Diana
guió a la pareja entre las instalaciones hasta una enorme cortina de metal
formada de placas articuladas. Mientras caminaba, fue aclarando sus dudas sobre
el cómo lograría volar ese armatoste si no contaba con ninguna turbina ni
hélice de ningún tipo que lo propulsara, además las alas que le había puesto
eran desproporcionadamente enormes y torpes, y su estructura llena de
articulaciones, arruinaban cualquier intento de estabilidad en el aire. Diana
presionó un botón y la cortina comenzó a correr hacia un extremo, tanto la
Bibliotecaria como Marcus se quedaron con la boca abierta durante varios
segundos. Un hermoso y enorme dragón de metal con un imponente cuello de cisne
curvado en una “S” perfecta, yacía sentado sobre una plataforma montada sobre rieles,
sus alas recogidas, cubrían su cuerpo en gran parte, el cual estaba rematado en
una larga cola de látigo con punta de flecha. Poseía tres cabinas de controles,
una en la grupa del animal, desde donde se manejaban las fuentes de energía y
las presiones que movían toda la estructura, ahí fue instalada la
Bibliotecaria. La segunda se encontraba en la cruz del dragón, cerca de donde
comenzaba el cuello y en la cual estaban los controles de maniobra y velocidad,
donde se instaló Diana, y la tercera estaba en la cabeza, en la que su operario
se encargaría de los dos cañones de repetición rápida y del poderoso cañón
central, que disparaba gas inflamado encapsulado bajo presión en burbujas de
sutilísimo metal líquido. Luego de atarse el cinturón que la aseguraba a su
asiento y ajustarse las gafas de aviador, la Bibliotecaria comenzó a poner en
marcha las calderas internas del dragón, que pondrían en movimiento toda la
estructura además de comenzar a calentar y distribuir el Vitrón por las venas
del animal artificial. Al alcance de su mano se encontraban los controles de la
plataforma bajo ellos, los activó y una aguja comenzó a acusar el aumento de
presión en el mecanismo que lanzaría al dragón de metal por la gran abertura en
frente hacia el vacio de los acantilados, “posición de despegue” gritó la
Bibliotecaria y bajo los comandos de Diana, la criatura mecánica se agazapó,
estirando su cuello como una lanza y despegando ligeramente las alas del
cuerpo, prestas a desplegarse. En ese momento, una sirena comenzó a sonar
estridente por sobre el ruido de los motores que funcionaban a esa hora, las
luces, parpadeantes en un principio, comenzaron a iluminar todo el hangar. Un
guardia, al otro lado de las instalaciones notó la cortina abierta y tras
estas, vio los movimientos del dragón, un despegue no autorizado estaba en
proceso y en poco tiempo, los gritos y los pasos apresurados se multiplicaron.
Hombres armados llegaban de todas partes, “¡vámonos de aquí!” gritaba Marcus
comenzando a ponerse nervioso por la agitación que habían causado, pero aún no
podían, la temperatura del Vitrón era insuficiente, y el aparato que los
expulsaría fuera no alcanzaba la fuerza necesaria, caerían inexorablemente como
una roca si se apresuraban.
Guardias armados comenzaron a
acercarse lentamente y con sus rifles dispuestos, dando órdenes, Diana
lentamente sacó sus manos de los controles y las mostró, mientras Marcus
sonreía nervioso susurrando un “¿Qué estamos esperando?”, solo la Bibliotecaria
se mantenía inmutable, el manómetro de la plataforma ya tenía energía
comprimida suficiente, pero la temperatura del Vitrón demoraba en cubrir una
extensión enorme como el cuerpo de Zafiro. Un guardia se acercó hasta casi apuntarle
a quemarropa, “salga de ahí señora…” sus palabras sonaron con escasa
convicción, la Bibliotecaria sonrió con inocencia, mordiéndose el labio inferior,
“No me dispararás, ¿o sí?, ¿acaso no sabes que no puedo moverme?...” El guardia
dudó, el Vitrón alcanzó su máxima expansión y la Bibliotecaria accionó la
plataforma. Un grito desde el otro lado apenas se oyó por sobre el rugir que
produjo la explosiva descompresión, “¡¡deténganlos!!” Belisario acababa de
llegar, cuando toda la estructura, con el dragón encima fue impulsada hacia
delante en un impresionante chasquido, como una catapulta, lanzando al colosal
aparato al vacio, mientras decenas de inútiles disparos se perdieron en el
espacio. El armatoste fue arrojado con la gracia de un clavadista, perdiendo
altura a medida que avanzaba, Marcus apenas se recuperó del golpe que le
produjo la inercia, comenzó a gritar al ver el suelo ante él acercándose a una
velocidad vertiginosa, mientras Diana, concentrada en sus instrumentos, aguardó
el momento indicado para accionar los pedales aferrada a los controles, las
enormes alas se desplegaron en un solo movimiento y el dragón de metal
describió una gran curva, elevándose en un planeo largo y majestuoso, incluso
Marcus respiro con alivio y hasta disfrutó del vuelo, pero sólo por unos
momentos.
