sábado, 28 de agosto de 2021

Del otro lado.

 

LV.



Jeremías caminaba con paso decidido rumbo a la ciudad, como a quién le han encargado una misión importante, más adelante, dos perros callejeros que se disputaban un botín hallado en la basura, tuvieron que dejar de lado sus conflictos y separarse cuando el viejo pasó entre los dos sin la menor consideración, ante el desconcierto de los animales que no comprendían cómo tal ser humano, sin olor a humano, podía existir. Una vez en la ciudad, tomó el camino que siempre acostumbraba a seguir, sin embargo, en determinado momento, el viejo comenzó a aminorar la marcha paulatinamente igual que los camiones cuando van cargados, hasta finalmente detenerse, aunque no sabía por qué, solo había sentido una necesidad imperiosa de dejar de avanzar y ahora no se atrevía a poner un pie delante. Se giró lentamente hacia la derecha e inexplicablemente sintió cómo su cuerpo toleraba eso y podía continuar. Con algo de recelo tomó el nuevo camino, pero cuando quiso retomar su antigua ruta, nuevamente una sensación muy extraña lo obligó a parar, era como un sentimiento profundo e inexplicable de rechazo a no sabía muy bien qué, pero no quiso tentar a lo desconocido, y prefirió volver a girar a la derecha, hacia donde sus entrañas parecían estar de acuerdo. Tardó bastante más de lo que acostumbraba, pero finalmente llegó a la casa de Olivia, donde golpeó la puerta con entusiasmo y luego de dos segundos, volvió a hacerlo pero cabreado, como si llevara mucho rato esperando afuera. Era más de mediodía. La bruja abrió la puerta de golpe, como si pretendiera dar un portazo en sentido inverso, estaba un poco mosqueada también por la insistencia, no se sorprendió de ver a Jeremías ahí parado, su forma de aporrear las puertas era característica, “¡La encontré!” Le gritó el viejo con una sonrisa muy poco habitual en él, suficiente como para que la bruja dudara de su cordura, “¿Encontraste qué?” Replicó la mujer. La sonrisa del viejo se apagó como una brasa en el aire, “A la chica, la que buscabas conmigo hace unos días” La bruja echó un vistazo, como si pretendiera ver a Laura parada por ahí, en alguna parte, obviamente, no vio nada, “¿Y dónde está?” Preguntó sin soltar la puerta ni invitar a pasar al viejo, su respuesta fue desconcertante, pero su gesto era convincente, “Está dentro de mí…” Olivia quiso balbucear algo, pero no salió nada inteligible de su boca, el viejo continuó, “¿Recuerdas cuando te pedí ayuda para saber de mi familia? Entonces me dijiste que yo tenía un don, un don para hallar personas, pues eso es lo que hice” La bruja recordaba eso, pero ese don no funcionaba así, no funcionaba solo, además, una cosa era encontrar el paradero de alguien en particular, y otra cosa muy distinta era… “¿Cómo que la tienes dentro de ti?” Preguntó con gesto que, más que de duda, parecía de indignación, sin embargo, según el razonamiento de Jeremías, no había razones para que dudaran de él, “¿Y para qué diablos crees que yo querría venir hasta aquí inventándome semejante excusa?” Eso era cierto, aunque las dudas de la bruja estaban basadas en su sanidad mental, partiendo de que era un muerto que no aceptaba ni admitía su flagrante condición de muerto, pero, en lo que respectaba a Laura, no tenía ni una sola pista en la que poder avanzar, así que decidió darle una oportunidad, “Ven, pasa, vamos a hacer una prueba…” Y se dirigió a su cocina donde comenzó a amontonar frascos y pocillos frente a ella, que de inmediato pusieron en guardia al viejo, quien ya se intuía lo que la bruja estaba haciendo, “¡No, no, no! Ni se te ocurra que me vas a dar de beber de ese destilado de mierda otra vez, ¡Esa porquería sabe como el culo de un sapo!” Olivia lo miró con el ceño apretado, como a la cosa más inusual del mundo, la verdad era que no debería saber tan mal para un muerto, quiso replicar algo pero Jeremías se le adelantó, “Puedes creerme si quieres, o no, yo solo cumplo con avisar y me vuelvo por donde vine” El viejo amenazó con irse, pero la bruja lo detuvo, “¿Pero estás seguro de lo que dices?” Y se acercó para examinarlo de cerca, como un dermatólogo que busca una forma muy específica de grano, “¿Puede verme? ¿Me escucha?” El viejo la miró como si quisieran besarlo sin su consentimiento, “¿Y yo cómo diablos voy a saber eso!” Le espetó, indignado, como si lo estuvieran reprendiendo por algo que no ha hecho, y agregó “Ella me buscó a mí, supongo que sabrá lo que hace, ¿no?” La bruja no estaba del todo convencida, de hecho lo miraba con algo de pena en los ojos, como se le mira a un abuelo con demencia senil, “No me crees, ¿verdad?” Aseguró el