miércoles, 3 de octubre de 2012

La Bibliotecaria. Un cuento Steampunk. Final.


Diana guió a la pareja entre las instalaciones hasta una enorme cortina de metal formada de placas articuladas. Mientras caminaba, fue aclarando sus dudas sobre el cómo lograría volar ese armatoste si no contaba con ninguna turbina ni hélice de ningún tipo que lo propulsara, además las alas que le había puesto eran desproporcionadamente enormes y torpes, y su estructura llena de articulaciones, arruinaban cualquier intento de estabilidad en el aire. Diana presionó un botón y la cortina comenzó a correr hacia un extremo, tanto la Bibliotecaria como Marcus se quedaron con la boca abierta durante varios segundos. Un hermoso y enorme dragón de metal con un imponente cuello de cisne curvado en una “S” perfecta, yacía sentado sobre una plataforma montada sobre rieles, sus alas recogidas, cubrían su cuerpo en gran parte, el cual estaba rematado en una larga cola de látigo con punta de flecha. Poseía tres cabinas de controles, una en la grupa del animal, desde donde se manejaban las fuentes de energía y las presiones que movían toda la estructura, ahí fue instalada la Bibliotecaria. La segunda se encontraba en la cruz del dragón, cerca de donde comenzaba el cuello y en la cual estaban los controles de maniobra y velocidad, donde se instaló Diana, y la tercera estaba en la cabeza, en la que su operario se encargaría de los dos cañones de repetición rápida y del poderoso cañón central, que disparaba gas inflamado encapsulado bajo presión en burbujas de sutilísimo metal líquido. Luego de atarse el cinturón que la aseguraba a su asiento y ajustarse las gafas de aviador, la Bibliotecaria comenzó a poner en marcha las calderas internas del dragón, que pondrían en movimiento toda la estructura además de comenzar a calentar y distribuir el Vitrón por las venas del animal artificial. Al alcance de su mano se encontraban los controles de la plataforma bajo ellos, los activó y una aguja comenzó a acusar el aumento de presión en el mecanismo que lanzaría al dragón de metal por la gran abertura en frente hacia el vacio de los acantilados, “posición de despegue” gritó la Bibliotecaria y bajo los comandos de Diana, la criatura mecánica se agazapó, estirando su cuello como una lanza y despegando ligeramente las alas del cuerpo, prestas a desplegarse. En ese momento, una sirena comenzó a sonar estridente por sobre el ruido de los motores que funcionaban a esa hora, las luces, parpadeantes en un principio, comenzaron a iluminar todo el hangar. Un guardia, al otro lado de las instalaciones notó la cortina abierta y tras estas, vio los movimientos del dragón, un despegue no autorizado estaba en proceso y en poco tiempo, los gritos y los pasos apresurados se multiplicaron. Hombres armados llegaban de todas partes, “¡vámonos de aquí!” gritaba Marcus comenzando a ponerse nervioso por la agitación que habían causado, pero aún no podían, la temperatura del Vitrón era insuficiente, y el aparato que los expulsaría fuera no alcanzaba la fuerza necesaria, caerían inexorablemente como una roca si se apresuraban.

            Guardias armados comenzaron a acercarse lentamente y con sus rifles dispuestos, dando órdenes, Diana lentamente sacó sus manos de los controles y las mostró, mientras Marcus sonreía nervioso susurrando un “¿Qué estamos esperando?”, solo la Bibliotecaria se mantenía inmutable, el manómetro de la plataforma ya tenía energía comprimida suficiente, pero la temperatura del Vitrón demoraba en cubrir una extensión enorme como el cuerpo de Zafiro. Un guardia se acercó hasta casi apuntarle a quemarropa, “salga de ahí señora…” sus palabras sonaron con escasa convicción, la Bibliotecaria sonrió con inocencia, mordiéndose el labio inferior, “No me dispararás, ¿o sí?, ¿acaso no sabes que no puedo moverme?...” El guardia dudó, el Vitrón alcanzó su máxima expansión y la Bibliotecaria accionó la plataforma. Un grito desde el otro lado apenas se oyó por sobre el rugir que produjo la explosiva descompresión, “¡¡deténganlos!!” Belisario acababa de llegar, cuando toda la estructura, con el dragón encima fue impulsada hacia delante en un impresionante chasquido, como una catapulta, lanzando al colosal aparato al vacio, mientras decenas de inútiles disparos se perdieron en el espacio. El armatoste fue arrojado con la gracia de un clavadista, perdiendo altura a medida que avanzaba, Marcus apenas se recuperó del golpe que le produjo la inercia, comenzó a gritar al ver el suelo ante él acercándose a una velocidad vertiginosa, mientras Diana, concentrada en sus instrumentos, aguardó el momento indicado para accionar los pedales aferrada a los controles, las enormes alas se desplegaron en un solo movimiento y el dragón de metal describió una gran curva, elevándose en un planeo largo y majestuoso, incluso Marcus respiro con alivio y hasta disfrutó del vuelo, pero sólo por unos momentos.

