viernes, 12 de noviembre de 2021

Humanimales

 

XVII.



Además de las ratas, las puntas de flecha y las botas, que por cierto, le cupieron bastante bien a Límber, Tanco consiguió un arma que… no sabía bien qué era, parecía una escopeta pero del tamaño de una pistola grande que cargaba Bardú en el cinto, con capacidad para un solo cartucho; un inmaculado puñal con cacha de hueso de quien sabé qué criatura marina, que Nugo gentilmente le obsequió por el agravio; un bonito reloj de bolsillo que hace años no caminaba porque nadie sabía cómo se usaba, ni tenía interés en saber qué hora era, aunque sí se percibía como un objeto valioso; algo de dinero además del que ya se había gastado en comida y flechas y solo una de las dos botellitas de sangre que le había extraído a la niña. El maldito enano al parecer hablaba en serio, porque se negó de plano a revelar dónde había escondido la suya, a riesgo incluso de su propia vida.



Las colinas empezaban cubiertas de pequeños arbustos y matorrales que a medida que avanzaban se hacían más grandes hasta convertirse en el tupido bosque que antaño proveía de madera a los habitantes de Mirra. La temperatura era agradable, el sendero no muy empinado y en el bosque se oía el canto de una gran variedad de pájaros a los que no estaban acostumbrados, aparte de eso, todo parecía muy tranquilo, “¿Llegaremos a tu casa antes de que oscurezca?” Preguntó Tanco, que tiraba del carro vacío con la niña caminando a su lado, preocupado porque en un bosque tan cerrado como ese los días eran más cortos y las noches más largas, pero su interés por la respuesta se desvió hacia un costado del sendero, Mica, que caminaba delante y que estaba a punto de responder, lo notó porque de repente las ruedas dejaron de rechinar. Tanco se acercó, se agachó y con uno de sus cuchillos examinó algo en el piso, luego miró a sus compañeros, preocupado, “A menos que las personas de por aquí suelan cagar a un costado del camino, creo que esto es mierda de carnófago” Límber se acercó a mirar, pero no se agachó, “No es reciente…” Determinó, y luego de escudriñar los alrededores durante varios segundos con sus ojos desconfiados y sus grandes orejas, reanudó la marcha. Tanco cogió el carro y lo siguió, “No quiero ser aguafiestas, pero les recuerdo que apenas tenemos munición…” Y como no recibió respuesta, agregó en un tono más bajo, “…espero que sean buenos trepando árboles.” Tan solo veinte metros más allá, Límber se desvió del camino, intrigado, hacia los árboles, pronto los otros dos notarían qué le había llamado la atención: una flecha punta de hueso clavada en un árbol. Aunque parecía de la prehistoria, aún estaba en buen estado, lo que significaba que tanto tiempo, no tenía, “Una flecha artesanal” Afirmó Mica tras verla, “O eres muy pobre, o no has bajado de aquí en mucho tiempo” Sugirió Tanco, aunque podían ser ambas. No era ni mediodía y esto ya pintaba mal, pero se mejoró cuando superaron la primera colina, del otro lado, la tierra descendía hasta converger en un diminuto lago pintado de cielo y verde, salpicado de grandes rocas, como seres primitivos blancucientos sentados en torno a una fogata, todo armonizado con la presencia de una incansable cascada, no muy grande pero sin duda preciosa, “Yo solía pasar tardes enteras allí, entrando y saliendo del…” Mica rememoraba bellos recuerdos, pero fueron de pronto bruscamente interrumpidos por Tanco, “Espera, ¿qué es eso?” Dijo, señalando el lago, pero no parecía haber nada allí que llamara la atención en particular, entonces debió ser más específico, “Allí, junto a esa roca grande partida en dos” Junto a la roca grande había una más pequeña, aunque tenía una forma peculiar y la sombra que proyectaba era extraña, Límber sacó su binocular estropeado y la examinó, pero no pareció convencido, “¡Yo no veo nada!” Protestó Mica, con Brú cogida de su mano, ignorante de todo, entonces la chica cogió con un zarpazo el binocular de las manos de Límber y miró con más cuidado, “Acaso creen que…” Antes de terminar la frase debió echar otro vistazo, “¿Creen que ese es un carnófago?” Los muchachos no tenían respuestas, solo dudas, “¡Pero si no se ha movido desde que llegamos!” Insistió la chica, “Parece alguien en cuclillas ¿no crees?” Sugirió Límber, “A mí me pareció un carnófago cagando, pero en verdad lleva mucho tiempo inmóvil” Concluyó Tanco, dispuesto ya a continuar, y lo hicieron, bordeando el lago sin descender, hasta que un nuevo claro en el bosque les permitió ver el lago otra vez desde otra perspectiva, “Oh, mierda…” Murmuró Límber después de echar un vistazo, y empezó a escudriñar los alrededores nervioso, apretando su rifle con ambas manos, los otros también miraron el lago, la roca pequeña ya no era una roca, era un carnófago efectivamente, pero ahora tirado de bruces en el suelo con una flecha clavada en la nuca “¡Sí era un carnófago!” Exclamó Tanco, triunfal, “Y alguien más lo acaba de abatir…” Agregó Mica, con menos ánimo en la voz, y ligeramente preocupada.



Estaban en tierra de carnófagos, no es que hubiera manadas de ellos pululando por todas partes, como le habían insinuado ese par de timadores, pero ya habían visto al menos uno, aunque, del que lo había matado no tenían ni idea. A medida que avanzaban, hallaron más de sus excrementos salpicando el paisaje, pero nada más. Mica caminaba distraída, mirando los alrededores para orientarse cuando Límber le cogió con rudeza el hombro para detenerla, “¿Qué!” Contestó la chica, casi enfadada, el otro señaló algo con el cañón de su rifle, “¿Qué crees que sea eso?” Había una cuerda atravesando el camino de lado a lado a diez centímetros de altura, como para hacer tropezar a alguien pero demasiado evidente como para no verla, “A menos que vayas distraída…” Sugirió Límber, “O que seas tan imbécil como un carnófago” Agregó Tanco, y luego algo más, “Qué les parece si la dejamos como está y continuamos. Tengo hambre y estoy cansado.” Poco rato después, Mica se encontró con “Anna II” Un yate naufragado en el bosque bautizado así hace incalculables años, a medio engullir por la tierra y colonizado por hongos y musgo en sus entrañas. Estaba tal cual como lo recordaba la chica y aún cumplía su labor de recordarle a habitantes y forasteros dónde estaban y hacia dónde debían ir. Más adelante, encontraron más cuerdas atadas a modo de zancadillas, pero estas tenían palos afilados en frente, dispuestos para atravesar a quien cayera sobre ellos, “No puede ser…” Murmuró Mica. Cuando ella era niña, conocía a un hombre llamado Maru, ese tipo de hombre que le gusta fanfarronear pero que lo hace con tal gracia que resulta simpático, y sus historias son graciosas. Solía jactarse de haber pasado muchos días y noches en el Yermo solo y haber salido de allí sin un rasguño, era un tipo grande y fuerte, con un estómago prominente, una risa aparatosa y un buen par de cuernos que le crecían hacia los lados y hacia delante de la cabeza, pero era tan cómico que nada de lo que decía sonaba real, “Él hablaba de usar trampas para carnófagos como estas…” Señaló Mica, y ante la incapacidad de comentar algo de los muchachos, agregó “¡Pero es imposible! Cuando yo era niña, Maru ya era viejo, ¡No puede ser él!”



No venía a cuento decirlo, pero la historia de Yuba, el carnófago de dos metros e inteligencia superior a la media, también se la contó Maru.


León Faras.



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