jueves, 30 de septiembre de 2021

Humanimales.

 IX.

 

La ruta de las flores era un estrecho camino, por el que no cabían más de dos personas una al lado de la otra, excavado en la ladera de los cerros y montañas de tal forma que para un carnófago era imposible de alcanzar. Generalmente era una ruta bien transitada, no solo por su seguridad, sino que también, por las numerosas piletas que recibían el agua de las alturas y se la ofrecían al viajero, sin embargo, los muchachos la encontraron extrañamente vacía, tanto, que buena parte de la primera jornada, la niña pudo caminar libremente y terminó encaramada sobre los hombros de Mica, sujeta de los pequeños cuernos de esta. Los sitios donde pernoctar también eran abundantes, ya que en general, eran improvisados por los propios viajeros, los que despejaban y preparaban un lugar a la vera del camino donde encender un fuego y descansar. En la segunda jornada comenzaron a sospechar lo que ocurría, ya que, si bien encontraron algunos viajeros que, como ellos iban hacia Mirra, no había ninguno que viniera desde allá. Pasado el mediodía de la tercera jornada se encontraron con el primero que venía en sentido contrario, pero no era más que un viejo con la cara larga, los ojos muy separados y un manto harapiento sobre la cabeza que desandaba lo que ya había andado, “El camino está cortado…” Les anunció con una voz estrangulada, como si el aire se le estuviera escapando por otro sitio, “…hubo un derrumbe, una roca cedió y todo se fue al carajo, tardarán al menos dos semanas en restaurar el paso. Espero que ningún desgraciado haya caído” Se lamentó el viejo, secándose el sudor de la frente con una punta de su raído manto, “¿Y ahora qué hacemos?” Preguntó Tanco a sus compañeros, pero el abuelo cara-larga fue el que le respondió, estirando su flaco y tembloroso brazo hacia atrás, como si estuviera señalando un punto remoto en el horizonte, “Pueden dejar la ruta y cortar por el Yermo más adelante, se pueden ahorrar dos días de viaje, o más, pero yo me regreso, estoy demasiado viejo para lidiar con carnófagos” Señaló. Efectivamente, había desviaciones en la ruta de las flores, por las que se podía entrar o salir de esta, pero algunas tenían mejor pinta que otras, y la que ellos tenían a su disposición no era de las más atractivas. Estaba excavada en una pared casi vertical, y era apenas suficientemente ancha para el carro, además de que no era completamente recta, sino que bajaba en zigzag, Tanco y Límber, entre los dos, pudieron encargarse de que el carro llegara abajo sin despeñarse, ni despeñarse ellos, mientras Mica descendía detrás, con la niña sujeta firmemente de la mano. Al menos habían llenado sus botellas con agua en la última pileta antes de bajar. Era una zona amplia y despejada del Yermo, donde los carnófagos podían verse desde lejos, pero plagada de sus mierdas. Mica ya había divisado un par merodeando desde lo alto mientras bajaba y una vez en el Yermo, le ordenó a la niña que se metiera al carro, la cual, ante la sola presencia de esos bichos corría a buscar refugio, luego de eso, Mica cogió su arco y comenzó a alejarse con un trote corto y postura curvada, Tanco miró a su compañero y luego a la chica, “Oye, ¿te esperamos o qué?” Deduciendo que la chica necesitaba privacidad para aliviar alguna de sus necesidades o algo, pero aquella le devolvió un gesto más que evidente con la mano de que continuaran sin preguntarle tonterías. Más de media hora después, vieron que la muchacha regresaba trotando ya con normalidad, “¿Qué hacías?” “¿Por qué tardaste tanto?” Le preguntaron, mientras Mica recuperaba el aliento. La chica se había alejado, para acercarse a un grandulón que distraídamente roía una columna vertebral y clavarle una de sus flechas en la rodilla para después, retirarse sigilosamente de vuelta, esa había sido una jugada inteligente, pero para los muchachos, a juzgar por sus rostros, no acababa de encajar del todo, entonces Mica agregó, “…dejará un reguero de sangre y lamentos imposible de ignorar para los demás carnófagos.”

 

En una noche en el Yermo, el fuego era imprescindible, porque en la oscuridad total, los carnófagos tenían toda la ventaja, y aunque por un lado estos le temían, por el otro, entendían que el fuego estaba asociado a la presencia del hombre, por lo que todo dependía de su número y del hambre que acumularan. Deberían encargarse de buscar comida al día siguiente, solo les quedaba las últimas ratas secas y una zanahoria que Mica compartió con Límber. Tanco asaba su cena ensartada en una varita de madera, “¿No tendrás un poco de sal?” Le preguntó a la chica, pero antes de que esta reaccionara, la niña metió la mano en su bolso y extrajo un pocillo pequeño de arcilla, cubierto con un tapón de madera y lo puso en el suelo junto a él, para luego seguir con sus asuntos sin prestarle la menor atención a nadie. Tanco se quedó mirándola como si hubiese presenciado un truco de magia imposible, y luego vio que los demás también, hasta Límber había dejado de masticar. Con total desconfianza, cogió el pocillo y lo examinó, “Es sal…” Anunció, pasmado, como si se tratara de un milagro, y en parte lo era, porque hasta ese momento, la niña no había mostrado entender un pimiento de lo que se hablaba. Sobre sus cabezas, el cielo era infinito e inexplicable; hermoso y aterrador, silencioso como era el Yermo esa noche. La niña durmió acurrucada dentro del carro, y mientras Mica montaba la primera guardia, Límber y Tanco se enrollaron en sus mantas junto al fuego para descansar. Cuando la chica fue por algo más de leña, vio como un punto titilaba en el horizonte, debía de ser una fogata como la que tenían ellos, pero apenas se veía más grande que una de los millones de estrellas en el cielo, entre ella y ese punto, en algún lugar que no podía verse en la espesura de la noche, estaba la vieja torre: los restos de hierro y hormigón de lo que alguna vez fue un conjunto habitacional, pero que ahora no era más que tres paredes y media de una torre de cuatro pisos que se mantenía en pie por inexplicable capricho, el sitio en el que, al parecer, su viejo amigo y tutor, Nurba, había caído.

 

La comida en el Yermo no era particularmente abundante, o apetitosa, pero se la podía uno apañar, especialmente, si se era un amante de las raíces, como Límber, que encontró una bien gorda y negruzca, con apéndices que semejaban brazos y piernas, uno de los cuales arrancó para dárselo a la niña, la cual empezó a roer de inmediato, sin cuestionar nada. Las ratas, aunque abundantes, no eran tan fáciles de hallar en un sitio tan abierto, pero sí los insectos, que alcanzaban tamaños voluminosos bajo los troncos podridos, como si las asquerosas aguas del Yermo les nutrieran, bichos que la niña también devoró encantada, el problema, era que no encontrarían agua buena hasta Mirra, por lo que estaban obligados a cuidar la que tenían. A eso del mediodía, vieron a un par de carnófagos desplazándose con ansia a prudente distancia, pero no hacia ellos, sino a otro sitio oculto por el paisaje. Seguramente tenían una presa o querían participar de un festín al que no habían sido invitados, como fuera, lo mejor era rodearlos, pasar inadvertidos y dejar que siguieran en sus asuntos, pero entonces un chillido agudo y prolongado, como el que haría cualquier niña asustada, rajó el silencio del Yermo y fue silenciado de golpe por una detonación, no había duda, varios carnófagos más ya estarían en camino.


León Faras.

viernes, 24 de septiembre de 2021

Humanimales.