viejo, “Supongo que sí…” Admitió la bruja, poco convincente, “Tal vez si…” Iba a agregar algo, pero su teléfono comenzó a sonar, era el padre José María, lo que le dijo también era desconcertante, pero con un tono de voz convincente, le dijo que había tenido una aparición en su iglesia durante la noche, la aparición de un ángel, un ángel llamado Julieta, también le dijo que había pensado en llamarla antes, pero había sido una noche muy rara, y ni él mismo estaba completamente seguro de lo que había visto, “¿Un ángel? ¿Estás seguro?” Preguntó Olivia con extrañeza, e inmediatamente agregó, “¿Cómo sabes que era un ángel?” Jeremías la miraba profundamente interesado, por su parte, José María se pensaba muy bien lo que quería responder, “La chica dijo que había sido enviada por Jesucristo…” Luego de unos segundos de dramático silencio, añadió, “...pero creo que no por el que todos conocemos, sino que por el otro…” La bruja tardó unos momentos, pero al final comprendió la ambigua respuesta, “David” Lo dijo mirando directo a los ojos a Jeremías, como si le hablara a él, este se veía muy preocupado, “¿Crees que puedes confiar en él?” Le preguntó al cura, mientras el viejo le respondía meneando la cabeza de lado a lado con vehemencia, el sacerdote se permitió un largo suspiro antes de responder, “Eso fue lo último que me dijo: Confíe en mí, padre” Cuando Olivia colgó la llamada, se encontraba en medio de un dilema de fe, y esos no eran de sus favoritos. Por un lado tenía a Jeremías, con toda su particular forma de ser, asegurando tener a Laura metida dentro de su cuerpo, sin poder explicarlo o demostrarlo, y por otro lado estaba José María, probablemente la persona en la que más confiaba en el mundo, afirmando que había hablado con un ángel enviado por un Jesucristo que le apuñaló el estómago hace menos de un par de días, “Los ángeles no bajan del cielo para ofrecerte su ayuda” Advirtió Jeremías, con los ojos muy abiertos y un índice enhiesto frente a él, “Lo sé...” Respondió la bruja, al tiempo que cogía sus cosas para salir, “...pero hay que averiguar qué es todo esto y tú vienes conmigo” El viejo quiso poner en duda la necesidad de su presencia, pero la bruja lo agarró de la solapa, “Tú eres el portador, ¿no?” Cuando salieron, el viejo se detuvo apuntando con el pulgar un rincón en la propiedad de Olivia, “¿Por qué no usamos eso?” La mujer miró, junto a la gran cantidad de basura metálica y desperdicios que amontonaba en su patio, bajo un precario cobertizo dormitaba un vehículo de aspecto anticuado, facha polvorienta y el blanco de los dientes de un vaquero. Como todos los demás cachivaches apilados, había sido un regalo en agradecimiento por un trabajo bien hecho, que lo mismo podía llevar cinco años tirado allí que diez, la bruja no lo recordaba bien. Era un Nissan Tsuru del 86 que Olivia no había tocado nunca pero que, estaba segura, había llegado andando. Jeremías le echó un vistazo a los neumáticos que estaban en condiciones, no óptimas, pero en condiciones, “Oye, no creo que ese cacharro funcione” Se quejó la bruja mientras el viejo abría la tapa del motor sin decir una palabra, como un profesional que no necesita de segundas opiniones, con un trozo de fierro tirado en el suelo, puenteó la batería y esta le respondió con un chispazo que le hubiese chamuscado los dedos de no ser el viejo un muerto andante, aun así lo hizo soltar el fierro con una velocidad sorprendente, luego le lanzó una mirada a la mujer como diciendo “Este muchacho aún respiraEnseguida preguntó por las llaves, Olivia suponía que estaban en alguna parte dentro del vehículo, de hecho, ni siquiera había que buscarlas, estaban puestas en el contacto, el viejo la giró, y luego de un par de intentos el motor arrancó tosiendo y escupiendo una gran nube de humo negro acumulado por años. La bruja estaba sorprendida, “Mi hija me enseñó una o dos cosas sobre estos fierros” Explicó el viejo, mientras bajaba el capó y luego se dirigió al asiento del copiloto, “Tú conduces” La bruja protestó, “¡No he conducido desde que tenía diecisiete años!” Jeremías la miró inexpresivo, dejando en claro que él llevaba muchos más años sin hacerlo, “Ponte el cinturón” Advirtió Olivia, mientras metía la primera marcha, el viejo le echó una mirada petulante, “¿Acaso crees que un muerto puede volver a morir?” La bruja lo miró como si le acabaran de jugar una broma de muy mal gusto, “Entonces, sabes que estás muerto” El viejo miró al frente, el parabrisas estaba cubierto de una película de polvo, “Por supuesto, no soy ningún tarado…” Respondió, y luego de unos segundos añadió, “...es solo que nunca me he sentido como uno.”


