viernes, 24 de septiembre de 2021

Humanimales.

 

VIII.

 

Los chicos se miraron entre sí, como compitiendo por quién ponía la mejor cara de incrédulo asombro, mientras Yagras consultaba con sus hombres si es que acaso esa cosa podía o no podía ser una niña humana pura. Para Cifu, no podía ser otra cosa, mientras que para el propio Yagras, aquello era imposible. Límber se atrevió a intervenir, “¿No era esto lo que te habían robado y deseabas recuperar?” El líder de Yacú lo miró como si intentara descifrar el extraño lenguaje del otro, hasta que finalmente salió de su estado de shock, “¿Por qué pensarían algo así?” Para ese momento, las armas que le apuntaban ya se habían relajado, Tanco decidió confesar, “El cuchillo, no lo encontramos enterrado en el Yermo…”  Le echó un vistazo a su compañero antes de continuar, “…Estaba en un refugio, junto al hombre que buscabas, muerto… y esta niña” Yagras veía pasmado como la niña se descolgaba de su carro en ese momento, y echaba a andar con total desparpajo y naturalidad entre ellos, “¿El viejo Darga?” Comentó el de Yacú, mirando a sus hombres por si alguno entendía o sabía algo, “¿De dónde el viejo Darga podría haber sacado a esta criatura?” Se preguntó refiriéndose a la niña, que parada frente a Cifu, observaba a este hacia arriba, como quien contempla la cima de un edificio, para luego responderse abatido, “Yo no lo sé.” “La navaja también estaba en su poder” Intervino Mica, por si aún alguien tenía alguna duda al respecto, Yagras la miró sin sorpresa, “¿Algo más?” Preguntó. La chica miró a los muchachos, y estos entre sí. Con algo de esfuerzo, Tanco recordó la pistola artesanal que el viejo empuñaba al momento de morir, y cuando parecía que aquello era todo, Límber pensó en registrarse los bolsillos, “¡Oh, sí! También esto…”  señaló, mostrando la brújula rota que había guardado con la esperanza de repararla, el aspecto derrotado de Yagras se iluminó y Límber, como los demás, lo notaron en el acto, “¿Esto es lo que buscabas?” Preguntó este último, sorprendido. Realmente una brújula era un instrumento valioso para quienes no comprendían cómo funcionaba, pero sí lo útil que era, sin embargo, al lado de la niña humana, se veía tan pequeño, “La magia arcana de este objeto está tan perdida en lo más profundo del viejo mundo, que lamentablemente no podemos replicarla” Señaló Yagras, recuperando su instrumento, luego añadió, “Darga, ¿qué pasó con él? ¿Ustedes le mataron?” Los muchachos se apresuraron a negarlo; el tipo ya estaba muerto, aunque no podían precisar cómo o de qué, lo que sí se podía asegurar, era que los carnófagos no habían tenido nada que ver “…y salvo por algunas ratas despellejadas, no llevaba más provisiones, ni agua” Aclaró Tanco, Límber confesó cómo se había deshecho del cuerpo. Yagras asintió con gravedad, “Era un buen hombre, jamás sabremos por qué se dejó guiar hasta la más inocua de las muertes por esta criatura o tan solo de dónde la sacó, pero al menos nos queda el consuelo de que era un hombre solitario y no hay familia a la que darle malas noticias…” Mientras el líder de Yacú se expresaba con toda solemnidad, la niña registraba con atrevimiento el morral de Itri, quien la miraba como aquel que nota que hay un perro orinándose sobre sus zapatos, pero sin reaccionar, hasta que la chiquilla consiguió un trozo de carne seca y comenzó a devorarla ahí mismo, sin siquiera disimular o intentar huir. Mica lo notó, y se horrorizó como la madre que sorprende a su propio hijo robando, pero tampoco hizo nada, pues el gran Yagras de Yacú, continuaba hablando, “…Si yo fuera ustedes, me desharía lo antes posible de esta criatura que no hará más que conducirlos hasta el mismo final que al pobre Darga, pero ahora esa es su decisión y responsabilidad, como dicta la costumbre, lo que se encuentra en el Yermo, pertenece al que lo encuentra. Por cierto, comprendo que todo esto no fue más que un malentendido, permítanme recompensarles por la brújula” Y uno de sus hombres se alejó a su señal y regresó con una caja, no mayor a lo que sería una caja de calzado para niños, pero hecha de madera y de considerable peso y se la entregó a Límber, “Estamos en paz, hermanos de Portas…” Señaló el de Yacú, “…pero les advierto, si se acercan a Yacú con esa criatura, no serán bienvenidos. No creo que sea una niña humana pura, pero muchos lo creerán, y se desatará la locura y la ambición por su sangre, cosa que yo, como el líder de Yacú, no puedo permitir” Dicho esto, hizo una pequeña y formal reverencia y se retiró hasta donde lo aguardaba su carro. Mica dio un profundo suspiro de alivio y luego miró a Límber que aún sostenía la caja con ambas manos, “¿Y ahora qué?” Preguntó la chica, el otro la miró sin mirarla, como el que viene recién saliendo de un profundo sueño. Se encogió de hombros, “Supongo que ahora vamos a tener que ponerle un nombre” dijo, mientras Tanco se percataba de que la chiquilla no estaba, entonces escuchó el grito de la niña, un grito apagado y breve y se adentró en la selva muerta que los flanqueaba en ese momento, Mica cogió su arco y Límber dejó la caja de lado para empuñar su arma, “¡Tanco!” Gritó la chica, pero no obtuvo respuesta, Límber levantó su rifle, no había ni un ruido ni señales de carnófagos, “¡Tanco!” Repitió Mica, y esta vez sí obtuvo respuesta, aquel aparecía con la niña en brazos de entre la maraña de troncos y ramas secas “¡Está bien, está bien! No es nada, solo un pequeño corte en la pierna con una rama” La llevó hasta el carro, donde Mica se encargó de vendarla. Había sido un buen rasguño, pero nada más, “¿Seguimos con intenciones de ir a Mirra?” Consultó Tanco, mirando a sus dos camaradas y ambos, luego de echarse un vistazo, asintieron.