 

VIII.

 

Los chicos se miraron entre sí, como compitiendo por quién ponía la mejor cara de incrédulo asombro, mientras Yagras consultaba con sus hombres si es que acaso esa cosa podía o no podía ser una niña humana pura. Para Cifu, no podía ser otra cosa, mientras que para el propio Yagras, aquello era imposible. Límber se atrevió a intervenir, “¿No era esto lo que te habían robado y deseabas recuperar?” El líder de Yacú lo miró como si intentara descifrar el extraño lenguaje del otro, hasta que finalmente salió de su estado de shock, “¿Por qué pensarían algo así?” Para ese momento, las armas que le apuntaban ya se habían relajado, Tanco decidió confesar, “El cuchillo, no lo encontramos enterrado en el Yermo…”  Le echó un vistazo a su compañero antes de continuar, “…Estaba en un refugio, junto al hombre que buscabas, muerto… y esta niña” Yagras veía pasmado como la niña se descolgaba de su carro en ese momento, y echaba a andar con total desparpajo y naturalidad entre ellos, “¿El viejo Darga?” Comentó el de Yacú, mirando a sus hombres por si alguno entendía o sabía algo, “¿De dónde el viejo Darga podría haber sacado a esta criatura?” Se preguntó refiriéndose a la niña, que parada frente a Cifu, observaba a este hacia arriba, como quien contempla la cima de un edificio, para luego responderse abatido, “Yo no lo sé.” “La navaja también estaba en su poder” Intervino Mica, por si aún alguien tenía alguna duda al respecto, Yagras la miró sin sorpresa, “¿Algo más?” Preguntó. La chica miró a los muchachos, y estos entre sí. Con algo de esfuerzo, Tanco recordó la pistola artesanal que el viejo empuñaba al momento de morir, y cuando parecía que aquello era todo, Límber pensó en registrarse los bolsillos, “¡Oh, sí! También esto…”  señaló, mostrando la brújula rota que había guardado con la esperanza de repararla, el aspecto derrotado de Yagras se iluminó y Límber, como los demás, lo notaron en el acto, “¿Esto es lo que buscabas?” Preguntó este último, sorprendido. Realmente una brújula era un instrumento valioso para quienes no comprendían cómo funcionaba, pero sí lo útil que era, sin embargo, al lado de la niña humana, se veía tan pequeño, “La magia arcana de este objeto está tan perdida en lo más profundo del viejo mundo, que lamentablemente no podemos replicarla” Señaló Yagras, recuperando su instrumento, luego añadió, “Darga, ¿qué pasó con él? ¿Ustedes le mataron?” Los muchachos se apresuraron a negarlo; el tipo ya estaba muerto, aunque no podían precisar cómo o de qué, lo que sí se podía asegurar, era que los carnófagos no habían tenido nada que ver “…y salvo por algunas ratas despellejadas, no llevaba más provisiones, ni agua” Aclaró Tanco, Límber confesó cómo se había deshecho del cuerpo. Yagras asintió con gravedad, “Era un buen hombre, jamás sabremos por qué se dejó guiar hasta la más inocua de las muertes por esta criatura o tan solo de dónde la sacó, pero al menos nos queda el consuelo de que era un hombre solitario y no hay familia a la que darle malas noticias…” Mientras el líder de Yacú se expresaba con toda solemnidad, la niña registraba con atrevimiento el morral de Itri, quien la miraba como aquel que nota que hay un perro orinándose sobre sus zapatos, pero sin reaccionar, hasta que la chiquilla consiguió un trozo de carne seca y comenzó a devorarla ahí mismo, sin siquiera disimular o intentar huir. Mica lo notó, y se horrorizó como la madre que sorprende a su propio hijo robando, pero tampoco hizo nada, pues el gran Yagras de Yacú, continuaba hablando, “…Si yo fuera ustedes, me desharía lo antes posible de esta criatura que no hará más que conducirlos hasta el mismo final que al pobre Darga, pero ahora esa es su decisión y responsabilidad, como dicta la costumbre, lo que se encuentra en el Yermo, pertenece al que lo encuentra. Por cierto, comprendo que todo esto no fue más que un malentendido, permítanme recompensarles por la brújula” Y uno de sus hombres se alejó a su señal y regresó con una caja, no mayor a lo que sería una caja de calzado para niños, pero hecha de madera y de considerable peso y se la entregó a Límber, “Estamos en paz, hermanos de Portas…” Señaló el de Yacú, “…pero les advierto, si se acercan a Yacú con esa criatura, no serán bienvenidos. No creo que sea una niña humana pura, pero muchos lo creerán, y se desatará la locura y la ambición por su sangre, cosa que yo, como el líder de Yacú, no puedo permitir” Dicho esto, hizo una pequeña y formal reverencia y se retiró hasta donde lo aguardaba su carro. Mica dio un profundo suspiro de alivio y luego miró a Límber que aún sostenía la caja con ambas manos, “¿Y ahora qué?” Preguntó la chica, el otro la miró sin mirarla, como el que viene recién saliendo de un profundo sueño. Se encogió de hombros, “Supongo que ahora vamos a tener que ponerle un nombre” dijo, mientras Tanco se percataba de que la chiquilla no estaba, entonces escuchó el grito de la niña, un grito apagado y breve y se adentró en la selva muerta que los flanqueaba en ese momento, Mica cogió su arco y Límber dejó la caja de lado para empuñar su arma, “¡Tanco!” Gritó la chica, pero no obtuvo respuesta, Límber levantó su rifle, no había ni un ruido ni señales de carnófagos, “¡Tanco!” Repitió Mica, y esta vez sí obtuvo respuesta, aquel aparecía con la niña en brazos de entre la maraña de troncos y ramas secas “¡Está bien, está bien! No es nada, solo un pequeño corte en la pierna con una rama” La llevó hasta el carro, donde Mica se encargó de vendarla. Había sido un buen rasguño, pero nada más, “¿Seguimos con intenciones de ir a Mirra?” Consultó Tanco, mirando a sus dos camaradas y ambos, luego de echarse un vistazo, asintieron.

 

Cora sujetaba con desesperación y todas sus fuerzas, el cuerpo de su padre, mientras el sanador le vertía un líquido lechoso dentro de la boca y se la cubría con una mano de dedos largos y huesudos para que lo tragara, “¡Sujétalo, fuerte!” Gritó el curandero, mientras la muchacha hacía peso con todo su cuerpo para contener la desesperación y el espanto de su padre ante cosas que solo él veía y oía. Al cabo de un minuto, el cuerpo del hombre se apaciguó y las visiones pasaron a un plano onírico, “Casi no me quedan flores adormecedoras” Dijo el curandero, un hombre maduro de grandes orejas, con una marcada calvicie, el mentón y las patillas polvoreadas de canas y un enorme espacio vacío entre su ancha nariz y la boca, “¿Y que otra cosa podemos hacer?” Preguntó Cora, una muchacha menuda, sin orejas, con bonitos ojos color musgo y el dorso de su cuerpo cubierto de escamas, tal como las de su padre. Nurba, el sanador, la miró con toda la gravedad de la que disponía, a ella y a su madre, que sentada en un rincón abrazaba a su hija pequeña, Gigi, y extrajo de su bolso un punzón de acero, la muchacha se negó tajante, “Lo único que podemos hacer contra la fiebre atávica es acabar con el tormento de la víctima” Sentenció el curandero, con infinita paciencia y piedad en los ojos, “¡Pero hay quienes se han recuperado!” Alegó la muchacha, Nurba apretó el ceño y los labios, “No te aferres a esa posibilidad, niña, los que lo han logrado no se cuentan con más de una mano” Sentenció, Cora insistió, testaruda, “¡Pero lo han hecho! ¡Es posible!” Nurba estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones y no podía menos que admitirlas con respetuoso silencio, “Traeré más flores adormecedoras, tardaré dos días” Dijo la muchacha, y no era una sugerencia. La chica echó en un canasto las herramientas del padre, lo único que les quedaba de valor y que no era comestible, se lo colgó a la espalda, se metió en el cinto el viejo revólver de la familia con apenas dos balas en su interior y partió de inmediato. Ya cuando se había alejado de los límites de la tribu de Bocas, a la que pertenecía, y se acercaba a la ruta de las flores para encaminarse hacia Mirra, un grito la hizo detenerse, era su hermana Gigi, una pequeña cubierta de suave pelaje blanco y pequeñas orejas puntiagudas, como su madre. No podía enviarla sola de vuelta y desde luego, no volvería con ella, así que le cogió la mano con fuerza, “Está bien, tal vez me den más flores si les doy una niña a cambio” dijo la mayor, Gigi se detuvo en seco y la miró enfadada, “¡Es una broma!” Admitió Cora, y volvió a cogerle la mano, “Tendrás que caminar de prisa” Le advirtió, pero eso la pequeña ya lo sabía, “Yo puedo andar tan rápido como tú.”


