jueves, 25 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XIX.



¿Maru?” Preguntó Mica, sorprendida de ver a su antiguo amigo, pero este le dirigió una mirada de indignación, como un severo oficial al que le dirigen la palabra sin su permiso, “¿Y tú quién diablos eres?” Respondió, seco. El esbozo de sonrisa en la cara de la chica se desvaneció como una gota de agua sobre una piedra caliente, “¡Soy yo, Mica!” Insistió, aunque ese no era el mejor momento ni lugar para retomar viejas amistades. Maru, luego de hacer entrar a un carnófago por la ventana con un hachazo en el cráneo, le echó otro vistazo, esta vez, un poco más cuidadoso, al ansioso rostro de la muchacha, pero su expresión no cambió, “No te he visto en mi vida” Le dijo, luego de hurguetearse un oído, “¿Podemos pensar en cómo salir de aquí?” Intervino Límber, incómodo con su ingrata labor de portero, “Pues, a menos que sepan como volar…” Dijo Maru, indicando el forado en el techo, “…tenemos que llegar a la siguiente cabaña, la que tiene el mirador sobre el techo, desde allí podemos ir a un lugar seguro” Concluyó, dándole un feroz golpe en el ojo a un inoportuno carnófago con la punta del mango de su hacha, Límber miró a su compañero y le transmitió una preocupación que el otro conocía bien, Maru vio esa expresión y no le gustó nada, “Estoy metido aquí por ustedes, y no pienso ser devorado por carnófagos hoy” Luego los miró a ambos con una inquietante severidad en los ojos, “Yo voy a salir de aquí, con o sin ustedes” Advirtió, y su hacha estaba de acuerdo con él, “¿Cuántos te quedan?” Preguntó Tanco, Límber tardó en responder, fastidiado, “Uno…” Dijo al fin, Tanco le lanzó la pistolita artesanal de Darga cuya única bala aún no había sido usada, “Ya tienes dos, igual que yo. Ahora salgamos de aquí” Concluyó. Maru los miró con una extraña expresión entre incrédulo y maravillado, “¿Vienen hasta aquí y solo traen eso? O son idiotas, o son incursores…” Afirmó con cierto tono de broma, pero aquello no obtuvo respuesta, porque el potente aullido volvió a sonar, y esta vez tan cerca, que incluso los carnófagos que los acosaban parecieron preocupados. La expresión de Maru fue elocuente y preocupante, “Olviden las otras cabañas…Sentenció. Por primera vez desde que estaban allí encerrados, Límber pudo despegar su adolorido hombro de la puerta. Los carnófagos habían desaparecido, “¿Qué diablos fue eso?” Preguntó nervioso, Maru lo miró con desprecio por su ignorancia, “Es Yuba, el invencible” Aclaró. “Pero… creí que eso del carnófago gigante era solo un cuento para asustar a los niños” Alegó Mica, sorprendida, pero entonces unos pasos enormes comenzaron a oírse, agitando los árboles a su paso, desgarrando sus ramas. Eran los pasos de algo realmente grande, “Eso no es un carnófago…” Comentó Tanco, como si aquella información necesitara ser precisada, Maru ya pegaba la espalda a una pared, “Yuba en lengua antigua significa Muy Alto. Es un piel-dura de la tribu de Búlvar” Anunció, y eso significaba que su escasez de munición ya no era tan importante, porque sus armas no les servirían de nada contra eso.



Los gigantes de la tribu de Búlvar, descendientes de los antiguos paquidermos, eran una raza que, al igual que los Noba, decidieron aislarse del resto y formar su propia tribu, aunque por razones diferentes. Mientras que estos lo hicieron porque preferían un modo de vida más primitivo y violento y menos civilizado que el de los demás, aquellos lo hicieron por razones prácticas: porque todo lo necesitaban acorde a su excepcional talla y solo ellos mismos podían satisfacer sus propias necesidades. Eran una tribu pacífica que ocupaba una extensa región, no tan rica en recursos como las otras, pero sí mayor en tamaño. No contaban con enemigos, eran respetados sin necesidad de hacer nada al respecto, incluso por los carnófagos, los que, a pesar de ser imbéciles, comprendían muy bien que no tenían nada que hacer contra un piel-dura de Búlvar adulto, sin embargo el llamado Yuba era un caso especial, porque estaba completamente desquiciado. Algunos decían que la Vesania Atávica le había destruido la mente sin acabar con su vida, debido quizás a alguna cualidad especial de su colosal anatomía, mientras que otros, entre ellos el propio Maru, aseguraban que su desajuste mental se debía a comer carne de carnófago cruda, porque él mismo lo había visto devorar carnófagos como quien come ratas asadas.



