martes, 25 de septiembre de 2012

La Bibliotecaria. Un cuento Steampunk.

Parte 3.

Marcus descendió por una escalera de mano, hasta una habitación menos amplia que el salón superior, oscura casi en su totalidad. En frente de él una cama, amplia y ordenada y junto a ella un biombo, detrás del cual se apreciaba una fuerte luminosidad. Un murmullo como de un motor pequeño sonó y el biombo comenzó a recogerse, tras él apareció una mujer bastante joven sentada tras un escritorio con una poderosa lámpara eléctrica sobre él. 

-Vaya, Leonor hizo un muy buen trabajo contigo. Estoy impresionada. La chica no era dueña de una gran belleza, pero era encantadora, además su sonrisa y el sonido de su voz eran muy agradables. 

-¿Dónde está la Bibliotecaria? y ¿quién eres tú?- para Marcus, por lo poco que sabía era imposible que esa muchacha fuera la Bibliotecaria. 

-Ya sabes quien soy, y yo sé quien no eres tú. Tú no eres Aurelio, él jamás tocaría esa escalera con sus manos ni aunque su vida dependiera de ello 

-Una chiquilla como tú no puede ser la Bibliotecaria, no juegues conmigo y dime donde está ella.

-Bueno, no se me permiten envejecer, eso no es decisión mía, pero no te engañes con mi apariencia, yo soy la Bibliotecaria. Yo le di a Leonor la información necesaria para que construyera esa máquina que te trajo hasta aquí. 

 Para la edad que se supone debía tener, se veía bastante joven, pensó el hombre, eso haría más fácil su trabajo, sólo debía deshacerse del guardia de allá afuera. Marcus comenzó a recorrer el cuarto con la vista en busca de cualquier cosa que le sirviera, cuando el ronco ronroneo de un motor que se ponía en marcha le llamó la atención. La muchacha salía de detrás del escritorio sentada en una aparatosa silla, como un cajón enorme de metal sobre gruesas ruedas, donde estaba empotrada. Se movía lento y pesado, con gruesos y dientudos engranajes haciendo un gran esfuerzo por avanzar un par de metros. Esa cosa debía de pesar una tonelada, al parecer lo de sus piernas era cierto. La muchacha tomó un bolso de cuero y comenzó a llenarlo de cosas, luego se acercó a su cama y cogió de sobre ella una especie de juguete, un conejo de brillante metal, “tú vienes conmigo”, murmuró y con un ligero movimiento el animal mecánico se agarró con sus patas al tirante del bolso de su dueña, acto seguido se detuvo frente a Marcus con mirada expectante. 

-Ya estoy lista, ¿nos vamos?- le dijo. 

El hombre la miró confundido, parecía como que tenía todo perfectamente planeado. 

-No es tan fácil- respondió algo contrariado por el exceso de soltura de la mujer- hay un guardia allá afuera y… 

-Ah, no te preocupes por Tadeo- la mujer lo interrumpió -lo conozco bien, yo me encargo de él, solo ayúdame a subir esa escalera. 

Marcus le obedeció, parecía segura de lo que decía y si podía deshacerse del guardia sería un obstáculo menos para él. Así que la ayudó a subir hasta dejarla sentada en la superficie. Inmediatamente Tadeo se acercó preocupado de ver a aquella mujer fuera de su habitación. La Bibliotecaria le sonrió y comenzó a darle todo tipo de excusas y explicaciones en tono suave y ameno que el guardia escuchaba sin convencerse, mientras tanto, a Marcus se le ocurrió una idea, se dirigió a la cama y luego de desarmarla sacó las sábanas y comenzó a rasgarlas mientras ponía atención a lo que sucedía arriba, “ay Tadeo por favor deja ya de preocuparte, mira…” la mujer parecía desplegar todo su encanto hablando con su carcelero hasta que un sonido muy parecido a un disparo terminó con la conversación seguido de un golpe de un cuerpo cayendo al piso, “mierda” dijo Marcus y de dos zancadas se asomó a la superficie sacando la cabeza por la compuerta. 

La Bibliotecaria estaba ahí sentada en el mismo lugar donde la había dejado, en su mano sostenía un revólver de un diseño desproporcionado, con una nuez enorme y un cañón ridículamente corto y grueso del que salía un delgado hilo de humo. Tadeo yacía en el suelo. 

A Marcus casi se le salían los ojos. 

-¿Qué has hecho?, ¿lo mataste?, ¿de dónde sacaste esa arma? La mujer le dirigió una mirada cargada de dulce picardía. 

-¿Esto?, bueno, a veces ayudo a los muchachos y ellos me devuelven el favor de distintas formas, ah, pero jamás mataría a Tadeo, él es un buen hombre, solo duerme, es que… es algo testarudo. Ahora tíralo dentro y larguémonos de aquí. 