León Faras.

sábado, 21 de agosto de 2021

Del otro lado.

 LIV.



Cuando despertó, la luz del sol entraba limpia y cristalina por su ventana, lo primero que vio Laura, fue el pequeño altar armado en su memoria, en la esquina de su cuarto, bajo el espejo. Su retrato estaba ahí, con un candelabro con sus extremidades consumidas enfrente, y dos floreros gemelos montándole guardia, que, aunque lucían vacíos para ella, el espejo y su fragancia los delataba: ambos lucían sus gargantas llenas con los tallos de calas y claveles blancos, que su madre había adquirido en tiempo record gracias a una clienta. Su filodendro también estaba ahí, más sano y orgulloso que nunca, aunque solo podía verlo a través del espejo. Tardó unos segundos más de la cuenta en mirar fuera de su ventana. Su visión se había reducido a una infinita pared oscura ubicada a un par de metros de su ventana, que de alguna manera no bloqueaba la luz aunque ya se había tragado gran parte de la ciudad, y estaba a un paso de engullirla a ella. No sabía si sentir alivio o frustración, pues se había preparado mucho, emocionalmente, para despertar del otro lado y enfrentar de una vez a su verdugo del infierno, y ahora debería hacerlo todo de nuevo. Estaba cansada de este juego del gato y el ratón, cuyo resultado estaba decidido desde un principio y que solo podía dilatarlo hasta que se cortara como queso derretido. Se encaramó sobre su ventana y con un mínimo esfuerzo se puso de pie, sacando la mitad de su cuerpo hacia afuera, quedando sujeta con una mano del marco, como un marino que divisa tierra desde la parte más alta de su barco, desde allí, un suave brinco sería suficiente, después de todo, se había preparado mucho para eso y ahora casi que se sentía decepcionada de tener que esperar un día más. Cerró los ojos, flectó las rodillas un poco y entonces el maullido de un gato la detuvo, estaba ese gato plomo de nombre inapropiado parado tras ella, como cualquier mascota exigiendo que se le alimente o dejando en claro que necesita salir a hacer sus necesidades, y como casi cualquier mascota lo haría, lo hacía en un momento de lo más inoportuno. Laura lo miró perpleja, pero su expresión se redobló, cuando de un segundo vistazo rápido al espejo de la pared, comprobó que, al igual que ella, el animal tampoco se reflejaba allí. La muchacha bajó de la ventana, su acto de valor suicida podía esperar, “¿Pero qué diablos haces tú aquí?” Preguntó, como si de verdad esperara una respuesta de parte del felino, pero solo obtuvo su indiferente y pretenciosa mirada, luego, acuclillándose, agregó, “¿Qué quieres…? ¿Qué eres…?” Entonces sucedió aquello que en lo más profundo de su corazón ya se temía, el gato le habló: “Tú sabes lo qué soy.” Sucedió en un momento en el que no lo estaba mirando, por lo que no pudo ver cómo lo hizo, pero lo oyó perfectamente, con un agradable tono de voz masculina y todo, tanto que la chica se fue de espalda con los ojos como platos, hasta chocar con la pared bajo la ventana, y por suerte que esta la contuvo a pesar de ser ella un espíritu o hubiese salido volando directo a la pared oscura, “¡Esto no puede ser...! ¿o sí?” Preguntó espantada a un gato que se acicalaba el trasero con insolente desparpajo, y que luego se puso de pie para dirigirse a la puerta, y con un desganado maullido solicitarle que la abriera, pero un maullido, entonces la voz se la había imaginado, aquello era posible, llevaba mucho tiempo sin que nadie le hablara o siquiera oír la voz de otro ser humano, y algo así ya le había sucedido antes, sobre todo cuando se encontraba en duermevela y los sueños podían mezclarse con la realidad, pero eso era cuando estaba viva, ahora no estaba tan segura. Se puso de pie y caminó hasta la puerta, apenas la abrió el gato salió, Laura se quedó ahí echándole un vistazo al altar que su madre le había preparado y a la pared negra que pacientemente la esperaba afuera, solo a ella… “Sígueme” Volvió a oír y esta vez estaba segura, ese gato le había hablado de nuevo, y la esperaba ahí para que le siguiera. El felino se dirigió hasta la entrada de la casa y se quedó allí para que le abrieran la siguiente puerta, Laura lo siguió suspicaz, como cuando sorprendes a alguien conocido en acciones sospechosas, “¿Desde cuándo que puedes hablar?” El gato ignoró la pregunta, y solo la miró impaciente para ver por qué