domingo, 2 de septiembre de 2012

La Prisionera y la Reina. Capítulo uno.

VI.

Rávaro entró al gran salón donde estaba el trono de su hermano, y se postró con humildad, tras él sus hombres hicieron lo mismo mientras uno de los servidores de Dágaro, el semi-demonio, conducía un caballo que tiraba de una jaula tubular con ruedas cubierta con una tela oscura, hasta dejarla en frente de su amo. El lugar estaba repleto de hombres y mujeres encadenados o en jaulas colgantes como una obscena entretención de los torcidos residentes del palacio, desnudos, frágiles y asustados seres que forman parte de la macabra decoración o como distracción para el que se le antojara, desde una de estas jaulas en particular, una mujer desnuda y en actitud de indefensión, observa detenidamente la escena, es Lorna, quien está ahí para comprobar personalmente la información de Serna y ver con sus propios ojos si la letalidad de aquella criatura es lo suficientemente efectiva como para acabar con la vida del semi-demonio. Este, inmóvil en su ostentoso trono, observa y aprueba con indiferencia la larga lista de obsequios y presentes que recibe por parte de sus innumerables y temerosos súbditos. A la jaula, puesta frente a él, se le acerca un guardia para retirar el velo que la cubre, entonces una larga expresión de sorpresa y admiración se deja oír por toda la sala, la belleza de la criatura es tal, que incluso provoca que algunos de los residentes pierdan el control y decidan acercarse más de lo permitido a alguna de las pertenencias de Dágaro, entonces los insensatos son golpeados con brutalidad por lo guardias, quienes no permiten ese tipo de abusos de confianza, y arrastrados fuera sin que nadie haga nada por intervenir. 

Rávaro, con una rodilla apoyada en el suelo y la cabeza gacha, casi tiembla de ansiedad y gusto al ver como su hermano se pone de pie y se acerca a la jaula, la atracción que le genera la criatura es innegable, Lorna también se mantiene expectante cuando el semi-demonio abre la jaula, el bullicio y algarabía habitual en el desenfrenado salón es silenciado solo por la perfecta figura de la criatura y por lo grandioso del obsequio, tanto como para que Dágaro abandonara su trono. La enorme y monstruosa figura de este, se acercó lo suficiente a la criatura para olerla y luego tocarla en un suave roce inspirado por la insondable delicadeza que demostraba aquella mujer, entonces la criatura se volteó para mirarlo, sus ojos suplicantes mostraban el mismo deseo y sumisión que con cualquier otro, el horroroso aspecto de Dágaro, forjado en tantos años de decadencia, degradación y vicio no le provocaba ni miedo ni repulsión, solo buscó acercarse, buscar en aquel ser inmune a su letalidad, protección, afecto, calor, del cual tanto deseo tenía y que le era imposible obtener. 

Rávaro aún inmóvil pero con el rostro desencajado, no lo podía creer, no solo su plan estaba fallando estrepitosamente, si no que también le había entregado en bandeja a su hermano a aquella criatura de incalculable valor.


León Faras.

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