Tenían una oportunidad y era permanecer ocultos y pasar desapercibidos; sentados en el suelo, con sus espaldas pegadas a la pared y aferrados a sus inútiles armas como si de amuletos se trataran. Todos habían visto alguna vez un gigante de Búlvar, aun así siempre era algo impresionante, incluso aunque se trataba de seres pacíficos y civilizados, pero Yuba había perdido todo eso. Límber lo vio aparecer de reojo por la ventana que custodiaba, porque las condiciones habían cambiado y ya no tenía sentido seguir conteniendo la puerta. Yuba tenía la espalda curva, ligeramente jorobada, una fea protuberancia en la cima del cráneo cubierta de pelo ralo y aquella rara nariz colgante con la que emitía su estridente aullido. Medía poco más que dos hombres y eso era razonable, porque había quienes eran más grandes e intimidantes que él, como el líder Bacá de Búlvar, por ejemplo. En sus manos regordetas y de dedos cortos, blandía la rama de un árbol lo suficientemente grande como para destrozarle la columna vertebral a cualquiera de un solo golpe. Pero esa extraña nariz corrugada que le colgaba frente a la boca no solo le servía para aullar, su olfato también era extraordinario, si de receptores olfativos se trataba, y Yuba olía algo en ese momento, “Mierda, nunca lo había tenido tan cerca” Se quejó Maru en un susurro. El gigante se había detenido. En ese momento, la puerta comenzó a abrirse, como impulsada por una suave brisa, solo que aquella brisa era un estúpido carnófago que olisqueaba el aire, hambriento, debía de estarlo como para arriesgarse a disputar una presa con el gran Yuba. Mica le apuntó con su arco, el carnófago le enseñó sus dientes con un estirado graznido asfixiado. Maru, desde donde estaba, también tenía preparado su arco, pero nadie se atrevía a moverse con el gigante merodeando afuera, hasta que un agudo y estridente chillido acabó con la tensión, “¿Qué rayos fue eso!” Exclamó Maru, mientras Mica disparaba su flecha y Límber apuntaba su rifle, “¡Espera!” Gritó Tanco en un susurro desesperado, pero no había tiempo: un carnófago oportunista se había colado por una ventana e intentaba coger a la niña. La detonación hizo lo que se esperaba, acabar con el bestializado por un lado y atraer toda la atención de Yuba por el otro, cuya cabeza, junto con uno de sus brazos, irrumpió violentamente por una ventana junto a Límber, quien tuvo la suficiente sangre fría como para coger su pistola y meterle su última bala en el paladar del gigante, cosa que no le haría gran daño, pero que sin duda lo pondría de un pésimo humor, tanto que en ese mismo instante comenzó a desbaratar la cabaña a golpes con su vara, mientras todos huían de ahí como ratas.


León Faras.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XVIII.



Lo siguiente que encontraron fueron algunas improvisadas escaleras atadas a los árboles, pensadas, sin duda, para poder trepar a ellos con relativa rapidez. Algunos árboles podían verse conectados entre sí con postes tumbados a manera de puentes, puentes por los que había que ser un equilibrista experimentado para cruzar con confianza, pues un mal paso y si no te mataba la caída, los carnófagos lo harían con gusto y poco esfuerzo, “Solo media hora más y llegamos” Anunció Mica, pero cinco minutos después, algo les cortaba el paso, una valla hecha con varas y ramas atravesadas entre los árboles, como un precario muro apenas suficiente para detener carnófagos que no estén tras una presa, “Bueno, hay que cruzar…” Dijo Mica, con la expresión de quién está comunicando una obviedad que no necesita ser comunicada, y que Límber aceptó como tal, pero que no convenció del todo a Tanco, “Esperen…” Los detuvo, como si no estuviera todo tan claro como pensaban, “Las vallas son para protegerse, ¿verdad?” Los otros lo miraron como si estuvieran esperando el remate de un chiste malo, Tanco continuó, “Y si en vez de estar entrando al lugar seguro, estamos saliendo de él…” Mica miró a Límber, Límber miró a Mica y Mica miró a Tanco, un poco mosqueada al final por sembrarle la duda, “¿Quieres llegar a mi casa, o prefieres pasar la noche tú solo en tu lugar seguro del bosque?Tanco enseñó las palmas de las manos como quien se rinde antes de pelear, solo era una sugerencia, no necesitaba ser tan ácida. Mica estaba convencida de que si alguien había instalado una valla, lo había hecho para proteger el lugar donde estaban las cabañas, donde las personas vivían, eso era lo más lógico, ¿o no?