            Tres impactos de bala recibió Zafiro en el cuello, uno logró perforar el metal y otro rebotó muy cerca de Diana. Una de las naves Saeta ya le había dado alcance soltando una ráfaga sobre ellos, antes de recoger sus alas hacia atrás como una polilla y elevarse, a gran velocidad por sobre la cabeza de Marcus, dos Saetas más se acercaban muy abiertas, una por cada lado. “El cañón principal es demasiado poderoso, usa los de repetición”, Marcus oyó la voz de la Bibliotecaria casi en su oído, se escuchaba cavernosa pero con claridad, tardó unos segundos en percatarse de la bocina que tenía junto a su cabeza, un tubo de bronce que conectaba los tres controles que gobernaban a Zafiro, “¡te escuché, te escuché!”, respondió con emoción, incrustando sus ojos en los visores que tenia enfrente a través de los cuales veía el horizonte cortado por dos líneas en cruz. Diana describía en el cielo amplios círculos subiendo y bajando en piruetas para esquivar los insistentes ataques de las Saetas que los acosaban, como esos perros salvajes que cazan grandes presas en las sabanas africanas. A veces tenía éxito. En sus movimientos logró ponerse tras una saeta por escasos segundos que Marcus aprovechó para soltarle una ráfaga que le partió la aleta de cola y le alcanzó la turbina, la máquina dañada perdió el control y cayó girando sobre si misma, pasando a llevar la proa de una barcaza anclada a la fortaleza. La explosión fue presenciada de cerca por Belisario desde el puente, “alisten la artillería”, si las Saetas no eran efectivas, los obligaría a acercarse al alcance de los poderosos cañones de la fortaleza. La Bibliotecaria observó como el poder del primer par de calderas del dragón disminuía, y comenzó a usar el segundo, después de esas, solo le quedaría la reserva. En un vuelo recto, Zafiro podía cubrir grandes distancias sin problema, pero con todas las maniobras que estaban obligados a hacer, la energía se agotaba rápidamente. Las dos Saetas que quedaban atacaban alternadas por ambos flancos, cruzándose de un lado a otro, como pequeñas aves que defienden su nido de una mayor, acertando en sus disparos con alarmante efectividad, que Diana hacía lo posible por evitar. Marcus tenía menos suerte, con unos blancos tan pequeños como rápidos. La suerte los acompañó cuando el dragón se elevaba y en un movimiento brusco, Diana lo volvió en picada hacia el piso tratando de esquivar los disparos que le propinaban desde atrás, el ala de Zafiro impactó de lleno sobre la Saeta que volaba paralela al dragón, enviándola al suelo en línea recta, la explosión de esta última fue generosamente celebrada por la tripulación del armatoste.

            -El resto de las Saetas están listas, señor, ¿las enviamos?- informó un guardia a Belisario que contemplaba el combate aéreo en la boca del hangar.

            -No- respondió inmutable –ordena a las barcazas que suelten bombas sobre la ciudad, los haremos regresar.

            El guardia pareció no comprender la orden.
            -¿Señor…?

            -Ya me oíste –con la mirada de Belisario, el guardia comprendió que no habrían más explicaciones.

            La drástica orden fue transmitida por señales de luces a las barcazas, las cuales solicitaron repetición y confirmación de la orden antes de ejecutarla. Aún incrédulos, los comandantes la pusieron en marcha.

