domingo, 19 de septiembre de 2021

Humanimales.

 VII.



Se pusieron a trabajar de inmediato, recolectando la madera que les parecía la más adecuada para un trabajo, el cual, ellos nunca habían hecho antes, mientras Mica ordenaba todas sus herramientas, heredadas quien sabe por quién y quien sabe desde cuando al viejo cementerio de vehículos. A su lado la niña las examinaba en cuclillas, como si supiera qué eran y para qué se usaban, ayudando a organizar, sin que nadie se lo pidiera, los martillos, con los martillos y los formones, con los formones. Cuando los muchachos llegaron con la leña en mejor estado que pudieron encontrar, Mica los dejó solos con la pequeña para ir a revisar sus trampas y tal vez encontrar algunos huevos de las únicas aves que se atrevían a anidar cerca de las personas, palomas, todas negras como la pizarra de una sala de clases, sin excepción. Sin ser ninguno de los dos carpinteros de oficio, Límber, al menos, tenía una noción de cómo cortar las piezas para luego ensamblarlas, formando estructuras simples. Mientras ambos discutían la forma y las dimensiones más adecuadas para su pequeño proyecto, la niña recolectaba la viruta como si se tratara de objetos valiosos, y los apilaba en un pequeño cerro en un rincón sin razón alguna. Intentaron que les fuera útil alcanzándoles las herramientas que necesitaban, pero no resultó, la niña los ignoraba por completo como si fuese sorda, aunque claramente no lo era. La idea, era construir un cajón vertical, en el que cupiera la pequeña, abierto solo por el frente y montado sobre dos largas varas de madera que sobresalieran hacia delante para poder tirar de él, y estas, a su vez, montadas sobre un eje con una rueda a cada lado. Cuando la chica llegó, los incursores al menos tenían una idea clara de lo que estaban haciendo. Traía tres ratas atrapadas en una jaula y dos palomas muertas a pedradas con una honda, aves que a Mica no le agradaba comer, pero que recurría a ellas cada vez que el alimento escaseaba. Además de la cena, la chica traía un gesto incómodo demasiado evidente, “Tengo un mal presentimiento…” dijo, mirando a su alrededor como si algo estuviera oculto a dos metros de ella, Tanco, que se había descubierto su calva cabeza verde y brillante de sudor, la miró divertido, “Debe ser porque Yagras sabe que le mentimos y estamos esperando a que caiga sobre nosotros en cualquier momento con todos sus hombre y quien sabe, tal vez hasta tenga un gigante de Bulvar a su servicio” La chica lo miró como si le hubiese leído la mente, “Sí, eso debe ser…” Murmuró y se dio la vuelta rumbo a su casa a despellejar las ratas, la niña la siguió corriendo con un recipiente lleno de virutas. Límber se secó el sudor de la frente mirando a su compañero con cierto recelo y luego siguió con su trabajo en silencio, el ambiente era tenso, y ese mal presentimiento, como el ácido sentido del humor de Tanco, no era otra cosa más que miedo, miedo que él también sentía.