En un momento se detuvieron y desde la posición en la que estaban, pudieron ver en la cima de la colina más próxima, perfectamente recortada contra el cielo azul, la silueta de la aldea de leñadores de Mirra, el hogar de Mica. La chica la admiró contenta de volver a verla, respiró hondo con una suave sonrisa de satisfacción en los labios, y cuando se disponía a caminar, volvió a oírse ese extraño y prolongado aullido, pero esta vez mucho más cerca y con toda la reverberación de las colinas y sus recovecos, haciéndolo sonar por todas partes y estirándolo con repetidos ecos. Todos se quedaron muy quietos, excepto Brú, que se soltó de la mano de Mica y corrió a esconderse dentro del carro. Todos sabían que los carnófagos no podían emitir gritos así, que con sus cuerdas vocales atrofiadas apenas podían hacer ese arrastrado graznido estrangulado característico, pero por otro lado, no podían imaginar qué ser vivo podía emitir un grito como ese en aquellas colinas, Tanco se acercó al oído de su compañero procurando verse conspirador y sospechoso para Mica, pero no evitando que esta le oyera, “Si aquí hay carnófagos, ¿Por qué alguien gritaría así, si eso los atrae?” Luego cogió la escopeta corta que le quitó a Bardú y se la ofreció a la chica, “Solo tiene un tiro, pero uno es mejor que nada” La chica la aceptó, sería tonto no hacerlo y ella no era ninguna tonta, pero se la guardó en el cinto y continuó con su confiable y silencioso arco en la mano. Continuaron caminando con los ojos bien abiertos y las orejas alertas, sin embargo, nunca se puede tener los ojos en todas partes. Límber sintió una ligera tensión en su bota que de pronto fue liberada al dar un paso. Esta no era una trampa como las otras, esta era mucho más sutil y mucho mejor disimulada: esta no era una trampa para carnófagos, sino que era una para intrusos. La detonación los hizo a todos encogerse y mirarse instintivamente, Tanco que iba atrás con el carro, solo se encogió de hombros, “Yo no fui…” Aseveró, como a quien pretenden culpar de un repentino y sospechoso mal olor, pero la cosa era mucho más grave que eso, porque esa trampa no era para cazar a nadie, sino que era para atraer a los carnófagos y que ellos hicieran la cacería, “¡Rápido!” Gritó Límber, apenas se dieron cuenta de lo que ocurría, e iniciaron una carrera hacia la aldea.



Fue la carrera más larga de sus vidas, no solo porque los carnófagos sí empezaron a aparecer como se temían, sino que también porque el camino, además de empinado, estaba lleno de trampas, fáciles de sortear pero letales si no lo hacías, y definitivamente imposibles para el carro, del cual, la niña, envuelta en una manta hasta las orejas, se negó tajante a abandonar, a pesar de los constantes saltos y de los bruscos tumbos que daba. Un carnófago que descendía la colina casi erguido debido a su velocidad y a la pendiente, corría directo hacia Mica, esta preparó su arco, pero el carnófago le saltó encima mucho antes de que estuviera a una distancia adecuada, lo que lo hizo estrellarse contra el suelo frenando toda su inercia de golpe. Solo fueron unos pocos segundos que Mica tuvo que procesar rápido, para deducir que aquel pobre infeliz había tropezado con una trampa y terminado atravesado por un par de afiladas estacas de madera, ocultas por generaciones y generaciones de hojas secas. Límber, por su parte, tuvo que derribar a otro con su rifle, que venía demasiado cerca y eludiendo todas las trampas del camino, no porque fuera especialmente listo, sino que porque perseguía al carro e imitaba el mismo recorrido que este. Tanco corría como un enajenado, devorando oxígeno a bocanadas, bañado en sudor, sin preocuparse de nada más que del camino que tenía frente a él, y sin apenas enterarse de la suerte de sus compañeros. Él llevaba el carro, y eso era lo que tenía que hacer, hasta que por fin, las primeras cabañas aparecieron frente a él, pero antes, de la nada, un carnófago le saltó encima, directo al cuello, Tanco hizo lo posible por esquivarlo, y coger su cuchillo, pero entonces lo vio, era el carnófago más feo que jamás hubiese visto en su vida, con la cara partida en dos por una horrible y profunda cicatriz que le había arrancado un ojo, inutilizado la nariz y quebrado varios dientes. Poco tardó en darse cuenta de que aquel bestializado no era un peligro serio, porque el pobre desgraciado estaba atado por el cuello a un árbol, muriendo lentamente de hambre y sin siquiera resultar apetitoso para sus camaradas. Mica puso fin a su miseria atravesándole el cuello con su cuchillo. A diferencia de las casas de Mirra, las cabañas estaban construidas a ras de piso, porque antaño ese era un lugar seguro, y la primera a la que podían acceder tenía la ventaja de que la puerta estaba abierta y lo suficientemente ancha para que cupiera el carro, el resto eran puras desventajas, porque al ser la primera, era la que estaba más deteriorada de todas, las ventanas estaban desvencijadas o rotas y apenas entraron todos, se dieron cuenta de que la puerta no podía mantenerse cerrada con seguro, lo que obligó a Límber a quedarse allí resistiendo las embestidas de una pequeña multitud de carnófagos hambrientos que los acosaban como fanáticos a su artista favorito, pero no podía recibir ayuda, porque sus amigos estaban demasiado ocupados repartiendo cuchilladas a los carnófagos que metían casi la mitad del cuerpo por las ventanas. Aquella era una resistencia inútil, y pronto tuvieron que empezar a gastar su munición para no verse superados. Límber seguía aguantando la puerta, cuando de pronto sintieron un buen golpe en el techo, como si algo muy pesado les hubiese caído encima, tanto que el tejado no tardó en colapsar y una bestia enorme cayó dentro, entre una gran nube de polvo iluminada por la luz del día, que la ocultaba, Tanco le apuntó con su escopeta a medida que la bestia se erguía demostrando su gran tamaño, pero cuando se decidió a disparar, Mica le empujó el arma a un lado y falló el tiro, “¡Oye!” Protestó Tanco, furioso por hacerle desperdiciar un cartucho, pero ahora podía ver que la bestia tenía un buen par de cuernos que no podían ser de un carnófago, “¡Bonita la que han armado! Espero que traigan suficiente munición para terminarla” Dijo el recién llegado, al tiempo que blandía un hacha de leñador contra la columna vertebral de un carnófago que pretendía meterse por una ventana.


