miércoles, 8 de mayo de 2013

La Prisionera y la Reina. Capítulo dos.


IV



Rávaro ya estaba cómodamente instalado en su ostentoso trono, con fanfarrona displicencia hizo pasar a los hombres que había mandado llamar. Se trataba de los cazadores que habían capturado para él a la criatura con la que había eliminado a su hermano, hombres cuyo aspecto realmente intimidaba: Tenían la piel roja como la carne cruda, las líneas de expresión de su rostro eran profundas como tajos, su barba hirsuta se veía intacta desde hace ya años y su cabello, probablemente en idénticas condiciones, estaba cubierto bajo indescifrables estropajos enrollados, su torso desnudo estaba cruzado de lado a lado tanto por pálidas cicatrices, como por correas de cuero y cadenas de las cuales colgaban inmóviles por lo menos una docena de cuchillos y puñales, complementados por espadas, hachas o ballestas. El nuevo soberano sentía que su fortuna era bastante ahora como para costear sus ridículas excentricidades y había hecho llamar a esos hombres para satisfacer una más de ellas, capturar a una bestia viva para su nuevo y colosal ejército, una criatura de seis metros de alto con la fuerza de quinientos hombres y la inteligencia de un simio doblegada por la fuerza hasta que cumpliera con su voluntad. Sería su arma principal y nadie se atrevería a desafiarlo. Los cazadores aceptaron tras negociar una suculenta fortuna que Rávaro ni siquiera se ocupó en regatear, ocupado en lo espectacular de su idea.


Los antiguos y espectrales guardias del palacio del semi-demonio habían sido expulsados a custodiar la periferia, ya que para los interiores Rávaro prefería a sus propios soldados. Estos seres, ni totalmente muertos ni totalmente vivos, obedecían al nuevo soberano solo porque su existencia dependía de su permanencia en aquel lugar, pero al igual que todo el mundo, no le profesaban ninguna lealtad ni admiración, cosa que sería absolutamente innecesaria, pues el derrocamiento de un estropajo débil y patético como este, era solo cuestión de tiempo. La oscuridad se dejaba caer con pereza, mientras los nauseabundos vapores de la ciénaga se arrastraban hacia el palacio seguidos de la densa neblina, inundándolo todo. Dos guardias en la entrada del palacio vieron una silueta que se acercaba y se llevaron la mano a sus espadas, un indescifrable  bulto se acercaba pero sin movimiento alguno, como arrastrado por la bruma, los guardias salieron a su encuentro con sus armas en mano pero aún acercándose solo veían una mancha oscura, alta y delgada. De pronto los guardias lo supieron y bajaron sus armas, se postraron y con la cabeza gacha sintieron a aquel ser pasar por entre ellos rumbo a los portones del palacio, sin que estos sonaran ni que los soldados miraran, aquella presencia desapareció tras ellos.
En la profundidad de las catacumbas del castillo del semi-demonio, la diferencia entre el día y la noche eran unas pequeñísimas ventanas con barrotes puestas al nivel del suelo exterior, por las cuales la neblina se colaba y caía al foso como una cascada fantasmal, mientras afuera el día se extinguía y la constante oscuridad del claustro, se volvía lentamente más absoluta. Lorna, acurrucada en su celda, se preguntaba por qué la mujer maldita aún no estaba muerta y qué podría haber salido mal. La temperatura bajaba rápidamente y le costaba pensar, pero la situación no mejoraba y la compañía del enano de rocas era de nulo aporte, las ánimas comenzaban su vigilia, lamentando una eternidad en aquel agujero, y llamando a los vivos a unirse a su dolor. Lorna no las podía ver, la oscuridad era casi impenetrable, pero las podía sentir pasar por su lado, rosando su cabello, depositando su frío aliento sobre su piel desnuda, quejándose lastimeramente, inagotablemente, mientras rondaban su celda. De la profundidad del foso, amargos llantos emanaban con incontrolables sollozos, mujeres que parecían soportar el más terrible de los sufrimientos, daban alaridos terribles que se mezclaban con los gritos de los torturados, quienes también desahogaban su dolor sin mesura. Lorna no podía diferenciar a los vivos de los muertos en aquel horripilante concierto de tormentos, aquello podía volver loco a cualquiera y ella no resistiría demasiado, se puso de pie y con más ira que miedo comenzó a amedrentar a esos espíritus en pena, a exigir silencio insultando y blasfemando contra vivos y muertos y sus desmedidas muestras de dolor y martirio, cada vez más fuerte, gritando por encima de esas dolorosas voces, para ser escuchada y también para no escucharlas, hasta que en una leve pausa para tomar nuevo aliento la mujer se dio cuenta de que solo ella gritaba, todo lo demás estaba en absoluta calma, hasta el enano de rocas notó ese silencio repentino y absoluto y se despertó. Lorna no lo podía creer, de verdad que era imposible que le hubiesen escuchado y obedecido y no se equivocaba, pronto notó que no era por ella que todo había quedado en silencio. Uno de los guardias de Rávaro pasó a gran velocidad directo al fondo del foso, gritando y lanzando manotazos desesperados, un golpe seco al final lo calló definitivamente.