León Faras.

domingo, 19 de septiembre de 2021

Humanimales.

 VII.



Se pusieron a trabajar de inmediato, recolectando la madera que les parecía la más adecuada para un trabajo, el cual, ellos nunca habían hecho antes, mientras Mica ordenaba todas sus herramientas, heredadas quien sabe por quién y quien sabe desde cuando al viejo cementerio de vehículos. A su lado la niña las examinaba en cuclillas, como si supiera qué eran y para qué se usaban, ayudando a organizar, sin que nadie se lo pidiera, los martillos, con los martillos y los formones, con los formones. Cuando los muchachos llegaron con la leña en mejor estado que pudieron encontrar, Mica los dejó solos con la pequeña para ir a revisar sus trampas y tal vez encontrar algunos huevos de las únicas aves que se atrevían a anidar cerca de las personas, palomas, todas negras como la pizarra de una sala de clases, sin excepción. Sin ser ninguno de los dos carpinteros de oficio, Límber, al menos, tenía una noción de cómo cortar las piezas para luego ensamblarlas, formando estructuras simples. Mientras ambos discutían la forma y las dimensiones más adecuadas para su pequeño proyecto, la niña recolectaba la viruta como si se tratara de objetos valiosos, y los apilaba en un pequeño cerro en un rincón sin razón alguna. Intentaron que les fuera útil alcanzándoles las herramientas que necesitaban, pero no resultó, la niña los ignoraba por completo como si fuese sorda, aunque claramente no lo era. La idea, era construir un cajón vertical, en el que cupiera la pequeña, abierto solo por el frente y montado sobre dos largas varas de madera que sobresalieran hacia delante para poder tirar de él, y estas, a su vez, montadas sobre un eje con una rueda a cada lado. Cuando la chica llegó, los incursores al menos tenían una idea clara de lo que estaban haciendo. Traía tres ratas atrapadas en una jaula y dos palomas muertas a pedradas con una honda, aves que a Mica no le agradaba comer, pero que recurría a ellas cada vez que el alimento escaseaba. Además de la cena, la chica traía un gesto incómodo demasiado evidente, “Tengo un mal presentimiento…” dijo, mirando a su alrededor como si algo estuviera oculto a dos metros de ella, Tanco, que se había descubierto su calva cabeza verde y brillante de sudor, la miró divertido, “Debe ser porque Yagras sabe que le mentimos y estamos esperando a que caiga sobre nosotros en cualquier momento con todos sus hombre y quien sabe, tal vez hasta tenga un gigante de Bulvar a su servicio” La chica lo miró como si le hubiese leído la mente, “Sí, eso debe ser…” Murmuró y se dio la vuelta rumbo a su casa a despellejar las ratas, la niña la siguió corriendo con un recipiente lleno de virutas. Límber se secó el sudor de la frente mirando a su compañero con cierto recelo y luego siguió con su trabajo en silencio, el ambiente era tenso, y ese mal presentimiento, como el ácido sentido del humor de Tanco, no era otra cosa más que miedo, miedo que él también sentía.



La niña desplumó los pájaros con minuciosidad laboriosa, usando hasta los dientes cuando las uñas no eran suficientes y lanzando las plumas al fuego, impregnando todo de un olor tan desagradable como característico. “Si viene durante la noche o por la mañana…” Preguntó Tanco, mordisqueando tímidamente un trozo de pechuga de paloma, “… ¿qué haremos? ¿Nos meteremos en el hoyo otra vez?” “No creo que eso funcione” Comentó Mica, arrimando a la niña a su lado, cuyo cuerpo perdía estabilidad debido al peso de sus párpados. “No, no funcionará, aún así deberíamos montar una guardia” Comentó Límber, sin ánimos de darle otra mordida a lo que le quedaba de su zanahoria. Con la niña durmiendo como una bendita, los tres se subieron al techo de la casa, desde donde podía verse buena parte de los alrededores. Mica destapó una botella y se echó un trago, luego se la pasó a Tanco que estaba a su lado, este la olfateó y se quedó perplejo, “¡Licor de miel?” La chica le arrancó la emoción de cuajo, “No preguntes, solo bebe” “¿Qué estamos celebrando?” Comentó Límber con sequedad cuando llegó su turno, “Nada…” Respondió Mica, sin más ánimo en su voz, “…solo pensé en aprovecharla… ya saben, por si acaso” Luego de eso se formó un largo silencio en el que cada uno lidiaba con sus propios pensamientos hasta que Tanco decidió verbalizar los suyos, “Me pregunto, ¿De dónde salen los carnófagos? Quiero decir ¿Hay algún agujero por ahí, del que brotan como hongos?” Los otros lo quedaron viendo, como tratando de descifrar si hablaba en serio o quería animarlos con un extraño sentido del humor, sin embargo, para Tanco, su duda era de lo más razonable, “Es que… son todos machos, ¡No hay hembras! ¿Dónde están las chicas?” Y era verdad, todos los carnófagos que se podían ver vagando por el mundo, eran machos, “Las hembras no bajan de la montaña, de las cuevas donde procrean y son procreadas, solo los machos son expulsados” Aclaró Mica. Límber devolvió la botella, “Sí, y si no se van, o hacen muchas preguntas tontas, los devoran” Comentó este, lo que provocó una risita de la chica justo cuando pretendía tomar un trago de licor, Tanco iba a replicar algo ingenioso, pero un gesto de su compañero lo silenció; en el silencio abrasador de la noche en el Yermo, Límber estaba seguro de haber oído algo.



Hicieron turnos de guardia, y por la mañana comieron lo que quedaba y se pusieron a trabajar sin que nada anormal ocurriese. El carro tomaba forma, aunque aún le faltaba lo más importante: las ruedas. Por suerte, estaban en un limbo de vehículos abandonados, en el que también había motocicletas, y con las llantas era suficiente. El plan era dirigirse a Mirra por la llamada Ruta de las Flores, llevando a la niña oculta en el carro, aunque no tenían nada claro qué harían luego, si lo lograban. Salieron al amanecer del tercer día, Límber tiraba del carro mientras que Tanco y Mica lo escoltaban cada cual con su arma. El silencio en esa mañana era tan palpable como el frío, que había escarchado la superficie del Yermo haciéndola un poco más hostil. Habían caminado media hora, cuando Cifu les cortó el paso apuntándoles con su bonito rifle, mucho más poderoso que el de Límber, Tanco quiso reaccionar, pero no supo de dónde, una mujer, exactamente igual a Cifu pero de pelaje completamente negro, su hermana Itri, le puso su revólver en la sien. Poco a poco aparecieron más soldados de Yacú, hasta que el propio Yagras, sin su carro esta vez, se presentó, con andar pausado y gesto sumamente decepcionado, “En verdad no quería creerlo… ¿Por qué? ¿Qué les he hecho yo, para que me mientan y se burlen de mí de esta manera?” Podía estar sobreactuando, pero el hombre expresaba con cada gesto los sentimientos de quien ha sido dolorosamente traicionado, “Mica, no tienes idea de cuánto me has desilusionado” Tanco, enseñando las palmas de las manos, se lamentaba en silencio, teniendo plena consciencia de que ya sabía que eso sucedería, Mica apretaba los dientes, arrepentida, pensando que podrían haber planeado las cosas mucho mejor para haber evitado verse en semejante situación, mientras que Límber, era el único que demostraba cierta dignidad en su postura, sin siquiera haber soltado los tirantes del carro. Yagras se acercó a él, “Quiero de vuelta lo que es mío” Pronunció las palabras con tal gravedad y calma, que resultaron muy amenazantes. Aun con las largas orejas paradas de Límber, no alcanzaba la altura completa del de Yacú. El de Portas soltó el carro, con la resignación y respeto del jugador experimentado que sabe cuando su partida ya está perdida y señaló el interior del carro cubierto por una simple cortina, Yagras no pareció muy convencido, “¿Es un truco?” Preguntó mirando a los demás, todos negaron con la cabeza, pero Tanco ni siquiera levantó la vista del piso, “Ábrelo” Ordenó Yagras y Límber obedeció. Allí estaba la niña, mirando al enorme Yagras con divertida curiosidad en los ojos, este, luego de echar un vistazo, se irguió en todo su alto con el rostro desencajado, y mirando a Límber, que con cara de imbécil, no se esperaba tal reacción, exclamó, “Hermanos, ¡Pero qué demonios es eso?”


León Faras.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Humanimales.

 

VI.



El hoyo aquel, no era más que un pequeño contenedor de combustible vacío hace muchos años, apenas más largo que un hombre promedio estirado sobre sus espaldas, el que no tenía un solo agujero por el que entrara algo de aire o la más mísera claridad. Límber permanecía tranquilo, con su fusil preparado en las manos y oyendo atentamente la conversación que se desarrollaba sobre sus cabezas, la niña a su lado, con la lámpara cerca de ella, seguía deshollejando semillas y metiéndoselas a la boca, que parecían tan inagotables como su voraz apetito, pero permanecía tranquila y ensimismada en su labor, el problema estaba con Tanco, que no dejaba de moverse, incómodo e inquieto, cambiaba de posición una y otra vez, se hacía tronar los nudillos y se rascaba obsesivamente donde no necesitaba hacerlo, “¡Quieres quedarte quieto! Lo único que haces es levantar polvo y hacer más difícil respirar aquí” Le espetó Límber en un susurro con claras intenciones de ser un grito camuflado, el otro volvió a rascarse la cabeza y a restregarse la cara cubierta por un sudor aceitoso, “Lo siento, es que no soporto los agujeros tan estrechos” Se disculpó Tanco, “¿Crees que…?” Iba a agregar algo, pero el otro lo hizo callar con la misma silenciosa intensidad de antes, “¡Mierda!” Escupió Límber. Yagras había encontrado la cortaplumas del viejo muerto.



¿De dónde sacaste eso?” Preguntó Yagras, señalando la navaja con uno de sus gruesos dedos, Mica procuró mantener la calma, “Se la cambié a unos viajeros por algunas de mis ratas” “¿Cuándo?” Preguntó el musculoso líder de Yacú, Mica pensó en mentir, pero rápidamente desechó esa idea, “Hoy mismo, poco antes de que tú llegaras” Afirmó con soltura, Yagras quiso saber cómo eran esos viajeros y la chica los describió como “…uno con largas orejas paradas y una pequeña barriga y el otro muy flaco, de piel oscura y una capucha” El hombre asintió satisfecho, “Ah, los hermanos de Portas. Es curioso que estuviera en su poder, porque conozco muy bien esa cuchilla” Mica miró de reojo el cortaplumas y luego a su invitado, “¿Cómo sabes que es la misma que conoces?” Yagras observó a la chica largamente y con seriedad, “Tú sabes cómo…” Respondió, y luego, con la gravedad del médico que tiene que dar una muy mala noticia, añadió, “…No te lo quería decir, sé lo mucho que te importaba” Mica demudó el rostro y hasta le temblaron ligeramente los labios, “¿Qué le sucedió?” Yagras tomó una bocanada de aire y acomodó los codos sobre sus rodillas, “Encontramos sus cosas cerca de la vieja torre, aunque, no había mucho de él, ya sabes como terminan los pobres desgraciados que son devorados por carnófagos, esas bestias lamen hasta la sangre del suelo” Mica sintió ganas de llorar, pero se contuvo, “Él sabía muy bien cómo cuidarse de ellos” Afirmó. Yagras volvió a acomodarse en su asiento, “La fortuna también juega un papel importante en esta vida, no sé que más decirte” La chica se forzó en recobrar la serenidad, “¿Hace cuánto lo encontraron?” El hombre se restregó la barba haciendo un rápido cálculo mental “Serán nueve o diez meses. Antes de las grandes lluvias. Lo siento” En ese momento sonó un chiflido, sus hombres estaban listos, tenían a un joven carnófago sujeto del cuello por el lazo, aunque ya dócil con la cabeza cubierta por una bolsa de tela negra y las manos atadas. Mientras sus hombres sacaban al carnófago herido, lo ataban a la cola del carro y ponían al nuevo en su lugar, luego de casi estrangularlo en la bajada del muro, Yagras le preguntó a la chica hacia dónde se dirigían los incursores de Portas, “No lo sé, supongo que a su hogar, ¿Por qué?” Se atrevió a preguntar Mica, aunque ya sabía por qué, “Me encantaría que me explicaran cómo salió esa navaja de Yacú y llegó a su poder” Respondió Yagras, con evidente disgusto en el rostro. Luego Cifu le lanzó un pequeño saco que ofreció a la chica, “Por tu muchacho” Le dijo. Eran zanahorias, y Mica adoraba las zanahorias, lamentablemente, no eran tan abundantes como las ratas. Una vez en su carro, el líder de Yacú preguntó lo que quería saber desde un principio, por el hombre que buscaba y que le había robado tan preciada posesión, Mica negó con la cabeza, “Puede que ya esté muerto…” Comentó, sin saber muy bien por qué, aunque en realidad eso siempre era lo más probable, igual que con Nurba, luego, y casi contra su propia voluntad, preguntó lo que más deseaba saber en ese momento, “¿Qué te robó?” Yagras la miró como queriendo descifrar el verdadero origen de tal pregunta, “De haberlo visto, lo sabrías” Respondió, y antes de azotar sus carnófagos, añadió, “Nos vemos pronto.”