León Faras.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Humanimales

 

XVII.



Además de las ratas, las puntas de flecha y las botas, que por cierto, le cupieron bastante bien a Límber, Tanco consiguió un arma que… no sabía bien qué era, parecía una escopeta pero del tamaño de una pistola grande que cargaba Bardú en el cinto, con capacidad para un solo cartucho; un inmaculado puñal con cacha de hueso de quien sabé qué criatura marina, que Nugo gentilmente le obsequió por el agravio; un bonito reloj de bolsillo que hace años no caminaba porque nadie sabía cómo se usaba, ni tenía interés en saber qué hora era, aunque sí se percibía como un objeto valioso; algo de dinero además del que ya se había gastado en comida y flechas y solo una de las dos botellitas de sangre que le había extraído a la niña. El maldito enano al parecer hablaba en serio, porque se negó de plano a revelar dónde había escondido la suya, a riesgo incluso de su propia vida.



Las colinas empezaban cubiertas de pequeños arbustos y matorrales que a medida que avanzaban se hacían más grandes hasta convertirse en el tupido bosque que antaño proveía de madera a los habitantes de Mirra. La temperatura era agradable, el sendero no muy empinado y en el bosque se oía el canto de una gran variedad de pájaros a los que no estaban acostumbrados, aparte de eso, todo parecía muy tranquilo, “¿Llegaremos a tu casa antes de que oscurezca?” Preguntó Tanco, que tiraba del carro vacío con la niña caminando a su lado, preocupado porque en un bosque tan cerrado como ese los días eran más cortos y las noches más largas, pero su interés por la respuesta se desvió hacia un costado del sendero, Mica, que caminaba delante y que estaba a punto de responder, lo notó porque de repente las ruedas dejaron de rechinar. Tanco se acercó, se agachó y con uno de sus cuchillos examinó algo en el piso, luego miró a sus compañeros, preocupado, “A menos que las personas de por aquí suelan cagar a un costado del camino, creo que esto es mierda de carnófago” Límber se acercó a mirar, pero no se agachó, “No es reciente…” Determinó, y luego de escudriñar los alrededores durante varios segundos con sus ojos desconfiados y sus grandes orejas, reanudó la marcha. Tanco cogió el carro y lo siguió, “No quiero ser aguafiestas, pero les recuerdo que apenas tenemos munición…” Y como no recibió respuesta, agregó en un tono más bajo, “…espero que sean buenos trepando árboles.” Tan solo veinte metros más allá, Límber se desvió del camino, intrigado, hacia los árboles, pronto los otros dos notarían qué le había llamado la atención: una flecha punta de hueso clavada en un árbol. Aunque parecía de la prehistoria, aún estaba en buen estado, lo que significaba que tanto tiempo, no tenía, “Una flecha artesanal” Afirmó Mica tras verla, “O eres muy pobre, o no has bajado de aquí en mucho tiempo” Sugirió Tanco, aunque podían ser ambas. No era ni mediodía y esto ya pintaba mal, pero se mejoró cuando superaron la primera colina, del otro lado, la tierra descendía hasta converger en un diminuto lago pintado de cielo y verde, salpicado de grandes rocas, como seres primitivos blancucientos sentados en torno a una fogata, todo armonizado con la presencia de una incansable cascada, no muy grande pero sin duda preciosa, “Yo solía pasar tardes enteras allí, entrando y saliendo del…” Mica rememoraba bellos recuerdos, pero fueron de pronto bruscamente interrumpidos por Tanco, “Espera, ¿qué es eso?” Dijo, señalando el lago, pero no parecía haber nada allí que llamara la atención en particular, entonces debió ser más específico, “Allí, junto a esa roca grande partida en dos” Junto a la roca grande había una más pequeña, aunque tenía una forma peculiar y la sombra que proyectaba era extraña, Límber sacó su binocular estropeado y la examinó, pero no pareció convencido, “¡Yo no veo nada!” Protestó Mica, con Brú cogida de su mano, ignorante de todo, entonces la chica cogió con un zarpazo el binocular de las manos de Límber y miró con más cuidado, “Acaso creen que…” Antes de terminar la frase debió echar otro vistazo, “¿Creen que ese es un carnófago?” Los muchachos no tenían respuestas, solo dudas, “¡Pero si no se ha movido desde que llegamos!” Insistió la chica, “Parece alguien en cuclillas ¿no crees?” Sugirió Límber, “A mí me pareció un carnófago cagando, pero en verdad lleva mucho tiempo inmóvil” Concluyó Tanco, dispuesto ya a continuar, y lo hicieron, bordeando el lago sin descender, hasta que un nuevo claro en el bosque les permitió ver el lago otra vez desde otra perspectiva, “Oh, mierda…” Murmuró Límber después de echar un vistazo, y empezó a escudriñar los alrededores nervioso, apretando su rifle con ambas manos, los otros también miraron el lago, la roca pequeña ya no era una roca, era un carnófago efectivamente, pero ahora tirado de bruces en el suelo con una flecha clavada en la nuca “¡Sí era un carnófago!” Exclamó Tanco, triunfal, “Y alguien más lo acaba de abatir…” Agregó Mica, con menos ánimo en la voz, y ligeramente preocupada.



