Le
llevó varias horas a Lorna esperar los albores del día para poder ver en la
oscuridad de su celda y luego, varios minutos dar con la llave adecuada para
abrir su cerradura y cuando lo logró dio un respingo, había otro enano de rocas
fuera de su celda observándola con idéntica curiosidad, la mujer buscó a su
compañero de celda a su alrededor pero no estaba dentro, si no parado afuera en
la escalera de caracol que rodeaba el foso. Para salir, el enano solo debía
pasar las piedras que formaban su cuerpo de una a la vez por entre los barrotes
y todas pasarían hasta salir completamente, pero jamás había tenido ningún
interés en hacerlo, el tiempo no era nada para él, y si ahora salía era solo
por que la mujer se iría y eso había creado su intención, Lorna frunció el ceño
pero luego sonrió, al parecer, no solo tenía un compañero de celda, ahora tenía
también uno de huida. La mujer comenzó a subir los escalones pero no llegó muy
lejos, sintió guardias arriba y debió volver, tan rápido como pudo bajó las
escaleras mientras el enano literalmente se derrumbaba rodando escalones abajo,
de pronto una garra le atenazó el brazo, los guardias ya se asomaban en la
parte más alta del foso y Lorna se apegó a los barrotes para no ser vista y
ofreció las llaves a cambio de su libertad, pero solo en ese momento, la mujer
notó que lo que estaba ahí dentro no era persona y que lo que la sujetaba del
brazo era una garra dura y poderosa, un par de ojos ovalados y rosados que sí
se distinguían bien en la oscuridad, como si tuvieran una luz propia, delataban
una gran altura de aquel individuo, aquello era fuerte y no emitía ni un solo
sonido. La mujer acercaba el manojo de llaves a los barrotes, cuando oyó una
voz, en la celda contigua, un tipo muy obeso comenzó a aullar con
desesperación, que no soltara las llaves, que aquella criatura era muy
peligrosa, que era un asesino y que además se alimentaba de la carne de
personas como ella o como él, a Lorna el gordo no le agradó, parecía uno de los
aprovechados huéspedes del semi-demonio olvidado en las catacumbas después de
alguna ofensa con su anfitrión, alegaba además de empatía por compartir el
género humano, cosa que para Lorna era una insignificancia, que podía
recompensarla generosamente si le entregaba las llaves a él, pero la mujer ni
lo pensó, las llaves eran para el que la tenía sujeta y apenas se vio liberada
siguió su camino escaleras abajo con un cúmulo de rocas persiguiéndola hasta
que la oscuridad de las profundidades del foso y la peste nauseabunda lo
envolvió todo, volteó la vista y podía ver a los guardias muy arriba aún pero
no a la criatura a quién le había dado las llaves, no estaba en las escaleras y
era imposible que hubiese llegado a su lado, aunque no se podía ver ni las
propias manos pero podía oír cada movimiento que el enano hacía como un pequeño
derrumbe de escombros, se detuvo en el último peldaño sin tener ni idea de que
esa era su última base sólida ante una caída mortal, las celdas se acababan y
también la escalera pero no el foso, el hedor era capaz de revolverle el
estómago a un buitre y la mujer ya se sentía mal. Al ver la salida superior ya
bloqueada definitivamente por los guardias, Lorna decidió seguir bajando.
Poco
a poco Idalia había ido recuperando sus fuerzas, gracias a los cuidados de su
desconocido anfitrión, quien además de darle de beber alguna especie de agua
subterránea y de comer carne cruda aunque fresca, cosa que a la mujer no le
parecía precisamente una ventaja, la había estado moviendo para alejarla de sus
propias porquerías, y acercando a un túnel que aquel ser había estado haciendo
solo para ella, una salida a la superficie que él jamás usaría. Aquella mañana
Idalia despertó y al abrir los ojos vio, una luminosidad muy tenue iluminaba el
agujero donde estaba y le permitía ver, era una visión muy borrosa en principio
pero mejoraba paulatinamente, la luz que le llegaba no era agresiva con sus
desacostumbrados ojos, era una luz pacífica y quieta, no móvil como la del
fuego, era una luz clara y amplia, era la luz del día, la luz del amanecer, a
algunos metros en ángulo ascendente hacía sus espaldas, estaba la salida hacia
la libertad, hacia el aire libre, llenó sus pulmones de aire fresco y sus ojos
de luz, ya viendo con más claridad, a su lado encontró la cáscara dura de algún
fruto en la que siempre bebió, llena con agua transparente, siempre se la imaginó
turbia por su sabor y otra cáscara similar con trozos de carne, su anfitrión
había procurado dejarle desayuno, pero no había ni rastros de él, era claro que
la luz no era parte de su ambiente. La mujer comió con calma, esperó a que la
luminosidad aumentara y sus ojos se acostumbraran por completo, y luego comenzó
a arrastrarse a la salida, una brisa le dio la bienvenida, por un momento experimentó
la felicidad, el paraje frente a ella, como todo paraje natural era hermoso, había
dejado por un momento de sentir odio o miedo, en la salida de ese agujero sucia
y con el sabor de la carne cruda en la boca se sintió bien, extrañamente feliz
y eso la hizo llorar.
León Faras.
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