miércoles, 1 de septiembre de 2021

Del otro lado.

 

LVI.



Alan caminaba de vuelta desde su casa abandonada junto a Gastón Huerta, algo muy extraño había sucedido, alguien había estado quitando las latas viejas y oxidadas del perímetro y no habían sido ellos. Discutían sobre quién podría haberlo hecho y por qué, cuando Gastón se fijó en un transeúnte que caminaba al otro lado de la calle, “Oye, ¿Ese no es tu amigo?” Alan miró, y no era difícil de reconocer, con su andar curvado, sus pasos cortos y su bastón zigzagueante, era Manuel, “¡Pero qué diablos hace! Él no puede andar solo por ahí” Ambos lo alcanzaron de una carrera, “¡Qué rayos haces, Manuel, ¿Acaso quieres que te maten?” Le espetó Alan apenas llegó a su lado, el viejo se sorprendió al principio, pero reconoció su voz enseguida, hizo un gesto de desprecio, “Viniendo de ti, no suena tan mal, además, puedo hacerlo, la ciudad no ha cambiado tanto desde que podía verla” Respondió sin detenerse, “¡He, Cuidado con la esquina!” Señaló Huerta, viendo que a esa hora del mediodía circulaban varios vehículos, “¡Quién eres tú?” Preguntó el viejo y Alan lo presentó como un amigo, “Genial, al menos así no pareceré un viejo loco hablando solo en plena calle” Lo dijo mientras cruzaba el paso peatonal, ante la mirada de asombro y lástima de los conductores que se habían detenido para dejarle pasar, “¿Adónde rayos vas con tanta prisa?” El viejo respondió agrio que iba a la iglesia, “¡Qué? Pero si tú nunca has sido de ir a la iglesia” Exclamó Alan, sorprendido, “Cuidado, hay un hoyo” Comentó Huerta, el viejo lo esquivó, “¡Es cierto! Pero las personas cambian de idea, ahora mismo, lo único que puedo hacer por mi nieta, es orar por su alma donde quiera que esté” Y luego de llegar a la siguiente esquina sano y salvo, agregó, “Y tal parece que las oraciones en casa, no son suficientes. Gloria dice que la vio, yo no sé que rayos pensar” Aunque el viejo no le reprochaba nada, Alan sabía que había fracasado, “Al menos, deja que te acompañemos” Dijo, en un tono de voz muy bajo, el viejo asintió, “Gracias, así será más rápido”



¿Aún estás ahí? Bien, espéranos ¿sí? Vamos para allá” La bruja manejaba a una velocidad extremadamente lenta por una calle por la que no transitaba nadie más a esa hora, aunque la verdad era que el vehículo hacía una serie de sonidos raros que daban la impresión de que algo se iba a soltar y caer en cualquier momento. Dobló en una esquina y continuó con la misma parsimonia, el viejo la miró con marcado tedio, “No te ofendas, pero a este paso, iríamos más rápido caminando” La bruja aceleró una pizca más, “¡Lo sé! Solo hasta la siguiente vuelta, después ya es todo recto.” Aquella era una larga calle en doble sentido, con una suave pendiente que Laura había usado muchas veces con su bicicleta, y que atravesaba la ciudad de lado a lado pasando justo por la puerta principal de la iglesia. Olivia dobló aquella esquina y pasó otra marcha más liviana con la que agarró una buena velocidad con el mínimo esfuerzo del motor, en ese momento, Jeremías comenzó a sentir la misma sensación de antes, de estar acercándose a un punto que no debía cruzar, “¡Para!” La bruja lo miró molesta, justo que se estaba acostumbrándose a la velocidad y ahora quería detenerse, “¿Por qué!” Al viejo parecía que le faltaba el aire, la sensación era muy fuerte en su pecho, “¡No lo sé! ¡Solo para!” No había un lugar donde detenerse y no podía apretar el freno en plena vía sin ocasionar un accidente, pero cuando vio la reacción casi de espanto del abuelo y oyó su último grito de angustia, Olivia decidió pisar el freno hasta el fondo, y luego otra vez, y después varias veces de forma desesperada y violenta; el viejo a su lado parecía a punto de chocar con algo invisible, mientras ella entraba en pánico porque el maldito cacharro tenía los frenos cortados. Al menos la bocina del automóvil funcionaba bien y la bruja comenzó a abusar de ella, al tiempo que anunciaba por la ventana y a todo pulmón su condición de conductora desenfrenada. A su lado, Jeremías se veía sorprendentemente tranquilo luego de su ataque de angustia, su aparente malestar había desaparecido por completo y aunque no tenía tiempo para preguntas, un vistazo al espejo sobre su cabeza le hizo soltar un grito, debido a su momentáneo estado de histeria: Laura estaba sentada en el asiento de atrás, contemplando toda la vida del mundo con su bullicio, que se había abierto nuevamente a sus sentidos luego de atravesar la gran pared negra, lo que la expulsó del cuerpo del viejo, quien en ese momento también se volteaba hacia atrás para verla por primera vez. “¡Tú!” Gritó Olivia luego de reconocerla, pero solo pudo decir eso porque estaba descuidando la ruta, su vehículo alcanzaba velocidad, los frenos no funcionaban, y Laura le gritaba en ese momento, “¡Cuidado!”señalando la dirección en la que la conductora debía estar mirando. A poco menos de una cuadra, justo frente a la iglesia, tres hombres atravesaban la calle, confiados, uno de ellos Laura lo reconoció de inmediato, era su abuelo, Manuel.