Tanco salió del agujero con desesperación, como quien sale de una piscina en la que ha estado a punto de ahogarse, tenía su piel verde oscuro lustrosa de sudor y sus pequeños ojos muy abiertos, “Por todos los dioses ¡Es que querías matarnos!” Exclamó con exagerada afectación que la chica no entendió y solo se limitó a coger a la niña para sacarla de allí, Límber salió al final, tan tranquilo como había entrado, “¿Una pequeña barriga?” No pudo evitar reprocharle el comentario apenas tuvo a la chica en frente, esta le respondió con una zanahoria preciosa, de color y aroma intenso, que Límber recibió maravillado, totalmente incomparable con la raíz que había estado royendo hasta ese momento, nadie sabía por qué, pero para producir esas hortalizas, claramente Yacú debía estar bendecido por los dioses del cielo y de la tierra. También le ofreció una más pequeña a la niña que comenzó a mordisquearla de inmediato. Realmente esa criatura no paraba de comer. Y solo por educación, le ofreció una a Tanco, sabiendo que este la rechazaría como el alcohol para alguien con una dura resaca. “Yagras está muy interesado en saber de dónde sacaron esta navaja” Dijo Mica al fin, dejándose caer sentada en el suelo, culpándose por el descuido, “¿Por qué dejaste que la viera?” Le recriminó Límber, frustrado, aunque sin esperar una respuesta, “Ahora Yagras nos va a buscar y nos va a arrancar la verdad junto con el pellejo” Sentenció Tanco, quién aún no se recuperaba del todo de los interminables minutos en el agujero, pero tenía suficiente claridad como para pronosticar el negro destino que les aguardaba. “¡Mierda!” Exclamó Límber, con deseos reprimidos de golpear algo. Tenían una buena vida, un hogar seguro, él tenía a la hermosa Liana, a la que había acosado durante meses para que valorara su interés y conseguir algo más que su fría amistad y ahora se sentía con una soga al cuello, atada a una gran roca y a punto de caer hasta el fondo del Zolga, el río más grande que conocían. “Vamos a tener que dejar a la niña aquí” Afirmó de pronto, los otros respondieron un “¡Qué?” Largo y casi al unísono, “¿Acaso piensas librarte del problema dejándomelo a mí?” Protestó Mica, sin la menor consideración por la niña que seguía interesada en devorar su zanahoria y nada más, Límber intentó calmarla, “Solo será una semana, además, como dijiste, este sitio está lleno de escondites, ¿qué tan difícil puede ser?” Tanco negaba con la cabeza compulsivamente, “¿Crees que si la dejamos aquí, nos libraremos del problema? ¡Eres un iluso! Yagras sabe que le mentimos, nos va a buscar, nos va a encontrar y nos va a ahorcar con nuestras propias vísceras” Límber se dirigió a él con un dedo estirado en frente, “Escucha: si vamos a mover a la niña a alguna parte, vamos a necesitar un carro, como el que usa Pango para transportar sus cacharros de barro. Podemos conseguir uno en Portas” Tanco lo meditó por unos segundos, era una mala idea, pero definitivamente debían moverse, sin embargo, Mica no se fiaba ni un pelo, “Ni hablar…” Sentenció, “Si quieres un carro, lo haremos aquí. Tengo herramientas y en el Yermo hay abundante madera seca” Y Tanco estuvo de acuerdo.


León Faras.



viernes, 10 de septiembre de 2021

Humanimales.

 

V.



Uno de los estilizados guerreros que seguían al trote el carro de Yagras, uno de aspecto felino y piel moteada, tenía apoyada una rodilla en el suelo junto al gran barco roto, mientras examinaba algo que le había llamado la atención. Buscar huellas en el Yermo, no era una tarea fácil, ya que este estaba lleno de ellas, las huellas podían permanecer mucho tiempo y la mayoría estaban deformadas por la humedad que brotaba del suelo como de una esponja, por otro lado estaba la cantidad exorbitante de formas y tamaños de esas huellas que, amenos que fuesen de un gigante de la tribu de Bulvar, que no frecuentaban demasiado el Yermo, podían ser de cualquiera y lo mismo llevaban una hora o seis meses allí, sin embargo, si se tenía paciencia y un poco de suerte, podías encontrar algo útil. El guerrero dio un agudo silbido para llamar la atención de su jefe, que revisaba con repugnancia el magullado pie de uno de sus carnófagos que había perdido una de sus uñas completa. Cuando Yagras llegó, el guerrero le enseñó una zona seca del piso, claramente restos de una fogata reciente, esparramada, también había un par de piedras manchadas de hollín lanzadas por allí cerca y lo más importante, una huella. “Estuvieron aquí, pasaron la noche y continuaron al alba” Yagras examinó el lugar, no había un solo árbol en el Yermo, apenas algunos arbustos que nadie entendía muy bien qué clase de agallas tenían para sobrevivir allí, pero la leña aún era abundante, vestigio de una gran vegetación seca y muerta hace décadas. Yagras continuó, “Seguramente el viejo necesitó leña para pasar la noche, dejó su cuchillo clavado en el suelo y lo olvidó, entonces fue encontrado por los hermanos de Portas” Luego se dirigió a su estilizado guerrero, “¿A dónde irías luego de cruzar el Yermo, Cifu?” Este respondió de forma instantánea, “Al Plato, por agua. Es el único afluente de buena agua en kilómetros” Yagras asintió mirando el horizonte, en dirección al cementerio de vehículos, “Sí, yo también” Confirmó.



¿Crees que ese tal Nurba tenga algo que ver con todo esto? Con lo del viejo muerto y la niña humana” Preguntó Tanco, con la boca llena de un enorme bocado de carne de rata, Mica examinaba la navaja, circunspecta, como si esta tratara de transmitirle algo, “No lo sé, es posible” Respondió devolviendo el cortaplumas a Límber, pero este le permitió quedárselo con una sacudida de su mano, “Escucha…” dijo luego, dándole un golpecito en el hombro a su compañero, “Somos incursores, si no regresamos nos darán por muertos, alimento de carnófagos, o peor aun, pensarán que nos hemos ido a otra tribu” Tanco se limpió la boca con el dorso de la mano antes de responder, “Entonces ahora sí quieres llevar con nosotros a la niña a Portas” “No podrán protegerla” Afirmó Mica, “Digo que debemos regresar, pero ella también tiene razón, una vez dentro, no podremos evitar que la despedacen si quieren” Casi gritó Límber, apuntando a su compañero con los restos de su raíz como si se tratara de un puñal, este rió cínico, como quién se encuentra con la misma excusa una y otra vez, “¡Entonces qué rayos quieres! ¿Quieres devolvérsela a Yagras? ¿Deshacerte del problema? ¡Qué propones hacer!” “Podemos llevarla a Mirra” Propuso Mica, levantando las cejas, los otros dos se voltearon a mirarla como si su voz hubiese brotado de la nada, “¿Podemos?” Repitió Tanco, irónico y sorprendido, “Yo soy de la tribu de Mirra…” Dijo la chica, señalándose a sí misma, como si eso fuese necesario, “Allá hay mucho espacio, la gente no vive amontonada como en Portas o en el Zolga, es más fácil pasar desapercibido. Y no hay muros” “¿No hay muros?” Volvió a repetir Tanco, esta vez incrédulo, “No, no los hay…” Confirmó Límber, y añadió, “La gente construye sus casas sobre largas patas de madera o sobre los árboles, a salvo de los carnófagos, pero aun así, eso está a seis días de aquí, por lo menos” “La Ruta de las Flores es segura” Insistió la chica, “Pero transitada” Insistió Límber. En eso estaban cuando se oyó una fuerte campanada sobre sus cabezas y luego otra. Tanco apretó su arma, “¿Qué rayos es eso?” La chica se asomó por la ventana de un salto, aun sabiendo que no vería nada desde allí, “Es alguien solicitando que baje la escalera, con seguridad es Yagras, no se me ocurre nadie más. La campanada volvió a sonar, “¡Rápido!” dijo la chica, agarrando con ambas manos la llanta sobre la que había hecho su fuego y tirando de ella, un agujero apareció abajo, “Ya les dije que este lugar está lleno de escondites ¡Entren!” No tuvieron tiempo de negarse, a pesar de lo poco atractiva que era la idea de quedar atrapados como ratas, confiando en una chica que apenas conocían, pero lo hicieron cuando la campana sonaba por tercera vez. Antes de volver la llanta a su sitio, Mica les estiró su lámpara, la oscuridad allí dentro era absoluta, pero al menos tenían sus armas.