diablos no abría la maldita puerta todavía, “¿Eres como un ángel o algo así?” Preguntó la chica mientras giraba la manilla. La puerta se abrió, el felino salió y Laura se rechazó a sí misma su última sugerencia agitando una mano como si espantara una mosca, luego de recordar la imagen de su amigo en posición contorsionista lamiéndose el trasero, muy poco digna de un ser celestial. Urano dio un brinco y pasando entre los fierros de la valla, aterrizó en el suelo, varios metros más abajo, pero sin apenas inmutarse, la chica lo siguió con toda la gracia y experiencia que había acumulado hasta ese momento, “¿Eres una especie de espíritu protector?” Insistió con una astuta sacudida de sus cejas, pero el gato se detuvo de golpe para echarle una mirada como si lo que acababa de decir era un inconcebible y absoluto disparate, Laura también se detuvo, un poco pasmada, ella solo estaba lanzando ideas al aire, y no todas tenían que ser geniales, pero un gato que hablaba no podía ser solo un gato. Caminaron en dirección contraria al rayo de luz oscura, que ya parecía una gigantesca torre elevada hasta el mismísimo firmamento, y más allá, donde la ciudad se volvía menos urbanismo y más vertedero improvisado, “Solo hablas cuando te da la gana, no sé por qué te sigo” Se quejó la chica, Urano continuó con su trotecito soberbio hasta la desembocadura de una alcantarilla muy vieja en la que se introdujo decididamente. Laura echó un vistazo dentro, podía intuir el olor que había ahí y no debía ser muy agradable, aunque por otro lado, qué más daba un poco de porquería para una chica muerta. Se adentró con cautela, pero pronto el gato desapareció y le habló desde la oscuridad, “Ven” A pocos metros de avanzar, la oscuridad era absoluta, “¿Eres fruto de mi imaginación?” Sugirió la muchacha mientras caminaba con una mano pegada a la pared, “Algo así…” Respondió Urano. La chica no estaba muy convencida de lo que hacía, pero aun así siguió, “Creo que sí, porque ahora te oigo dentro de mi cabeza…” Y luego de unos segundos, agregó, “...como a Pepe Grillo” “Pepe Grillo era la conciencia, no la imaginación” La corrigió el gato, “¿Eres mi conciencia?” Replicó Laura de inmediato, Tenía la necesidad de hablar para disipar la incomodidad de estar arrastrándose por una alcantarilla en completa oscuridad, “No lo creo. Puedes detenerte” Laura obedeció, aunque el silencio y la oscuridad absoluta eran inquietantes, “¿Quién te puso ese nombre tan… raro?” Continuó la muchacha después de unos pocos segundos de incómodo silencio, “Tú lo hiciste…” respondió el gato, e inmediatamente agregó, “Siéntate.” Laura protestó como si hubiese sido insultada de alguna manera, “¡Yo jamás te pondría un nombre tan feo para un gato!” “Lo hizo tu subconsciente ¿Quieres sentarte de una vez?” Laura comenzó a tantear el piso para sentarse, “¿Eres mi subconsciente?” Preguntó curiosa, “Supongo que sí…” Respondió el gato, e iba agregar algo, pero la chica lo interrumpió impulsiva, “¿Y de dónde diablos mi subconsciente sacaría un nombre tan malo para un gato!” “¡Eso qué diablos importa!” Casi gritó Urano, “Ahora, cierra los ojos” Le ordenó. Para Laura, en ese sitio, no había absolutamente ninguna diferencia entre tener los ojos abiertos o cerrados, pero obedeció, “Dime una cosa, Subconsciente, ¿Cuánto mide la cumbre más alta del mundo?” Recordaba haberlo estudiado hace años, pero ya lo había olvidado por completo, “8.849 metros” Respondió Urano sin esfuerzo, y agregó, “Necesito que te duermas” Pero la chica estaba demasiado emocionada, “¡Diablos, entonces tú recuerdas el rostro del que me disparó en el autobús!” El gato respondió que no, y ella quiso saber por qué, “Porque no puedes recordar algo que no ves, y aunque pudiera, ¡qué más da! Ahora duérmete” Laura había perdido todo su entusiasmo de repente, “Pero si lo hago, despertaré en mi cuarto por la mañana y todo habrá acabado” Su voz sonó como la de una niña que no quiere jugar para no ensuciar su vestido, la del gato, en cambio, sonó áspera y un poquito burlona, “¡Pero si estabas a punto de lanzarte por la ventana!” Luego de varios segundos, la chica susurró, “No había hablado con nadie hasta entonces…” Luego de un rato, la voz de Urano sonó más conciliadora, “Duérmete, solo será un momento. De verdad” Laura aceptó eso, después de todo, no hablaba con nadie, solo era ella. Se durmió.