Estaban en tierra de carnófagos, no es que hubiera manadas de ellos pululando por todas partes, como le habían insinuado ese par de timadores, pero ya habían visto al menos uno, aunque, del que lo había matado no tenían ni idea. A medida que avanzaban, hallaron más de sus excrementos salpicando el paisaje, pero nada más. Mica caminaba distraída, mirando los alrededores para orientarse cuando Límber le cogió con rudeza el hombro para detenerla, “¿Qué!” Contestó la chica, casi enfadada, el otro señaló algo con el cañón de su rifle, “¿Qué crees que sea eso?” Había una cuerda atravesando el camino de lado a lado a diez centímetros de altura, como para hacer tropezar a alguien pero demasiado evidente como para no verla, “A menos que vayas distraída…” Sugirió Límber, “O que seas tan imbécil como un carnófago” Agregó Tanco, y luego algo más, “Qué les parece si la dejamos como está y continuamos. Tengo hambre y estoy cansado.” Poco rato después, Mica se encontró con “Anna II” Un yate naufragado en el bosque bautizado así hace incalculables años, a medio engullir por la tierra y colonizado por hongos y musgo en sus entrañas. Estaba tal cual como lo recordaba la chica y aún cumplía su labor de recordarle a habitantes y forasteros dónde estaban y hacia dónde debían ir. Más adelante, encontraron más cuerdas atadas a modo de zancadillas, pero estas tenían palos afilados en frente, dispuestos para atravesar a quien cayera sobre ellos, “No puede ser…” Murmuró Mica. Cuando ella era niña, conocía a un hombre llamado Maru, ese tipo de hombre que le gusta fanfarronear pero que lo hace con tal gracia que resulta simpático, y sus historias son graciosas. Solía jactarse de haber pasado muchos días y noches en el Yermo solo y haber salido de allí sin un rasguño, era un tipo grande y fuerte, con un estómago prominente, una risa aparatosa y un buen par de cuernos que le crecían hacia los lados y hacia delante de la cabeza, pero era tan cómico que nada de lo que decía sonaba real, “Él hablaba de usar trampas para carnófagos como estas…” Señaló Mica, y ante la incapacidad de comentar algo de los muchachos, agregó “¡Pero es imposible! Cuando yo era niña, Maru ya era viejo, ¡No puede ser él!”



No venía a cuento decirlo, pero la historia de Yuba, el carnófago de dos metros e inteligencia superior a la media, también se la contó Maru.


León Faras.



sábado, 6 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XVI.



Existen dos tipos de incursores…” Explicaba Límber, triturando con sus muelas un trozo de raíz mientras Mica preparaba su pescado para asarlo abierto y atravesado de varillas y la niña, aún soñolienta y con cara de drogada, tragaba bayas con una tranquilidad pasmosa e inusual en ella “…Aquellos que lo son, porque esa era su mejor alternativa, y los que lo son porque siempre desearon serlo. Yo soy de los primeros. Tanco es de los segundos. Sí, tiene sus ventajas, la gente te respeta, algunos te admiran solo por pasar una noche en el Yermo, pero también tiene sus desventajas, los incursores jamás tienen una familia, rara vez, porque nadie está dispuesto a estar con alguien que cada vez que sale, no sabes si va a regresar y si no lo hace, ni siquiera podrás ver sus restos” Mica lo escuchaba en silencio, entendía que él solo estaba desahogando su inconformismo, “¿Y no puedes dejar de ser incursor?” Preguntó la chica, casi con inocencia, “Sí, claro…” Respondió el otro con falso entusiasmo, “…si un carnófago te arranca un brazo o una pierna y sobrevives, puedes hacerlo” Luego de unos segundos para tragar lo que estaba comiendo, agregó, “Una mordida en la oreja no es suficiente” Y le arrancó otro trozo a la raíz para seguir masticando.



