jueves, 30 de mayo de 2013

La Prisionera y la Reina. Capítulo dos.


VI.

Durante toda la noche la criatura había observado la fogata como el mejor de los trucos, las llamas eran algo que no dejaban de seducirla, el fuego se extinguía, pero nunca su interés. La criatura era un arma infalible y letal, pero eso no quitaba que pudiera sentir cansancio, tristeza o dolor, no mataba a nadie con intención, para cualquier espíritu sensible ella no desprendía ningún sentimiento de maldad, era absolutamente inocente de su temible condición y eso era una de las cosas que obligaba al místico a devolverla a su lugar antes de morir. Habían pasado la noche refugiados en los recovecos de las pedregosas colinas de la Tierra de las Bestias, ocultando el fuego lo mejor posible de la vista de cualquier desconocido. Con el alba reiniciaban su marcha, lenta y a pie, tratando de evitar los lugares demasiado abiertos, donde dos caminantes llamarían la atención, buscando acercarse a los bosques, el límite entre las llanuras y los bosques era lo más seguro para dos forasteros como ellos. No habían avanzado mucho aquella mañana, cuando la criatura comenzó a desviarse del sendero que seguían, el místico la detuvo pero enseguida captó lo que la criatura había sentido, una respiración quejumbrosa y remota se percibía en el aire, además del inconfundible aroma de la sangre fresca, un animal grande herido, probablemente un humano, luego de un par de minutos encontraron a un hombre moribundo tendido en el piso, parecía haber recibido un golpe colosal, estaba seriamente dañado en sus huesos y órganos, llevaba su dorso desnudo, tenía la piel roja y la barba larga e hirsuta, la criatura lo conocía pero como siempre guardó silencio, era uno de los hombres que participó en su captura, agonizaba irremediablemente, el místico se preguntó si aquellas botas le quedarían a la criatura, andaba descalza y aún quedaba un buen trecho por andar. En ese momento se oyó el rugido más atemorizante y atronador que solo una criatura era capaz de hacer, una Bestia, y se escuchó peligrosamente cerca.

Lorna dio el paso siguiente y para cuando se dio cuenta de que aquel era el último peldaño hacia el vacío ya era tarde, su peso estaba lanzado, ahogó un grito y trató de girar rápido y sujetarse con los brazos de la superficie que antes la sostenía, aferrándose de lo primero que alcanzó, al pobre enano de rocas, que pese a su notable peso, era imposible que resistiera la caída de la mujer, esta aterrorizada y abrazada a un enano indiferente cayó durante un segundo, o quizá menos, el cuerpo de la mujer fue sujeto por una especie de raíz nudosa y dura como si por casualidad hubiese caído dentro de una especie de aro, antes de que comprendiera lo que estaba sucediendo la raíz comenzó a moverse, a transportarse con mujer y todo, reptando por las paredes en sentido horizontal y hacia abajo a una velocidad más que intimidante para ese tipo de movimiento. Más sorprendida que asustada la mujer quiso luchar, pero entonces vio los ojos, aquellos ojos ovalados de hermoso color rosa que estaban dentro de la celda cuando entregó las llaves, evidentemente esa cosa no utilizaba las escaleras, no tenía idea de qué era pero al parecer le estaba devolviendo el favor. Descendieron mucho, la mujer lo sabía porque la superficie más iluminada del foso se veía lejana y pequeña, pero en un momento hasta eso desapareció y la oscuridad fue absoluta. Se podría pensar que el fondo estaba anegado por la humedad de las ciénagas, pero en realidad la mayor parte del año estaba seco, aquel pantano era superficial, estaba formado sobre una formación dura y sin drenaje, pero durante la época de lluvias, las aguas sobrepasaban las defensas del castillo e ingresaba, anegando ciertas zonas, entre estas el foso de las catacumbas, cuyas paredes se impregnaban de agua que se acumulaba en el fondo, siendo drenada por un túnel que recorría una distancia de varios kilómetros desembocando en un destino poco tentador para cualquier desesperado que pensara huir por ahí, y que era el camino que el salvador de Lorna había tomado para salir de ahí.

