lunes, 29 de octubre de 2012

Y Dios creó a la mujer.

Y Dios creó a la mujer...

Y en ese día sexto, de inmediato nació junto con la mujer el machismo, porque desde el principio de los tiempos le impuso con quien debía vivir el resto de su vida, en ninguna parte dice que le preguntaron a Eva si quería a Adán y es imposible que haya sido el único hombre sobre la tierra… ya sabes, por aquello de que cuando Caín es expulsado encuentra más gente en su camino que no eran familiares suyos. El machismo y todas sus nefastas consecuencias cuando es llevado tan solo un poquito al extremo, es de origen religioso. Apenas es creada, la mujer arrastra al hombre hacia el padre de todos los pecados, bajo engaño de la serpiente, esta última, otra damnificada del Génesis, y como consecuencia la raza humana completa es expulsada del jardín del Edén, en ese mismo momento nace la más apropiada excusa, el motivo más justificado para poner desde ahí en adelante, a la mujer uno o dos peldaños más abajo del hombre, peldaños enormes por lo demás, porque hasta estos momentos, recién está logrando subirlos, y cualquiera sabe que estando arriba, es solo cuestión de tiempo pisar al que está abajo, y así se hizo, una y otra vez. 

Lo primero, fue asumir la incapacidad de la mujer para tomar cualquier tipo de liderazgo negándosele incluso la participación en cualquier toma de decisiones importantes, después de lo del dichoso árbol, las decisiones importantes debían ser tomadas por hombres en lugar de la mujer, incluso (y especialmente) las que le atañían directamente. Esto llevó a que incluso el adjetivo “primogénito” no tuviera originalmente su equivalente femenino, puesto que una hija no servía como heredera, solo para ser vendida como esposa, y era vendida porque literalmente era entregada al mejor postor, la belleza, virtud e incluso la virginidad de una hija era lo que ahora llamaríamos “valores agregados” a la hora de buscarle un marido, y aquello debía ser lo antes posible, es decir siendo apenas unas niñas que tenían su primera menstruación, para delegar la carga que significaba su crianza y obtener los mejores beneficios de ella, sus futuros maridos no siempre serán tampoco ni jóvenes ni apuestos, ni siquiera se les aseguraba un buen trato, la mujer era calificada como objeto, que de ser pertenencia de su padre pasaba a ser pertenencia de su esposo sin que tuviera la menor injerencia en tal decisión. La mujer, su belleza, su atractivo intrínseco, por tanto, también pasaban a ser un objeto, muy valioso si que quiere, pero un objeto, célebre es la frase de Teresa, hija de Bermudo II de León quien entregó a su propia hija al harén de Almanzor para mantener la paz “La paz de los pueblos debe descansar en las lanzas de sus guerreros, y no en el coño de sus mujeres”, sin embargo, Teresa era más útil como obsequio que como mujer. 

Luego, se tomó como clara y obvia, la conexión directa de la mujer con las fuerzas oscuras y demoniacas, ella ya había sido seducida por el diablo una vez y de seguro volvería a serlo, lo cual era tremendamente peligroso para el hombre, siempre propenso a caer en los artilugios seductores femeninos. Esta creencia, nacida en el Génesis, convirtió a la mujer en instrumento del demonio para llevar al hombre por el mal camino, es decir, la mujer ni siquiera era importante en el valor de su alma, era más útil siendo utilizada para capturar almas de varones, que al parecer valían más en los mercados del infierno. Esto resultaba perfecto para exculpar al hombre de casi cualquier atrocidad cometida en contra o por una mujer, pues la responsable sin duda alguna debía ser ella, quien siempre estaba atenta a las órdenes de Lucifer y cuyas maniobras de seducción, eran sencillamente ineluctables. Dicho vínculo de la mujer con el príncipe de las tinieblas, mantenía a esta bajo permanente sospecha, la mujer por tanto, fue obligada, incluso por la fuerza, obligación que nunca fue puesta sobre el hombre, nunca, a ser dechado de pureza, recato, virtud y santidad, como único medio para asegurar su buen camino, puesto que el más leve desliz, aún aquellos que nada tenían que ver con su voluntad, eran inmediatamente asumidos como maniobras demoniacas sin otro objeto que enchuecar la siempre recta vía de los varones. Innumerables han sido las mujeres que murieron sometidas a las más horrendas torturas y vejámenes asegurando su inocencia en las violaciones y vejaciones de las que habían sido víctima. Esto sin contar la abrumadora cantidad de mujeres martirizadas y asesinadas por la Santa Inquisición, bajo absurdo y nunca comprobado, acto de hechicería. 

El placer sexual en la mujer fue brutalmente condenado para evitar que la mujer tuviera siquiera la capacidad de buscarlo, la chocante y atroz práctica de la circuncisión femenina entre otras prácticas no menos crueles, fueron difundidas como medios tan válidos como necesarios para mantener a la fuerza la frágil virtud de la mujer. El hombre en cambio, no padeció ni la sombra de aquello, la circuncisión masculina es un mero trámite al lado de la sufrida por las mujeres, y en muchas culturas, el hombre satisfacía sus deseos sexuales con otros hombres de forma totalmente natural y aceptada, dejando a la mujer solo para la reproducción. Algo así como que Dios le había entregado a la mujer el placer sexual como un obsequio que la mujer era incapaz de utilizar correctamente y que por lo tanto el hombre estaba obligado a arrebatárselo para salvar su alma, un alma que por cierto, permanentemente estaba al borde del abismo. 

Dirás que todo esto es oscurantismo, ignorancia medieval o historia pasada de moda, pero su nauseabunda estela, y los coletazos de este patrón universal aún nos golpean a cada momento, mientras los príncipes azules, falsos y decadentes, todavía contaminan sus tiernas mentes, haciendo más fácil el cumplimiento de la voluntad de Dios. 

León Faras.

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