Luego de comer, comenzaron a buscar la forma de cruzar el río, pero de los numerosos puentes que Mica recordaba no quedaba ninguno, todos habían sido quemados o arrancados de cuajo, incluso los más grandes por donde se solían cruzar los grandes postes que sostenían la ciudad. Cuando ya se acercaba el ocaso, y aún no había ni pistas de Tanco, encontraron uno, pero no era ni de cerca lo que se esperaban, de hecho, el rostro de Límber rezumaba desilusión al verlo. Se trataba de una cuerda que iba y volvía de un extremo al otro del río mediante un sistema de toscas poleas ubicadas a ambos lados y que arrastraba una especie de canasto de base redondeada, que en el río daba muy poca confianza, trasportando, como mucho, a dos personas a la vez. Mica cruzó primero con la niña atada a la espalda. El canasto parecía resistir bien su peso, y en el medio era suavemente arrastrado por la corriente, pero nada peligroso, sin embargo, era un pésimo sistema si se tenía que huir de allí perseguido por una panda de carnófagos. Cuando por fin el canasto regresó vacío, Límber cargó el carro y todos sus bultos, excepto su rifle, y los arrastró hasta el otro lado con ayuda de Mica, mientras esta tenía todos sus sentidos puestos en los alrededores. Luego subió Límber, resignado pero para nada cómodo, la verdad era que prefería lidiar con carnófagos que con esa cantidad incalculable de agua corriendo bajo sus pies, y con ese amenazante murmullo que no podía ignorar por más que quisiera, respirando hondo y aferrando una cuerda que imaginaba cortándose a cada instante, el viaje fue muy largo y cuando lo logró, era evidente lo mal que lo había pasado. En Portas, el agua llegaba por medio de dos cascadas principales que descendían por la roca de las paredes naturales que rodeaban la ciudad y proveían de agua a toda esta, nada comparado con el Zolga, y aquel solamente era un brazo de este. Límber recordaba una vez, de niño, en que su padre los llevó a él y a su hermana Lila a los mercados flotantes del Zolga y se quedó impactado con el enorme tamaño de su cauce, su sobrecogedora anchura y la increíble ciudad que flotaba sobre él, no podía imaginar de dónde salía toda esa agua y hacia donde iba, su padre le explicó que iba hacia el gran océano de agua, algo así como el gran océano de arena, pero de agua, todo un horizonte de pura agua. Algún día ambos océanos se unirían y ellos desaparecerían, pero aún faltaba mucho tiempo para que algo así sucediera.



Se quedaron en la orilla del río, con sus armas preparadas y el precario canasto dispuesto para regresar en caso de que las cosas se pusieran feas, pero además de algunos ruidos lejanos y poco amenazantes, el constante murmullo del río y el crepitar de la leña seca quemándose, aquella fue una noche bastante tranquila. Mantuvieron el fuego encendido y se turnaron para montar guardia, cuando faltaban pocas horas para el alba, Límber oyó un silbido lejano, pero familiar y el mecanismo del canasto para cruzar el río se activó, Tanco volvía con un pequeño botín metido en un saco del que no quiso hablar, “Solo déjame dormir un par de horas, ¿sí?” Le dijo a su compañero mientras se tendía y se dormía casi en el acto. Tres horas después se despertaba con gotas de agua cayéndole en la cara. La niña, con el cabello empapado y las manos en la cintura lo observaba curiosa, tal vez un poco enfadada, como una madre que no está de acuerdo con que su hijo continúe durmiendo, para Tanco, aquello era obvio, la había drogado y le había hecho un pequeño corte en el brazo para sacarle sangre, eso podía molestar a cualquiera, “¡Ya lo sé! Lo siento…” dijo incorporándose y cogiendo su saco “Toma, te traje esto: ratas deshidratadas con especias” El rostro de la niña se iluminó, su enfado se esfumó y de inmediato cogió las brochetas con ratas espetadas para asarlas. Mica también lo miraba con cierto aire de reproche en los ojos, Tanco metió la mano en su saco, como si de un extraño Santa Claus se tratara, y sacó una pequeña bolsa de tela atada en un extremo que le lanzó a la chica, “Encontré algo de comida, pero nada de munición, excepto por esto…” Eran puntas de flecha de metal fundido de Portas, al menos una docena, “Y para ti…” Señaló, dirigiéndose a su compañero que lo miraba con profunda desconfianza, “…te encontré esto” Y le tiró las botas que pertenecían a Bardú, “Tenía los pies grandes como los tuyos” Límber miró las botas, se miró con Mica y luego de vuelta a su camarada, “¿Qué les hiciste?” Preguntó desconfiado, como si las respuestas quemaran, Tanco se desnudaba el torso para lavarse en el río, “¡Nada!” Contestó, y como la respuesta sonaba insatisfactoria, agregó, “No los maté, si eso creen, no fue necesario, ¿Sabían que esos imbéciles creen que comemos carne de carnófago?” Entonces un prolongado e intencional aullido en las colinas acabó con la discusión de golpe, “¿Qué diablos fue eso?” Preguntó Tanco, temiendo ser el único que lo había oído, sin embargo todos, excepto la niña que solo tenía ojos para sus ratas asadas, lucían preocupados, “No lo sé, pero eso no fue un carnófago” señaló Límber, y miró a Mica, esperando una respuesta más específica de esta, entonces la chica comenzó, “Cuando yo era niña, lo llamaban Yuba, un carnófago de más de dos metros de alto, con los ojos rojos inyectados de sangre, y mucho más inteligente que el resto, capaz incluso de utilizar piedras o palos como herramientas. Su extraño e inusual aullido, helaba la sangre de cualquiera, pues era una invitación segura a la muerte…” Cuando acabó, tanto Tanco como Límber, la miraban como si de pronto se hubiese vuelto idiota, “¿Hablas en serio?” Preguntó este último, la chica sonrió burlesca, “¡Claro que no! Tiene que haber alguien viviendo allí todavía. Aún no me fio nada de lo que esos tipos dijeron” Concluyó. Las ratas estaban listas y nada podía ser más importante en ese momento.


