domingo, 29 de septiembre de 2019

Zaida.


X.

De vuelta en Missa Pandur, la princesa Viserina le contó emocionada a Missa Budara lo maravilloso que había sido el viaje al Valle de los Gigantes, y que sin duda había sido una experiencia que jamás olvidaría por lo que le quedaba de vida, “Tengo entendido que en su reino también fueron comunes los gigantes…” Budara se mostraba interesado, la princesa respondió con el entusiasmo de una joven al que su tutor le pregunta justo aquello que más había estudiado, “¡Sí! en Tribalia los gigantes fueron muy abundantes durante siglos, aunque ahora ya no quedan más que los restos de sus cuerpos y algunos de sus vestigios en sus cuevas” Aquello último, la princesa lo dijo con pena, como excusándose, como si en parte fuera culpa suya la desaparición de los famosos gigantes de Tribalia, “Así he escuchado…” respondió Missa Budara con una sonrisa amable y complacida, luego de un rato, su tez volvió a su expresión de profunda gravedad de siempre, “Princesa, debo hablar con usted algo mucho más serio, me temo que tenerla en Missa Pandur, ya no es seguro…” La princesa Viserina se tomó el comentario con madurez, ella ya se esperaba eso, sabía que estaba poniendo en riesgo al monasterio y a todos los que vivían allí. Ella ya se sentía bastante recuperada y estaba dispuesta a irse lo antes posible, no sin antes agradecer profundamente todos los cuidados y la hospitalidad de todos los monjes de Pandur, Missa Budara no movió ni un solo músculo, “Princesa, usted es libre de irse cuando usted quiera, pero todos aquí esperamos que nos permita seguir protegiéndola, pues si usted sale de aquí, puede que la suerte no la acompañe y caiga en manos de sus enemigos…” La princesa intentaba comprender, pero no lo conseguía, Missa Budara prosiguió, “…Princesa, sus hombres, los soldados que la acompañaban y la trajeron acá, han muerto, todos. El comandante Bragones estuvo aquí ayer. Al parecer le hicieron creer que usted también estaba entre los muertos, pero él no quedó del todo convencido. Vino para darnos su última advertencia de  que permitiera que sus hombres registraran nuestro monasterio, y por supuesto, como cualquier hombre sensato, se lo permití… se retiró bastante decepcionado” Budara esbozó una sonrisa que borro rápidamente, “Si usted me lo permite, me gustaría llevarla a un lugar mucho más seguro para usted…” Missa Pandur se encontraba en Cefiralia, y ella era princesa de Tribalia, y aquellos eran dos reinos que en esos momentos estaban en guerra. Era muy difícil para ella comprender por qué, además de ayudarla con sus heridas, ahora también la querían seguir protegiendo. Budara aspiró profundamente y se tomo todo su tiempo para expulsar todo el aire de sus pulmones, “Usted es una princesa, y algún día será reina. Es indispensable que personas como usted nos gobiernen algún día, porque eso no sólo beneficiará a su reino, sino también a todos sus reinos vecinos. Por eso le pido que nos permita protegerla hasta que podamos entregarla devuelta al resguardo de su pueblo y de su gente…” La princesa Viserina miró a su alrededor en busca de credibilidad a lo que estaba escuchando, y la encontró en la respetuosa reverencia de los monjes que estaban presente, no le pareció nada más apropiado que responderle a Missa Budara con la misma reverencia, “Missa Budara, estoy completamente a su disposición y profundamente agradecida por todo lo que está haciendo por mí, sólo me preocupa una cosa: si los hombres que me acompañaban, están todos muertos, con seguridad muchos creerán que yo también lo estoy. Sé que eso puede ser bueno para mi seguridad, pero me preocupa mi padre y su estado al pensar que yo he muerto…” Budara asintió con parsimonia, “Entiendo, enviaré a dos emisarios para que se comuniquen con su gente, no sólo para darle noticias suyas a su padre, sino también para acordar la mejor forma de llevarla de vuelta a su reino con total seguridad…”

