sábado, 18 de mayo de 2013

La Prisionera y la Reina. Capítulo dos.

V.

Le llevó varias horas a Lorna esperar los albores del día para poder ver en la oscuridad de su celda y luego, varios minutos dar con la llave adecuada para abrir su cerradura y cuando lo logró dio un respingo, había otro enano de rocas fuera de su celda observándola con idéntica curiosidad, la mujer buscó a su compañero de celda a su alrededor pero no estaba dentro, si no parado afuera en la escalera de caracol que rodeaba el foso. Para salir, el enano solo debía pasar las piedras que formaban su cuerpo de una a la vez por entre los barrotes y todas pasarían hasta salir completamente, pero jamás había tenido ningún interés en hacerlo, el tiempo no era nada para él, y si ahora salía era solo por que la mujer se iría y eso había creado su intención, Lorna frunció el ceño pero luego sonrió, al parecer, no solo tenía un compañero de celda, ahora tenía también uno de huida. La mujer comenzó a subir los escalones pero no llegó muy lejos, sintió guardias arriba y debió volver, tan rápido como pudo bajó las escaleras mientras el enano literalmente se derrumbaba rodando escalones abajo, de pronto una garra le atenazó el brazo, los guardias ya se asomaban en la parte más alta del foso y Lorna se apegó a los barrotes para no ser vista y ofreció las llaves a cambio de su libertad, pero solo en ese momento, la mujer notó que lo que estaba ahí dentro no era persona y que lo que la sujetaba del brazo era una garra dura y poderosa, un par de ojos ovalados y rosados que sí se distinguían bien en la oscuridad, como si tuvieran una luz propia, delataban una gran altura de aquel individuo, aquello era fuerte y no emitía ni un solo sonido. La mujer acercaba el manojo de llaves a los barrotes, cuando oyó una voz, en la celda contigua, un tipo muy obeso comenzó a aullar con desesperación, que no soltara las llaves, que aquella criatura era muy peligrosa, que era un asesino y que además se alimentaba de la carne de personas como ella o como él, a Lorna el gordo no le agradó, parecía uno de los aprovechados huéspedes del semi-demonio olvidado en las catacumbas después de alguna ofensa con su anfitrión, alegaba además de empatía por compartir el género humano, cosa que para Lorna era una insignificancia, que podía recompensarla generosamente si le entregaba las llaves a él, pero la mujer ni lo pensó, las llaves eran para el que la tenía sujeta y apenas se vio liberada siguió su camino escaleras abajo con un cúmulo de rocas persiguiéndola hasta que la oscuridad de las profundidades del foso y la peste nauseabunda lo envolvió todo, volteó la vista y podía ver a los guardias muy arriba aún pero no a la criatura a quién le había dado las llaves, no estaba en las escaleras y era imposible que hubiese llegado a su lado, aunque no se podía ver ni las propias manos pero podía oír cada movimiento que el enano hacía como un pequeño derrumbe de escombros, se detuvo en el último peldaño sin tener ni idea de que esa era su última base sólida ante una caída mortal, las celdas se acababan y también la escalera pero no el foso, el hedor era capaz de revolverle el estómago a un buitre y la mujer ya se sentía mal. Al ver la salida superior ya bloqueada definitivamente por los guardias, Lorna decidió seguir bajando.

Poco a poco Idalia había ido recuperando sus fuerzas, gracias a los cuidados de su desconocido anfitrión, quien además de darle de beber alguna especie de agua subterránea y de comer carne cruda aunque fresca, cosa que a la mujer no le parecía precisamente una ventaja, la había estado moviendo para alejarla de sus propias porquerías, y acercando a un túnel que aquel ser había estado haciendo solo para ella, una salida a la superficie que él jamás usaría. Aquella mañana Idalia despertó y al abrir los ojos vio, una luminosidad muy tenue iluminaba el agujero donde estaba y le permitía ver, era una visión muy borrosa en principio pero mejoraba paulatinamente, la luz que le llegaba no era agresiva con sus desacostumbrados ojos, era una luz pacífica y quieta, no móvil como la del fuego, era una luz clara y amplia, era la luz del día, la luz del amanecer, a algunos metros en ángulo ascendente hacía sus espaldas, estaba la salida hacia la libertad, hacia el aire libre, llenó sus pulmones de aire fresco y sus ojos de luz, ya viendo con más claridad, a su lado encontró la cáscara dura de algún fruto en la que siempre bebió, llena con agua transparente, siempre se la imaginó turbia por su sabor y otra cáscara similar con trozos de carne, su anfitrión había procurado dejarle desayuno, pero no había ni rastros de él, era claro que la luz no era parte de su ambiente. La mujer comió con calma, esperó a que la luminosidad aumentara y sus ojos se acostumbraran por completo, y luego comenzó a arrastrarse a la salida, una brisa le dio la bienvenida, por un momento experimentó la felicidad, el paraje frente a ella, como todo paraje natural era hermoso, había dejado por un momento de sentir odio o miedo, en la salida de ese agujero sucia y con el sabor de la carne cruda en la boca se sintió bien, extrañamente feliz y eso la hizo llorar.


León Faras.

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