LII.
La
habitación de Laura estaba muy diferente a la última vez que el cura y la bruja
la habían visto, ahora se veía ordenada y limpia. En un rincón, Gloria y su
hija Lucía, habían construido un pequeño altar sobre una sencilla pero bonita
mesa de rincón bajo el espejo, con el retrato de Laura escoltado por dos
estilizados floreros gemelos y precedido por un humilde candelabro de tres
velas que rendía honores a la difunta. Frente a esto, y en el suelo, un
vigoroso filodendro recibía los primeros rayos del sol de la tarde, que
entraban por la ventana. “Fue ahí, justo ahí, en el espejo, donde su figura se
formó…” Señaló la mujer, con cierto brillo en los ojos, su hija Lucía se
mantenía aferrada a su brazo, sencillamente ella no estaba preparada para una
experiencia como esa, y esperaba que a su hermana no se le ocurriera aparecerse
frente a ella. Gloria continuó, “…era como un fantasma que hasta parecía
flotar, pero solo estaba allí, dentro del espejo. Fue impresionante, pero no
sentí miedo” El cura asentía orgánicamente, ahora que había comenzado a ver
espíritus, sentía que nada sabía de ellos, la bruja en cambio oía y miraba con
atención, como quién quiere descubrir algo que sabe que se le está escapando,
“¿Hizo algo? ¿Algún gesto o ademán?” Preguntó la bruja, Gloria repitió el gesto
de quien envía un beso a la distancia y luego añadió con plácida resignación,
“Estoy segura de que se estaba despidiendo de mí…” Eso era lo que Olivia
presentía, Laura no se había entregado al Escolta aún, sino que pensaba hacerlo
ahora. No sabía cómo lo había hecho, pero de alguna forma había logrado hacerse
visible ante los ojos de su madre, para despedirse de ella en paz, no con la angustiante
desesperación con la que pedía ayuda antes, aunque también existía la
posibilidad de que todo hubiese sido una alucinación de Gloria, ese tipo de
cosas eran más comunes que las mismas manifestaciones espectrales, pensó
Olivia. Cuando la bruja salió de su burbuja mental, se dio cuenta de que, tanto
el cura como la mujer, le miraban como esperando una respuesta de algo que no
se había ni enterado, “¿Eh?” Dijo con una sonrisa incómoda, el padre José María
intervino entonces, “Gloria preguntaba qué habría sucedido con el Escolta del
que le hablamos…” Eso mismo era lo que se estaba preguntando Olivia, si ese
Escolta ya había hecho su trabajo o todavía esperaba su oportunidad, pero no le
iba a transmitir sus dudas a la mujer, solo puso gesto inocente y replicó, “Un
milagro, creo que ha sido un milagro” Gloria estaba convencida de eso y sabía
que no había nada mejor que hacer en esos momentos, más que orar, “Por
supuesto…” Respondió el cura, y en el momento en el que todos se ponían de
rodillas para hacerlo, Olivia recordó algo, realmente no era algo demasiado
convincente, pero era algo, “Empiecen sin mí…” Se excusó y salió del
departamento apresuradamente, no era muy lejos donde quería ir, de hecho, era
en un bloque vecino. Golpeó la puerta con firmeza, e impaciente y luego de un par
de segundos, volvió a golpearla de nuevo, Macarena Ríos abrió la puerta
fastidiada por la urgencia, “¡Qué?” “Busco a Richard Cortez” Respondió la
bruja. Macarena no sabía quién podía ser esa mujer, pero por su aspecto, no
podía ser nadie importante, “Está descansando ¿Qué quiere?” Preguntó agria, Olivia
solo quería hablar, pero en ese momento Richard llegó detrás de su mujer y le
puso una mano en el hombro, “Tenemos negocios juntos…” Le informó, y Macarena,
con una mirada de profunda desconfianza, se retiró a la habitación de su hijo.
