jueves, 18 de noviembre de 2021

Humanimales.

 

XVIII.



Lo siguiente que encontraron fueron algunas improvisadas escaleras atadas a los árboles, pensadas, sin duda, para poder trepar a ellos con relativa rapidez. Algunos árboles podían verse conectados entre sí con postes tumbados a manera de puentes, puentes por los que había que ser un equilibrista experimentado para cruzar con confianza, pues un mal paso y si no te mataba la caída, los carnófagos lo harían con gusto y poco esfuerzo, “Solo media hora más y llegamos” Anunció Mica, pero cinco minutos después, algo les cortaba el paso, una valla hecha con varas y ramas atravesadas entre los árboles, como un precario muro apenas suficiente para detener carnófagos que no estén tras una presa, “Bueno, hay que cruzar…” Dijo Mica, con la expresión de quién está comunicando una obviedad que no necesita ser comunicada, y que Límber aceptó como tal, pero que no convenció del todo a Tanco, “Esperen…” Los detuvo, como si no estuviera todo tan claro como pensaban, “Las vallas son para protegerse, ¿verdad?” Los otros lo miraron como si estuvieran esperando el remate de un chiste malo, Tanco continuó, “Y si en vez de estar entrando al lugar seguro, estamos saliendo de él…” Mica miró a Límber, Límber miró a Mica y Mica miró a Tanco, un poco mosqueada al final por sembrarle la duda, “¿Quieres llegar a mi casa, o prefieres pasar la noche tú solo en tu lugar seguro del bosque?Tanco enseñó las palmas de las manos como quien se rinde antes de pelear, solo era una sugerencia, no necesitaba ser tan ácida. Mica estaba convencida de que si alguien había instalado una valla, lo había hecho para proteger el lugar donde estaban las cabañas, donde las personas vivían, eso era lo más lógico, ¿o no?



En un momento se detuvieron y desde la posición en la que estaban, pudieron ver en la cima de la colina más próxima, perfectamente recortada contra el cielo azul, la silueta de la aldea de leñadores de Mirra, el hogar de Mica. La chica la admiró contenta de volver a verla, respiró hondo con una suave sonrisa de satisfacción en los labios, y cuando se disponía a caminar, volvió a oírse ese extraño y prolongado aullido, pero esta vez mucho más cerca y con toda la reverberación de las colinas y sus recovecos, haciéndolo sonar por todas partes y estirándolo con repetidos ecos. Todos se quedaron muy quietos, excepto Brú, que se soltó de la mano de Mica y corrió a esconderse dentro del carro. Todos sabían que los carnófagos no podían emitir gritos así, que con sus cuerdas vocales atrofiadas apenas podían hacer ese arrastrado graznido estrangulado característico, pero por otro lado, no podían imaginar qué ser vivo podía emitir un grito como ese en aquellas colinas, Tanco se acercó al oído de su compañero procurando verse conspirador y sospechoso para Mica, pero no evitando que esta le oyera, “Si aquí hay carnófagos, ¿Por qué alguien gritaría así, si eso los atrae?” Luego cogió la escopeta corta que le quitó a Bardú y se la ofreció a la chica, “Solo tiene un tiro, pero uno es mejor que nada” La chica la aceptó, sería tonto no hacerlo y ella no era ninguna tonta, pero se la guardó en el cinto y continuó con su confiable y silencioso arco en la mano. Continuaron caminando con los ojos bien abiertos y las orejas alertas, sin embargo, nunca se puede tener los ojos en todas partes. Límber sintió una ligera tensión en su bota que de pronto fue liberada al dar un paso. Esta no era una trampa como las otras, esta era mucho más sutil y mucho mejor disimulada: esta no era una trampa para carnófagos, sino que era una para intrusos. La detonación los hizo a todos encogerse y mirarse instintivamente, Tanco que iba atrás con el carro, solo se encogió de hombros, “Yo no fui…” Aseveró, como a quien pretenden culpar de un repentino y sospechoso mal olor, pero la cosa era mucho más grave que eso, porque esa trampa no era para cazar a nadie, sino que era para atraer a los carnófagos y que ellos hicieran la cacería, “¡Rápido!” Gritó Límber, apenas se dieron cuenta de lo que ocurría, e iniciaron una carrera hacia la aldea.



