domingo, 14 de agosto de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XV.



Y… ¿qué piensas hacer ahora que ya estás aquí?” Preguntó Janzo mientras la ciudad libre de Bosgos se abría ante ellos y los envolvía con sus olores a desperdicios, gente viviendo hacinada y comida callejera barata, lo normal para cualquier ciudad moderna y decente, “Buscar a mi prometida y para eso, debo encontrar al hombre que la trajo hasta aquí…” Respondió Emmer y de inmediato devolvió la pregunta, “Alguien debió ver llegar un carruaje con soldados cizarianos. Ellos son unos amigos míos a los que les pedí que sacaran de la ciudad a mi mujer y mi hijo…” Respondió Janzo, distraído. A Emmer le llamó mucho la atención lo de un carruaje con soldados. Todos tienen familia, y todos quieren poner a alguien a salvo durante una guerra, pero no cualquiera puede hacerlo, ni menos un simple soldado; para cuando Janzo se dio cuenta, su compañero se había detenido y lo miraba con el ceño apretado y la boca preparada para decir algo, “¿Conoces a un abuelo llamado Qrima?” El cizariano asintió, “¿El viejo entrenador de arqueros? Por supuesto. ¿Qué pasa con él?” Emmer lo miró con más suspicacia aun, si cabía, “La noche que yo fui capturado, ese viejo transportaba, además de a mi prometida y a un bebé, a una mujer llamada Darlén y su hijo, quien era también el hijo, según supe, del príncipe Rianzo de Cízarin…” La cara de Janzo era más que elocuente, pero aun así, Emmer decidió preguntar, “No serás tú ese príncipe… ¿o sí?” Janzo miró en rededor como si temiera ser oído por alguien, “Lo era, pero ya no más. Rianzo murió durante la batalla y no volverá, en cambio, yo sobreviví para estar con mi mujer y mi hijo… ¿entiendes? Yo soy Janzo, solo Janzo. Ahora hay que encontrar a Qrima, ¿tienes alguna idea?” Emmer lo miraba incrédulo, aquello sonaba como que ser príncipe era algo malo y no le cabía en la cabeza tal idea, pero ante la cara de expectativa de su compañero, disipó sus pensamientos para volver a la realidad, “El carruaje. Hay que abrir bien los ojos y buscarlo, dudo que haya otro igual en la ciudad. Pero antes, que tal si buscamos un lugar donde comer y dormir… ¿o piensas comerte eso?” Sugirió Emmer, señalando el trozo de carne curada del que no habían sacado ni un trozo aún, Janzo negó con la cabeza, “No, ya me entró grima. Tal vez podamos venderlo y comprar algo que estemos seguros de lo que es…”



Sentado a la sombra de una gran roca en el valle de Tormenta de Piedras, Trancas, cansado ya del constante y estéril parloteo de su mente en ese mundo casi sin distracciones, se preguntaba qué tanto podía aguantar un inmortal sin comer ni beber nada, o cuánto tardaría él en perder la cabeza bajo tales circunstancias. Sin ninguna razón en particular, recordó a su primer instructor cuando entró al ejército de Rimos hace cuarenta y tres años, un endeble, miope y cruel capitán, cuyo único legado fue el de haberle puesto el tonto apodo que lo acompañaría por el resto de su vida: Trancas, y que acabaría haciendo desaparecer su verdadero nombre, Vádrid, pero en ese mundo hospitalario solo con los lagartos y las aves carroñeras, a nadie le importaría realmente cuál era su verdadero nombre. Mientras gastaba su energía vital en esas inútiles reflexiones, un hombre apareció de la nada y se dejó caer a su lado de improviso, como si acabara una larga carrera. Ambos se sorprendieron de verse. El hombre estaba semidesnudo, jadeaba y estaba lustroso de sudor, aunque pálido, como si su cuerpo no hubiese visto el sol en mucho tiempo, pero lo que más llamó la atención de Vádrid, además del improvisado cuchillo ensangrentado que llevaba en la mano, fue su rostro, que era el de un hombre que hace mucho había perdido la cordura. El desconocido le apuntó con el cuchillo con apremio, como si el otro hubiese tenido ganas de atacarlo, y le exigió atropelladamente, tratando de sonar lo más convincente e intimidante posible, que le diera la poca ropa que llevaba o de lo contrario le mataría, en tanto que Vádrid aún se estaba preguntando quién era y de dónde rayos había salido ese tipo. El demente se desesperaba con facilidad y hacía numerosos amagos de ataque que a la larga se veían más ridículos que atemorizantes, mientras Vádrid se ponía de pie trabajosamente, para, una vez conseguido hacerlo, descargarle un potente e inesperado manotazo en la mandíbula al desconocido, quien pudo sentir cómo algo se desconectaba momentáneamente dentro de su cerebro, para luego cogerlo por los pelos de la nuca y darle de codazos en la cara hasta que dos hombres aparecieron a ver qué ocurría. Venían armados con lanzas y montados en los caballos más raros y feos que Vádrid hubiese visto nunca. Los animales tenían un cogote larguísimo, una cara que parecía mezclada con la de una cabra, dos dedos en cada pata en vez de pesuñas y una especie de joroba en el lomo, que cualquiera pensaría que se trataba de una cruel enfermedad, pero por lo visto ambos tenían el mismo mal. Los hombres recién llegados se detuvieron mirándolo como si se tratara de algún bicho raro brotado de algún agujero bajo una piedra, tal y como Vádrid miraba a sus extraños animales en ese mismo momento, momento que aprovechó el rimoriano para soltar a su loco atacante y dejar que este cayera al suelo, inconsciente. Uno de los jinetes de piel particularmente oscura y con un manchón blanco de canas en el mentón, lo señaló con el dedo sin decir una palabra, su compañero, un viejo enjuto de barba rala y ojos diminutos, como quien intenta enfocar algo que está lejísimo, asintió sin cambiar la expresión de su rostro ni quitarle los ojos de encima al desconocido, “Tienes un cuchillo clavado en la panza…” Le indicó, cosa que el otro, parecía ni siquiera haber notado. Vádrid, no sin algo de asombro, se quitó el viejo cuchillo del abdomen y la monstruosa cicatrización cerró su herida de inmediato, cosa que hizo que el viejo agrandara los ojos por un breve instante, mientras su compañero de piel oscura, murmuraba algo que podía interpretarse como una oración, pero en una lengua desconocida, “Mi nombre es Gisli…” Dijo el viejo, señalándose a sí mismo y luego a su oliváceo compañero, “…él es Boma, somos guardias de la Garganta de Sera. Aquel es un prisionero que hirió a uno de nosotros y escapó. Estamos aquí para llevarlo de vuelta” Y luego de su breve explicación, agregó, “Interesante habilidad la suya” Vádrid se miró la cicatriz como avergonzado, “Tiene sus ventajas y desventajas” Respondió sin mucho entusiasmo.



Mientras Boma cogía al prisionero y lo ataba, Gisli pensó en invitar al extraño desconocido a trabajar como guardia, “Claramente tienes habilidades muy particulares que serían útiles en Sera. La paga es mala, la mayor parte de las veces inexistente, pero podemos compartir nuestra comida y bebida contigo; y siempre habrá una hamaca disponible para tumbarse, aunque no siempre tiempo” Vádrid no tenía absolutamente nada mejor que hacer con su vida en ese momento, pero le preocupaba que ser un soldado y un inmortal de Rimos, le trajese problemas, Gisli desechó tal idea con un gesto de su mano, “Hijo, en Sera, nadie tiene pasado…”


León Faras.

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