Efectivamente, Yagras estaba allí, al otro lado de los muros de chatarra apilada, “Lo siento, estaba revisando las trampas.” Se excusó Mica, cogiendo la escalera, “No te preocupes, eso supuse.” Repuso Yagras, amistoso, y señaló a uno de sus muchachos que se había arrancado una uña completa y ahora sangraba y cojeaba penosamente, “Ya tiene más de veinte años, está viejo y débil. Necesitaré que me des uno de los tuyos” La verdad, era que los carnófagos no eran de nadie y podía llevárselos todos si quería, pero Yagras de Yacú era un hombre educado y respetuoso con los demás, “¡Claro!” Respondió Mica. Mientras los hombres de Yagras se dirigían a hacer su trabajo con largos bastones con lazos en un extremo de captura en la mano, Yagras llegaba junto a la chica, “¿Podrías ofrecerme algo de beber?” Mica solo tenía agua, pero para el líder de Yacú eso era perfecto, “¿Y cómo te ha ido con las chicas?” Preguntó Mica mientras caminaban a su casa, solo por hablar algo y parecer más natural, Yagras respiró hondo, como para apaciguar el disgusto que le provocaba ese tema en particular, “Mal, y con lo que costó capturarlas, ¡uno de mis hombres por poco pierde un brazo de una mordida! Las carnófagos hembras son criaturas endemoniadas, tremendamente hostiles y agresivas y sencillamente se niegan a aparearse en cautiverio… ya he perdido a dos de mis mejores muchachos por las heridas que ellas les hacen, ¡ni siquiera sirve vendarles los ojos!” Mica entró a su casa hablando particularmente fuerte, “¿Y no has probado con algún narcótico? En Mirra hay flores muy buenas para relajar a cualquiera.” Yagras entró observando, tuvo que inclinarse levemente para pasar por la puerta. Se podían ver y oler los restos de varias ratas achicharrándose en las ascuas, “Solamente eso me falta” repuso. Mica recogía cosas y se excusaba como una dueña de casa ante una visita imprevista, “Siento el desorden, pero es que cuando una vive sola…” Yagras se dejaba caer en uno de los asientos, “Por supuesto, hay prioridades” Dijo, mientras recibía su agua y la agradecía, “¿Sabes…?” Iba a comenzar a hablar algo, cuando una cosa llamó su atención, Mica se dio cuenta, pero ya era tarde, a su lado, donde antes había estado sentada, estaba la navaja que los muchachos le habían dado hace apenas unos minutos.


León Faras.



domingo, 5 de septiembre de 2021

Del otro lado.

 

Epílogo.



Para Macarena Ríos, la muerte de su hijo Lucas fue un hecho desbastador del que nunca se recuperaría totalmente, alegando que aquel era su único propósito en la vida y Dios se lo había quitado. Se refugió más tiempo del necesario en su familia, dejando que su relación con Richard Cortez se disolviera paulatinamente hasta desaparecer por completo. Para cuando Macarena decidió que era hora de vender su departamento, Richard ya no vivía allí.



Laura no se había ido del mundo como esperaba luego de su enfrentamiento con su Escolta y tenía muchas preguntas sobre lo que había sucedido, lo que estaba sucediendo y lo que estaba por suceder, por lo que decidió quedarse junto a Olivia por algún tiempo, por su parte, para la bruja, conocer todos los detalles de la experiencia de Laura, era de mucha utilidad en su oficio, por lo que podían pasar un buen tiempo de retroalimentación. Apenas anochecía y Laura le contaba increíbles detalles sobre los días que permaneció bajo el mar, cuando golpearon su puerta, Olivia consultó su reloj y se dio una sonora palmada en la frente, “¡Rayos! Lo había olvidado por completo” dijo, triturando la mitad de su cigarro contra el cenicero y poniéndose de pie para abrir la puerta, era Alan, “¿Estás lista?” Preguntó, como si la estuviera pasando a recoger para una cita, lo cierto, es que era algo parecido, “¡No! Pero lo preparo todo en un minuto” Respondió la bruja, mientras intentaba hacer una docena de cosas al mismo tiempo. Laura y Alan se saludaron, para la chica era tan raro que él estuviera muerto también, solo por tener una conversación mientras Olivia preparaba su mesa de trabajo, Laura le preguntó al hombre cómo había sucedido su muerte, Alan se vio sorprendido y la bruja detuvo bruscamente lo que hacía para mirarles, la chica comprendió que aquel no era un tema fácil y se disculpó, “No hay problema…” Respondió Alan, arrugando la nariz, y agregó, “es solo que… pregúntame mañana” Pocos minutos después volvieron a llamar a su puerta, Laura salió de la casa para dejar solos a Alan y Olivia con su visita, que era nada menos que Beatriz, la que la había contactado por medio de Gloria. Traía la grabadora con una cinta nueva y el deseo que la bruja ya conocía: contactar con Alan por última vez. “¿Crees que vendrá?” Preguntó la mujer una vez acomodada en la mesa, “Él está aquí…” Confirmó la bruja, sin dejar de mirarla. Beatriz cerró los ojos, así era más fácil, y simplemente dijo que… “me gustaría saber cómo ha estado todos estos años, si es que sabe que lo recuerdo a diario y que me hubiese encantado que las cosas hubiesen sido de otro modo. Preguntarle por nuestro hijo, si es que está con él, y darle las gracias por la forma como ha cambiado nuestra antigua casa, ha sido un verdadero milagro” Luego de un rato de silencio, la bruja detuvo la grabadora dando por terminado el contacto, pero antes de que la mujer se fuera, le pidió su teléfono, “Te agradará” Dijo Olivia, y le tomó una fotografía. Cuando Beatriz la vio, de inmediato se volteó para buscar a Alan tras ella, pero no pudo verlo, sin embargo, en la fotografía se veía claramente reflejado en el espejo de la vitrina a sus espaldas. Olivia podría haberlo fotografiado directamente, pero en su trabajo las sutilidades eran importantes. Fuera de la casa, Laura había encontrado a Gastón Huerta sentado en el sofá de los gatos bajo el ciruelo, buscaba a Olivia, pero sabía que estaba ocupada y debía esperar su turno, “¿Y se puede saber para qué la buscas?” Preguntó Laura con las cejas levantadas, temiendo ser indebida con sus preguntas otra vez, Gastón se encogió de hombros, “Cuando decides quedarte en el mundo tanto tiempo como yo, tu espíritu vuelve a materializarse y cada vez se hace más difícil irse. Ahora necesito ayuda” “Entonces, piensas irte a…” Comentó Laura, insinuando con el gesto algún lugar indeterminado del firmamento, Huerta miró las estrellas también, “Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero lo que todos dicen es que, si no tienes un Escolta tras de ti, solo hay un sitio al que se puede ir” Y luego agregó volviendo la vista a su acompañante, “Al que todos van. Antes me daba un miedo terrible, pero ahora creo que estoy listo” En ese momento Beatriz salía de la casa, atesorando en el pecho una grabación y una fotografía, afuera su hija y su yerno la esperaban en su auto.



