domingo, 2 de septiembre de 2012

La Prisionera y la Reina. Capítulo uno.

VII.

El número de individuos dentro del palacio, tanto entre aquellos que asistían a dejar sus tributos como también algunos residentes permanentes, había disminuido drásticamente, la atracción que el obsequio de Rávaro generaba entre los más débiles había obligado a los guardias a actuar con energía y violencia para controlar a aquellos incapaces de controlarse por si solos. Muchos de los que quedaban podían sentir la casi imperiosa necesidad de acercarse y tocar a la criatura, pero dentro de sus seres, podían encontrarse capacidades por sobre las de un ser humano común y corriente que les permitía reconocer y controlar dicha atracción y así disfrutar de las abundantes y turbias satisfacciones que el semi-demonio ofrecía en sus descontrolados festines sin ofender a su anfitrión. Uno de estos individuos, era un Místico, mucho tiempo llevaba al servicio de Dágaro, sirviéndolo con humildad y obediencia, un místico que según su propio testimonio, había sido expulsado de su cofradía por romper alguna de las estrictas normas que seguían para con el uso de sus múltiples conocimientos y que había terminado sirviendo al semi-demonio, quien lo recibió de inmediato. Este ser, reconoció de inmediato la naturaleza de la criatura en cuanto la vio entrar al palacio, dedujo con rapidez y precisión los planes de Rávaro pero guardó silencio y no se equivocó al suponer que una criatura como su amo, el cual había dejado atrás hace mucho tiempo las debilidades de los hombres y que se fortalecía constantemente de la primitiva y abundante maldad humana, así como también de sus sentimientos más degradantes, no reaccionaría de la misma forma ante la letalidad de la criatura, pero a la cual no era totalmente inmune. Entonces supo que su oportunidad había llegado, que aquel estorbo llamado Rávaro le brindaba inesperadamente los medios para librar a toda esa tierra de la real amenaza, Dágaro. Todo ese tiempo viviendo en ese ambiente tóxico y depravado siguiendo los planes de la cofradía por fin rendían sus frutos, y ahora solo debía separar a la criatura del semi-demonio, pues era precisamente ella quien lo mantenía con vida. Su infalible letalidad ya había hecho su trabajo infectando por completo el organismo de su amo, pero no lo destruiría mientras Dágaro continuara absorbiéndola, asimilándola y convirtiéndola poco a poco en parte de su ser, el momento de actuar era ahora, y así lo hizo. 

La criatura permanecía en el suelo junto al trono, abrazada con ternura al brazo de su amo, el cual acariciaba con su mejilla, el místico se acercó entre las sombras ocultándose, según sus técnicas, en aquellos lugares donde nadie tenía puesta su atención, llegando a espaldas del ostentoso trono y en un solo movimiento, arrancó la capa de uno de los guardias cercanos, cubrió con ella a la criatura para protegerse a si mismo y huyó en todas las direcciones al mismo tiempo. Su cuerpo con el bulto en brazos se multiplicó en docenas de individuos idénticos que corrieron por el palacio abriéndose paso entre los residentes, subiendo las numerosas escaleras, saltando a través de todas las ventanas ante la frustración de los guardias que quedaban cubiertos de ceniza cada vez que agarraban o partían en dos con sus espadas el cuerpo de alguna de las falsas ilusiones creadas por el místico sin que ninguno diera con el verdadero. 

Dágaro se puso de pie enfurecido, más por el hurto que por la real gravedad de su situación, la cual no dimensionó hasta sentir cómo los músculos de su estómago se contrajeron con brutalidad hacia dentro, su gran fortaleza física los contuvo en principio, pero uno a uno todos los músculos de su cuerpo comenzaron a hacer presión anormalmente contra sus huesos, sus órganos. El semi-demonio cayó rugiendo, mientras luchaba contra su propio cuerpo con una tenacidad sorprendente, ejerciendo dominio sobre unos sectores y perdiendo fortaleza en otros. Resistió tanto como pudo y mucho más de lo cualquiera hubiese sido capaz, pero finalmente fue doblegado por la infalible letalidad de la criatura y ante la mirada de asombro y gozo de su hermano.

León Faras.

2 comentarios:

  1. Mmmm ya le estaba agarrando "cariño" a Dágaro...me recuerda sospechosamente a alguien.

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  2. Ay Belce...ahora me has dejado con la duda de a quien podría recordarte tan turbio personaje...

    Un saludo, un abrazo y que estés muuuuy bien!!

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