León Faras.

lunes, 1 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XV.



¿En verdad piensan seguir con esto?” Preguntó Tanco, cuando todos se detenían a la orilla del Zolga buscando cómo cruzar, pero como no obtuvo respuesta, añadió, “¡Se supone que ese lugar está lleno de carnófagos!” “No me fío nada de ese tipo” Replicó Mica, y fue secundada de inmediato por Límber. Tanco insistió “¿Se olvidan de que no nos queda munición? ¿qué rayos vamos a hacer, eh?” “Yo, voy a buscar algo para comer” Respondió Mica, arremangándose la ropa para meterse al río. Algunos peces nada despreciables, se podían capturar con las manos, y Mica se había pasado la mitad de su vida en los mercados flotantes del Zolga, donde capturar peces así era el juego favorito de los niños, “Yo voy por unas raíces. Quédate con la niña” Agregó Límber mientras también se alejaba. La niña, por su parte, hacía un pequeño círculo de rocas y recolectaba ramas secas para encender un fuego, Tanco la miró como si le hubiese robado la idea, pero entonces oyó un ruido, y como un resorte cogió su escopeta. De entre los matorrales salieron el pequeño Nugo y su compinche Bardú, ambos verdaderamente embobados con la niña, “Oh, por los dioses, te lo dije ¡Es una niña humana pura!” Exclamó el primero, dirigiéndose a su amigo que aún no creía lo que veía. Tanco miró a su alrededor, no había luces de sus compañeros y decidió mostrarse amenazante, el enano en cambio era extraordinariamente amable, “Amigo, por favor, solo queremos hablar…” “¿Hablar de qué?” Lo cortó Tanco, hostil, y Nugo, con sumo cuidado, sacó de entre sus ropas un montón de hojas del árbol único, “…de negocios” Además su amigo Bardú traía dos botellas llenas de un líquido violeta pálido, que no eran otra cosa que un cotizado licor de flores hecho en Mirra. “…Amigo, por favor, te digo la verdad: mi padre fue el primero, mi hermano lo siguió unos años después. Yo soy el siguiente. Solo tengo esto… acéptalo” Nugo sonaba elocuente, mientras su compañero solo sostenía una sonrisa depravada, “Y si nos ayudas, mantendremos tu pequeño secreto” Añadió este, con su sonrisa de comerciante. Tanco seguía solo, y la niña lucía tan indiferente como siempre, “¿Qué quieren?” Preguntó sabiendo la respuesta pero sin bajar el cañón de su escopeta, el enano posó las hojas que tenía en el piso, “Tú sabes qué, solo un poco de su sangre” Y de un bolsillo extrajo un ramito de flores adormecedoras.