Tres impactos de bala recibió Zafiro
en el cuello, uno logró perforar el metal y otro rebotó muy cerca de Diana. Una
de las naves Saeta ya le había dado alcance soltando una ráfaga sobre ellos,
antes de recoger sus alas hacia atrás como una polilla y elevarse, a gran
velocidad por sobre la cabeza de Marcus, dos Saetas más se acercaban muy
abiertas, una por cada lado. “El cañón principal es demasiado poderoso, usa los
de repetición”, Marcus oyó la voz de la Bibliotecaria casi en su oído, se
escuchaba cavernosa pero con claridad, tardó unos segundos en percatarse de la
bocina que tenía junto a su cabeza, un tubo de bronce que conectaba los tres
controles que gobernaban a Zafiro, “¡te escuché, te escuché!”, respondió con
emoción, incrustando sus ojos en los visores que tenia enfrente a través de los
cuales veía el horizonte cortado por dos líneas en cruz. Diana describía en el
cielo amplios círculos subiendo y bajando en piruetas para esquivar los
insistentes ataques de las Saetas que los acosaban, como esos perros salvajes
que cazan grandes presas en las sabanas africanas. A veces tenía éxito. En sus
movimientos logró ponerse tras una saeta por escasos segundos que Marcus aprovechó
para soltarle una ráfaga que le partió la aleta de cola y le alcanzó la
turbina, la máquina dañada perdió el control y cayó girando sobre si misma,
pasando a llevar la proa de una barcaza anclada a la fortaleza. La explosión
fue presenciada de cerca por Belisario desde el puente, “alisten la
artillería”, si las Saetas no eran efectivas, los obligaría a acercarse al
alcance de los poderosos cañones de la fortaleza. La Bibliotecaria observó como
el poder del primer par de calderas del dragón disminuía, y comenzó a usar el
segundo, después de esas, solo le quedaría la reserva. En un vuelo recto,
Zafiro podía cubrir grandes distancias sin problema, pero con todas las
maniobras que estaban obligados a hacer, la energía se agotaba rápidamente. Las
dos Saetas que quedaban atacaban alternadas por ambos flancos, cruzándose de un
lado a otro, como pequeñas aves que defienden su nido de una mayor, acertando
en sus disparos con alarmante efectividad, que Diana hacía lo posible por
evitar. Marcus tenía menos suerte, con unos blancos tan pequeños como rápidos.
La suerte los acompañó cuando el dragón se elevaba y en un movimiento brusco,
Diana lo volvió en picada hacia el piso tratando de esquivar los disparos que
le propinaban desde atrás, el ala de Zafiro impactó de lleno sobre la Saeta que
volaba paralela al dragón, enviándola al suelo en línea recta, la explosión de
esta última fue generosamente celebrada por la tripulación del armatoste.
-El resto de las Saetas están
listas, señor, ¿las enviamos?- informó un guardia a Belisario que contemplaba
el combate aéreo en la boca del hangar.
-No- respondió inmutable –ordena a
las barcazas que suelten bombas sobre la ciudad, los haremos regresar.
El guardia pareció no comprender la
orden.
-¿Señor…?
-Ya me oíste –con la mirada de
Belisario, el guardia comprendió que no habrían más explicaciones.
La drástica orden fue transmitida
por señales de luces a las barcazas, las cuales solicitaron repetición y
confirmación de la orden antes de ejecutarla. Aún incrédulos, los comandantes
la pusieron en marcha.