 

Cora sujetaba con desesperación y todas sus fuerzas, el cuerpo de su padre, mientras el sanador le vertía un líquido lechoso dentro de la boca y se la cubría con una mano de dedos largos y huesudos para que lo tragara, “¡Sujétalo, fuerte!” Gritó el curandero, mientras la muchacha hacía peso con todo su cuerpo para contener la desesperación y el espanto de su padre ante cosas que solo él veía y oía. Al cabo de un minuto, el cuerpo del hombre se apaciguó y las visiones pasaron a un plano onírico, “Casi no me quedan flores adormecedoras” Dijo el curandero, un hombre maduro de grandes orejas, con una marcada calvicie, el mentón y las patillas polvoreadas de canas y un enorme espacio vacío entre su ancha nariz y la boca, “¿Y que otra cosa podemos hacer?” Preguntó Cora, una muchacha menuda, sin orejas, con bonitos ojos color musgo y el dorso de su cuerpo cubierto de escamas, tal como las de su padre. Nurba, el sanador, la miró con toda la gravedad de la que disponía, a ella y a su madre, que sentada en un rincón abrazaba a su hija pequeña, Gigi, y extrajo de su bolso un punzón de acero, la muchacha se negó tajante, “Lo único que podemos hacer contra la fiebre atávica es acabar con el tormento de la víctima” Sentenció el curandero, con infinita paciencia y piedad en los ojos, “¡Pero hay quienes se han recuperado!” Alegó la muchacha, Nurba apretó el ceño y los labios, “No te aferres a esa posibilidad, niña, los que lo han logrado no se cuentan con más de una mano” Sentenció, Cora insistió, testaruda, “¡Pero lo han hecho! ¡Es posible!” Nurba estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones y no podía menos que admitirlas con respetuoso silencio, “Traeré más flores adormecedoras, tardaré dos días” Dijo la muchacha, y no era una sugerencia. La chica echó en un canasto las herramientas del padre, lo único que les quedaba de valor y que no era comestible, se lo colgó a la espalda, se metió en el cinto el viejo revólver de la familia con apenas dos balas en su interior y partió de inmediato. Ya cuando se había alejado de los límites de la tribu de Bocas, a la que pertenecía, y se acercaba a la ruta de las flores para encaminarse hacia Mirra, un grito la hizo detenerse, era su hermana Gigi, una pequeña cubierta de suave pelaje blanco y pequeñas orejas puntiagudas, como su madre. No podía enviarla sola de vuelta y desde luego, no volvería con ella, así que le cogió la mano con fuerza, “Está bien, tal vez me den más flores si les doy una niña a cambio” dijo la mayor, Gigi se detuvo en seco y la miró enfadada, “¡Es una broma!” Admitió Cora, y volvió a cogerle la mano, “Tendrás que caminar de prisa” Le advirtió, pero eso la pequeña ya lo sabía, “Yo puedo andar tan rápido como tú.”


León Faras.

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