jueves, 20 de septiembre de 2012

La Bibliotecaria. Un cuento Steampunk.


Parte 2.

Marcus despertó y respiró hondo, un perfume agradable le hizo alargar esa inhalación lo más posible, lo cubrían sábanas impecablemente blancas de una tela tan suave que le fue imposible identificar. A su lado descubrió la hermosa y blanca espalda de una mujer joven, con negros y largos rizos que se desparramaban adheridos a su piel y a las telas sobre las que dormía. Estaba sorprendido, pero se sorprendió aún más al reparar en que el brazo izquierdo que había perdido hace más de quince años estaba ahí, completo y perfectamente funcional. Como si despertara después de una borrachera, Marcus intentó recordar lo sucedido antes de dormirse en aquel lugar. Recordó una celda, en la que estaba junto a su mujer y su hijo pequeño, también que lo ataron con correas de cuero a una silla, recordó a Leonor que le decía que le necesitaba por los más de treinta años que había servido guardando la fortaleza. Luego apareció en su memoria la Bibliotecaria, una mujer a la que no había visto nunca, pero que al igual que el resto del mundo, conocía y sabía lo que hacía, era a ella a quien debía ayudar, eso le había dicho Leonor, si lo hacía bien, sería generosamente recompensado, si le traicionaba, no volvería a ver a su familia. Él protestó, diciendo que para un viejo mutilado, la labor que le pedía era imposible, pero la hermosa mujer solo le respondió que eso no sería problema. Lo último que recordaba era que Leonor, con una sonrisa encantadora, le decía: “no me hagas ir a buscarte”. 

Se miró las manos, eran tan pulcras y suaves que parecían las de una mujer, y no cualquier mujer. No sabía donde estaba, ni por qué su cuerpo lucía tan diferente, observó en la pared de en frente un lujoso reloj ricamente ornamentado con un par de finos engranajes a la vista, marcaba las tres y cuarto, supuso que de la madrugada, estaba desnudo, su vista dio con un hermoso espejo sobre una cómoda arrimada a la pared al otro lado de su compañera, con un leve movimiento pudo observar el reflejo del rostro de esta, era nada menos que Lucila, la hija de Belisario, señor de Ruguen. Él también se observó en el espejo, aunque solo fue para confirmar que ocupaba el cuerpo de Aurelio, el esposo de Lucila, ¿cómo había llegado ahí?, y ¿cómo era posible que estuviera en el cuerpo de otro hombre?, no comprendía nada. Marcus se levantó con cuidado de no despertar a la mujer, se vistió con la pulcra y delicada ropa de Aurelio y se alistó a salir, le llamó la atención la colección de guantes que aquel tipo coleccionada en una parte principal de la cómoda. A la derecha vio un balcón que daba a los acantilados y a la ciudad, se quedó varios segundos admirando la hermosa vista que ofrecía una barcaza aerostática que flotaba anclada a la fortaleza varios metros por debajo de él, la luna la rodeaba con su luz, adquiriendo un toque casi fantasmal, de blanca claridad y profundas sombras, donde resaltaban pequeños puntos luminosos amarillentos de luz artificial, como expectantes ojos de una criatura fantástica. Marcus salió del dormitorio. Estaba en la parte más alta de la fortaleza, la habitación de la Bibliotecaria estaba en el otro extremo, el que daba a los bosques. Sabía que había un ascensor en el fondo del corredor, pero ese era un artefacto que él, como guardia, jamás había utilizado, para él eran mucho más familiares las escaleras de mano de metal, que se conectaban con los angostos pasillos protegidos por barandas, adheridos a las paredes y que recorrían toda la periferia de la fortaleza entrando y saliendo de ella, subiendo y bajando, uniendo los numerosos puestos de guardia, con todo el resto de las instalaciones. Uno de esos puestos de guardia era la escotilla de entrada al cuarto donde estaba la Bibliotecaria, una compuerta redonda ubicada en el suelo. El hecho de que la entrada fuese vertical era algo que Marcus no había comprendido, hasta que se enteró de que aquella mujer no tenía piernas. En eso pensaba cuando se detuvo de golpe, volvió la vista atrás y vio una de las portezuelas de los conductos por donde era lanzada la ropa sucia a la lavandería, las recordaba bien, su mujer trabajaba ahí cuando se conocieron, y la lavandería era un buen lugar para desplazarse hacia la habitación de la Bibliotecaria, poca luminosidad y mucho donde ocultarse. Marcus se introdujo en aquel conducto, la pendiente era pronunciada pero graduó su descenso apoyando firmemente los pies en el techo. Una vez abajo Marcus se movió rápido y sigiloso por el angosto pasillo de rejilla que atravesaba todo el lugar por entre los enormes contenedores equipados con ingeniosos mecanismos conectados a poderosos motores, que hacían el trabajo de varias personas rápidamente, hasta llegar a un corte abrupto al final de los lavaderos, en frente continuaba otro corredor el cual tenía salida a una pasarela de metal que recorría la fortaleza por fuera, y que terminaba justo debajo de la habitación de la Bibliotecaria, sin dudarlo, utilizó los tubos de hierro pegados al muro para llegar al otro lado, no sin la desconfianza que le producían sus pulidas manos, recorrió la pasarela en un par de minutos hasta una escalerilla que subió rápidamente hasta su objetivo. El lugar era un salón anular bastante amplio, con enormes ventanales en la porción de la pared que daba al exterior, en el centro del piso un gran anillo de metal brillante y dentro de este, orillado hacia un extremo, la escotilla, redonda, abombada y con una manivela. Marcus se aproximó para hacerla girar cuando oyó que le hablaron a sus espaldas. 

-¿Señor?...- un guardia estaba de pie en la entrada, parecía muy sorprendido y tenía bastantes razones para estarlo, él veía a un Aurelio sudado, con la camisa arrugada y sucia con polvo, abriendo la compuerta de la Bibliotecaria a las cuatro de la madrugada. Una imagen totalmente opuesta a la que el verdadero Aurelio representaba, un hombre obsesionado con la pulcritud, renuente a cualquier tipo de ejercicio o trabajo físico y con nulo interés por nada que no fuera su apariencia y sus vanas obligaciones. Marcus reconoció a aquel guardia. 

-Escucha Tadeo- el guardia se sorprendió aún más si cabía, de que lo llamara por su nombre -tengo que ver a la Bibliotecaria, es muy importante. 

-Señor, usted sabe que eso no es posible sin una orden verbal del señor Belisario. 

-Sí, lo sé pero- Marcus improvisaba –tengo un problema grave, necesito su ayuda. 

-Pues solo tiene que hablar con el señor Belisario para que lo autorice. 

-No puedo hablar con él, porque se trata de algo “delicado”- esta última palabra Marcus la pronunció con especial deferencia y alternando su mirada entre el guardia y su propia entrepierna, hasta que consiguió que la vista del guardia cayera ahí para mostrarle su mano con el dedo índice curvado hacia abajo, como un garfio. Entonces el guardia comprendió todo y todo lo que le había parecido absurdo e irregular tuvo sentido de pronto. El señor Aurelio tenía problemas en su intimidad y eso lo explicaba todo. 

-Ya veo señor, créame que ahora le comprendo, no se preocupe, seguramente ella podrá ayudarle, es una gran conocedora- Tadeo se mostraba ahora muy diligente, dirigiéndose él mismo a la escotilla para abrirla. 

-Eso espero Tadeo, eso espero…- respondió Marcus, simulando mucha gravedad en sus palabras pero con una enorme sonrisa interior.


León Faras.

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