Por la mañana, mientras caminaban, Alan le fue contando, sin excederse en detalles, las circunstancias de su muerte a Laura y por qué había terminado disparándose en la cabeza aquella desafortunada noche. Cuando llegaron a la que había sido la casa de Alan, ambos se quedaron mirándola desde afuera, “Oye, yo estuve aquí… pero se veía diferente” Comentó Laura y de hecho, era completamente diferente, incluso para Alan, quien no pudo agregar nada más que, “Muy diferente.” El sitio lucía despejado, las latas que rodeaban el perímetro habían desaparecido todas, igual que la maleza y la basura de alrededor, la casa había sido pintada por fuera de colores como si hubiesen usado varios sobrantes de pintura distintos, y hasta habían plantado un árbol. La gente se había cansado finalmente de la mala fama de ese sitio y su reputación de casa fantasma, y había decidido terminar con aquel nido de ratas y vagos convirtiéndolo en todo lo contrario. En el interior ya no había grafitis ni manchas de meados, sino que los niños de una escuela cercana habían pintado flores, mariposas y trenes voladores en las paredes, alguien colgó un columpio de las vigas desnudas de la casa, otros pusieron bancas por todos lados y macetas con plantas en los agujeros cuadrados que antes eran ventanas. La pieza del niño se había convertido en un sitio de respeto y culto, en el que la gente depositaba flores, velas y hasta juguetes, recordando la memoria del infante que había fallecido allí hace años y en circunstancias lamentables, “¿Cómo sabes que sigue aquí?” Preguntó Laura de pronto, Alan se sobajeó la cara y se cruzó de brazos, “¿Qué quieres decir?” La chica se encogió de hombros, “Quiero decir que, no lo podemos ver, y no podemos saber si ya se ha ido a otro lugar o ha sido recogido por, qué se yo, alguien del más allá, ¿sabes? es un bebé y sigue siendo un bebé, un recién nacido que no formó ningún vínculo con este mundo… no lo sé, solo se me ocurre” La verdad era que Alan tampoco podía saberlo, “Supongo que solo quería que supiera que estaba aquí; que no me iría a ninguna parte sin él” Respondió Alan con ingenua honestidad.



Diez días después, era sorprendente lo grande que se veía la propiedad de Olivia luego de haber vendido toda la chatarra que amontonaba en su patio, incluyendo el Nissan Tsuru, dinero que pensaba gastar en algo de pintura y un par de latas nuevas para su techo. Era media tarde cuando el padre José María pasó a recogerla en el vehículo de la iglesia, ambos tenían un importante compromiso aquel día. En una parte desolada del cerro, estaban todos reunidos alrededor de una pira en la que Gastón Huerta sería despedido luego de haberlo decidido así él mismo. Laura estaba allí para darle las gracias y desearle un buen viaje, y Alan para decirle, aunque ya no era necesario, que ambos estaban en paz, y que cualquier rencor que hubo, hace tiempo que se había extinguido, incluso Jeremías había asistido, pero sobre todo por curiosidad con el proceso, el cual era muy sencillo, la bruja preparaba una poción a la que llamaban “Segunda muerte” para que Huerta se la bebiera, luego este se recostaba sobre el montón de leña y en poco tiempo su cuerpo materializado quedaba exangüe, entonces el cura hacía una breve ceremonia, la que sería su última ceremonia oficial luego de haber decidido abandonar el sacerdocio por serios conflictos entre sus creencias, y la pira era encendida. Al principio, no ocurría nada, como si se tratara de un objeto incombustible, pero luego de unos minutos, el cuerpo se deshacía con sorprendente rapidez y sin dejar rastros, como si algo sólido pudiera evaporarse, entonces el espíritu de Gastón Huerta, en su parte más esencial, era liberado de su anclaje con el mundo, o al menos eso era lo que se creía... 



Fin.


León Faras.



(Este texto es un borrador sujeto a correcciones)


miércoles, 1 de septiembre de 2021

Del otro lado.

 

LVI.



Alan caminaba de vuelta desde su casa abandonada junto a Gastón Huerta, algo muy extraño había sucedido, alguien había estado quitando las latas viejas y oxidadas del perímetro y no habían sido ellos. Discutían sobre quién podría haberlo hecho y por qué, cuando Gastón se fijó en un transeúnte que caminaba al otro lado de la calle, “Oye, ¿Ese no es tu amigo?” Alan miró, y no era difícil de reconocer, con su andar curvado, sus pasos cortos y su bastón zigzagueante, era Manuel, “¡Pero qué diablos hace! Él no puede andar solo por ahí” Ambos lo alcanzaron de una carrera, “¡Qué rayos haces, Manuel, ¿Acaso quieres que te maten?” Le espetó Alan apenas llegó a su lado, el viejo se sorprendió al principio, pero reconoció su voz enseguida, hizo un gesto de desprecio, “Viniendo de ti, no suena tan mal, además, puedo hacerlo, la ciudad no ha cambiado tanto desde que podía verla” Respondió sin detenerse, “¡He, Cuidado con la esquina!” Señaló Huerta, viendo que a esa hora del mediodía circulaban varios vehículos, “¡Quién eres tú?” Preguntó el viejo y Alan lo presentó como un amigo, “Genial, al menos así no pareceré un viejo loco hablando solo en plena calle” Lo dijo mientras cruzaba el paso peatonal, ante la mirada de asombro y lástima de los conductores que se habían detenido para dejarle pasar, “¿Adónde rayos vas con tanta prisa?” El viejo respondió agrio que iba a la iglesia, “¡Qué? Pero si tú nunca has sido de ir a la iglesia” Exclamó Alan, sorprendido, “Cuidado, hay un hoyo” Comentó Huerta, el viejo lo esquivó, “¡Es cierto! Pero las personas cambian de idea, ahora mismo, lo único que puedo hacer por mi nieta, es orar por su alma donde quiera que esté” Y luego de llegar a la siguiente esquina sano y salvo, agregó, “Y tal parece que las oraciones en casa, no son suficientes. Gloria dice que la vio, yo no sé que rayos pensar” Aunque el viejo no le reprochaba nada, Alan sabía que había fracasado, “Al menos, deja que te acompañemos” Dijo, en un tono de voz muy bajo, el viejo asintió, “Gracias, así será más rápido”