La gente gritó espantada, un hombre ciego y solo se quedaba congelado al medio de la calle al tiempo que un vehículo con los frenos cortados se abalanzaba sobre él. El padre José María también había salido a ver qué era todo ese bullicio de bocinas y gritos fuera de su iglesia y se quedó con la boca abierta al ver a Olivia gritando por la ventanilla que no podía detenerse, entonces sucedió un milagro al que la gente le buscaría una explicación durante mucho tiempo: el auto de Olivia se detuvo de forma violenta, como si hubiese estado sujeto a una piola de acero que de pronto se tensó, con un fuerte golpe y varios crujidos, resbalando hasta quedar a treinta centímetros de las piernas del viejo Manuel, quién no estaba seguro de lo que estaba sucediendo, pero seguro lo intuía. Para los que podían ver más que el resto, el vehículo no se había detenido solo, Alan y Huerta también habían reconocido a la bruja manejando ese coche sin frenos, y en vez de sacar al viejo del camino, que es lo que hubiese hecho cualquier persona viva, se pusieron de acuerdo con una mirada rápida y se lanzaron con el pecho y los brazos contra el parachoques del Nissan Tsuru, usando sus piernas como frenos, provocando que el coche se arrastrara un metro y medio, entre los quejidos de todas sus articulaciones mal aceitadas y despegando ligeramente el tren trasero del piso. El auto se detuvo y los dos espíritus materializados cayeron sentados al suelo, asombrados con lo que acababan de hacer. Entonces la vieron pasar junto a ellos con una sonrisilla de saludo o gratitud y supieron quién era. Manuel, que dentro de su oscuridad intentaba descifrar todo ese caudal de ruido y confusión a su alrededor, la oyó llamarlo muy cerca, casi en su oído, para decirle que todo estaba bien y el padre José María la vio detenerse en medio de la calle, frente a su iglesia, contemplando un punto del cielo en el que no podía ver nada, pero ella sí, ella veía a su Escolta, la Sombra que la había seguido sin descanso, parada en plena vía en toda su magnitud, enorme como un edificio, con largas piernas sin pies, y una cabeza monstruosa con una boca torcida capaz de abrirse mucho más de lo necesario para engullir a alguien como ella. Laura observó por última vez el mundo que ahora podía percibir, las personas, los coches, la vida que se desarrollaba a su alrededor con total normalidad, la gente agrupada junto al vehículo que acababa de chocar contra una fuerza invisible o auxiliando al viejo ciego que se había salvado milagrosamente de una muerte segura, sin que su partida fuese relevante para nadie. Luego dirigió su vista hacia su Ejecutor; rendida, resignada, cansada de huir, pero sin miedo. Abrió sus brazos y lo miró adonde seguramente debían de estar sus ojos, “Si lo vas a hacer, hazlo ya” Lo dijo sin rabia y sin alzar la voz, luego cerró los ojos, lo curioso, era que en ese mismo momento el padre José María pronunciaba las mismas palabras, pero dirigidas a Julieta. Olivia llegaba a su lado en ese momento, “¿Dónde está?” Le preguntó, mirando en derredor y luego de nuevo a los angustiados ojos del cura, este también buscaba con la mirada desesperada la presencia del ángel prometido, incluso en el cielo, pero no estaba allí ni en ninguno de los rostros de las numerosas personas que circulaban por la calle o en sus vehículos a esa hora, ignorantes e indolentes de lo que sucedía con un alma más entre tantas almas. Entonces el cura decidió actuar, como un instinto o un acto desesperado que se hace solo para no quedarse sin hacer nada. Como el que decide que no queda más remedio que improvisar sobre la marcha, el padre José María corrió hacia Laura sin ningún propósito claro, a pesar de que esta estaba en plena calle y en esa calle circulaban vehículos, uno en particular, debió frenar bruscamente ante la insensata e incomprensible arremetida del cura, Alan y Huerta corrieron tras él para evitar que se matara, pero ante la vista desconcertada de todo el mundo, el sacerdote fue frenado en seco, como si hubiese recibido un poderoso disparo en el pecho que lo hacía levantar ambas piernas y caer sobre sus espaldas espectacularmente, comprendiendo asombrado que nada lo había golpeado, sino que Julieta salía de su cuerpo con tal ímpetu, que lo había frenado de golpe y lanzado hacia atrás como el carro de las armas automáticas cuando son disparadas, abrazándose la niña a Laura y provocando un estallido de luz cegadora que solo fue percibido por unos pocos. Aquel había sido el choque entre un Escolta y su contraparte, un verdadero ángel, y como todo el mundo sabe, la más pobre lumbre puede vencer la oscuridad más densa.



Olivia y algunos transeúntes espantados ayudaban al aturdido padre José María a ponerse de pie. La luz se disipaba, el mundo volvía a la normalidad y Laura aparecía allí tirada en el suelo, incrédula de seguir en el mundo, sin poder entender qué había ocurrido y, por más que buscaba, sin rastros del colosal Escolta al que había visto por última vez estirando su grotesco cuello de gusano con su horripilante boca abierta encima de ella. Julieta también había desaparecido. En ese mismo momento, Lucas, el hijo postrado de Macarena y Richard, perecía, al apagarse su corazón como si alguien poco a poco le cortara la energía.


El teléfono de Olivia volvió a sonar, era Gloria.


León Faras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario