La
crónica de esta semana.
El
caso de Leonardo Montes.
A
las nueve y treinta de la mañana llegué al Hospital Siquiátrico San Benito de
nuestra ciudad, según me habían contado, había un paciente allí cuyo caso era
bastante peculiar, en apariencia parecía un tipo completamente cuerdo,
coherente al hablar y hasta inteligente, quise saber entonces porque estaba
interno, según su doctora, la siquiatra Emilia Gallardo, una mujer atractiva y
cordial, quien reconocía un gran interés profesional en el caso de Leonardo
Montes, estaba ahí porque era incapaz de percibir la realidad como cualquiera,
no mostraba interés por desarrollar ninguna labor ni por obtener nada en
particular, no aplicaba las normas más elementales de seguridad, no reconocía
nada como necesario o útil, no mostraba ni interés ni rechazo por las personas
y tenía un uso limitado de sus sentimientos, en resumen, Leonardo Montes era
incapaz de vivir por su cuenta, porque para él, no habían retos ni motivaciones
válidas que le empujaran en su día a día, es decir, no había nada que quisiera
hacer o tener, incluyendo lo más básico. Temí que se trataría de un tipo con
una depresión severa, abarrotado de medicamentos que lo mantendrían
permanentemente en ese estado de falso éxtasis que buscan los drogadictos, y
que sería muy difícil de entrevistar, pero lo que me encontré fue completamente
diferente, me encontré con un mundo, que me sorprendió por su relativa e
inquietante existencia.
Leonardo
Montes es un hombre delgado, muy delgado, su cabeza rapada deja ver una frente
amplia, según su ficha, tiene 37 años, si se rasurara la barba podrían parecer
menos. Aquella mañana lo encontré sentado en el suelo en un rincón de su
habitación, nunca usa la cama ni ninguno de los pocos muebles de los que
dispone, es un tipo amable y de hablar pausado que parece no importarle la
visita de un extraño como yo, me recibe y se dispone a escuchar mis preguntas,
como un profesional acostumbrado a aclarar todas las dudas sobre su
especialidad.
Lo
primero que creí que debía preguntarle, fue en qué mataba todo ese tiempo libre
en el hospital, tal como ya me habían advertido me confirmó que no hacía nada,
físicamente, porque todo lo material era frágil y vano, puedes buscar hacer
algo hermoso, pero la hermosura no existe, puedes buscar hacer algo grande,
pero la grandeza tampoco existe, todo se limita a tus propios conceptos y percepción,
por lo que no tiene sentido hacer algo que tú mismo estás limitando
permanentemente. Pero, continué, podrías buscar hacer algo que simplemente te guste,
solo por sentirte bien haciendo aquello, él frunció el ceño y miró al piso,
como meditando su respuesta, sin levantar la vista me respondió que si
necesitaba hacer algo para ser feliz, entonces estaba buscando la felicidad en
el lugar equivocado, adelante, me dijo, puedes probar con todas las actividades
inventadas por el hombre, ni tu felicidad ni tu bienestar estarán ahí. Te
equivocas, le dije con seguridad, muchas personas se dedican a actividades que
los reconforta, que llenan sus vidas, y son felices haciéndolas, pero su
felicidad y bienestar dependen de aquello, me dijo casi en un tono de lástima,
son dependientes de sus actividades tal como aquel que es feliz manejando su
auto deportivo, también hay quienes son felices golpeando a los demás, o
insultando a cierto tipo de personas, ¿crees que eso es correcto?, me dirás que
para unos sí y para otros no, y yo te diré que si no es el camino para unos,
tampoco será el camino para los otros. Y que hay de los que buscan el bienestar
de otros, insistí, también se puede hacer cosas que hagan feliz a los demás y
sentirte bien con eso, su respuesta me descolocó momentáneamente, me dijo, solo
hay dos formas de hacer feliz a los demás, dándoles todo lo que necesitan o
librarlos de sus necesidades, ambas imposibles, porque para las personas, la
necesidad es algo inagotable, es un camino que mientras más avanzas, más largo
se hace, esa no es la forma. Pero yo no hablo necesariamente de cosas
materiales, dije creyendo afirmar mi posición, puedes hacer feliz a alguien con
un gesto, una palabra, un… yo tampoco he hablado de cosas materiales, me interrumpió
con suavidad al verme titubear, si alguien pierde a un ser querido, tú no
podrás devolvérselo ni tampoco hacer que deje de sentir su pérdida. Eso era
algo que estaba claro, y le hice saber que aquello era completamente natural,
él suspiró, la muerte también lo es, me dijo, si crees que la muerte es algo
malo, entonces deberías sentir lo mismo por todas las muertes de cualquiera
criatura, si no, entonces es dependencia y egoísmo, y eso sí es completamente
natural en las personas.
A
estas alturas Leonardo Montes ya me parecía una especie de monje filósofo o
algo así, pero de loco no tenía mucho, según él, su estancia en el hospital era
una decisión propia, porque para él no había un lugar mejor que cualquier otro,
quise argumentar que había en el mundo lugares realmente bellos, pero recordé
que ya me había dicho que la belleza para él no existía, por lo que me limité a
comentarle que en mi opinión, cualquier lugar podía ser mejor que un hospital
siquiátrico, me dijo que qué tenían los otros lugares que los hacían mejores
que este, me quedé pensando por unos segundos, viniendo de cualquier otra
persona, aquella era una pregunta tan obvia como absurda, pero en ese momento
no se me hizo fácil responder, le dije que podía ser un lugar sin paredes, por
ejemplo, me dijo que no había en el mundo un solo lugar sin paredes, aquí están
cerca, en otros lugares estarán más lejos, pero tarde o temprano te limitarán
entrar o salir, puedes irte al medio del desierto, donde no verás ninguna pared
y no por eso dejan de limitarte, si eres libre, entonces no importa donde
estés, si no lo eres, entonces no importa donde estés. Debo reconocer que me
pareció absurdo su comentario en un primer momento, porque para mí era lógico
que el encierro te privaba de libertad, pero entonces él me dijo, la libertad
es una ilusión, un sentimiento como la pena o la alegría que no tienen ninguna
relación con el lugar donde estés, solo se limita a decidir, y si estoy aquí
por mi decisión, entonces estas paredes protegen mi libertad, y no al revés
como dices.
Era
irrefutable que la única libertad es aquella que te permite ejercer tu voluntad.
Me di cuenta que aunque su mundo parecía reducido a un espacio de nueve metros
cuadrados, en realidad era enorme, era un hombre que parecía haberse liberado
de todas las necesidades, incluso, y hasta cierto punto, de las más básicas,
porque apenas comía y solo bebía agua, dormía en el suelo y una manta era todo
lo que lo protegía del frío.
Me
fui del hospital siquiátrico de San Benito pensando en aquellas cosas que según
yo anhelaba en mi vida, en aquellas que me parecían imprescindibles, y
preguntándome hasta qué punto podría ser feliz con ellas o sin ellas…preguntándome,
si algún día me sentiría realmente satisfecho.
León
Faras.
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