseras de huesos de carnófago que le gustaba usar y fabricar, pero eso no era todo, también había una pequeña cuna, algunas mantas, unos pequeños zapatitos de cuero de carnófago cosidos con esmero, aunque con poco talento estético, para una niña pequeña. Darga había criado una niña pequeña durante años allí y sin que nadie se diera cuenta, de seguro había tenido un cómplice para lograrlo, pero hasta ahora, no se hacían una idea de quién podía haberle ayudado. Entendían por qué se había ocultado allí, entendían por qué había huido, pero la pregunta que Yagras se hacía en ese momento, y la misma que todos se hacían era, “¿De dónde diablos Darga sacó esa cría?” “Tal vez, era su hija…” Propuso Itri, como una alternativa, y ante la mirada de incredulidad de su líder, agregó, “Tal vez, la niña nació así y por eso debió ocultarla” Aquello era algo de lo que nunca, jamás se había tenido noticias, que una niña tan rara naciera de personas normales, pero casi que era más probable que pensar que la pequeña fuese una humana pura de verdad. Yagras asintió en silencio, “Tal vez… Los dioses pueden ser muy creativos cuando quieren entretenerse”



El camino hasta la Ruta fue tranquilo, sin presencia de carnófagos por ninguna parte, entorpecido solo por el constante dolor que Cora sentía en el brazo, “Tenemos un sanador en Bocas, es muy bueno, él me verá el brazo en cuanto llegue” Dijo Cora, cuando ya estaban en el punto de la Ruta en el que debían separarse, Tanco dudó, parecía tener algo que decir antes de irse, “Escucha…” Comenzó, metiéndose una mano en uno de sus bolsillos, “…tengo un remedio para la Locura, no sé si funciona, nunca lo he probado, pero me dijeron que funcionaba bien” Se trataba de una pequeña botellita de arcilla con un tapón, Tanco continuó, “Tal vez quieras probarlo con tu padre, no tienes nada que perder” Cora lo miró a los ojos con agudeza y luego a la botella, “No tengo con qué pagarte, me gasté todo lo que tenía en las flores” Advirtió, el otro le puso la botella en la mano, “No necesito que me pagues, pero necesito que me hagas un favor a cambio” Entonces Tanco, se dirigió al borde de la Ruta, escogió tres piedras más o menos planas y las puso sobre una más grande, adherida al cerro, una sobre la otra, como un pequeño monolito que inmediatamente desarmó “Si el remedio funciona, tienes que prometerme que volverás aquí, y pondrás las piedras una sobre la otra de nuevo, como una torre, ¿entiendes?” La chica entendía lo que debía hacer, lo que no entendía era el porqué, Tanco se lo aclaró “Porque la próxima vez que pase por aquí, quiero saber si el remedio funciona” Cora aceptó, y junto con Gigi volvieron a casa. Ya comenzaba el ocaso, y Tanco emprendió su regreso a Mirra, por el camino, pensaba en el remedio que le había dado a Cora, en que ojala estuviera a tiempo de usarlo, porque de verdad necesitaba saber si funcionaba, necesitaba saber si la sangre de la niña, la que había obtenido del pequeño corte que la niña se hizo en la pierna, curaba de verdad la Vesania Atávica.


León Faras.

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