            La solitaria Saeta dio un amplio giro y volvió a la fortaleza, Diana le siguió. Reparó en las barcazas que se desenganchaban y avanzaban lentamente, “será fácil huir de esas”, pensó, y se aprontó a dar la vuelta cuando la primera bomba cayó sobre la periferia de la ciudad, “¿¡qué rayos fue eso!?”. Los tres tripulantes de Zafiro contemplaron como una porción de la ciudad era totalmente destruida por una explosión absurda, parecía un error, un accidente, pero solo pasaron unos segundos hasta que otra bomba cayó, de parte de una segunda barcaza próxima a la anterior, “¿pero que se supone que están haciendo?”, chilló la muchacha enfadada, “¡Maldito seas! Somos nosotros o la ciudad”, sentenció la Bibliotecaria, comprendiendo el abyecto plan de Belisario. Una tercera bomba fue lanzada y el terror y el caos se desataron entre la población de Ruguen.

            No había forma de que las barcazas aerostáticas esquivaran el ataque de Zafiro, eran demasiado vulnerables. Un vuelo alto, un amplio rodeo, y se encaminaron hacia la barcaza más próxima, la primera en bombardear la ciudad. Su comandante debe haber pasado un buen susto, al ver ese amenazante armatoste de metal acercándose rápidamente a su nave de madera. Marcus con los ojos pegados al visor y los pulgares en el gatillo del cañón principal, aguardando solo asegurar el objetivo. Un golpe violento sacudió a Zafiro y a toda su tripulación, desestabilizándolo por momentos, parecía como si hubiesen chocado con algo. Demasiado tarde para salir de la trampa. Un enorme y humeante cañón se asomaba por una escotilla circular y giratoria a un extremo de la boca del hangar, el impacto había dañado seriamente las costillas de la criatura mecánica que lo había soportado a duras penas. Otro cañón les esperaba en el otro extremo. La Bibliotecaria alarmada, notó como descendía la presión del Vitrón, ya no había forma de huir, en solo minutos el peso los haría caer como roca, Diana intentó con poco éxito elevarse mientras insistentes ráfagas de metralla golpeaban la barriga de Zafiro, “Hay que salir, hay que salir, ¡¡hay que salir de aquí!!”, la Bibliotecaria llevó su voz en aumento hasta terminar en un grito desesperado, que Diana oyó sin necesidad del comunicador, mientras Marcus, sin usar el visor para apuntar, simplemente comenzó a soltar bolas de fuego contra la fortaleza. Una hizo desaparecer el globo que sostenía a una de las barcazas, la que se estrelló contra el suelo inexorablemente, otra se coló en la boca del hangar provocando una gran explosión entre los artefactos ahí acumulados, otras más chocaron contra las paredes de la fortaleza salpicando material candente en todas direcciones. Diana accionó la palanca junto a su asiento y este salió expulsado de Zafiro por una catapulta, un tubo adherido al respaldo, infló en cuestión de segundos un globo de helio que contuvo su caída, la Bibliotecaria le siguió no sin antes insistir en sus gritos. Marcus vio la fortaleza encima y se apresuró a huir, pero un violento choque lo aturdió a medias. El segundo cañón golpeaba de lleno a Zafiro descuajándole una de sus alas y haciéndolo girar completamente sobre si mismo.

La Bibliotecaria vio impresionada mientras descendía suavemente, como el dragón penetraba por la boca del hangar cayendo con todo su peso dentro de la fortaleza, provocando una explosión ingente, que se vio aflorar por todas las grietas y recovecos del edificio. Mientras Diana, alejada unos metros gritaba “¡Don Aurelio!, ¡no lo veo!, ¡no veo a don Aurelio!”.

Marcus despertó aún sintiendo como las llamas deshacían su cuerpo en un último segundo de vida, pero el calor y el dolor solo estaban en su recuerdo, pronto notó que ya no estaba sobre Zafiro, si no, atado a la silla en el palacio de Leonor y bajo la asombrosa máquina del profesor Pigmalión. Había regresado a su cuerpo, maduro y mutilado. Frente a él, la Bibliotecaria y Diana le observaban, recién conociendo al hombre que había suplantado a Aurelio. Un poco más atrás divisó a su mujer y a su hijo, ambos se veían sanos y salvos, mientras Leonor sonreía encantadoramente, “Buen trabajo Marcus, buen trabajo”.

Fin.

León Faras.

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