Era una mañana hermosa, fresca y limpia, el lugar estaba invadido por una vegetación natural y dócil, incluso se podían ver algunas aves en el cielo y uno que otro insecto en las flores y arbustos, hasta se sentía un delicioso murmullo de agua que Idalia no podía ver, esta se movía insegura y maravillada, una mariposa se posó muy cerca de ella, toda esa belleza era demasiado brusca con sus sentidos, tullidos por el aislamiento y los narcóticos que Rávaro le daba, no se preguntaba donde estaba ni donde estaban sus captores, estaba demasiado absorta en toda aquella insólita naturaleza. Era solo una pradera regada por un riachuelo que providencialmente pasaba a un par de kilómetros a espaldas del pequeño y tosco castillo de Rávaro, dejando una población de vegetación poco común y de una belleza rara para esos parajes. La mujer maldita descendió una suave pendiente hasta llegar a una planicie cubierta de sombra y hojas secas, no tardó en dar con el arroyo por el sonido del agua que caía y que había excavado una taza antes de seguir su rumbo cuesta abajo, la mujer se acerco a un arbusto junto al arroyo, las hojas de este comenzaban a secarse de forma uniforme pero Idalia no lo notó, se agachó a tomar agua y le pareció deliciosa, luego se sumergió en el agua para asearse como hace mucho tiempo no lo hacía, le pareció que el arbusto se movió solo, se restregó los ojos para estudiarlo con más detenimiento, el incursor se dio por descubierto, se enderezó despacio y apareció el menudo cuerpo de un niño con un arbusto entero hábilmente atado a su espalda y cabeza, llevaba una lanza en la mano, la mujer, sorprendida, sintió el sonido de una cuerda tensada al borde de sus capacidades, y girándose vio en la otra orilla una niña, apenas mayor igualmente mimetizada con ramas, que la apuntaba con un arco y una flecha. Eran salvajes, demasiado jóvenes para andar solos, seguro andaban adultos cerca, sus tierras estaban lejos pero los incursores se alejaban lo necesario de sus hogares cuando era preciso, cuando perseguían a alguna presa o cuando necesitaban hierbas, a juzgar por el camuflaje de los niños, cuyas hojas ya se notaban secas, llevaban más de un par de días de incursión. Una mano se posó en el hombro de la niña y la cuerda del arco se aflojó, un hombre de mediana edad apareció, tenía una larga melena pero el rostro y el resto del cuerpo lampiños, salvo las ramas con las que se ocultaban solo se cubrían bajo la cintura. 


León Faras.

martes, 28 de mayo de 2013

Algo está mal.


Algo está mal en el mundo, en el sistema, algo que se percibe, que se ve, pero que está, por no decir “es”, tan natural que se ignora, es tan grande que mejor no molestarse en notarlo y ni pensar en cambiarlo o corregirlo. Cualquiera puede darse cuenta, desde distintos puntos de vista, tarde o temprano, se nota, se siente… no quiero ser enigmático señalando algo de libre interpretación, me refiero a cosas puntuales, educación, trabajo, desarrollo, felicidad, costumbres, ideales, en todas las cosas se percibe algo que está mal, mal diseñado, mal empleado, mal aprovechado… mal. La educación que recibes no te queda, todo lo que te enseñan en el colegio es inútil si no lo usas y lo olvidas, las notas que nos ponían no tomaban en cuenta que a mi me costaban las matemáticas y a mi compañero de al lado se le hacían fáciles, no tiene sentido, es como poner a competir a un atleta con un tenista. La educación aburre a los alumnos, a los profesores y hasta a los padres, que al final terminan haciendo las tareas de sus hijos, algo está mal evidentemente si sabemos que el ser humano es curioso y una esponja de conocimientos desde que nace, a una persona no le cuesta nada aprender aquello que necesita o que le gusta. Te meten un montón de palabras en la cabeza para luego transcribirlas en un examen y luego olvidarlas para meter nuevas palabras…y solo palabras.

El trabajo, un buen trabajo, un trabajo bien remunerado, ganar lo que gastas en un mes o menos o en un mes lo que gastas en tu vida… un trabajo perfecto que te mantiene todo el día ausente de tus seres queridos o de las cosas que te gustan, que te estresa y gasta tu tiempo y energía en intereses ajenos, que te obliga a sacrificarte levantándote antes de lo que quisieras, comiendo en el momento y lugar que te señalan, durmiendo poco, dejando el sexo para los fines de semana, saliendo a la lluvia cuando preferirías quedarte en tu cama, es normal, es natural, está bien… ¿está bien? Si es que las circunstancias te permiten estudiar y no siempre es así, estudias la carrera que puedes, según recursos intelectuales, económicos o físicos, pero rara vez es lo que quieres, eso cuando sabes qué es lo que quieres, pero eso no importa, porque sea como sea estarás mejor que el que no estudió nada, o eso es lo que dicen, aunque nadie especifica mejor en qué términos, mejor en algunas áreas y peor en otras, tampoco te aseguran que alguien que no estudió nada esté muchísimo mejor en muchos aspectos como económicos, de salud o sentimentales.
Retomo el “Qué quieres ser cuando grande” muy pocos lo saben, y aquellos que lo saben es porque quieren imitar a sus padres, porque les admiran, o porque se han dado cuenta de que aquello que les divierte siendo niños pueden seguir haciéndolo y ganar dinero, siendo adultos. El resto, ni idea, ¿Por qué? Yo creo que la mayoría de las profesiones son anti-naturales, un niño que quiere ser veterinario porque ama a los animales no quiere abrir a un perro a la mitad y operarlo, solo quiere darle amor y que sane y todos somos un poco niños aún cuando debemos decidir qué ser de adulto.

