VIII.
Los chicos se miraron entre sí, como
compitiendo por quién ponía la mejor cara de incrédulo asombro, mientras Yagras
consultaba con sus hombres si es que acaso esa cosa podía o no podía ser una
niña humana pura. Para Cifu, no podía ser otra cosa, mientras que para el
propio Yagras, aquello era imposible. Límber se atrevió a intervenir, “¿No era
esto lo que te habían robado y deseabas recuperar?” El líder de Yacú lo miró
como si intentara descifrar el extraño lenguaje del otro, hasta que finalmente
salió de su estado de shock, “¿Por qué pensarían algo así?” Para ese momento,
las armas que le apuntaban ya se habían relajado, Tanco decidió confesar, “El
cuchillo, no lo encontramos enterrado en el Yermo…” Le echó un vistazo a su compañero antes de
continuar, “…Estaba en un refugio, junto al hombre que buscabas, muerto… y esta
niña” Yagras veía pasmado como la niña se descolgaba de su carro en ese
momento, y echaba a andar con total desparpajo y naturalidad entre ellos, “¿El
viejo Darga?” Comentó el de Yacú, mirando a sus hombres por si alguno entendía
o sabía algo, “¿De dónde el viejo Darga podría haber sacado a esta criatura?”
Se preguntó refiriéndose a la niña, que parada frente a Cifu, observaba a este
hacia arriba, como quien contempla la cima de un edificio, para luego
responderse abatido, “Yo no lo sé.” “La navaja también estaba en su poder”
Intervino Mica, por si aún alguien tenía alguna duda al respecto, Yagras la
miró sin sorpresa, “¿Algo más?” Preguntó. La chica miró a los muchachos, y estos
entre sí. Con algo de esfuerzo, Tanco recordó la pistola artesanal que el viejo
empuñaba al momento de morir, y cuando parecía que aquello era todo, Límber
pensó en registrarse los bolsillos, “¡Oh, sí! También esto…” señaló, mostrando la brújula rota que había
guardado con la esperanza de repararla, el aspecto derrotado de Yagras se
iluminó y Límber, como los demás, lo notaron en el acto, “¿Esto es lo que
buscabas?” Preguntó este último, sorprendido. Realmente una brújula era un
instrumento valioso para quienes no comprendían cómo funcionaba, pero sí lo
útil que era, sin embargo, al lado de la niña humana, se veía tan pequeño, “La
magia arcana de este objeto está tan perdida en lo más profundo del viejo
mundo, que lamentablemente no podemos replicarla” Señaló Yagras, recuperando su
instrumento, luego añadió, “Darga, ¿qué pasó con él? ¿Ustedes le mataron?” Los
muchachos se apresuraron a negarlo; el tipo ya estaba muerto, aunque no podían
precisar cómo o de qué, lo que sí se podía asegurar, era que los carnófagos no
habían tenido nada que ver “…y salvo por algunas ratas despellejadas, no
llevaba más provisiones, ni agua” Aclaró Tanco, Límber confesó cómo se había
deshecho del cuerpo. Yagras asintió con gravedad, “Era un buen hombre, jamás
sabremos por qué se dejó guiar hasta la más inocua de las muertes por esta
criatura o tan solo de dónde la sacó, pero al menos nos queda el consuelo de
que era un hombre solitario y no hay familia a la que darle malas noticias…”
Mientras el líder de Yacú se expresaba con toda solemnidad, la niña registraba
con atrevimiento el morral de Itri, quien la miraba como aquel que nota que hay
un perro orinándose sobre sus zapatos, pero sin reaccionar, hasta que la
chiquilla consiguió un trozo de carne seca y comenzó a devorarla ahí mismo, sin
siquiera disimular o intentar huir. Mica lo notó, y se horrorizó como la madre
que sorprende a su propio hijo robando, pero tampoco hizo nada, pues el gran
Yagras de Yacú, continuaba hablando, “…Si yo fuera ustedes, me desharía lo
antes posible de esta criatura que no hará más que conducirlos hasta el mismo
final que al pobre Darga, pero ahora esa es su decisión y responsabilidad, como
dicta la costumbre, lo que se encuentra en el Yermo, pertenece al que lo
encuentra. Por cierto, comprendo que todo esto no fue más que un malentendido,
permítanme recompensarles por la brújula” Y uno de sus hombres se alejó a su
señal y regresó con una caja, no mayor a lo que sería una caja de calzado para
niños, pero hecha de madera y de considerable peso y se la entregó a Límber,
“Estamos en paz, hermanos de Portas…” Señaló el de Yacú, “…pero les advierto,
si se acercan a Yacú con esa criatura, no serán bienvenidos. No creo que sea
una niña humana pura, pero muchos lo creerán, y se desatará la locura y la
ambición por su sangre, cosa que yo, como el líder de Yacú, no puedo permitir”
Dicho esto, hizo una pequeña y formal reverencia y se retiró hasta donde lo
aguardaba su carro. Mica dio un profundo suspiro de alivio y luego miró a
Límber que aún sostenía la caja con ambas manos, “¿Y ahora qué?” Preguntó la
chica, el otro la miró sin mirarla, como el que viene recién saliendo de un
profundo sueño. Se encogió de hombros, “Supongo que ahora vamos a tener que
ponerle un nombre” dijo, mientras Tanco se percataba de que la chiquilla no
estaba, entonces escuchó el grito de la niña, un grito apagado y breve y se
adentró en la selva muerta que los flanqueaba en ese momento, Mica cogió su
arco y Límber dejó la caja de lado para empuñar su arma, “¡Tanco!” Gritó la
chica, pero no obtuvo respuesta, Límber levantó su rifle, no había ni un ruido
ni señales de carnófagos, “¡Tanco!” Repitió Mica, y esta vez sí obtuvo
respuesta, aquel aparecía con la niña en brazos de entre la maraña de troncos y
ramas secas “¡Está bien, está bien! No es nada, solo un pequeño corte en la
pierna con una rama” La llevó hasta el carro, donde Mica se encargó de
vendarla. Había sido un buen rasguño, pero nada más, “¿Seguimos con intenciones
de ir a Mirra?” Consultó Tanco, mirando a sus dos camaradas y ambos, luego de
echarse un vistazo, asintieron.
Cora sujetaba con desesperación y
todas sus fuerzas, el cuerpo de su padre, mientras el sanador le vertía un
líquido lechoso dentro de la boca y se la cubría con una mano de dedos largos y
huesudos para que lo tragara, “¡Sujétalo, fuerte!” Gritó el curandero, mientras
la muchacha hacía peso con todo su cuerpo para contener la desesperación y el
espanto de su padre ante cosas que solo él veía y oía. Al cabo de un minuto, el
cuerpo del hombre se apaciguó y las visiones pasaron a un plano onírico, “Casi
no me quedan flores adormecedoras” Dijo el curandero, un hombre maduro de
grandes orejas, con una marcada calvicie, el mentón y las patillas polvoreadas
de canas y un enorme espacio vacío entre su ancha nariz y la boca, “¿Y que otra
cosa podemos hacer?” Preguntó Cora, una muchacha menuda, sin orejas, con
bonitos ojos color musgo y el dorso de su cuerpo cubierto de escamas, tal como
las de su padre. Nurba, el sanador, la miró con toda la gravedad de la que
disponía, a ella y a su madre, que sentada en un rincón abrazaba a su hija
pequeña, Gigi, y extrajo de su bolso un punzón de acero, la muchacha se negó
tajante, “Lo único que podemos hacer contra la fiebre atávica es acabar con el
tormento de la víctima” Sentenció el curandero, con infinita paciencia y piedad
en los ojos, “¡Pero hay quienes se han recuperado!” Alegó la muchacha, Nurba
apretó el ceño y los labios, “No te aferres a esa posibilidad, niña, los que lo
han logrado no se cuentan con más de una mano” Sentenció, Cora insistió,
testaruda, “¡Pero lo han hecho! ¡Es posible!” Nurba estaba acostumbrado a ese
tipo de reacciones y no podía menos que admitirlas con respetuoso silencio, “Traeré
más flores adormecedoras, tardaré dos días” Dijo la muchacha, y no era una
sugerencia. La chica echó en un canasto las herramientas del padre, lo único
que les quedaba de valor y que no era comestible, se lo colgó a la espalda, se metió en el cinto el viejo revólver de la familia con apenas dos balas en su interior y
partió de inmediato. Ya cuando se había alejado de los límites de la tribu de
Bocas, a la que pertenecía, y se acercaba a la ruta de las flores para
encaminarse hacia Mirra, un grito la hizo detenerse, era su hermana Gigi, una
pequeña cubierta de suave pelaje blanco y pequeñas orejas puntiagudas, como su
madre. No podía enviarla sola de vuelta y desde luego, no volvería con ella,
así que le cogió la mano con fuerza, “Está bien, tal vez me den más flores si
les doy una niña a cambio” dijo la mayor, Gigi se detuvo en seco y la miró
enfadada, “¡Es una broma!” Admitió Cora, y volvió a cogerle la mano, “Tendrás
que caminar de prisa” Le advirtió, pero eso la pequeña ya lo sabía, “Yo puedo
andar tan rápido como tú.”
León Faras.
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