lunes, 20 de mayo de 2013

Alma electrónica.


Machete.

El virus llamado “Alma” se había convertido en una eficaz arma contra las máquinas, al volverlos intelectualmente humanos y por lo tanto aliados en una lucha cada vez más difícil de ganar. El problema era que tanto humanos como máquinas se estaban dando cuenta de que a pesar de lo eficiente de Alma, habían métodos para crear paradojas en el complejo sistema de los autómatas, y de esa manera anular el engaño, las emociones por ejemplo, eran hábilmente emuladas por el sistema pero las demostraciones físicas de estas, como la risa o el llanto, eran imposibles lo que desmoronaba por completo el engaño del virus. La lógica de la sustentación humana como la necesidad de oxígeno o agua también podían hacer colapsar la estable razón con la que cualquier robot opera, pero un robot nunca cuestionaría su naturaleza, por lo que Alma funcionaba perfectamente mientras nadie le hiciera ver el error.

Cuatro siluetas se movían en la húmeda oscuridad, el cielo siempre gris esta vez además dejaba caer finísimas gotas de agua que muchas personas en muchas partes estaban juntando con todos los medios disponibles para poder tener para beber después. Cuatro siluetas bien diferentes, la de un tipo enorme y fornido, la de un muchacho, la de una mujer y la de un robot, marchaban en ese mismo orden con el androide a la cabeza, el camino que seguían, protegido de escombros y restos de edificios estaba asegurado pero pronto saldrían a la ciudad, donde los gatos acechaban constantemente, y donde las ratas corrían grave peligro, estas siempre iban armadas en sus incursiones pero esa era solo una seguridad relativa, nada de que confiarse.

            El nombre en un robot modificado con el virus Alma, era algo muy importante, debía creer que era humano y un humano siempre tiene un nombre propio, por lo que al momento de incorporar el virus, el nombre era elegido y bajo criterios tan volubles como quien bautiza un perro. Dientedeleón era un androide soldado, llevaba el virus Alma hace seis meses, y eso lo convertía en un veterano, eso sin contar a Gatillo, una verdadera leyenda que llevaba modificado más de tres años y nadie sabía cómo había durado tanto. Dientedeleón guiaba la excursión, el no lo sabía, pero sus sentidos por ser electrónicos eran bastante más agudos, se apoyó en el pilar de aquel estacionamiento en ruinas y estudió el horizonte, todo parecía estar en calma, allá a lo lejos, muy lejos, una barcaza flotante escudriñaba el piso con sus poderosos focos, moviéndose lentamente a través del cielo encapotado. Las cuatro ratas salieron de su agujero para buscar refugio tras un enorme camión abandonado, nadie usaba los vehículos, no podían durar demasiado en movimiento sin volar por los aires, por lo que era mucho más seguro moverse a pie, pero las incursiones no eran paseos, debían recuperar agua o alimentos, armas o municiones y medicamentos, en ese orden de prioridad, en cuarto lugar pero muy atrás, robots que no tuviera su cerebro electrónico destrozado, sin importar el resto de su cuerpo, todas las piezas eran fácilmente reemplazables y abundaban los recambios, pero no los cerebros electrónicos, y sin ellos Alma no podía ser instalado. El grupo se traslado a un parque cercano, un lugar relativamente abierto pero con abundantes cúmulos de escombros y vehículos destrozados para refugiarse, la estatua tirada de un caballo enorme con cascotes de cemento en sus patas traseras les sirvió de parapeto, la mujer le dio unos golpecitos con los nudillos en el hombro al robot que sonaron como si golpeara una olla de aluminio,  Dientedeleón volteó y la mujer le apuntó un cartel en el suelo con una enorme cruz blanca, tal vez una farmacia o mejor aún, un hospital, el robot negó con la cabeza, ni uno ni el otro, era un anuncio de una iglesia cercana. Curiosamente los robot modificados con el virus Alma, tendían a tener una gran religiosidad, la idea de la creación en ellos era un hecho absoluto, y todos los fabricantes en todas partes del mundo le dejaban eso muy en claro a sus máquinas, pero al mezclar la certeza de la creación con la emulación de la condición humana que proporcionaba Alma se formaba un gran interés electrónico en los asuntos espirituales y religiosos, todo parte del engaño, por supuesto.

Las ratas se introdujeron por un estrecho pasillo entre dos edificios enormes, avanzaban a buen paso cuando el robot se detuvo y todos se agacharon, entonces por orden de Dientedeleón, corrieron hasta la nariz de un auto deportivo que se asomaba rompiendo una de las paredes desde dentro y se metieron por la muralla derruida buscando refugio, solo entonces los humanos del grupo pudieron oír los silenciosos motores eléctricos de la barcaza que pasó por encima de ellos iluminando completamente el pasillo que cruzaban, se quedaron en silencio, ocultos, había muchísimo escombro, a la iglesia le faltaban casi dos de sus murallas completas y además el techo en su mayoría eran solo desnudas costillas, había un gran forado en el suelo de madera donde, y gracias a la ausencia de tejado, crecía un buen número de pasto y maleza. El más grandote de los hombres soltó un resoplido cuando todo quedó en silencio y a oscuras, miró al robot para corroborar que sus valiosos sentidos dieran por pasado el peligro y notó que este observaba una pared al fondo, donde había una imagen de una virgen María, a sus pies y apoyado contra la muralla un androide yacía sentado, inmóvil, tenía la cabeza destrozada y un arma en la mano, una de las primeras preguntas cuando Alma comenzó a operar fue como vería un robot modificado a otro robot, la respuesta fue como siempre la más simple, lo ve como lo vería un humano cualquiera, una amenaza en primer lugar y un potencial aliado en segundo. Dientedeleón se acercó al robot que yacía sentado, lo más probable era que alguien le había volado la cabeza al verlo armado aunque había un pequeño porcentaje, muy pequeño, de robots que al enterarse del engaño se autodestruían el cerebro electrónico, se suicidaban, una conducta absolutamente incomprensible, pero real. Dientedeleón cogió el arma, las municiones y solo por curiosidad revisó la nuca del artificial cadáver, tenía escrita una fecha de hace siete meses y más abajo una palabra, “Machete” probablemente su nombre, luego regresó con el grupo, “Vámonos de aquí, los gatos no tardarán en volver…”


León Faras. 

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