La solitaria Saeta dio un amplio
giro y volvió a la fortaleza, Diana le siguió. Reparó en las barcazas que se
desenganchaban y avanzaban lentamente, “será fácil huir de esas”, pensó, y se
aprontó a dar la vuelta cuando la primera bomba cayó sobre la periferia de la
ciudad, “¿¡qué rayos fue eso!?”. Los tres tripulantes de Zafiro contemplaron
como una porción de la ciudad era totalmente destruida por una explosión
absurda, parecía un error, un accidente, pero solo pasaron unos segundos hasta
que otra bomba cayó, de parte de una segunda barcaza próxima a la anterior,
“¿pero que se supone que están haciendo?”, chilló la muchacha enfadada, “¡Maldito
seas! Somos nosotros o la ciudad”, sentenció la Bibliotecaria, comprendiendo el
abyecto plan de Belisario. Una tercera bomba fue lanzada y el terror y el caos
se desataron entre la población de Ruguen.
No había forma de que las barcazas
aerostáticas esquivaran el ataque de Zafiro, eran demasiado vulnerables. Un
vuelo alto, un amplio rodeo, y se encaminaron hacia la barcaza más próxima, la
primera en bombardear la ciudad. Su comandante debe haber pasado un buen susto,
al ver ese amenazante armatoste de metal acercándose rápidamente a su nave de
madera. Marcus con los ojos pegados al visor y los pulgares en el gatillo del
cañón principal, aguardando solo asegurar el objetivo. Un golpe violento
sacudió a Zafiro y a toda su tripulación, desestabilizándolo por momentos,
parecía como si hubiesen chocado con algo. Demasiado tarde para salir de la
trampa. Un enorme y humeante cañón se asomaba por una escotilla circular y
giratoria a un extremo de la boca del hangar, el impacto había dañado
seriamente las costillas de la criatura mecánica que lo había soportado a duras
penas. Otro cañón les esperaba en el otro extremo. La Bibliotecaria alarmada, notó
como descendía la presión del Vitrón, ya no había forma de huir, en solo
minutos el peso los haría caer como roca, Diana intentó con poco éxito elevarse
mientras insistentes ráfagas de metralla golpeaban la barriga de Zafiro, “Hay
que salir, hay que salir, ¡¡hay que salir de aquí!!”, la Bibliotecaria llevó su
voz en aumento hasta terminar en un grito desesperado, que Diana oyó sin
necesidad del comunicador, mientras Marcus, sin usar el visor para apuntar,
simplemente comenzó a soltar bolas de fuego contra la fortaleza. Una hizo
desaparecer el globo que sostenía a una de las barcazas, la que se estrelló
contra el suelo inexorablemente, otra se coló en la boca del hangar provocando
una gran explosión entre los artefactos ahí acumulados, otras más chocaron
contra las paredes de la fortaleza salpicando material candente en todas
direcciones. Diana accionó la palanca junto a su asiento y este salió expulsado
de Zafiro por una catapulta, un tubo adherido al respaldo, infló en cuestión de
segundos un globo de helio que contuvo su caída, la Bibliotecaria le siguió no
sin antes insistir en sus gritos. Marcus vio la fortaleza encima y se apresuró
a huir, pero un violento choque lo aturdió a medias. El segundo cañón golpeaba
de lleno a Zafiro descuajándole una de sus alas y haciéndolo girar completamente
sobre si mismo.
La
Bibliotecaria vio impresionada mientras descendía suavemente, como el dragón
penetraba por la boca del hangar cayendo con todo su peso dentro de la
fortaleza, provocando una explosión ingente, que se vio aflorar por todas las
grietas y recovecos del edificio. Mientras Diana, alejada unos metros gritaba
“¡Don Aurelio!, ¡no lo veo!, ¡no veo a don Aurelio!”.
Marcus
despertó aún sintiendo como las llamas deshacían su cuerpo en un último segundo
de vida, pero el calor y el dolor solo estaban en su recuerdo, pronto notó que
ya no estaba sobre Zafiro, si no, atado a la silla en el palacio de Leonor y
bajo la asombrosa máquina del profesor Pigmalión. Había regresado a su cuerpo,
maduro y mutilado. Frente a él, la Bibliotecaria y Diana le observaban, recién
conociendo al hombre que había suplantado a Aurelio. Un poco más atrás divisó a
su mujer y a su hijo, ambos se veían sanos y salvos, mientras Leonor sonreía
encantadoramente, “Buen trabajo Marcus, buen trabajo”.
Fin.
León
Faras.
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