Mica capturó un buen pez gordo, no era tan difícil, solo había que saber dónde buscarlo, cuando regresó, se encontró a la niña adormecida, y Tanco tratando de animarla, con la voracidad habitual de la pequeña, esta había tragado más flores de las que debía “¿Qué le pasó a Brú?” Preguntó la chica preocupada, mirando alrededor, “¿Quién rayos es Brú?” Respondió el otro. En ese momento llegaba Límber, había encontrado algunas bayas silvestres de las que crecen cerca de los ríos y también le pareció de lo más extraño ver a la pequeña durmiendo a esa hora, “¡Qué diablos le hiciste?” Lo reprendió, Tanco quiso responder con la misma agresividad, pero no pudo, “¡Nada! Yo solo…” Y lo confesó todo, porque para él, había sido bastante cuidadoso y todo se justificaba, “Ahora tenemos dinero, con estas hojas podemos conseguir provisiones, algo de munición, e ir un poco más preparados allá a donde tanto quieren ir” “¿La drogaste para sacarle sangre?” Le espetó Límber, realmente furioso, su compañero seguía justificándose, “¡Solo fue un poco, no la desangré! ¡Y además, no sintió nada!” “Tanco, maldito imbécil…” Le gritaba Mica en ese momento arrojando su precioso pez al suelo y con más desilusión que enojo en la voz, agregó “…¡Esas ni siquiera son hojas del árbol único!” Tanco se quedó mudo, tratando de procesar lo que acababa de escuchar, Mica se lo aclaró rápidamente, “Te engañaron…” Se tardó algunos segundos en digerirlo, pero cuando lo hizo, sintió como la ira lo dominaba. Se sentía como un idiota y realmente odiaba sentirse así, entonces, solo cogió sus cosas y se fue, “No me esperen, yo los alcanzo” Fue todo lo que dijo, Mica quiso detenerlo, pero Límber se lo impidió, conocía a su compañero y era mejor dejarlo ir por las buenas, que retenerlo por las malas y desde luego que no aceptaría que le acompañaran.



Solo serían un par de tragos, pero ya casi era medianoche y todavía no se les acababan las ganas de festejar, “Espera, espera, necesito ir a los orinales” Señaló Nugo, saltando al suelo desde su asiento. Era un lugar amplio, bastante para ser un edificio construido sobre un árbol, además de ser la única taberna propiamente tal de Mirra, como siempre, atestada de gente. Se servía comida y bebida, pero más bebida que comida. Lamentablemente, para ir a los orinales había que bajar a tierra firme por una escalera que rodeaba el inmenso tronco del árbol, cuyas hojas eran parecidas al del árbol único pero no iguales. Habían intentado tener orinales arriba, pero el olor en una buena noche, era insoportable, además de que la escalera servía para dejarles claro a algunos clientes que ya era suficiente, cuando no eran capaces de usarla correctamente y rodaban por ella. Los orinales no eran otra cosa que una apestosa pared de madera con una zanja debajo que transportaba por gravedad los orines a una fosa. Nugo entro saludando a un tipo larguirucho, de piel manchada, con unos extraños cuernos cubiertos de piel que hacía lo suyo con total parsimonia. Cuando el enano ya se preparaba para orinar, recibió una brutal patada en la nuca, que lo hizo estrellarse de cara contra la pared de los meados y luego caer al suelo semiinconsciente. El tipo larguirucho se volteó sin apenas inmutarse, ni dejar de hacer lo que estaba haciendo, un hombre delgado, de ropa y piel oscura estaba allí sosteniendo una escopeta, “Este tipo me robó, ¿tienes algún problema con eso?” El larguirucho negó con la cabeza mientras regresaba a su lugar lo que había sacado y usado, “Ninguno, amigo, los tramposos se merecen lo peor” Señaló, dándole la espalda para irse. Casi una hora después aparecería Bardú, pensando que era mejor que su amigo se hubiese roto algo rodando por las escaleras, en vez de huir sin pagarle lo que había perdido en las apuestas, pero nadie le daba noticias de él, hasta que, desde los campos cercanos sintió sus débiles grititos de auxilio, cuando se acercó, lo encontró con un chichón en la frente, un ojo medio cerrado y atado de pies y manos con jirones de su propia ropa, sintió ganas de reír con tal escena, pero entonces algo lo golpeó en el hombro y al voltearse descuidadamente, el cañón de una escopeta se posó con rudeza en su entrepierna, “Si se despega de donde está, aprieto el gatillo” Le advirtió Tanco, sosteniendo un saco que ya tenía algunas cosas dentro desde antes, Bardú lo reconoció en seguida, y como buen comerciante intentó negociar con una sonrisa, “Oye, tranquilo amigo, solo fue un malentendido, podemos arreglarlo” Pero desde el suelo, su colega intentaba advertirle algo que no lograba captar con claridad, hasta que lo hizo, “Es un incursor de Portas” La sonrisa de Bardú se desvaneció, levanto las palmas de las manos y comenzó a pestañear compulsivamente, además de tomarse en serio el arma que le presionaba los genitales, Tanco sacudió su saco, y el otro de inmediato comenzó a vaciar sus bolsillos en él. Ahora comprendía por qué esos tipos estaban dispuestos a subir a las colinas. Cuando hubo terminado, Tanco le echó un vistazo y le pidió también las botas y de manera asombrosa, Bardú se las arregló para sacárselas sin que el arma se despegara de donde estaba, “¿Es cierto que ustedes comen carne de carnófago cuando cruzan el Yermo?” Preguntó este último mientras soltaba sus botas dentro del saco, Tanco lo obligó a voltearse y ponerse de rodillas, “Sí…” le respondió, “…pero solo mientras están vivos, muertos, su carne se vuelve amarga” Y entonces desapareció.


León Faras.