¿Aún estás ahí? Bien, espéranos ¿sí? Vamos para allá” La bruja manejaba a una velocidad extremadamente lenta por una calle por la que no transitaba nadie más a esa hora, aunque la verdad era que el vehículo hacía una serie de sonidos raros que daban la impresión de que algo se iba a soltar y caer en cualquier momento. Dobló en una esquina y continuó con la misma parsimonia, el viejo la miró con marcado tedio, “No te ofendas, pero a este paso, iríamos más rápido caminando” La bruja aceleró una pizca más, “¡Lo sé! Solo hasta la siguiente vuelta, después ya es todo recto.” Aquella era una larga calle en doble sentido, con una suave pendiente que Laura había usado muchas veces con su bicicleta, y que atravesaba la ciudad de lado a lado pasando justo por la puerta principal de la iglesia. Olivia dobló aquella esquina y pasó otra marcha más liviana con la que agarró una buena velocidad con el mínimo esfuerzo del motor, en ese momento, Jeremías comenzó a sentir la misma sensación de antes, de estar acercándose a un punto que no debía cruzar, “¡Para!” La bruja lo miró molesta, justo que se estaba acostumbrándose a la velocidad y ahora quería detenerse, “¿Por qué!” Al viejo parecía que le faltaba el aire, la sensación era muy fuerte en su pecho, “¡No lo sé! ¡Solo para!” No había un lugar donde detenerse y no podía apretar el freno en plena vía sin ocasionar un accidente, pero cuando vio la reacción casi de espanto del abuelo y oyó su último grito de angustia, Olivia decidió pisar el freno hasta el fondo, y luego otra vez, y después varias veces de forma desesperada y violenta; el viejo a su lado parecía a punto de chocar con algo invisible, mientras ella entraba en pánico porque el maldito cacharro tenía los frenos cortados. Al menos la bocina del automóvil funcionaba bien y la bruja comenzó a abusar de ella, al tiempo que anunciaba por la ventana y a todo pulmón su condición de conductora desenfrenada. A su lado, Jeremías se veía sorprendentemente tranquilo luego de su ataque de angustia, su aparente malestar había desaparecido por completo y aunque no tenía tiempo para preguntas, un vistazo al espejo sobre su cabeza le hizo soltar un grito, debido a su momentáneo estado de histeria: Laura estaba sentada en el asiento de atrás, contemplando toda la vida del mundo con su bullicio, que se había abierto nuevamente a sus sentidos luego de atravesar la gran pared negra, lo que la expulsó del cuerpo del viejo, quien en ese momento también se volteaba hacia atrás para verla por primera vez. “¡Tú!” Gritó Olivia luego de reconocerla, pero solo pudo decir eso porque estaba descuidando la ruta, su vehículo alcanzaba velocidad, los frenos no funcionaban, y Laura le gritaba en ese momento, “¡Cuidado!”señalando la dirección en la que la conductora debía estar mirando. A poco menos de una cuadra, justo frente a la iglesia, tres hombres atravesaban la calle, confiados, uno de ellos Laura lo reconoció de inmediato, era su abuelo, Manuel.



La gente gritó espantada, un hombre ciego y solo se quedaba congelado al medio de la calle al tiempo que un vehículo con los frenos cortados se abalanzaba sobre él. El padre José María también había salido a ver qué era todo ese bullicio de bocinas y gritos fuera de su iglesia y se quedó con la boca abierta al ver a Olivia gritando por la ventanilla que no podía detenerse, entonces sucedió un milagro al que la gente le buscaría una explicación durante mucho tiempo: el auto de Olivia se detuvo de forma violenta, como si hubiese estado sujeto a una piola de acero que de pronto se tensó, con un fuerte golpe y varios crujidos, resbalando hasta quedar a treinta centímetros de las piernas del viejo Manuel, quién no estaba seguro de lo que estaba sucediendo, pero seguro lo intuía. Para los que podían ver más que el resto, el vehículo no se había detenido solo, Alan y Huerta también habían reconocido a la bruja manejando ese coche sin frenos, y en vez de sacar al viejo del camino, que es lo que hubiese hecho cualquier persona viva, se pusieron de acuerdo con una mirada rápida y se lanzaron con el pecho y los brazos contra el parachoques del Nissan Tsuru, usando sus piernas como frenos, provocando que el coche se arrastrara un metro y medio, entre los quejidos de todas sus articulaciones mal aceitadas y despegando ligeramente el tren trasero del piso. El auto se detuvo y los dos espíritus materializados cayeron sentados al suelo, asombrados con lo que acababan de hacer. Entonces la vieron pasar junto a ellos con una sonrisilla de saludo o gratitud y supieron quién era. Manuel, que dentro de su oscuridad intentaba descifrar todo ese caudal de ruido y confusión a su alrededor, la oyó llamarlo muy cerca, casi en su oído, para decirle que todo estaba bien y el padre José María la vio detenerse en medio de la calle, frente a su iglesia, contemplando un punto del cielo en el que no podía ver nada, pero ella sí, ella veía a su Escolta, la Sombra que la había seguido sin descanso, parada en plena vía en toda su magnitud, enorme como un edificio, con largas piernas sin pies, y una cabeza monstruosa con una boca torcida capaz de abrirse mucho más de lo necesario para engullir a alguien como ella. Laura observó por última vez el mundo que ahora podía percibir, las personas, los coches, la vida que se desarrollaba a su alrededor con total normalidad, la gente agrupada junto al vehículo que acababa de chocar contra una fuerza invisible o auxiliando al viejo ciego que se había salvado milagrosamente de una muerte segura, sin que su partida fuese relevante para nadie. Luego dirigió su vista hacia su Ejecutor; rendida, resignada, cansada de huir, pero sin miedo. Abrió sus brazos y lo miró adonde seguramente debían de estar sus ojos, “Si lo vas a hacer, hazlo ya” Lo dijo sin rabia y sin alzar la voz, luego cerró los ojos, lo curioso, era que en ese mismo momento el padre José María pronunciaba las mismas palabras, pero dirigidas a Julieta. Olivia llegaba a su lado en ese momento, “¿Dónde está?” Le preguntó, mirando en derredor y luego de nuevo a los angustiados ojos del cura, este también buscaba con la mirada desesperada la presencia del ángel prometido, incluso en el cielo, pero no estaba allí ni en ninguno de los rostros de las numerosas personas que circulaban por la calle o en sus vehículos a esa hora, ignorantes e indolentes de lo que sucedía con un alma más entre tantas almas. Entonces el cura decidió actuar, como un instinto o un acto desesperado que se hace solo para no quedarse sin hacer nada. Como el que decide que no queda más remedio que improvisar sobre la marcha, el padre José María corrió hacia Laura sin ningún propósito claro, a pesar de que esta estaba en plena calle y en esa calle circulaban vehículos, uno en particular, debió frenar bruscamente ante la insensata e incomprensible arremetida del cura, Alan y Huerta corrieron tras él para evitar que se matara, pero ante la vista desconcertada de todo el mundo, el sacerdote fue frenado en seco, como si hubiese recibido un poderoso disparo en el pecho que lo hacía levantar ambas piernas y caer sobre sus espaldas espectacularmente, comprendiendo asombrado que nada lo había golpeado, sino que Julieta salía de su cuerpo con tal ímpetu, que lo había frenado de golpe y lanzado hacia atrás como el carro de las armas automáticas cuando son disparadas, abrazándose la niña a Laura y provocando un estallido de luz cegadora que solo fue percibido por unos pocos. Aquel había sido el choque entre un Escolta y su contraparte, un verdadero ángel, y como todo el mundo sabe, la más pobre lumbre puede vencer la oscuridad más densa.



Olivia y algunos transeúntes espantados ayudaban al aturdido padre José María a ponerse de pie. La luz se disipaba, el mundo volvía a la normalidad y Laura aparecía allí tirada en el suelo, incrédula de seguir en el mundo, sin poder entender qué había ocurrido y, por más que buscaba, sin rastros del colosal Escolta al que había visto por última vez estirando su grotesco cuello de gusano con su horripilante boca abierta encima de ella. Julieta también había desaparecido. En ese mismo momento, Lucas, el hijo postrado de Macarena y Richard, perecía, al apagarse su corazón como si alguien poco a poco le cortara la energía.


El teléfono de Olivia volvió a sonar, era Gloria.


León Faras.