El enano de rocas molió con su mandíbula un par de piedrecillas con timidez, como preguntando qué estaba sucediendo, pero Lorna no le entendía y aunque lo hiciera estaba demasiado sorprendida para responder, una luz, como una lámpara que no iluminaba su entorno, descendía por las escaleras, sin hacer ruido e imponiendo ese mismo silencio a los demás, lentamente la mujer se alejó de los barrotes hasta chocar con la pared del fondo, aquello pasaría por ahí y no quería estar demasiado cerca. La  silueta que se aproximaba era de una oscuridad que sobresalía de la ya reinante, pero que traía una fuente de luz que no lograba prosperar, cuando llegó frente a Lorna, esta la pudo ver con claridad. Era uno de los  guardias de la entrada del foso, sus pies estaban totalmente despegados del piso, su rostro dolorosamente aterrado parecía que apenas respiraba, se movía sin caminar, una oscura sombra lo llevaba en vilo con sus pies colgando y sus dos brazos abiertos como un crucificado, en uno llevaba aferrado una argolla con todas las llaves de la catacumbas, en el otro una antorcha encendida, introducida y ahogada por la oscura bruma que lo transportaba. Esta se detuvo frente a la mujer y aprisionó al hombre que transportaba contra los barrotes, con voz estrangulada el guardia pidió ayuda, Lorna ni siquiera se movió, qué ayuda podría brindar, luego el hombre agregó algo sobre una joya negra, la mujer sí conocía aquellas piedras, la usaba el semi-demonio para meter espectros en sus cuerpos de metal y así crear sus soldados, se usaban como portal, pero aún no veía como ella podía ser de ayuda a aquel pobre tipo, entonces el hombre con grandes esfuerzos y dolor comenzó a elevar el brazo que llevaba la lámpara, se elevó hasta lo más alto de aquella densa bruma oscura y se pudo ver ciertas facciones, un rostro entre las sombras y la pálida luminosidad sofocada, el rostro se acercó y Lorna pudo reconocerlo, Dágaro, el semi-demonio, estaba ahí, su espíritu era una especie de vaho negro y seco, aún más que la oscuridad de las catacumbas, el rostro se acerco a Lorna atravesando levemente los barrotes y movió los labios pero fue la voz asfixiada del desdichado guardia la que se oyó con una promesa de ayuda recíproca, quería una de sus joyas negras. Entonces la mujer desvió la mirada y vio como uno de los brazos temblorosos y sudados del hombre se introducía entre los barrotes, las llaves titilaban con el temblor de su mano, como si estuviera haciendo un enorme esfuerzo. El miembro se estiró hasta donde ya no pudo más y con el mismo esfuerzo la mano se abrió y las llaves cayeron a los pies de la mujer, esta miró al espectro de su hermano y aceptó, y Dágaro, complacido, retrocedió hasta el medio del foso desvaneciéndose y liberando por fin al guardia que cayó inexorablemente junto con la lámpara. 


León Faras.

2 comentarios:

  1. Hola León!, por fin me he puesto al día con tus entradas...esa donde aparece "Laura" me ha llevado al pasado porque me ha hecho recordar aquella vez cuando apenas empezaba a pasearme por acá, menos mal que has puesto otra parte de "La prisionera" (no llevo una buena relación con mi paciencia),"El matagigantes" me trae a la mente a esas muñecas rusas que si no me equivoco son llamadas "matrushka",mis ideas...bueno, me despido con buen sabor de boca, siempre es bueno leerte, te dejo saludos.

    ResponderEliminar
  2. Belce!! hola...vaya, estuviste bien activa leyendo!! te lo agradezco mucho...
    Eh?... sí, esa donde aparece Laura estaba estancada desde hace tiempo, pero no se estaba pudriendo, si no madurando...je.
    La prisionera me gusta...puedes hacer casi cualquier cosa y eso te entusiasma...
    El matagigantes fue una onda cíclica que se me ocurrió, sí!! como esas muñecas rusas...Que?? jaja yo leí "Mamushka" pero ese es un baile que salió en una película...Sí, según google es la "Matrushka" como bien dices y comparas...cada vez una más pequeñita de dentro de la anterior...

    Ok, me despido agradeciéndote de nuevo... te dejo un abrazo.
    Cuídate.

    ResponderEliminar