Missa Poquelín era un hombre tan alto y corpulento como flemático, con una gran barriga natural que bamboleaba con cada paso que daba, sin embargo, cuando caminaba, tenía una marcha difícil de seguir y una agilidad poco habitual en alguien de su tamaño. Él fue el primero en ser elegido como emisario, el segundo fue Driba, era un muchacho sabidamente serio y responsable, además de muy avanzado para su edad. Ambos podrían moverse por este reino y el otro con total libertad amparados bajo sus trajes de monje, y ambos estaban dispuestos a hacerlo con celeridad para llevar a cabo su misión lo más rápido posible. Luego Missa Budara se dirigió a Nemir “Missa Nemir, he pensado en adelantar este año el entrenamiento de los novicios en el monasterio de Masdra, me gustaría que se preparara todo para viajar pasado mañana, Missa Badú le acompañará. La princesa Viserina y la pequeña Zaida también viajarán con ustedes” Missa Nemir respondió con una reverencia, pero inmediatamente le pareció oportuno recordar que en Masdra nunca se había permitido el ingreso a mujeres para el entrenamiento, Budara lo recordaba, “Pandur tampoco era la excepción, hasta ahora, sin embargo, las decisiones deben ser tomadas de acuerdo a las circunstancias y a los tiempos que corren. Llevarán una carta de mi parte para Missa Ramán, estoy seguro de que comprenderá la situación y sabrá qué hacer con sabiduría” Nemir respondió con una larga, silenciosa y respetuosa reverencia.

Gunta se hurgaba la nariz con toda comodidad tirado en su cama descansando luego del largo viaje, cuando llegó Ribo mirando a su alrededor, cauteloso de que no hubiesen monjes mayores cerca, “¡¿Qué?! ¡¿Nos llevarán a Masdra ahora?! Y encima iremos con Missa Nemir, ¡Genial! ¿Qué podría ser peor? ¿Nos llevarán con un caldero de agua sobre la cabeza o qué?” Aquel había estado prestando oídos a las conversaciones de Missa Budara y los demás, pero al decirle a sus compañeros lo que había averiguado, Gunta explotó en alaridos de indignación como buscando ser oído por todo el monasterio, “¡Cállate tonto! Se supone que no sabemos nada…” “Yo siempre he querido conocer Masdra…” mencionó Paqui tirado de costado sobre su litera, pero la mirada severa de sus compañeros lo hizo volver inmediatamente a sus asuntos, o sea, seguir descansando con la boca cerrada, “En Masdra te harán subir la montaña parado sobre las manos y llevando piedras calientes sobre los pies, y si no lo logras, tendrás que caminar sobre esas piedras… un campo entero de piedras calientes… mi hermano mayor estuvo allí una vez y él me lo contó” Advirtió Ribo a Paqui con total convicción, como un anciano tratando de impresionar a sus nietos, Paqui arrugó la nariz y retrocedió el rostro, como si la sola voz de Ribo ya le estuviera quemando la cara, “Tú dijiste que tú eras el mayor de tus hermanos…” replicó Paqui apenas audible, Gunta sonrió seguro de que sólo alardeaba, pero luego su sonrisa se borró como si hubiese recibido una bofetada, cuando supo que tanto la princesa como la pequeña Zaida irían con ellos también, “¡¿Qué?!...” La pequeña Zadí los observaba de lejos de forma muy intensa, pero no enterándose de nada, Gunta la miró y luego se lanzó de espalda sobre su cama frustrado, como si pudiera causarles algún daño a los dioses que marcaban su destino, “¡Genial! ¡Seremos los hazmerreír de todos cuando lleguemos allá acompañados de una chica y de una niña pequeña…! ¿Qué podría ser peor?”

En ese momento se oyó un trueno, luego otro y luego la lluvia comenzó a caer copiosamente, Gunta se dio la vuelta sobre sí mismo y se dio un frentazo contra su duro colchón, gruñendo y tapándose la cara. Pensaba que tendrían que salir en ese mismo momento a caminar bajo la lluvia, Ribo sabía que no era así, pero no dijo nada, sólo se recostó sonriendo complacido por el vano sufrimiento de su amigo. Paqui notó aquello, pero tampoco dijo nada, satisfecho de poder burlarse de otro, aunque sólo fuera internamente. Por su parte, la pequeña Zadí estaba hecha una bola sobre su cama, como cuando viajaba hacia el monasterio de Missa Pandur, tapada con su manta hasta más arriba de la orejas.



León Faras.

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