Fue la carrera más larga de sus vidas, no solo porque los carnófagos sí empezaron a aparecer como se temían, sino que también porque el camino, además de empinado, estaba lleno de trampas, fáciles de sortear pero letales si no lo hacías, y definitivamente imposibles para el carro, del cual, la niña, envuelta en una manta hasta las orejas, se negó tajante a abandonar, a pesar de los constantes saltos y de los bruscos tumbos que daba. Un carnófago que descendía la colina casi erguido debido a su velocidad y a la pendiente, corría directo hacia Mica, esta preparó su arco, pero el carnófago le saltó encima mucho antes de que estuviera a una distancia adecuada, lo que lo hizo estrellarse contra el suelo frenando toda su inercia de golpe. Solo fueron unos pocos segundos que Mica tuvo que procesar rápido, para deducir que aquel pobre infeliz había tropezado con una trampa y terminado atravesado por un par de afiladas estacas de madera, ocultas por generaciones y generaciones de hojas secas. Límber, por su parte, tuvo que derribar a otro con su rifle, que venía demasiado cerca y eludiendo todas las trampas del camino, no porque fuera especialmente listo, sino que porque perseguía al carro e imitaba el mismo recorrido que este. Tanco corría como un enajenado, devorando oxígeno a bocanadas, bañado en sudor, sin preocuparse de nada más que del camino que tenía frente a él, y sin apenas enterarse de la suerte de sus compañeros. Él llevaba el carro, y eso era lo que tenía que hacer, hasta que por fin, las primeras cabañas aparecieron frente a él, pero antes, de la nada, un carnófago le saltó encima, directo al cuello, Tanco hizo lo posible por esquivarlo, y coger su cuchillo, pero entonces lo vio, era el carnófago más feo que jamás hubiese visto en su vida, con la cara partida en dos por una horrible y profunda cicatriz que le había arrancado un ojo, inutilizado la nariz y quebrado varios dientes. Poco tardó en darse cuenta de que aquel bestializado no era un peligro serio, porque el pobre desgraciado estaba atado por el cuello a un árbol, muriendo lentamente de hambre y sin siquiera resultar apetitoso para sus camaradas. Mica puso fin a su miseria atravesándole el cuello con su cuchillo. A diferencia de las casas de Mirra, las cabañas estaban construidas a ras de piso, porque antaño ese era un lugar seguro, y la primera a la que podían acceder tenía la ventaja de que la puerta estaba abierta y lo suficientemente ancha para que cupiera el carro, el resto eran puras desventajas, porque al ser la primera, era la que estaba más deteriorada de todas, las ventanas estaban desvencijadas o rotas y apenas entraron todos, se dieron cuenta de que la puerta no podía mantenerse cerrada con seguro, lo que obligó a Límber a quedarse allí resistiendo las embestidas de una pequeña multitud de carnófagos hambrientos que los acosaban como fanáticos a su artista favorito, pero no podía recibir ayuda, porque sus amigos estaban demasiado ocupados repartiendo cuchilladas a los carnófagos que metían casi la mitad del cuerpo por las ventanas. Aquella era una resistencia inútil, y pronto tuvieron que empezar a gastar su munición para no verse superados. Límber seguía aguantando la puerta, cuando de pronto sintieron un buen golpe en el techo, como si algo muy pesado les hubiese caído encima, tanto que el tejado no tardó en colapsar y una bestia enorme cayó dentro, entre una gran nube de polvo iluminada por la luz del día, que la ocultaba, Tanco le apuntó con su escopeta a medida que la bestia se erguía demostrando su gran tamaño, pero cuando se decidió a disparar, Mica le empujó el arma a un lado y falló el tiro, “¡Oye!” Protestó Tanco, furioso por hacerle desperdiciar un cartucho, pero ahora podía ver que la bestia tenía un buen par de cuernos que no podían ser de un carnófago, “¡Bonita la que han armado! Espero que traigan suficiente munición para terminarla” Dijo el recién llegado, al tiempo que blandía un hacha de leñador contra la columna vertebral de un carnófago que pretendía meterse por una ventana.


León Faras.

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