En ese instante, los ojos de Jeremías se abrieron de golpe en la total oscuridad de su agujero, “¡La encontré!” Exclamó, y luego de cerciorarse de que sus propias palabras fueran ciertas, se puso de pie y salió corriendo.


León Faras.



sábado, 14 de agosto de 2021

Del otro lado.

 

LIII.

 

El padre José María, luego de su extraña experiencia en el parque, se encaminó de regreso a su casa, pero antes decidió comprobar que todo estuviera en orden en el templo, justo al lado de su casa, el cual no había visto desde su repentino “desmayo”, y aunque había gente que podía encargarse de todo en su ausencia, prefería echarle un vistazo él mismo para su propia tranquilidad. Allí en la puerta de la iglesia, había un hombre sentado en el suelo, era muy mayor, con aspecto malhumorado, estaba descalzo y su ropa no era más que un montón de harapos. El cura intuyó que se trataba de algún mendigo nuevo en la ciudad; un caminante que se acercaba a la iglesia en busca de algo de comer o un lugar donde pasar la noche, “Buenas noches, soy el padre José María Werner…” Se presentó, amable, Jeremías se le quedó mirando como si de pronto le hablaran en una lengua hace mucho tiempo olvidada, “¿Me está hablando usted a mí?” Preguntó auténticamente sorprendido, el cura no dejó de sonreír, “Por supuesto…” Respondió el sacerdote, admirado de tal pregunta, Jeremías dejó pasar unos segundos antes de explicarse, “Llevo más de veinte años visitando la iglesia todas las semanas, y esta es la primera vez que usted me dirige la palabra, padre” Al cura se le derritió la sonrisa como un helado en el pavimento, veinte años y él no recordaba haber visto a ese hombre en su vida, “¿Es usted un espíritu?” Preguntó con tímida seguridad, recordando las palabras de Olivia, el viejo lo miró como si se estuviera burlando de él, “¿Acaso le parece que estoy muerto?” José María tomó aire para responder, pero ninguna palabra brotó de su boca, Jeremías también tomo aire, pero para ponerse de pie y saltar el asunto, como quien está cansado de que le saquen el mismo tema a colación una y otra vez, “Mire, yo solo quería saber cómo estaba, después de lo de anoche…” El sacerdote titubeó, perplejo, al parecer toda la ciudad estaba enterada de lo que había ocurrido, el viejo continuó muy serio, “Yo estaba aquí, padre, vine a escuchar su misa y cuando terminó, lo vi todo…” Como el cura parecía incapaz de articular palabra, añadió, “…Yo llamé la ambulancia” El padre José María se quitó las gafas como si estas de pronto le pesaran varios kilos, justo cuando comenzaba a pensar que la aparición de David no había sido más que un extraño sueño, tenía frente suyo un testigo de los hechos. Jeremías continuó con exagerada gravedad, “Ese hombre no es nada normal, padre” Aseguró preocupado, el cura estaba completamente de acuerdo con eso, pero quiso saber por qué decía algo así y el viejo no lo dudó, “Yo lo conocí, una vez, hace muchos años, cuando yo aún era joven. Solo lo vi aquella vez, y era el mismo hombre, y no ha envejecido ni un día desde entonces, padre” El sacerdote estaba más confundido que antes, cuando leía y estudiaba a escondidas, todas esas cosas extrañas sobre el más allá y sus indesentrañables misterios, incompatibles con su oficio, ahora los espíritus estaban por todas partes, y no eran ni remotamente como él se los imaginaba, “Yo que usted, me andaría con cuidado con ese hombre, padre.” Sentenció Jeremías antes de irse. El cura se quedó ahí parado, sobajeándose la cara como si lo hubiesen abofeteado, no le preocupaba volver a encontrarse con David, al menos no muy pronto, le preocupaba más, en ese momento, la advertencia de Olivia sobre las ánimas que habitaban en su iglesia, ahora que estaba a punto de entrar en ella, y encima, iluminada solamente con la luz que entraba desde el exterior, el resto era como la obra de algún artista gótico moderno: casi completamente negra, con mínimos perfiles iluminados por la pobre claridad de las ventanas para recrear un mobiliario confuso y mezclado con la oscuridad, casi como restos de un naufragio en un mar de brea, al igual que los pilares, que parecían recortados en ángulos perfectos de luz y sombra. Al acostumbrarse los ojos, lo primero que aparecía era una figura humana, blanquecina y que parecía estar suspendida en el aire en