Desarrollo, es buscar alcanzar el mayor nivel de tus capacidades, en todos los aspectos posibles, pero si tus actividades se alejan de tus capacidades no hay desarrollo posible, solo estancamiento, según creo, las capacidades son aquellas cosas para las que uno es bueno, como es bueno, las disfruta, si uno se dedica a hacer otras cosas en la vida en las cuales sus capacidades son medias, su desarrollo también se detiene porque puede alcanzar niveles más altos en áreas para las que es bueno. Primero se aprende, luego se mejora y luego se crea, y en el crear no hay límites por lo tanto el desarrollo podría y debiera ser ilimitado en todas las personas y en todas las labores. Pero el sistema tiende al automatismo, a la rutina, a la producción en cadena, al método exacto y comprobado, seguro, cuantitativo, con un menoscabo directamente proporcional al nivel jerárquico, mientras más abajo, menos libertad de desarrollo.

Felicidad, la felicidad ha llegado a transformarse en un mito, en un fruto que se puede probar pero no mantener, hoy ya no hay personas felices, solo momentos felices, y ¿saben porqué?… es simple, porque un momento de felicidad se puede vender, y todos los días se vende y si no somos capaces de comprarlo somos infelices, es el genial sistema. Todos la queremos, todos la necesitamos, todos la buscamos, entonces, ¿por qué no venderla? Hasta es idiota no hacerlo, es el valor agregado de todas las cosas, probablemente el gancho comercial más utilizado, pero desgraciadamente es imposible venderla, la felicidad es gratis, todos lo saben pero no importa, el sistema comercial se desmoronaría si la gente dejara de consumir para ser feliz. Eso es lo que nos muestran desde que se inventó la publicidad y la propaganda.

Las costumbres, la repetición, los ciclos, es como la diferencia entre los animales domésticos y los salvajes, acostumbrar es domesticar y no todos los animales domésticos terminan bien. ¿Por qué celebramos navidad?, ¿bautizos?, ¿matrimonios? ¿Por fe?.... ¿Por qué hacemos una fiesta el 31 de Diciembre de todos los santos años?; ¿por qué todos debemos estudiar las mismas cosas durante la misma cantidad de años en nuestra infancia y adolescencia?; ¿por qué todo se inicia a la misma hora todas las mañanas? ¿Por qué debemos vestirnos de determinada forma en determinadas situaciones? Solo porque estamos acostumbrados, porque hay que hacerlo a pesar que no hay ninguna razón, aunque no queramos o no nos haga felices ni mejores, porque nadie lo cuestiona o porque las cosas son así. Sí, las cosas son así y no son así nada más porque sí, de alguna forma está hecho así deliberadamente. El comercio y la economía mantienen con vida a la navidad más que Jesús y todos lo saben.

Ideales, la casa ideal, el trabajo ideal, la pareja ideal, el auto ideal, la vida ideal, individuales y asombrosamente modificables, vanos, profundos o inexistentes, inalcanzables, rotos, inagotables. Más artificiales que naturales, más influenciados que innatos, más falsos que reales y lo más inquietante, más tener que ser. Los ideales son en el fondo el instinto de superación convertido en tener más, en superar al otro, a los demás, a no quedarte demasiado abajo y llegar lo más alto que se pueda, pero económicamente hablando. Nadie está en contra de los ideales, yo tampoco, de los sueños y la superación personal, pero es que constantemente te están vendiendo ideales que no lo son, no traen consigo ni un gramo de felicidad o de superación, no me hacen mejor en ningún sentido y lo que es peor, me nublan mis ideales verdaderos, naturales, innatos, los que sí podían hacerme feliz… y que ahora ni siquiera puedo recordar.


León Faras.

lunes, 20 de mayo de 2013

Alma electrónica.


Machete.