Luego de unos minutos, Marcus hacía descender atada por debajo de los brazos con una cuerda hecha de las sábanas a la Bibliotecaria hasta la pasarela por donde él había llegado. Una vez abajo, y pese a las protestas de ella, se la ató a la espalda “Esto es humillante” dijo la mujer, pero él no le hizo gran caso, y se puso en marcha lo más rápido que podía por las delgadas pasarelas de metal, amortiguando las pisadas. De pronto se detuvo de golpe, un guardia estaba parado algunos metros sobre ellos en un pequeño balcón, Marcus se apegó a la pared curvada, y avanzó lento, aprovechando las sombras que aún proporcionaba la noche, logró alejarse pero en frente de ellos apareció otro que recién salía. 

-Agáchate, tengo una idea- le susurró la Bibliotecaria. 

Marcus, sin comprender qué sentido tenía la orden que le daba, obedeció con desconfianza. 

-No le dispares, o el tipo de allá arriba nos descubre y… 

La mujer lo hizo callar con un gesto y se desprendió de su bolso el conejo de metal, le hizo girar una pequeña llave en un costado y lo dejó en el suelo, apuntando al guardia en frente de ella y lo soltó. La mascota mecánica comenzó a avanzar con pasos rígidos que desbordaban ternura al igual que el resto de su anatomía, el guardia no tardó en reparar en él e intrigado lo tomo del suelo, observó con curiosa atención el largo bostezo que el conejo comenzó a dar hasta que una nube azulada salió del hocico del juguete, el guardia lo soltó pero el gas le produjo un mareo incontenible que lo obligó a sentarse y de ahí no se movió más. El conejo en cambio luego de un par de botes sobre el piso de metal se perdió en la oscuridad de la caída. 

Marcus miró a su compañera con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido, “sí que estaba preparada”, pensó. 

 Los hangares estaban cerca, seguro encontrarían alguna máquina para la huída. El amplio lugar estaba pobremente iluminado cuando Marcus y la Bibliotecaria llegaron, un par de enormes barcazas sin sus globos se encontraban varadas allí. Colgados con cadenas del techo, varias piezas enormes, motores y calderas se mantenían a la espera de ser utilizados, también algunos de los nuevos vehículos aéreos con alas desplegables y poderosas turbinas que se estaban construyendo, las rápidas Saetas, su agilidad era gracias al nuevo adelanto que la Bibliotecaria les había incorporado, el Vitrón, una sustancia distribuida desde la caldera a todo el resto del vehículo, y que al ser calentada anula hasta en un sesenta por ciento la ley de gravedad, haciendo posible el raudo vuelo de los pesados aparatos. En ese momento se escucharon unos rápidos y sonoros pasos sobre los pasillos de metal, que en aquel lugar abovedado, parecían rebotar en todas partes y venir de todos lados. Incapaces de identificar a tiempo la dirección, una puerta se abrió a sus espaldas y una silueta apareció sobre ellos. 

 -Señor Aurelio, ¿qué está haciendo aquí?- Diana estaba parada a un par de metros de altura en un pequeño balcón de metal al que había salido, junto a ella una escalera llegaba casi a los pies de Marcus. Completamente vestida con su tenida de trabajo habitual, era difícil saber si llevaba mucho rato levantada o aún no se había acostado. Traía en su mano el conejo de la Bibliotecaria. 

-¡Diana!- La Bibliotecaria le sonrió con naturalidad, aún atada a la espalda de Marcus- Dime, ¿dónde tienes a Zafiro, está terminado? 

La muchacha no entendía nada, le costó trabajo salir de su asombro y más aún, identificar a esa mujer. 

-¿Zafiro?, sí…pero… ¿por qué me preguntan a mi?, yo solo… 

-¿Por qué?- la mujer le interrumpió –pero si tú eres la mejor mecánica de aquí, yo misma pedí personalmente que te dieran los planos de Zafiro. 

Diana comenzó a entender de a poco, era cierto, le habían dicho que la Bibliotecaria había solicitado que la construcción del armatoste, como la muchacha le llamaba, se la confiaran a ella, pero no podía creer que aquella mujer, graciosamente cargada como bulto a la espalda de un Aurelio completamente sudado y con manchas de hollín en el rostro, fuera la persona que más admiraba. 

-¿Bibliotecaria…? 

-Bueno, este no es mi mejor aspecto pero naturalmente soy yo. 

-¡Lo sabía!- casi gritó Diana de emoción –cuando esto cayó junto a mi ventana, sabía que eras tú…- dijo refiriéndose al conejo de metal. 

-¿Pues les molesta si dejamos esta plática para después?- Marcus interrumpió las presentaciones con acidez y agregó –me gustaría que nos larguemos de aquí tan pronto como podamos. 

-¿Largarse, a donde?- Diana parecía profundamente decepcionada –no puedes irte, si yo vine hasta aquí por ti… 

-De hecho- dijo la Bibliotecaria -pensaba en pedirte que nos acompañaras. 

-¿¡Qué!?- Marcus debió hacer un gran esfuerzo para voltearse a ver a la mujer que llevaba en su espalda. 

-Pues yo no puedo manejar a Zafiro- dijo la mujer señalándose sus inexistentes piernas –y tú no tienes idea de cómo hacerlo- agregó. 

-Yo lo haré- dijo Diana con decisión –es por aquí.


León Faras.

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