actitud voladora. La había visto miles de veces, pero aquella noche, la imagen de la Virgen María lucía especialmente fantasmagórica. Había usado la puerta principal por donde el grueso de los parroquianos entraba y salía de sus ceremonias, y debía avanzar algunos metros más para alcanzar uno de los interruptores secundarios que tenía el templo. Al fondo se insinuaba la silueta del enorme crucifijo que colgaba sobre su cabeza cuando él predicaba. Nunca, en todos sus años de cura, había percibido su propia iglesia como un lugar tan tenebroso, y como queriendo confirmarlo, y aunque no oyó ningún sonido, podía jurar que vio una silueta moverse frente al altar, fue fugaz, y probablemente se la estaba imaginando, ya que en realidad se sentía muy predispuesto al susto en ese momento, con grandes dosis de adrenalina recorriéndole el cuerpo, y agudizándole los sentidos más de la cuenta, y todavía le quedaban algunos metros para llegar al bendito interruptor, pues no había logrado avanzar nada. Cuando se disponía a hacerlo, debió detenerse en seco, tomar una bocanada de aire y soltar un “¡Ay, Dios!” involuntario, pues los pasos se oyeron a apenas tres metros de él, y cuando volteó la mirada, una vela solitaria de luz opaca, salida de no se sabe dónde, se movía hacia él flotando en el aire por el pasillo lateral del templo, dos segundos después, pudo ver que se trataba de una persona, una que él conocía porque él mismo le había hecho las exequias el día de su muerte hace al menos una década atrás. La difunta murmuró un “Buenas noches, padre” y siguió caminando sin esperar respuesta, tal como lo había hecho siempre durante toda su vida. Se paseaba por el templo comprobando que los santos tuvieran sus velas, que las santas sus flores, que el altar quedara limpio y que nadie hubiese olvidado algo en los bancos, siempre la primera en llegar y la última en irse desde la muerte de su marido, con ese vestido de riguroso luto que le cubría desde las orejas hasta los tobillos, el pelo cogido en un firme tomate ceniciento y el rostro decorosamente velado, como se acostumbraba en el siglo pasado, o el anterior. El cura se persignó, un poco en nombre de la difunta, y un poco en nombre propio, pues en ese momento descubría que las manos le temblaban aparatosamente. Estaba tomando fuerzas para continuar, cuando unos pasitos cristalinos, como de zapatitos de charol, sonaron tras él, pensó en lo difícil que sería acostumbrarse a su nueva habilidad. “Es la primera vez que entro aquí…” Le dijo una voz que creyó reconocer, pues, aunque la niña apenas se veía en la oscuridad, indiscutiblemente aquella era Julieta, la chiquilla del parque, “…este sitio me da un poco de miedo” Agregó luego. En otras circunstancias, el comentario le hubiese parecido hasta simpático al padre, pero no ahora. “¿Usted es amigo de él?” Dijo Julieta, señalando el crucifijo del fondo, el padre le echó un vistazo sin entender a qué se refería con exactitud, porque de alguna manera parecía estar hablando de manera literal. El cura asintió de la forma más lenta y poco convincente posible, pero a la muchacha, eso le bastó, “Él me pidió que le ayudara, padre y que él a cambio, liberaría a Lucas” El cura estaba tan tenso, que cualquier movimiento brusco podía romperle algo, “¿Hablaste con él?” Pronunció con cuidado, como si se tratase de un idioma que acaba de aprender, la niña asintió con entusiasmo, como a quien le ofrecen otro trozo de pastel, al cura, en cambio, ya comenzaba a dolerle el estómago, “¿Liberar… a Lucas?” Preguntó temeroso, porque no alcanzaba a sospechar siquiera quién era ese Lucas, la niña pareció no entender, como cuando te preguntan una obviedad, “Claro…” dijo, “…igual como yo fui liberada” En ese momento, y como por arte de magia, la luna que reinaba los cielos de esa noche se asomó por una de las ventanas más altas, e iluminó un trozo de la muchacha, el cual comenzó a brillar como si la propia niña estuviera hecha de luz, “Entonces, yo le ayudaré, padre…” dijo, acercándose hasta casi meterle la mano extendida dentro del pecho, “Si usted está ahí, yo también estaré ahí” El cura no se movió, aunque aún sentía algo de miedo, luego la niña retrocedió y su silueta se fundió con las sombras, para cuando José María alcanzó por fin el interruptor, Julieta ya se había ido.


León Faras.

jueves, 5 de agosto de 2021

Del otro lado.

 

LII.

 

La habitación de Laura estaba muy diferente a la última vez que el cura y la bruja la habían visto, ahora se veía ordenada y limpia. En un rincón, Gloria y su hija Lucía, habían construido un pequeño altar sobre una sencilla pero bonita mesa de rincón bajo el espejo, con el retrato de Laura escoltado por dos estilizados floreros gemelos y precedido por un humilde candelabro de tres velas que rendía honores a la difunta. Frente a esto, y en el suelo, un vigoroso filodendro recibía los primeros rayos del sol de la tarde, que entraban por la ventana. “Fue ahí, justo ahí, en el espejo, donde su figura se formó…” Señaló la mujer, con cierto brillo en los ojos, su hija Lucía se mantenía aferrada a su brazo, sencillamente ella no estaba preparada para una experiencia como esa, y esperaba que a su hermana no se le ocurriera aparecerse frente a ella. Gloria continuó, “…era como un fantasma que hasta parecía flotar, pero solo estaba allí, dentro del espejo. Fue impresionante, pero no sentí miedo” El cura asentía orgánicamente, ahora que había comenzado a ver espíritus, sentía que nada sabía de ellos, la bruja en cambio oía y miraba con atención, como quién quiere descubrir algo que sabe que se le está escapando, “¿Hizo algo? ¿Algún gesto o ademán?” Preguntó la bruja, Gloria repitió el gesto de quien envía un beso a la distancia y luego añadió con plácida resignación, “Estoy segura de que se estaba despidiendo de mí…” Eso era lo que Olivia presentía, Laura no se había entregado al Escolta aún, sino que pensaba hacerlo ahora. No sabía cómo lo había hecho, pero de alguna forma había logrado hacerse visible ante los ojos de su madre, para despedirse de ella en paz, no con la angustiante desesperación con la que pedía ayuda antes, aunque también existía la posibilidad de que todo hubiese sido una alucinación de Gloria, ese tipo de cosas eran más comunes que las mismas manifestaciones espectrales, pensó Olivia. Cuando la bruja salió de su burbuja mental, se dio cuenta de que, tanto el cura como la mujer, le miraban como esperando una respuesta de algo que no se había ni enterado, “¿Eh?” Dijo con una sonrisa incómoda, el padre José María intervino entonces, “Gloria preguntaba qué habría sucedido con el Escolta del que le hablamos…” Eso mismo era lo que se estaba preguntando Olivia, si ese Escolta ya había hecho su trabajo o todavía esperaba su oportunidad, pero no le iba a transmitir sus dudas a la mujer, solo puso gesto inocente y replicó, “Un milagro, creo que ha sido un milagro” Gloria estaba convencida de eso y sabía que no había nada mejor que hacer en esos momentos, más que orar, “Por supuesto…” Respondió el cura, y en el momento en el que todos se ponían de rodillas para hacerlo, Olivia recordó algo, realmente no era algo demasiado convincente, pero era algo, “Empiecen sin mí…” Se excusó y salió del departamento apresuradamente, no era muy lejos donde quería ir, de hecho, era en un bloque vecino. Golpeó la puerta con firmeza, e impaciente y luego de un par de segundos, volvió a golpearla de nuevo, Macarena Ríos abrió la puerta fastidiada por la urgencia, “¡Qué?” “Busco a Richard Cortez” Respondió la bruja. Macarena no sabía quién podía ser esa mujer, pero por su aspecto, no podía ser nadie importante, “Está descansando ¿Qué quiere?” Preguntó agria, Olivia solo quería hablar, pero en ese momento Richard llegó detrás de su mujer y le puso una mano en el hombro, “Tenemos negocios juntos…” Le informó, y Macarena, con una mirada de profunda desconfianza, se retiró a la habitación de su hijo. La bruja fue directa, “¿Aún lo hueles?” Richard no dijo nada, en realidad, no sabía de qué le estaba hablando. La bruja añadió, “El pedo de Satanás, ¿aún lo hueles?” El Chavo asintió despreocupado, “Sí, todavía está aquí” La bruja quiso saber cómo diablos era que podía saber algo así, y el hombre, escudriñando los alrededores, le respondió, “El día en que morí, solo podía sentir ese olor, no el de la descomposición de decenas de cuerpos, no el de los cadáveres masacrados por todas partes, no el de los inocentes quemados vivos en sus propias iglesias o escuelas, sino ése, y fue durante mucho tiempo. En esos años, estoy seguro de que había más de un solo Escolta con cuentas pendientes sobre el mundo, y varios se lo ganaron con creces, con esfuerzo y dedicación, como si se tratase de un maldito premio…” Luego de una pausa, agregó, “No había vuelto a sentirlo hasta el día de la muerte de Laura…” Que un Escolta tuviera un olor particular, era algo que no le hacía ni pizca de sentido, pero le creía, tal vez porque no tenía nada más.

 

La verdad era que, tanto Gastón Huerta, como la propia Julieta, habían dedicado parte de sus noches a mantener alejados a los intrusos de la casa de Alan, para que estos no estropearan el trabajo que estaban haciendo y lo habían logrado en base a jugarles bromas muy pesadas a quienes pretendían usar el lugar para sus propios fines. El truco del “Ahorcado” era el que mejor le resultaba a Huerta, aunque también solía arrastrar cosas pesadas en medio de la noche o simplemente esconderles las pertenencias a los intrusos o cambiárselas de sitio, lo de Julieta, en cambio, era algo diferente, y al propio Gastón le daba un poco de miedo verla. Ella no podía manipular las cosas físicas como lo hacía él, sin embargo hacía trucos increíbles manipulando las energías. Podía apagar o encender velas, había aprendido a reventar vasos presionándolos lo suficiente desde dentro, hacer levitar cosas de poco peso, también le gustaba jugar con una fea y aterradora muñeca hallada en un basurero, a la cual lograba mover sutilmente, pero lo más impresionante era que, ella fue quien consiguió encender el televisor con su propia energía. Alan estaba igualmente impresionado, no solo por el resultado que habían conseguido con la casa, también con las increíbles habilidades de Julieta, las cuales él nunca había visto, ni menos haber tenido, sin embargo, la chica confesaba no haber hecho nunca nada especial, solo las había aprendido con el tiempo, sola y de manera natural, como si siempre hubiesen estado ahí, pero aun así, era muy raro. Cuando el sol comenzó a ponerse, el grupo se disolvió, y cada uno tomó direcciones diferentes. Julieta regresó a la población, pero no se fue inmediatamente a acompañar a Lucas, esa noche había un espectáculo que a ella le encantaba presenciar desde el día en que sus ojos se abrieron por primera vez luego de morir: la luna llena. La primera vez que la vio, no era tan majestuosa, estaba opaca y partida a la mitad, pero cuando la vio llena y luminosa por primera vez, quedó encantada y desde entonces no se perdía ninguna de sus solemnes apariciones. En ese mismo momento el padre José María Werner abandonaba la casa de Gloria para regresar a la propia, atravesando el pequeño parque que decoraba el interior del conjunto habitacional, cuando por casualidad, o tal vez no tanta casualidad, las luces del parque y de todos los bloques se apagaron al unísono. No era tan grave, la luz de la luna acompañaba bien esa noche, sin embargo, una fuente luminosa resaltaba en la noche, el cura quedó congelado, aquella era una niña, una jovencita que parecía emitir su propia luz. Había más personas en el parque, pero solo él parecía verla, y la niña lo notó, devolviéndole la mirada. El cura se acercó embobado, como quien ve una aparición milagrosa y cuando estaba a dos metros, no tuvo más dudas y se dejó caer de rodillas, ante las miradas de incredulidad de un par de transeúntes que pasaban por allí, “¿Quién eres?” Preguntó el cura, anhelante, la aparición le miraba inocente y divertida, “Julieta” Respondió. El sacerdote insistió entonces, “¿Eres un ángel?” La niña sonrió, “No, solo Julieta” En ese momento, las luces regresaron a las farolas del parque y a todos los bloques, y aquella aparición milagrosa se redujo a un pálido espectro de una muchacha que además de muerta, no parecía tener nada de especial. Entonces, los transeúntes se acercaron a ayudar al sacerdote que parecía desorientado o con una nueva descompensación, sin embargo, este estaba bien, pero la chiquilla ya se había ido.


León Faras.