El virus llamado “Alma” se había convertido en una eficaz arma contra las máquinas, al volverlos intelectualmente humanos y por lo tanto aliados en una lucha cada vez más difícil de ganar. El problema era que tanto humanos como máquinas se estaban dando cuenta de que a pesar de lo eficiente de Alma, habían métodos para crear paradojas en el complejo sistema de los autómatas, y de esa manera anular el engaño, las emociones por ejemplo, eran hábilmente emuladas por el sistema pero las demostraciones físicas de estas, como la risa o el llanto, eran imposibles lo que desmoronaba por completo el engaño del virus. La lógica de la sustentación humana como la necesidad de oxígeno o agua también podían hacer colapsar la estable razón con la que cualquier robot opera, pero un robot nunca cuestionaría su naturaleza, por lo que Alma funcionaba perfectamente mientras nadie le hiciera ver el error.

Cuatro siluetas se movían en la húmeda oscuridad, el cielo siempre gris esta vez además dejaba caer finísimas gotas de agua que muchas personas en muchas partes estaban juntando con todos los medios disponibles para poder tener para beber después. Cuatro siluetas bien diferentes, la de un tipo enorme y fornido, la de un muchacho, la de una mujer y la de un robot, marchaban en ese mismo orden con el androide a la cabeza, el camino que seguían, protegido de escombros y restos de edificios estaba asegurado pero pronto saldrían a la ciudad, donde los gatos acechaban constantemente, y donde las ratas corrían grave peligro, estas siempre iban armadas en sus incursiones pero esa era solo una seguridad relativa, nada de que confiarse.

            El nombre en un robot modificado con el virus Alma, era algo muy importante, debía creer que era humano y un humano siempre tiene un nombre propio, por lo que al momento de incorporar el virus, el nombre era elegido y bajo criterios tan volubles como quien bautiza un perro. Dientedeleón era un androide soldado, llevaba el virus Alma hace seis meses, y eso lo convertía en un veterano, eso sin contar a Gatillo, una verdadera leyenda que llevaba modificado más de tres años y nadie sabía cómo había durado tanto. Dientedeleón guiaba la excursión, el no lo sabía, pero sus sentidos por ser electrónicos eran bastante más agudos, se apoyó en el pilar de aquel estacionamiento en ruinas y estudió el horizonte, todo parecía estar en calma, allá a lo lejos, muy lejos, una barcaza flotante escudriñaba el piso con sus poderosos focos, moviéndose lentamente a través del cielo encapotado. Las cuatro ratas salieron de su agujero para buscar refugio tras un enorme camión abandonado, nadie usaba los vehículos, no podían durar demasiado en movimiento sin volar por los aires, por lo que era mucho más seguro moverse a pie, pero las incursiones no eran paseos, debían recuperar agua o alimentos, armas o municiones y medicamentos, en ese orden de prioridad, en cuarto lugar pero muy atrás, robots que no tuviera su cerebro electrónico destrozado, sin importar el resto de su cuerpo, todas las piezas eran fácilmente reemplazables y abundaban los recambios, pero no los cerebros electrónicos, y sin ellos Alma no podía ser instalado. El grupo se traslado a un parque cercano, un lugar relativamente abierto pero con abundantes cúmulos de escombros y vehículos destrozados para refugiarse, la estatua tirada de un caballo enorme con cascotes de cemento en sus patas traseras les sirvió de parapeto, la mujer le dio unos golpecitos con los nudillos en el hombro al robot que sonaron como si golpeara una olla de aluminio,  Dientedeleón volteó y la mujer le apuntó un cartel en el suelo con una enorme cruz blanca, tal vez una farmacia o mejor aún, un hospital, el robot negó con la cabeza, ni uno ni el otro, era un anuncio de una iglesia cercana. Curiosamente los robot modificados con el virus Alma, tendían a tener una gran religiosidad, la idea de la creación en ellos era un hecho absoluto, y todos los fabricantes en todas partes del mundo le dejaban eso muy en claro a sus máquinas, pero al mezclar la certeza de la creación con la emulación de la condición humana que proporcionaba Alma se formaba un gran interés electrónico en los asuntos espirituales y religiosos, todo parte del engaño, por supuesto.

Las ratas se introdujeron por un estrecho pasillo entre dos edificios enormes, avanzaban a buen paso cuando el robot se detuvo y todos se agacharon, entonces por orden de Dientedeleón, corrieron hasta la nariz de un auto deportivo que se asomaba rompiendo una de las paredes desde dentro y se metieron por la muralla derruida buscando refugio, solo entonces los humanos del grupo pudieron oír los silenciosos motores eléctricos de la barcaza que pasó por encima de ellos iluminando completamente el pasillo que cruzaban, se quedaron en silencio, ocultos, había muchísimo escombro, a la iglesia le faltaban casi dos de sus murallas completas y además el techo en su mayoría eran solo desnudas costillas, había un gran forado en el suelo de madera donde, y gracias a la ausencia de tejado, crecía un buen número de pasto y maleza. El más grandote de los hombres soltó un resoplido cuando todo quedó en silencio y a oscuras, miró al robot para corroborar que sus valiosos sentidos dieran por pasado el peligro y notó que este observaba una pared al fondo, donde había una imagen de una virgen María, a sus pies y apoyado contra la muralla un androide yacía sentado, inmóvil, tenía la cabeza destrozada y un arma en la mano, una de las primeras preguntas cuando Alma comenzó a operar fue como vería un robot modificado a otro robot, la respuesta fue como siempre la más simple, lo ve como lo vería un humano cualquiera, una amenaza en primer lugar y un potencial aliado en segundo. Dientedeleón se acercó al robot que yacía sentado, lo más probable era que alguien le había volado la cabeza al verlo armado aunque había un pequeño porcentaje, muy pequeño, de robots que al enterarse del engaño se autodestruían el cerebro electrónico, se suicidaban, una conducta absolutamente incomprensible, pero real. Dientedeleón cogió el arma, las municiones y solo por curiosidad revisó la nuca del artificial cadáver, tenía escrita una fecha de hace siete meses y más abajo una palabra, “Machete” probablemente su nombre, luego regresó con el grupo, “Vámonos de aquí, los gatos no tardarán en volver…”


León Faras. 

sábado, 18 de mayo de 2013

La Prisionera y la Reina. Capítulo dos.

V.

Le llevó varias horas a Lorna esperar los albores del día para poder ver en la oscuridad de su celda y luego, varios minutos dar con la llave adecuada para abrir su cerradura y cuando lo logró dio un respingo, había otro enano de rocas fuera de su celda observándola con idéntica curiosidad, la mujer buscó a su compañero de celda a su alrededor pero no estaba dentro, si no parado afuera en la escalera de caracol que rodeaba el foso. Para salir, el enano solo debía pasar las piedras que formaban su cuerpo de una a la vez por entre los barrotes y todas pasarían hasta salir completamente, pero jamás había tenido ningún interés en hacerlo, el tiempo no era nada para él, y si ahora salía era solo por que la mujer se iría y eso había creado su intención, Lorna frunció el ceño pero luego sonrió, al parecer, no solo tenía un compañero de celda, ahora tenía también uno de huida. La mujer comenzó a subir los escalones pero no llegó muy lejos, sintió guardias arriba y debió volver, tan rápido como pudo bajó las escaleras mientras el enano literalmente se derrumbaba rodando escalones abajo, de pronto una garra le atenazó el brazo, los guardias ya se asomaban en la parte más alta del foso y Lorna se apegó a los barrotes para no ser vista y ofreció las llaves a cambio de su libertad, pero solo en ese momento, la mujer notó que lo que estaba ahí dentro no era persona y que lo que la sujetaba del brazo era una garra dura y poderosa, un par de ojos ovalados y rosados que sí se distinguían bien en la oscuridad, como si tuvieran una luz propia, delataban una gran altura de aquel individuo, aquello era fuerte y no emitía ni un solo sonido. La mujer acercaba el manojo de llaves a los barrotes, cuando oyó una voz, en la celda contigua, un tipo muy obeso comenzó a aullar con desesperación, que no soltara las llaves, que aquella criatura era muy peligrosa, que era un asesino y que además se alimentaba de la carne de personas como ella o como él, a Lorna el gordo no le agradó, parecía uno de los aprovechados huéspedes del semi-demonio olvidado en las catacumbas después de alguna ofensa con su anfitrión, alegaba además de empatía por compartir el género humano, cosa que para Lorna era una insignificancia, que podía recompensarla generosamente si le entregaba las llaves a él, pero la mujer ni lo pensó, las llaves eran para el que la tenía sujeta y apenas se vio liberada siguió su camino escaleras abajo con un cúmulo de rocas persiguiéndola hasta que la oscuridad de las profundidades del foso y la peste nauseabunda lo envolvió todo, volteó la vista y podía ver a los guardias muy arriba aún pero no a la criatura a quién le había dado las llaves, no estaba en las escaleras y era imposible que hubiese llegado a su lado, aunque no se podía ver ni las propias manos pero podía oír cada movimiento que el enano hacía como un pequeño derrumbe de escombros, se detuvo en el último peldaño sin tener ni idea de que esa era su última base sólida ante una caída mortal, las celdas se acababan y también la escalera pero no el foso, el hedor era capaz de revolverle el estómago a un buitre y la mujer ya se sentía mal. Al ver la salida superior ya bloqueada definitivamente por los guardias, Lorna decidió seguir bajando.

Poco a poco Idalia había ido recuperando sus fuerzas, gracias a los cuidados de su desconocido anfitrión, quien además de darle de beber alguna especie de agua subterránea y de comer carne cruda aunque fresca, cosa que a la mujer no le parecía precisamente una ventaja, la había estado moviendo para alejarla de sus propias porquerías, y acercando a un túnel que aquel ser había estado haciendo solo para ella, una salida a la superficie que él jamás usaría. Aquella mañana Idalia despertó y al abrir los ojos vio, una luminosidad muy tenue iluminaba el agujero donde estaba y le permitía ver, era una visión muy borrosa en principio pero mejoraba paulatinamente, la luz que le llegaba no era agresiva con sus desacostumbrados ojos, era una luz pacífica y quieta, no móvil como la del fuego, era una luz clara y amplia, era la luz del día, la luz del amanecer, a algunos metros en ángulo ascendente hacía sus espaldas, estaba la salida hacia la libertad, hacia el aire libre, llenó sus pulmones de aire fresco y sus ojos de luz, ya viendo con más claridad, a su lado encontró la cáscara dura de algún fruto en la que siempre bebió, llena con agua transparente, siempre se la imaginó turbia por su sabor y otra cáscara similar con trozos de carne, su anfitrión había procurado dejarle desayuno, pero no había ni rastros de él, era claro que la luz no era parte de su ambiente. La mujer comió con calma, esperó a que la luminosidad aumentara y sus ojos se acostumbraran por completo, y luego comenzó a arrastrarse a la salida, una brisa le dio la bienvenida, por un momento experimentó la felicidad, el paraje frente a ella, como todo paraje natural era hermoso, había dejado por un momento de sentir odio o miedo, en la salida de ese agujero sucia y con el sabor de la carne cruda en la boca se sintió bien, extrañamente feliz y eso la hizo llorar.


León Faras.

martes, 14 de mayo de 2013

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.


II

Desde hace ya varios días que la princesa Delia no salía de su habitación donde permanecía acostada casi permanentemente, su embarazo no había sido de lo más agradable en las últimas semanas, debido en parte a complicaciones propias del proceso de gestación dada su juventud, pero también a una inefable angustia que se le había anidado en el interior de su pecho, manteniendo un desagradable e insano miedo a algo que aún ignoraba, pero que estaba segura que sucedería, presentimientos que había heredado de su madre y que en la experiencia de esta, nunca fallaban. A su lado, como siempre, permanecía una muchacha a penas mayor que ella llamada Nila, cuya única función era atender cualquier necesidad de la joven princesa, había nacido una importante y natural  amistad entre ambas, debido al mucho tiempo que pasaban juntas, llegando a convertirse en mutuas confidentes y en acérrimas aliadas, “por favor señora, no debe mantener esa angustia en su interior, no es buena para usted ni para su bebe…” Nila, constantemente trataba de disipar los malos presentimientos que cercaban a la princesa, buscando siempre en las conversaciones desviar los temas a recuerdos más agradables “…además el señor llegará pronto, debe sentirse feliz por eso”, Delia era feliz, pronto sería madre del hijo del hombre que amaba, pero su malestar era totalmente involuntario, y poco podía hacerse para eliminar tal sentimiento, “Ay Nila, estoy bien, te lo prometo, lo que siento no es algo que yo quiera, ni siquiera sé por qué lo siento, además tú siempre estás aquí, luchando contra mis fantasmas…” sin embargo había algo más importante para la princesa Delia en ese momento que convencer a su amiga de su salud y una preocupación más tangible que sus inefables presentimientos. Ambas sabían del inminente ataque a Cízarin que se planeaba por parte de Rimos, algo funesto para las dos, pues Nila era natural de Cízarin, hace mucho que servía en la casa de los señores de Rimos, pero toda su familia, padres y hermanos vivían en Cízarin y ahora la guerra iba a enfrentar a los dos lugares que amaba involucrando a las personas más importantes en su vida, y eso, aunque Nila trataba de no mencionarlo, era algo que se estaba volviendo a cada momento más difícil de llevar para la muchacha, “¿Qué vas a hacer Nila?”, la princesa Delia preguntaba con infinita ternura reflejada en sus inusuales ojos claros, profundamente preocupada por la situación en la que su amiga estaba envuelta, “No lo sé señora, aún no lo sé, pero usted no debe preocuparse por eso, usted debe…”, Delia desde su lecho tomó la mano de su amiga con una suave sonrisa de amable condescendencia “piensas ir allá ¿verdad?, ¿necesitas que te ayude en algo?”, Nila vio sus pensamientos reflejados en las palabras de su señora, pero se limitó a guardar un explícito silencio, “Bien, prométeme que te vas a cuidar y que no te vas a arriesgar demasiado…y que vas a regresar lo antes posible”, la joven Nila sonrió y puso su mano sobre la de Delia, apenas respondió, la puerta de la habitación de la princesa se abrió con timidez, y tras ella apareció Ovardo, quien fue recibido por una ágil reacción de la joven criada, quien de dos zancadas ya sostenía la puerta para que el príncipe de Rimos se acercara a su sonriente novia, al pasar junto a Nila, el príncipe le susurró un poco disimulado mensaje que hizo ampliar más la sonrisa de las muchachas, “Alguien se muere de ganas de verte allá afuera…”, un mensaje verdadero, pero también el pretexto perfecto para conseguir el tiempo a solas con su mujer que Ovardo ya extrañaba.