La niña desplumó los pájaros con minuciosidad laboriosa, usando hasta los dientes cuando las uñas no eran suficientes y lanzando las plumas al fuego, impregnando todo de un olor tan desagradable como característico. “Si viene durante la noche o por la mañana…” Preguntó Tanco, mordisqueando tímidamente un trozo de pechuga de paloma, “… ¿qué haremos? ¿Nos meteremos en el hoyo otra vez?” “No creo que eso funcione” Comentó Mica, arrimando a la niña a su lado, cuyo cuerpo perdía estabilidad debido al peso de sus párpados. “No, no funcionará, aún así deberíamos montar una guardia” Comentó Límber, sin ánimos de darle otra mordida a lo que le quedaba de su zanahoria. Con la niña durmiendo como una bendita, los tres se subieron al techo de la casa, desde donde podía verse buena parte de los alrededores. Mica destapó una botella y se echó un trago, luego se la pasó a Tanco que estaba a su lado, este la olfateó y se quedó perplejo, “¡Licor de miel?” La chica le arrancó la emoción de cuajo, “No preguntes, solo bebe” “¿Qué estamos celebrando?” Comentó Límber con sequedad cuando llegó su turno, “Nada…” Respondió Mica, sin más ánimo en su voz, “…solo pensé en aprovecharla… ya saben, por si acaso” Luego de eso se formó un largo silencio en el que cada uno lidiaba con sus propios pensamientos hasta que Tanco decidió verbalizar los suyos, “Me pregunto, ¿De dónde salen los carnófagos? Quiero decir ¿Hay algún agujero por ahí, del que brotan como hongos?” Los otros lo quedaron viendo, como tratando de descifrar si hablaba en serio o quería animarlos con un extraño sentido del humor, sin embargo, para Tanco, su duda era de lo más razonable, “Es que… son todos machos, ¡No hay hembras! ¿Dónde están las chicas?” Y era verdad, todos los carnófagos que se podían ver vagando por el mundo, eran machos, “Las hembras no bajan de la montaña, de las cuevas donde procrean y son procreadas, solo los machos son expulsados” Aclaró Mica. Límber devolvió la botella, “Sí, y si no se van, o hacen muchas preguntas tontas, los devoran” Comentó este, lo que provocó una risita de la chica justo cuando pretendía tomar un trago de licor, Tanco iba a replicar algo ingenioso, pero un gesto de su compañero lo silenció; en el silencio abrasador de la noche en el Yermo, Límber estaba seguro de haber oído algo.



Hicieron turnos de guardia, y por la mañana comieron lo que quedaba y se pusieron a trabajar sin que nada anormal ocurriese. El carro tomaba forma, aunque aún le faltaba lo más importante: las ruedas. Por suerte, estaban en un limbo de vehículos abandonados, en el que también había motocicletas, y con las llantas era suficiente. El plan era dirigirse a Mirra por la llamada Ruta de las Flores, llevando a la niña oculta en el carro, aunque no tenían nada claro qué harían luego, si lo lograban. Salieron al amanecer del tercer día, Límber tiraba del carro mientras que Tanco y Mica lo escoltaban cada cual con su arma. El silencio en esa mañana era tan palpable como el frío, que había escarchado la superficie del Yermo haciéndola un poco más hostil. Habían caminado media hora, cuando Cifu les cortó el paso apuntándoles con su bonito rifle, mucho más poderoso que el de Límber, Tanco quiso reaccionar, pero no supo de dónde, una mujer, exactamente igual a Cifu pero de pelaje completamente negro, su hermana Itri, le puso su revólver en la sien. Poco a poco aparecieron más soldados de Yacú, hasta que el propio Yagras, sin su carro esta vez, se presentó, con andar pausado y gesto sumamente decepcionado, “En verdad no quería creerlo… ¿Por qué? ¿Qué les he hecho yo, para que me mientan y se burlen de mí de esta manera?” Podía estar sobreactuando, pero el hombre expresaba con cada gesto los sentimientos de quien ha sido dolorosamente traicionado, “Mica, no tienes idea de cuánto me has desilusionado” Tanco, enseñando las palmas de las manos, se lamentaba en silencio, teniendo plena consciencia de que ya sabía que eso sucedería, Mica apretaba los dientes, arrepentida, pensando que podrían haber planeado las cosas mucho mejor para haber evitado verse en semejante situación, mientras que Límber, era el único que demostraba cierta dignidad en su postura, sin siquiera haber soltado los tirantes del carro. Yagras se acercó a él, “Quiero de vuelta lo que es mío” Pronunció las palabras con tal gravedad y calma, que resultaron muy amenazantes. Aun con las largas orejas paradas de Límber, no alcanzaba la altura completa del de Yacú. El de Portas soltó el carro, con la resignación y respeto del jugador experimentado que sabe cuando su partida ya está perdida y señaló el interior del carro cubierto por una simple cortina, Yagras no pareció muy convencido, “¿Es un truco?” Preguntó mirando a los demás, todos negaron con la cabeza, pero Tanco ni siquiera levantó la vista del piso, “Ábrelo” Ordenó Yagras y Límber obedeció. Allí estaba la niña, mirando al enorme Yagras con divertida curiosidad en los ojos, este, luego de echar un vistazo, se irguió en todo su alto con el rostro desencajado, y mirando a Límber, que con cara de imbécil, no se esperaba tal reacción, exclamó, “Hermanos, ¡Pero qué demonios es eso?”


León Faras.

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