La bruja fue directa, “¿Aún lo hueles?” Richard no dijo nada, en realidad, no
sabía de qué le estaba hablando. La bruja añadió, “El pedo de Satanás, ¿aún lo
hueles?” El Chavo asintió despreocupado, “Sí, todavía está aquí” La bruja quiso
saber cómo diablos era que podía saber algo así, y el hombre, escudriñando los
alrededores, le respondió, “El día en que morí, solo podía sentir ese olor, no
el de la descomposición de decenas de cuerpos, no el de los cadáveres
masacrados por todas partes, no el de los inocentes quemados vivos en sus
propias iglesias o escuelas, sino ése, y fue durante mucho tiempo. En esos
años, estoy seguro de que había más de un solo Escolta con cuentas pendientes
sobre el mundo, y varios se lo ganaron con creces, con esfuerzo y dedicación,
como si se tratase de un maldito premio…” Luego de una pausa, agregó, “No había
vuelto a sentirlo hasta el día de la muerte de Laura…” Que un Escolta tuviera
un olor particular, era algo que no le hacía ni pizca de sentido, pero le
creía, tal vez porque no tenía nada más.
La
verdad era que, tanto Gastón Huerta, como la propia Julieta, habían dedicado
parte de sus noches a mantener alejados a los intrusos de la casa de Alan, para
que estos no estropearan el trabajo que estaban haciendo y lo habían logrado en
base a jugarles bromas muy pesadas a quienes pretendían usar el lugar para sus
propios fines. El truco del “Ahorcado” era el que mejor le resultaba a Huerta,
aunque también solía arrastrar cosas pesadas en medio de la noche o simplemente
esconderles las pertenencias a los intrusos o cambiárselas de sitio, lo de
Julieta, en cambio, era algo diferente, y al propio Gastón le daba un poco de
miedo verla. Ella no podía manipular las cosas físicas como lo hacía él, sin
embargo hacía trucos increíbles manipulando las energías. Podía apagar o
encender velas, había aprendido a reventar vasos presionándolos lo suficiente
desde dentro, hacer levitar cosas de poco peso, también le gustaba jugar con
una fea y aterradora muñeca hallada en un basurero, a la cual lograba mover
sutilmente, pero lo más impresionante era que, ella fue quien consiguió
encender el televisor con su propia energía. Alan estaba igualmente
impresionado, no solo por el resultado que habían conseguido con la casa,
también con las increíbles habilidades de Julieta, las cuales él nunca había
visto, ni menos haber tenido, sin embargo, la chica confesaba no haber hecho
nunca nada especial, solo las había aprendido con el tiempo, sola y de manera
natural, como si siempre hubiesen estado ahí, pero aun así, era muy raro.
Cuando el sol comenzó a ponerse, el grupo se disolvió, y cada uno tomó
direcciones diferentes. Julieta regresó a la población, pero no se fue
inmediatamente a acompañar a Lucas, esa noche había un espectáculo que a ella
le encantaba presenciar desde el día en que sus ojos se abrieron por primera
vez luego de morir: la luna llena. La primera vez que la vio, no era tan
majestuosa, estaba opaca y partida a la mitad, pero cuando la vio llena y
luminosa por primera vez, quedó encantada y desde entonces no se perdía ninguna
de sus solemnes apariciones. En ese mismo momento el padre José María Werner
abandonaba la casa de Gloria para regresar a la propia, atravesando el pequeño
parque que decoraba el interior del conjunto habitacional, cuando por
casualidad, o tal vez no tanta casualidad, las luces del parque y de todos los
bloques se apagaron al unísono. No era tan grave, la luz de la luna acompañaba
bien esa noche, sin embargo, una fuente luminosa resaltaba en la noche, el cura
quedó congelado, aquella era una niña, una jovencita que parecía emitir su
propia luz. Había más personas en el parque, pero solo él parecía verla, y la
niña lo notó, devolviéndole la mirada. El cura se acercó embobado, como quien
ve una aparición milagrosa y cuando estaba a dos metros, no tuvo más dudas y se
dejó caer de rodillas, ante las miradas de incredulidad de un par de transeúntes
que pasaban por allí, “¿Quién eres?” Preguntó el cura, anhelante, la aparición
le miraba inocente y divertida, “Julieta” Respondió. El sacerdote insistió
entonces, “¿Eres un ángel?” La niña sonrió, “No, solo Julieta” En ese momento, las
luces regresaron a las farolas del parque y a todos los bloques, y aquella aparición
milagrosa se redujo a un pálido espectro de una muchacha que además de muerta, no
parecía tener nada de especial. Entonces, los transeúntes se acercaron a ayudar
al sacerdote que parecía desorientado o con una nueva descompensación, sin embargo,
este estaba bien, pero la chiquilla ya se había ido.
León Faras.
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