León Faras.

miércoles, 8 de mayo de 2013

La Prisionera y la Reina. Capítulo dos.


IV



Rávaro ya estaba cómodamente instalado en su ostentoso trono, con fanfarrona displicencia hizo pasar a los hombres que había mandado llamar. Se trataba de los cazadores que habían capturado para él a la criatura con la que había eliminado a su hermano, hombres cuyo aspecto realmente intimidaba: Tenían la piel roja como la carne cruda, las líneas de expresión de su rostro eran profundas como tajos, su barba hirsuta se veía intacta desde hace ya años y su cabello, probablemente en idénticas condiciones, estaba cubierto bajo indescifrables estropajos enrollados, su torso desnudo estaba cruzado de lado a lado tanto por pálidas cicatrices, como por correas de cuero y cadenas de las cuales colgaban inmóviles por lo menos una docena de cuchillos y puñales, complementados por espadas, hachas o ballestas. El nuevo soberano sentía que su fortuna era bastante ahora como para costear sus ridículas excentricidades y había hecho llamar a esos hombres para satisfacer una más de ellas, capturar a una bestia viva para su nuevo y colosal ejército, una criatura de seis metros de alto con la fuerza de quinientos hombres y la inteligencia de un simio doblegada por la fuerza hasta que cumpliera con su voluntad. Sería su arma principal y nadie se atrevería a desafiarlo. Los cazadores aceptaron tras negociar una suculenta fortuna que Rávaro ni siquiera se ocupó en regatear, ocupado en lo espectacular de su idea.


Los antiguos y espectrales guardias del palacio del semi-demonio habían sido expulsados a custodiar la periferia, ya que para los interiores Rávaro prefería a sus propios soldados. Estos seres, ni totalmente muertos ni totalmente vivos, obedecían al nuevo soberano solo porque su existencia dependía de su permanencia en aquel lugar, pero al igual que todo el mundo, no le profesaban ninguna lealtad ni admiración, cosa que sería absolutamente innecesaria, pues el derrocamiento de un estropajo débil y patético como este, era solo cuestión de tiempo. La oscuridad se dejaba caer con pereza, mientras los nauseabundos vapores de la ciénaga se arrastraban hacia el palacio seguidos de la densa neblina, inundándolo todo. Dos guardias en la entrada del palacio vieron una silueta que se acercaba y se llevaron la mano a sus espadas, un indescifrable  bulto se acercaba pero sin movimiento alguno, como arrastrado por la bruma, los guardias salieron a su encuentro con sus armas en mano pero aún acercándose solo veían una mancha oscura, alta y delgada. De pronto los guardias lo supieron y bajaron sus armas, se postraron y con la cabeza gacha sintieron a aquel ser pasar por entre ellos rumbo a los portones del palacio, sin que estos sonaran ni que los soldados miraran, aquella presencia desapareció tras ellos.
En la profundidad de las catacumbas del castillo del semi-demonio, la diferencia entre el día y la noche eran unas pequeñísimas ventanas con barrotes puestas al nivel del suelo exterior, por las cuales la neblina se colaba y caía al foso como una cascada fantasmal, mientras afuera el día se extinguía y la constante oscuridad del claustro, se volvía lentamente más absoluta. Lorna, acurrucada en su celda, se preguntaba por qué la mujer maldita aún no estaba muerta y qué podría haber salido mal. La temperatura bajaba rápidamente y le costaba pensar, pero la situación no mejoraba y la compañía del enano de rocas era de nulo aporte, las ánimas comenzaban su vigilia, lamentando una eternidad en aquel agujero, y llamando a los vivos a unirse a su dolor. Lorna no las podía ver, la oscuridad era casi impenetrable, pero las podía sentir pasar por su lado, rosando su cabello, depositando su frío aliento sobre su piel desnuda, quejándose lastimeramente, inagotablemente, mientras rondaban su celda. De la profundidad del foso, amargos llantos emanaban con incontrolables sollozos, mujeres que parecían soportar el más terrible de los sufrimientos, daban alaridos terribles que se mezclaban con los gritos de los torturados, quienes también desahogaban su dolor sin mesura. Lorna no podía diferenciar a los vivos de los muertos en aquel horripilante concierto de tormentos, aquello podía volver loco a cualquiera y ella no resistiría demasiado, se puso de pie y con más ira que miedo comenzó a amedrentar a esos espíritus en pena, a exigir silencio insultando y blasfemando contra vivos y muertos y sus desmedidas muestras de dolor y martirio, cada vez más fuerte, gritando por encima de esas dolorosas voces, para ser escuchada y también para no escucharlas, hasta que en una leve pausa para tomar nuevo aliento la mujer se dio cuenta de que solo ella gritaba, todo lo demás estaba en absoluta calma, hasta el enano de rocas notó ese silencio repentino y absoluto y se despertó. Lorna no lo podía creer, de verdad que era imposible que le hubiesen escuchado y obedecido y no se equivocaba, pronto notó que no era por ella que todo había quedado en silencio. Uno de los guardias de Rávaro pasó a gran velocidad directo al fondo del foso, gritando y lanzando manotazos desesperados, un golpe seco al final lo calló definitivamente.

El enano de rocas molió con su mandíbula un par de piedrecillas con timidez, como preguntando qué estaba sucediendo, pero Lorna no le entendía y aunque lo hiciera estaba demasiado sorprendida para responder, una luz, como una lámpara que no iluminaba su entorno, descendía por las escaleras, sin hacer ruido e imponiendo ese mismo silencio a los demás, lentamente la mujer se alejó de los barrotes hasta chocar con la pared del fondo, aquello pasaría por ahí y no quería estar demasiado cerca. La  silueta que se aproximaba era de una oscuridad que sobresalía de la ya reinante, pero que traía una fuente de luz que no lograba prosperar, cuando llegó frente a Lorna, esta la pudo ver con claridad. Era uno de los  guardias de la entrada del foso, sus pies estaban totalmente despegados del piso, su rostro dolorosamente aterrado parecía que apenas respiraba, se movía sin caminar, una oscura sombra lo llevaba en vilo con sus pies colgando y sus dos brazos abiertos como un crucificado, en uno llevaba aferrado una argolla con todas las llaves de la catacumbas, en el otro una antorcha encendida, introducida y ahogada por la oscura bruma que lo transportaba. Esta se detuvo frente a la mujer y aprisionó al hombre que transportaba contra los barrotes, con voz estrangulada el guardia pidió ayuda, Lorna ni siquiera se movió, qué ayuda podría brindar, luego el hombre agregó algo sobre una joya negra, la mujer sí conocía aquellas piedras, la usaba el semi-demonio para meter espectros en sus cuerpos de metal y así crear sus soldados, se usaban como portal, pero aún no veía como ella podía ser de ayuda a aquel pobre tipo, entonces el hombre con grandes esfuerzos y dolor comenzó a elevar el brazo que llevaba la lámpara, se elevó hasta lo más alto de aquella densa bruma oscura y se pudo ver ciertas facciones, un rostro entre las sombras y la pálida luminosidad sofocada, el rostro se acercó y Lorna pudo reconocerlo, Dágaro, el semi-demonio, estaba ahí, su espíritu era una especie de vaho negro y seco, aún más que la oscuridad de las catacumbas, el rostro se acerco a Lorna atravesando levemente los barrotes y movió los labios pero fue la voz asfixiada del desdichado guardia la que se oyó con una promesa de ayuda recíproca, quería una de sus joyas negras. Entonces la mujer desvió la mirada y vio como uno de los brazos temblorosos y sudados del hombre se introducía entre los barrotes, las llaves titilaban con el temblor de su mano, como si estuviera haciendo un enorme esfuerzo. El miembro se estiró hasta donde ya no pudo más y con el mismo esfuerzo la mano se abrió y las llaves cayeron a los pies de la mujer, esta miró al espectro de su hermano y aceptó, y Dágaro, complacido, retrocedió hasta el medio del foso desvaneciéndose y liberando por fin al guardia que cayó inexorablemente junto con la lámpara. 


León Faras.